Angélica Liddell

"Al ser herido por el hierro cruel de una lanza, manó sangre y agua para lavar vuestras culpas. Yo te saludo, oh cruz, esperanza única, en este tiempo de pasión aumenta en los justos la gracia, borra las culpas de los pecadores.
En casa.
Baltasar habla con su madre. Ella llora sin parar.
Baltasar: No quiero llevar mi cuerpo a otra parte, madre. No voy a volver a salir de esta casa. He regresado de Belgrado para encerrarme en esta casa. Tú sólo piensas en el cumpleaños de mi padre. Tú sólo piensas en qué pensarán los amigos importantes de mi padre y yo sólo pienso en Agnes. El cumpleaños de mi padre no es más importante que Agnes. Agnes es lo más importante. Te lo voy a contar otra vez. Por si todavía no lo has comprendido. Ella sabía que la iban a matar, me lo dijo. Agnes me dijo, si me acuesto con ese tipo me matará. Y la mató, como ella dijo, con sus propias manos. La estranguló. Te lo cuento otra vez para que no vuelvas a suplicarme que vaya al cumpleaños de mi padre, a celebrar el cumpleaños de mi padre, junto a los amigos importantes de mi padre. No debes preocuparte, la cultura no va a resentirse, aunque mi padre se convirtiera en un criminal, su aportación a la cultura seguiría siendo inmensa, la cultura tiene garantizada la aportación de mi padre, su valiosa aportación estética, filosófica, sus adjetivos, sus adverbios, sus frases...
La cultura universal no va a resentirse por lo que piensen de mí los amigos importantes de mi padre. Si ninguno de mis hermanos asiste al cumpleaños de mi padre, por qué yo tengo la obligación de asistir. No, madre no. No voy a volver a salir de esta casa. Llevas 40 años casada con ese hombre sin atreverte a abandonarlo ¿y me pides a mí que salga de esta habitación? Me extraña que no mandes a la mierda a todo el mundo el día del cumpleaños de mi padre. Me extraña que no te eches puñados de detergente en la boca el día del cumpleaños de mi padre. Tienes que matarte ya y dejar una carta echándole la culpa. Mátate, madre. La cultura universal no va a resentirse, una cosa es lo personal y otra la obra, una cosa la vida del autor y otra la obra del autor, ya empiezo a estar harto de esa opinión. No. No voy a volver a salir de esta casa. No puedo ser humanidad y hombre al mismo tiempo. No puedo ser. Ha llegado ese momento en que siento que todo es inútil, madre. Todos llegamos a ese momento tarde o temprano. No me queda más remedio que detenerme por completo. No llevar mi cuerpo a ninguna otra parte. Soy el pobre europeo responsable enfrentado al fracaso, madre, al fracaso total. He destruido todas las notas. He destruido todos los cuadernos de Belgrado. Dile a mi padre que es verdad, que no tengo nada que ofrecerle."

Angélica Liddell
Belgrado: Canta Lengua el misterio del cuerpo glorioso



“El recuerdo más vívido de la adolescencia es el de mi madre apuntando con la pistola reglamentaria a mi padre sin que mediara otro motivo que los celos infundados de ella y su vesania, sin olvidar que cuando mi padre partía de maniobras, mi madre y yo dormíamos juntas con un cuchillo enorme debajo de la almohada que ella se encargaba de afilar con una piedra cada noche.”

Angélica Liddell


“El riesgo que uno corre al conocerme es ser amado, pero también ser escrito.”

Angélica Liddell


“Estoy convencida de que durante mi crianza me hallé en verdadero peligro de muerte. Las brumas traen a mis sienes el eco de una palabra en una sala de urgencias, «sálvela», es la voz de mi madre, que en aquella época (yo tendría cuatro o cinco años de edad) estaba a su vez medicada por un psiquiatra. Pienso que en el último momento se arrepintió, me dejó vivir (…) Hoy, plenamente consciente de su trastorno y de sus sufrimientos, la amo, y pienso que ha sido inútil sobrevivirla.”

Angélica Liddell



“... gente moderna, enrollada y simpática, el club de los amojamados o de los innovadores, da igual, el club, con ese insoportable tonillo conciliador, grupal, risueño, juerguista, guay, pero cargado de una repugnante conciencia de superioridad, como le corresponde al artista contemporáneo que desea destacar, al tanto de la actualidad y los vaivenes sociopolíticos, conocen incluso el nombre de todos los ministros.”

Angélica Liddell



"(George) Steiner dice que el arte está fuera de cualquier legalidad razonada. El arte es la impotencia de la razón. En el arte, solo lo inmoral nos eleva intelectualmente por encima de una masa amorfa e indiferenciada, nos hace hombres gracias a las sombras. Sin embargo, lo moral, lo apropiado, lo bienintencionado, lo social, nos uniformiza en la necedad."

