Carolyn Kizer

Amoroso aliento

Voy a asesinarte con amor;
voy a sofocarte con abrazos:
voy a abrazarte, hueso por hueso,
hasta que estés del todo muerto.
Entonces cenaré con tu delicioso tuétano.

Te convertirás en mi Sahara personal
y me asolearé en ti, después de un solo trago
drenaré lo salobre que te quede.
Con mi cuchilla femenina tallaré mi nombre
en tu palma más ambiciosa
antes de talarla.
Luego inhalaré el último de tus oasis.

Y en el desierto total en que te convertirás
me habrás de ver estirada, de un horizonte a otro,
opulento espejismo.
Balcones de glicina goteando violetas.
Paisajes ardiendo en cristal, enlazados en oro.

Convocarás cada grano de arena
y avanzarás hacia mí en dunas ondulantes
hasta que arribes a un repentino azul de mar:
un Mediterráneo que acaricie tus orillas de polvo;
verdor obstinado deslizándose tierra adentro, desnudando veloz
tus tierras áridas; las suculencias brotando por todas partes,
la vida sorpresiva. Y yo seré aquel verde.

Cuando estés alimentado y rociado,
con retoños entramándose en las rejas, las cúpulas, los capiteles
hasta que resucites como un campo en flor,
habré de devorarte, mi alimento natural,
mi amo, mi última cena en la tierra,
y comenzarás a morir de nuevo.

Carolyn Kizer


Cautiverio

El cuarto tiene pocos muebles:
una silla, una mesa, y un padre.

Se sienta en la silla junto a la ventana
libros sobre la mesa.
El momento es siempre justo después del almuerzo.

Pasás en puntas de pie mientras come su manzana
y lee. Levanta la mirada, enojado.
Ha escuchado tu respirar asmático.

Leerá durante años sin alzar la vista
hasta que tu niñez haya terminado:

olores, desorden y preguntas aburridas;
sangre, desde las primeras rodillas raspadas

hasta los primeros muslos manchados.
Estúpidas lágrimas de amor adolescente.

Un día levanta la mirada, complacido
por el producto final.
¡ahora está listo para amarte!

Entonces te induce con voz reservada
a leer a Keats. Vos lo aceptás todo.

Disciplinada en el silencio y el deber,
no le darás causa de reproche.
Se jactará de vos ante extraños.

Cuando la tarde envejece
caen sombras en un cuarto más pequeño
sobre la cama, los libros, el padre.

Le leés en vos alta
«La Belle Dame sans Merci.»
Le das su medicina.
Le decís que lo amás.

Esperás a que sus ojos se cierren definitivamente,
entonces podés escribir este poema.

Carolyn Kizer



Postales desde Rotterdam

pensé
que cuando la luna estuviera llena
estaría nuevamente entre tus brazos.

Pero no.

Estoy en brazos de otro.
Y ni siquiera volteamos
a mirar la luna.

Carolyn Kizer










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