José de Diego

A España

I

A través del Atlántico desierto,
veo tu imagen, que la niebla esfuma,
rígida hundirse entre la blanca espuma,
Cristo yacente en el sepulcro abierto.

¿Has muerto? — Sí. — Como Jesús has muerto,
para surgir con la potencia suma…
¡Bajo la sombra, que a tu cuerpo abruma,
tu espíritu inmortal brilla despierto!

¿Quién celebra en América tu muerte?
¿Quién maldice el altar de tu memoria?
¿Cuál de tus hijos te injurió con saña?

¡Ah, miserable ciego, que no advierte,
como un río de luz sobre la historia,
la mirada de Dios guiando a España!

II

Guíate al bien, al porvenir dichoso,
con la enseñanza del dolor: tu llanto
es un nuevo bautismo, tu quebranto
es redención y tu quietud reposo.

¡Término al sacrificio generoso,
la cruz es una escala al cielo santo,
y el último gemido empieza el canto
de la ascensión, el renacer glorioso!

¡Oh, madre de naciones! Llega el día
de tu imperio feliz: de tu alma oriundos,
cien pueblos glorifican tu destino…

¡Y, centro de la luz y la armonía,
gira hacia ti, como hacia el Sol los mundos,
el Universo de tu Sol latino!"

José de Diego 


A Laura

"Laura mía: ya sé que no lo eres;
mas este amor, que ha sido flor de un día,
se olvida a solas de que no me quieres

y, en medio de mi bárbara agonía,
¡te llama a gritos, con el mismo grito
de aquellos tiempos en que fuiste mía!

Yo necesito hablarte, necesito
saber por qué me arrojas al destierro,
de tu perjuro corazón proscrito,

cuando, feliz en su adorable encierro,
al ideal querido me acercaba,
con fe sublime y voluntad de hierro;

cuando mi voz triunfante te aclamaba
¡y ya mi pobre alma, ánima en pena,
con las alas abiertas te aguardaba!

Yo aun te defiendo, porque tú eres buena
y de tu dulce corazón no pudo brotar
la amarga hiel que me envenena;

de esta espantosa realidad aun dudo
y no sé quien me preparó, cobarde,
por detrás y a traición, el golpe rudo.

Ya es tarde, Laura: por desgracia es tarde;
mas si estás inocente… ¿por qué muda,
si aun la pasión en mis entrañas arde?

Prestárame tu voz su noble ayuda,
cuando al altar de nuestra fe sencilla
cubrió el velo de sombra de una duda…

La luz se impone: la inocencia brilla…
¡tú bien pudiste disipar la sombra,
hija del sal trigueño de Aguadilla!

¡Aun tu silencio criminal me asombra!
¡aun hay un labio, a la traición cerrado,
huérfano de tus besos, que te nombra!

¡Aun me acuerdo del ángel malogrado,
verbo de nuestro amor, como el Dios hijo,
concebido sin mancha ni pecado!

Aun al ángel en sueños me dirijo…
¡larva de luz, que en el sutil capullo
no sintió de la vida el regocijo!

¡Aun me enardece el lánguido murmullo
que repercute el eco, en mi memoria,
de tu primer voluptuoso arrullo!

Tú sabes bien que es dulce nuestra historia
y que este infierno, a que el amor me lanza,
fue cielo un día y comenzó en la gloria.

Mi pobre corazón es siempre el mismo.
¡Ángel guardián, que con temor me augura
la presencia secreta del abismo!

Pero ¿quién, que haya vista tu hermosura
sabe si es luz de sol o de centella
la que en tus ojos de mujer fulgura?…

Agita en ti la muerta remembranza
de aquel momento, del momento triste
en que puse en tus manos mi esperanza,

¡y te verás culpable! Sí, lo fuiste…
No sé par qué presentimiento extraño
yo quise huir… y tú me detuviste.

Recia batalla el día del engaño
libraron el amor y el egoísmo,
que adivinaba mi futuro daña.

¡Cuidado que eres cariñosa y bella!
¡Qué tarde aquella le de aquel gran día!
¡Qué día aquel el de la tarde aquella!

¡Aun vive en mis oídos la armonía
con que la danza comenzó gimiente,
como una niña enferma que sufría,

y en mis ojos tu imagen sonriente,
como un ángel asido por un ala,
del brazo mío y de mi amor pendiente!

Mi dolor es horrible; pero exhala,
como el opio que abate y se sahúma,
su ardiente esencia en vaporosa escala.

Y, esperando que mi alma se consuma,
absorbo, en el recuerdo adormecido,
el tósigo que brilla y que perfuma…

¡Ay, porque va mi corazón herido
muriéndose de frío, poco a poco,
como se muere un pájaro sin nido!

Porque aun te quiero y mi dolor sofoco
en medio de este malestar sublime,
tengo accesos de furia, como un loco,

en que el león enamorado gime…
¡y una venda de sangre, que me ciega,
y una cosa en el pecho, que me oprime!

En la callada y pertinaz refriega,
que pensamiento y corazón sostienen,
triunfa el delirio y la razón se entrega.

Dulces recuerdos a alentarme vienen
de mis benditos lares borinqueños,
que algo del fuego de tus ojos tienen,

y, del incendio que provocan dueños
te hacen surgir: entre las llamas brillas,
vesta inmortal del templo de mis sueños.

¡!y cae el pensamiento de rodillas
vencido, al fin, y en largo desvarío
te jura el pobre corazón que humillas

que, hasta que sienta de la muerte
serás tu mi alimento cotidiano,
pan de azucena del anhelo mío!!

Mas, no por eso me verás, villano,
en aras de este amor que me atormenta
sacrificar mi dignidad en vano.

