Dante Liano

“El tiempo de los violentos ya se acabo ... y ahora es nuestro tiempo, el de la gente civil, el de la gente que quiere construir paz pero con firmeza. Somos suaves y dulces, pacificos y manzos, pero firmes hasta las ultimas consecuencias. Por eso hemos ganado sobre los violentos. Por eso ganaremos sobre la gente que no sabe dialogar. Hemos perdido el miedo desde hace muchos anos, porque nos atenazo demasiado. Animo ... fuerza.”

Dante Liano


“La mayor parte de los hombres encuentran dificil la virtud. Les resulta mas simple sentir miedo.”

Dante Liano



"Los historiadores, cuyo envidiable vicio de contar los hechos reales con los instrumentos de la ficción crea un delicioso caos, en el que no se sabe dónde comienza la verdad y dónde termina lo imaginado, si no lo soñado, han creado también el arte de la cita o del proverbio memorable, sin que nunca lleguemos a saber si lo dicho por un personaje fue dicho en verdad o fue dicho durante alguna pesadilla histórica del ceñudo, cejudo y pestañudo sacerdote de los hechos pasados. Así, cuentan las crónicas de lo realmente existido que el malvado pelirrojo don Pedro de Alvarado, lugarteniente de Hernán Cortés, quien usó el arte antiguo del promoveatur ut amoveatur (o séase, darle un encargo mayor a alguien para sacárselo de encima), y nombrólo, a don Pedro, Adelantado del Reyno de Goathemala para que dejara de estar fastidiando a sus colegas conquistadores de México, que lo odiaban (siempre a don Pedro), y fuera a hacer de las suyas al sur, lo más lejos posible de la antigua Tenochtitlán; pues este extremo extremeño (don Pedro), cuyos pensamientos y acciones eran más enredados que la sintaxis de este párrafo, arrasó con los reinos de los k’ichés y los kak’chiqueles, quemó vivos a sus reyes, fundó un reino de terror y finalmente se largó a descubrir las Islas de las Especies, con tan mala pata, don Pedro, que, camino del puerto, en territorio de Chiapas, la pata del caballo en el que iba resbalóse hacia un barranco goloso que lo esperaba con las fauces abiertas, y allí dejó cuerpo y alma, no sin antes consignar a los letrados y escribanos que redactaban la historia de esas gestas, una respuesta de telenovela. Ya estirando la mencionada pata, Alvarado contestó a quien le preguntaba si algo le dolía después de que se había desbarrancado y despanzurrado con todo y caballo: “Me duele el alma”. Y con tan infeliz frase final pasó a los libros de sueños, que otros llaman libros de historia.

No hay quien ignore la frase final de César, pues se presta a más de una interpretación. El más relatado, novelado, teatralizado y filmado asesinato de la historia ve a Julio César apuñalado por sus más cercanos enemigos, un momento antes, sus más cercanos amigos, que tales son allegados de los poderosos. Todos sabemos que reconoció a Marco Bruto entre sus asesinos, y más que el dolor de las puñaladas y las ansias de la muerte, lo ganó el estupor: “¿También tú, oh Bruto?”. Frase que en lengua española puede usarse en tantas ocasiones, pues brutos abundan por todas partes y a cada rato, y ejercen con precisión sus talentos, por lo que casi cada día el hispanohablante puede repetir la aristocrática frase del emperador romano aun en los andenes plebeyos del metro o del autobús. 

Y quién no sabe la cínica respuesta del amigo Caín, hijo de Adán y Eva, y, por tanto tío de la mayor parte de la humanidad, si es verdad que todos somos hijos de Eva (¿porqué no se dice “hijos de Adán”?), y que todos perdimos al tío Abel gracias a la naturaleza profundamente humana de Caín, quien no tuvo empacho en darle a su hermano un golpe de estricto bruto, pues se relata que le estrelló en la cabeza una quijada de burro (¿no habría palos a su alrededor?) y con eso lo mandó a los brazos del Creador, quien hacía no mucho tiempo había expulsado a todos del Paraíso. Menuda sorpresa la del Señor de esa Arcadia cuando vio llegar al joven hijo de los desterrados. ¿Tan luego de regreso? Y entonces le preguntó a Caín: ¿Dónde está tu hermano? Y el otro, quizá el primer cínico de la historia (uno se lo imagina chupándose los dientes): “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”. Hombre, menos mal que no lo era. Y así pasó a la historia Caín, con todo y frase.

