Hernán Lara Zavala

"Como a las siete de la noche su padre las despedía pues aunque las visitas podían prolongarse hasta las ocho, él exigía que a esa hora ya estuvieran en casa. Durante el trayecto de regreso Mónica le preguntó alguna vez a Isabel: ¿Quién te hubiera gustado ser Rowena o Rebeca? Qué pregunta, contestó Mónica, claro que Rebeca... ¡Mónica! ¿Estás loca o qué? Rebeca no aceptó ser cristiana cuando Bois Guilbert le propuso casarse con ella... Pero Mónica hizo un gesto de desdén con los hombros y se quedó callada mirando hacia la calle mientras el tranvía avanzaba veloz en medio del amplio camellón que había entonces al sur de la avenida Revolución.
Su padre se restablecía poco a poco: primero le quitaron el yeso del torso y le dejaron sólo el de las piernas. En una de tantas visitas, casi al final de la convalecencia, las dos hermanas se encontraron con que la administración del hospital había colocado a otra persona en el mismo cuarto que a papá. Era un muchacho joven, de unos veinte años, con una pierna enyesada suspendida en alto por medio de una polea. Tenía el cabello claro, la piel muy blanca y su complexión era robusta. No era mal parecido. Ese día, tan pronto llegaron Isabel y Mónica, su padre les pidió que corrieran la cortina que separaba una cama de otra con el fin de continuar con la rutina establecida entre ellos. El jueves siguiente Isabel terminó de comer antes que Mónica y subió a arreglarse a su cuarto. Apúrate Moni o no vamos a llegar a tiempo gritó mientras ella aún estaba a la mesa. Cuando salieron Mónica notó que ese día Isabel iba a la visita sin el uniforme del Regina. Tampoco llevaba su acostumbrado y viejo portafolios heredado de su padre; se había maquillado, discretamente, pero la diferencia era notable. Ya en el hospital Isabel saludó cortésmente al joven que compartía el cuarto con su padre y leyó con más corrección que nunca. Pero cuando papá le indicó que se detuviera, que continuarían durante la segunda visita, Isabel, en lugar de dedicarse a estudiar, como había sido la costumbre, se dedicó a conversar contenta, risueña y con los ojos muy abiertos que parpadeaban una, dos veces y se deslizaban para mirar con el rabillo del ojo a la cama de junto. Hasta salió de la habitación un par de veces en una sola tarde ¡ella!, Isabel, que siempre la reprendía cuando necesitaba ir al baño en lugares públicos, costumbre frecuente en Mónica a pesar suyo.
El sábado siguiente encontraron a papá en amistosa charla con el joven de la cama de al lado. Se los presentó formalmente y cuando Luis supo que el muchacho se llamaba José Luis, casi como él, y que era aviador, lo convirtió en su héroe: ¿has piloteado aviones de guerra? ¿Te has aventado en paracaídas? También Isabel hizo algunos comentarios y fue entonces que se enteraron de que él había tenido un accidente, fíjense qué chistoso, no en un avión sino en una motocicleta: una parte del fémur se me hizo añicos. Lo malo es que después de tres meses de andar con la pierna enyesada el hueso no había logrado soldar debidamente así que me hospitalizaron y tuvieron que colgarme la pata. En esas andaban cuando llegó a la habitación una señora de rostro serio y dominante que resultó ser la madre de José Luis. Los ojos de la señora recorrieron a Isabel, a ella, a mamá y se detuvieron en papá. La señora esbozó una fría sonrisa y corrió la cortina que separa una cama de otra.
Ese martes Mónica oye hablar a Isabel y a José Luis en voz baja, ahora que papá se halla dormido. Mónica se hace la desentendida y finge concentrarse en su tarea; siente un poco de compasión por el muchacho aquel que de primera impresión se ve tan fuerte, tan buen mozo y que, sin embargo, está tan lastimado, tan desvalido, tan solo con esa mamá tan pesada... y siente también una incontrolable irritación contra su hermana Isabel, un disgusto cuyo origen no alcanza a comprender pero que hace que la acostumbrada seguridad, la amabilidad y hasta la belleza que la han caracterizado como niña modelo y que han hecho que hasta ella, Mónica, la admire, le parezcan en ese momento no sólo desagradables sino repulsivas."

