Héctor Libertella

"Para relacionar el malestar con el fulgor voy a una vieja anécdota. Cuando era chico y vivía en Bahía Blanca, me impresionaba el mendigo de la plaza. Era un personaje muy flaco y sucio. Yo me compadecí de él durante ocho años, hasta que un día mi padre me dijo: "Es Fulano de Tal, el hombre más rico de la ciudad. Y el avaro más grande. Acercate un poco y vas a ver cómo le brillan los ojos de codicia." Después agregó: "No te engañe su apariencia. No es oro todo lo que reluce". Yo era entonces muy chico para enfrentar tantas paradojas, pero ese pobre hombre rico no sé por qué me fascinó y me iluminó como un modelo alquímico. Como si las penurias de su cuerpo se transmutaran todas en el brillo de oro de sus ojos. Es la primera forma que me permite relacionar malestar con fulgor. Edgar Poe murió hecho un desastre, dicen de alcoholismo y demencia senil precoz a los 41 años. "¡Ah, pero dejó la luz de El cuervo, las Aventuras de Arturo Gordon Pym y todos sus relatos!", agregará la crítica. Paradigmático o como sea, me parece que este caso no nos sirve para la reunión de hoy, porque estar mal como Poe es estar enfermo y tener malestar es, en cambio, sentir simplemente angustia, ansiedad, congoja, desasosiego, desazón, inquietud, intranquilidad, nerviosidad. Es decir, las cosas vulgares (no sé si llamarlas neuróticas) que de a ratos puede tener cualquiera todos los días o incluso todo el día durante un tiempo prudente. Si pensamos las relaciones entre arte y enfermedad la historia es larga y depende de los dictados de la moda. Y tiene que ver con qué se considera salud y qué enfermedad en distintas épocas. Ustedes saben que contra los clásicos sanos, influyentes y canónicos del siglo XIX, el romanticismo tomó una diagonal: "La enfermedad es bella". La tuberculosis, la anemia, la discreta tos y el suicidio se hicieron símbolos de prestigio. La proximidad de la muerte, un pasaporte a la gloria."

Héctor Libertella
¿La enfermedad es bella?



"Un monolito, una enorme losa de cristal que apareció en su territorio es lo que los primates miran con mirada boba en 2001. Odisea del espacio, de Arthur C. Clarke. Sin que lo sepan siquiera, ese monolito les va dando carácter humano. Parecen aquellos parroquianos que desde el bar miran el único árbol de la plaza con la copa llena, ahora, de loros.
La tribu, podríamos decir, no se transforma. Simplemente se "modifica", recibe su "modo" humano o se hace más humana en contacto con esa losa que no significa nada para nadie.
Con ojos perplejos, los parroquianos del bar tampoco saben que ese árbol los esta modificando, les esta dando una manera de mirar desde la barra (del signo). Igual que la mirada de los lectores cuando leen una literatura que no significa nada para nadie, y sin embargo se dejan hacer por ella, se hacen, créase o no, más lectores.
El pescador aquel que ahora está lanzando su enorme red en altamar no necesita saber cuáles son las proporciones de agujeros y de hilo en esa red.
Asimismo no es necesario saber leer para sentarse frente a un libro.
En el ghetto, el analfabeto no está antes del proceso de lectura sino al final-otra vez Claudel.
Recién después que advino la literatura él empieza (aprende) a leer."

Héctor Libertella
El árbol de Saussure 

























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