Todo un tratado de psicoanálisis podría escribirse sobre la frase que se atribuye a Groucho Marx, quien al ser invitado a formar parte de un prestigioso club, respondió “Nunca me inscribiría en un club que me contara entre sus miembros”.  Bien pensado, la declaración, a parte de crear una estupenda paradoja, asume que una parte de la personalidad de Groucho se considera tan superior a sí mismo, que no aceptaría compartir con esa otra parte escondida, que solo él conocía, ni siquiera el diván de un club social. En esa frase hay un tratado sobre el inconsciente que nadie va a escribir. Pero todos podríamos decir lo mismo: una parte de nosotros mismo alberga tales indecencias que, si las sacáramos a la superficie, no nos aguantaríamos.

Y todas estas divagaciones vienen a cuenta por la última de las frases famosas destinadas a pasar a la historia. Dejemos (otra vez) a Julio César con su alea jacta est; olvidemos a Churchill con su “sangre, sudor y lágrimas”; olvidemos a Kennedy con “No preguntes qué puede hacer tu país por ti; pregunta qué puedes hacer tú por tu país”; olvidemos a Carlitos Marx con aquello de que “de cada quien según sus posibilidades; a cada quien según sus necesidades”; y olvidemos el “ama a tu prójimo como a ti mismo”. Frases excesivamente largas. La más eficaz, la única, la original frase histórica es la pronunciada por Greta Thunberg para calificar las promesas de los políticos: “Bla, bla, bla”. Podemos apostarlo: pasará a la historia."

Dante Liano



"Vivían en una colonia, con las casitas elementales, una encima de otra. Estaban durmiendo, y por más que dormían como si hubieran dejado un led encendido, una especie de antena o alarma que les avisara de movimientos extraños, no se dieron cuenta de que les habían rodeado la casa. Los despertó el costalazo de un cuerpo que caía al patio, desde el techo. Y los terminó de despertar, un segundo después, el ruido de los porrazos en la puerta: “¡Abran, abran, abran!” Saltaron a los lados de la cama. Tarde. Ya estaban irrumpiendo dos hombres robustos, bajos, panzones, que se abalanzaron sobre Gabriel. No tuvo tiempo de alcanzar el arma. “Cuando me capturen”, decía Gabriel, “me voy a llevar a un par de hijos de puta por delante”. No fue así.
Otros hombres entraron en la estancia. La tiraron al suelo y la sujetaron sin lastimarla, perfectos profesionales, a pesar de que pataleaba y tiraba golpes al aire. Vio cómo se levantaban los puños de los secuestradores y oyó los golpes secos, como se oyen los golpes afelpados en las peleas de box, contra la cabeza y el cuerpo de Gabriel. Vio cómo lo levantaban, con el rostro lleno de sangre, sin que pudiera decir nada. Vio cómo se lo llevaron casi cargado, sin que los pies tocaran el suelo. Fue una operación limpia. La soltaron cuando el Ford Bronco se había alejado con su marido adentro. Se fueron sin golpearla, saltaron sobre otro Bronco y se largaron.
Ella se quedó temblando, delante de la puerta desvencijada. Ningún vecino salió. Todos oyeron el ruido, las llantas de los vehículos que chillaban, quizá hubo gritos o quizá órdenes, nadie oyó nada. En la memoria de la mujer no estaba registrado nada. No había ruidos en la violencia que la hacía estremecerse solo al recordarla. En su memoria, todo pasaba como en las viejas películas en las que usaban la cámara lenta, como suceden las cosas en las peores pesadillas. No lloró. Se puso la mano en la boca, con el gesto del que ve algo inusitado y se queda sin palabras. Se lo habían llevado. Lo habían secuestrado. Lo peor que habían imaginado estaba pasando y ella no lo podía creer. Gabriel pasaba a las listas de los desaparecidos. Y los desaparecidos no se encontraban nunca. O se encontraban muertos."

Dante Liano
Los sobrevivientes















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