Angélica Liddell



"Hay, tal vez, un exceso de compasión fácil. Una compasión de acuerdo a la opinión general, sin conflicto."

Angélica Liddell



“He llorado como si me hubieran apagado cigarrillos en la niña de los ojos.”

Angélica Liddell


"Horacio.- (Saca recortes de periódico de alguno de sus bolsillos.) Quince hombres asesinados a cuchillo. Avión siniestrado: trescientos muertos. No hay supervivientes. Catorce mil muertos a causa de las inundaciones. Sepultados en una mina. No hay supervivientes.
Atentado terrorista con coche bomba: trece muertos. Cadáveres
irreconocibles. Hallada en avanzado estado de descomposición.
Matanza en las afueras. Cuarenta niñas degolladas. No hay
supervivientes. Fosa común. Todos recién nacidos. Los quemó vivos. ¿No es suficiente?
Ofelia.-Horacio, mastúrbate.
Horacio.- ¿No es suficiente para desear la muerte?
Ofelia.-Mastúrbate, por favor.
Horacio.-Mi padre se enamoró de otra mujer. Era una mujer muy
joven y muy hermosa. Y se fugó con ella a otro país, un país lejano, y tan hermoso como su amante. Entonces mi madre, que también era hermosa, se encerró en el baño y estuvo de pie, mirándose al espejo cinco horas seguidas. Después se metió en la cama con una botella de amoniaco y se la bebió. Estuvo vomitando una semana. Hasta que echó el estómago por la boca. Tenía treinta y cinco años y la cara pintada con bolígrafo. Se había dibujado las arrugas. Las arrugas...
Cuatro, cinco, no más. Tenía treinta y cinco años pero se murió de vieja. No de amor, no de celos. De vieja. Yo también tengo una arruga, aquí, en el cuello, es tan honda que los bichos pueden dormir dentro de ella. He cumplido treinta y parezco tu abuelo. Tócate el cuello, vamos. Algún día a ti te pasará lo mismo, y no pedirás luz sino penumbra. Y nadie te volverá a mirar. Serás tú la que mires y mires y remires la lisura, la pureza de las caras nuevas. Y sólo podrás pensar
en las cosas que no hiciste. Y nunca te volverán a dar el papel de Ofelia, virgencita suicida. Es el tiempo, Ofelia, el tiempo.
Ofelia.-Horacio, mastúrbate.
Horacio.-A los treinta tienes cuarenta. A los cuarenta te sientes como uno de cincuenta y cinco, y cuando llegan los cincuenta y cinco crees que ya has muerto.
Ofelia.-Córrete ya.
Horacio.-Hay dos opciones: volverse loco o trabajar, envejecer y morir.
Ofelia.-Horacio...
Horacio.-¿Para qué me esfuerzo en convencerte? Solamente hay que esperar.
Ofelia llora por primera vez y Horacio sale de la cabina conmovido, extraño, temblando.
OFELIA.- Ojos que no ven...Ojos que no ven...Haber visto lo que vi. Para ver ahora lo que veo. Ese hombre. Ese hombre...Que eterna se me hace la espera. Le estoy esperando. Realmente le estoy esperando. ¡Ah! El tiempo. Es el tiempo.
HORACIO.- ¿Dónde ha quedado la venganza? Se ha deslizado de repente por el tobogán de su cuello, su cuello inclinado, su cuello castigado por el tiempo, su precioso cuello."

Angélica Liddell
La falsa suicida



“Hoy puedo decirlo sin temor a equivocarme y sin ser pasto de la culpa o del odio: mi madre solo obtenía el sosiego a través de mis enfermedades. Ella era feliz si me tenía encamada, medicada, aislada, para lo cual alejaba a cualquier otro niño, prohibiéndome amigo tras amigo, hasta consentirme únicamente entablar relación con otros enfermos mentales, también hijos de militares, que coincidían con nosotras en las consultas del psiquiatra. Mi madre siempre mostraba una extraña beatitud cuando mi estado empeoraba, eran los únicos momentos en los que sentía su apego, el cuidado, algo parecido a lo maternal. Al revés, cuando finalmente mi salud se restablecía (aunque no recuerdo extensas rachas de salud, no me recuerdo sana), ella evidenciaba un desprecio inaudito por mi alegría, por mi vida normal, por mis deseos, por mi infancia, por mi doncellez, por todo mi ser. Si yo sanaba era para vivir bajo la amenaza constante de su abandono. Mi madre expresaba continuamente el deseo de ingresarme en un internado, cuando no en un psiquiátrico (…) Fui objeto de lo que se conoce como el «síndrome de Munchausen por poderes», una enfermedad mental que desarrollan algunas madres con déficit intelectual severo, y por ende se convierte en una forma de maltrato infantil.”