Hernán Lara Zavala
La hermana


El amor es un terreno peligroso, enigmático, espinoso e irracional. Lo sabemos perfectamente y aun así nunca nos cansaremos de leer sobre el tema. Principalmente cuando se trata de novelas y personajes emblemáticos que discurren por adversidades de las que todos queremos ser partícipes. Y qué mejor que conocer la visión y los puntos clave de escritores como Nabokov, Rulfo, Shakespeare, Proust y Joyce, entre otros, para comprender o por lo menos explorar cómo son vistos el amor y las relaciones humanas en distintas etapas de la literatura.

Pero lo anterior sólo es una pequeña parte de lo que nos depara “La prisión del amor y otros ensayos narrativos” de Hernán Lara Zavala, pues este libro abarca desde las utopías y distopías literarias hasta la relación etílica de diversos autores, pasando por las desembocaduras literarias de Nietzsche y la pugna que existe entre las ciencias y las humanidades. Todo en uno. Así, sin mayor complicación o interrupción alguna, comenzamos este viaje con el ensayo que le da nombre al libro. En él, Lara Zavala crea una interesante conexión entre las mejores novelas eróticas del siglo XX, ya que en muchas de ellas el protagonista suele ser un desadaptado social cuya percepción del amor se concentra en retener a la fuerza a su objeto amado. Y para ejemplo tenemos a Humbert en “Lolita”, Frederick en “El coleccionista” y Marcel en el tomo titulado “La prisionera” de “En busca del tiempo perdido.

Dividido en 15 ensayos, el libro resulta un cautivador desfiladero de referencias literarias y un tanto filosóficas. Sin embargo, esto no representa una barrera en caso de no estar familiarizado con la obra de casi un centenar de autores que se mencionan a lo largo de todo el texto. Pues, al contrario de muchos otros ensayos, “La prisión del amor” se lee de una manera más amena, llena de anécdotas, suspensos y datos misceláneos que acompañan esta singular narrativa.

La vida y obra F. Scott Fitzgerald también se analiza en uno de los ensayos que lleva por nombre "La estética del fracaso", donde conocemos las ambigüedades que rodearon al escritor de una de las mejores novelas del siglo pasado. De igual manera, otro ensayo dentro del libro es dedicado al fascinante tema del doble en “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde” de Robert Louis Stevenson.

Otro de los temas que Hernán Lara Zavala detalla es la evidente coyuntura entre las utopías y distopías novelísticas del siglo XX, particularmente en los trabajos de Aldous Huxley con “Un mundo feliz” y George Orwell con “1984”. Del mismo modo, se analizan las poéticas de “Bajo el volcán” de Malcolm Lowery, monumental novela basada en su experiencia personal que describe la tragedia íntima de un país como México.

Por último, el autor se pregunta por qué razón Nietzsche se ha convertido en el filósofo preferido de literatos y poetas. Desde luego su influencia ha marcado el trabajo de muchos artistas, pero este último ensayo revela los múltiples motivos que desencadenan la atracción por el legendario filósofo.

Pero sin duda, uno de los mayores logros de “La prisión del amor y otros ensayos narrativos” es la exhortación que hace para leer un sinfín de relatos históricos, literarios, filosóficos y sociológicos. Para adentrarnos aún más a un mundo repleto de motivos y palabras que intentan esclarecer las ambigüedades de la condición humana.

Hernán Lara Zavala
La prisión del amor y otros ensayos narrativos. México, Taurus 2014, 311 pp.



“Empecé a escribir a los 18 años y en ese entonces comencé a tener la lejana ensoñación de que quería ser escritor… Fue el movimiento de 1968 lo que me cimbró en términos vocacionales y políticos.”
Hernán Lara Zavala



“Gran parte de la diferencia con mis contemporáneos es la influencia que yo tuve de la literatura inglesa y norteamericana y sobre todo, que no soy un escritor barroco, soy un escritor muy directo. Me gusta la frase que dice: la buena prosa es aquello que dice las cosas naturales sin ser obvias.”

Hernán Lara Zavala






















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