Angélica Liddell



“Iba desarrollándose en mí una ninfomanía precoz (desde los siete años o antes), puramente mental, enfermiza, que ningún coito podría haber adormecido, entre otras cosas por culpa del pánico al contacto humano que se agigantaba al unísono de esa lascivia mórbida, y que hacía de mi ansiedad sexual infantil una erotomanía paradójica, patológica, truculenta, impotente, entre hombres de uniforme y entre monjas, sin perspectiva de desahogo salvo las masturbaciones dramáticas y compulsivas, que acababan día tras día en tumefacción y sangre, incluso en el patio del colegio, durante el recreo, o en los váteres, masturbaciones más obsesivas y enérgicas cuando los soldados que me aupaban a los caballos, a pelo, en las cuadras de sementales, me apartaban las bragas para meterme los dedos y juguetear con mi vulva, cosa que me excitaba enormemente y horneaba mi imaginación todavía más, y que solo después de muchos años he reconocido sin vergüenza como algo placentero, maravilloso, no un abuso sino un deleite, una pastelería entre mis piernas.”

Angélica Liddell


“Incomunicada a causa de los encierros a los que me veía conminada por las enfermedades, el único esparcimiento exterior llegaba de mano de los hurtos. Este fue el verdadero trauma. Acataba las instrucciones de mi madre para llenar mis bolsillos de todo lo que me cupiera sin levantar sospechas. A los cinco años ya robaba puntillas a los vendedores ambulantes, lo recuerdo con claridad, robaba en las tiendas, en el mercado, en cualquier sitio robaba, en los grandes almacenes, todo a solicitud de mi madre, que también robaba. Cuando los comerciantes se daban cuenta de la sustracción, mi madre se libraba de la vergüenza zarandeándome e insultándome en público.”

Angélica Liddell



"Las necesidades profundas de las obras siempre pertenecen al secreto o incluso al inconsciente. Las obras dependen de convulsiones inexplicables que gritan por convertirse en fuerza estética. En la parte consciente existe un propósito de equiparar al artista y al criminal. Ambos, sometidos a juicio y tratados muchas veces con el lenguaje del sobrecastigo del que nos hablaba Foucault. Si a lo largo de la historia del arte se ha defendido al criminal es para defender la libertad de la expresión estética por encima de la moral, para defenderla del puritanismo que la sociedad le aplica en cada época. La literatura sadiana nace en Charenton, estando Sade preso, como protesta contra la frialdad de la ley del Estado. Y, como decía Sade, “solo se soporta la vida imaginando lo intolerable”. De cualquier modo, la necesidad primordial es la defensa del arte. Cuando sacralizamos el Mal es para mostrar mediante la estética y la belleza nuestro malestar con el mundo real. Por eso hablamos de terrorismo de la belleza."

Angélica Liddell


“Lo terebrante es algo que produce un efecto análogo al que resultaría de perforar una parte del cuerpo ya adolorida. Lo terebrante es un dolor capaz de destrozar el pecho del mundo. Una agonía extraordinaria que hizo que el luto por mis padres empequeñeciera y se antojara baladí.”

Angélica Liddell
Kuxmmannsannta


"Mediante la escritura intento transformar los miedos en algo bello."

Angélica González más conocida como Angélica Liddell



“No era mi padre, era mi madre la que aseveraba que mi coño era «un coño de revista». Supongo que mis progenitores se dirigían a mí en esos términos para excitarse.”

Angélica Liddell



"No me interesa la perspectiva social, sería demasiado plano. Trabajo desde una perspectiva filosófica que atañe a lo íntimo, al universo poético que esculpe nuestro espíritu, nuestra esencia. Mi visión del Mal hunde sus raíces en el pensamiento de Bataille. El Mal se sacraliza gracias a la hípermoral de la poesía, que es lo opuesto a la literalidad de la moral civil. El arte no se rige por la ley del Estado, sino por la ley de la belleza."

Angélica Liddell


"Quiero que el espectador rompa las barreras que le unen al mundo de lo mensurable, de lo explicable, de lo material."

Angélica Liddell


"Si a lo largo de la historia del arte se ha defendido al criminal es para defender la libertad de la expresión estética del puritanismo."

Angélica Liddell



“Sí, escribo. No sé escribir, pero escribo. Publicar es mi manera de guardar los secretos. Expresar los sentimientos íntimos no significa en absoluto exhibicionismo narcisista, ni mucho menos, la literatura es ese agujero en la pared de un palacio de Camboya que preservará eternamente un secreto, lo custodiará para los miles de millones de personas que jamás lo leerán. Escribir pensando en los lectores es vanidad. Prefiero pensar en los que nunca leen porque me hacen más libre.”

Angélica Liddell



"Siempre siento que falta algo. Una insatisfacción natural.” 

Angélica Liddell



“Tontos que saben cosas, tontos que elogian a otros tontos, tontos que colaboran con otros tontos (en la auténtica creación solo deben existir el amo y el esclavo, nada más, no se colabora. Se ordena y obedece)”

Angélica Liddell





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