Yo sé luchar: la juventud me alienta
y tengo, a fuerza de correr los mares,
la frente acostumbrada a la tormenta.

Y si no puedo, en bien de mis pesares
lanzar tu efigie de mi pecho inerte,
como se arroja a un dios de sus altares,

sabe que a los sarcasmos del la suerte,
más débil sigue el corazón latiendo,
pero también la voluntad más fuerte.

No temas verme sucumbir; comprendo
que hay una sima entre los dos abierta,
y ha de estar siempre, ante el abismo horrendo

el centinela del honor alerta:
no temas, pues, que el desdeñado altivo,
limosnero de amor, llame a tu puerta!

Y si te escribo, Laura, si te escribo,
es que no puedo padecer ya tanto
sin dar a mi amargura un lenitivo;

¡es que me ahoga y que me ciega el llanto
y, cual huyen del rayo las gaviotas,
huye del alma tormentosa el canto,

que se revuelca, en abrasadas notas,
con el dolor del águila viuda,
que cae del cielo con las alas rotas! …

No es que mi pena, que mi pena aguda,
como a un sepulcro, a remover el fuego
del amor muerto, a tu piedad acuda,

ni a reclamar el juramento ciego
que, pálida de amor, me hiciste un día
con voz tímida y leve, como un ruego….

¡Es que entona su ultima elegía,
canto de cisne, doble de campana,
esta pasión asesinada mía!

¿Y tú, en tanto, qué piensas?… Si mañana
la luz extinta a resurgir volviera,
siniestra luz que del carbón emana,

¿saldrás indemne y pura de la hoguera?
¡tal vez vuelve la vida a los desiertos
y torna al alma la ilusión primera!

¡Cuidado, Laura! que los sueños muertos
ángeles catalépticos que agitan
sus alas en la sombra, están despiertos

y a los reclamos del amor se irritan…
¡Entiérrame muy hondo y ten cuidado,
que los muertos del alma resucitan!

Pero no podrá ser: miro asombrado
que aquella de una noche breve historia
fue una leyenda de hadas, que ha acabado.

Ficción no más, relámpago de gloria
que encendió en mi un altar y que ha tenido
cuna en tus ojos, tumba en tu memoria.

Echa tú el cuento de hadas al olvido
y no turbe tus goces el desvelo
de éste, que es tuyo, corazón rendido.

Vive tú: muera yo: nunca mi duelo
te asalte en sueños, cual visión extraña…
¡y que Dios te perdone desde el cielo,
como yo te perdono desde España!"

José de Diego 


Aleluyas

Caballeros del Norte mirífico y fecundo, 
también el centro es parte de la bola del mundo.

Por una loca audacia de la extensión esférica, 
estas pobres Antillas son un poco de América.

En el principio cuando el agua florecía,
Dios las alzó del fondo con un fulgor del día.

Y, después de los siglos, viniendo del oriente,
los indios habitaron Islas y Continente.

Y, pasando otros siglos, triunfantes en las olas,
llegaron a estas Islas las naos españolas.

Naves maravillosas, carabelas divinas,
aunque con el defecto magno de ser latinas.
Pues, cuando aparecieron las naves puritanas,
resultaron las tristes carabelas, enanas.

Sobre todo aquel día, en que la gente ibérica se
hundió con sus cruceros en los mares de América.

El día en que llegásteis, con espléndido porte,
Los ultrapoderosos Caballeros del Norte.

Perdonan, Caballeros, al cielo y la tierra,
Que hayan hecho a estas islas, mucho antes de la guerra...

Perdonad que estuviéramos tantos hombres nacidos,
sin que en ello mediaran los Estados Unidos.

Nacidos en América, sin que mediárais vos,
por un atrevimiento de la bondad de Dios.

No somos los más fuertes, ni los dominadores,
pero somos los hijos de los Descubridores.

Vástagos infelices de aquel tronco sin jugo,
que floreció en las almas de Séneca y de Hugo.

Sabemos los misterios de la Filosofía
y del Arte en que reina la santa Poesía.

Pero nada sabemos, en el país del Sol,
del Arte del Gobierno, como en Tamany Hall.

Ni sabemos del salto mortal de las doctrinas,
que puso a California al pie de Filipinas.

Perdonad, Caballeros, si estamos inconscientes
de vuestras concepciones del Derecho de gentes.

Ignoramos aquellas sublimes concepciones,
que os dieron la simbólica Isla de los Ladrones.

Ignoramos, en estos históricos reveses, 
la lengua y el sentido de los pueblos ingleses.

Hablamos otra lengua, con otro pensamiento,
en la onda del espíritu y en la onda del viento.

Y os estamos diciendo hace tiempo en las dos,
que os vayáis con el diablo y nos dejéis con Dios.

José de Diego 


Ante la Historia

I

Lanzó el cacique belicoso grito,
al avanzar de la española quilla,
pero dobló indefenso la rodilla
ante la Cruz del Redentor bendito.

Y en las propias murallas de granito
que alzó a su ilustre pabellón Castilla,
hoy la bandera americana brilla,
como un fragmento azul del Infinito,

¿Bajó el cielo a la tierra borinqueña?
¡Ay, la gloriosa insignia iluminada
entre sombríos ámbitos domeña!

Y, como el indio ante la cruz sagrada,
so inclina del pueblo, ante la noble enseña
puesta, como la cruz, sobre la espada…

II

El Hijo Dios, en el sepulcro inerte,
marcó a los hombres su infeliz destino
y siempre llega, desde el Ser divino,
la redención en símbolos de muerte.

Mas, por influjo de la misma suerte,
al término angustioso del camino,
de la honda tumba al cielo cristalino
surge el dolor, que en triunfo se convierte.

Tú, Patria, no: vivificante lumbre
te envuelve con magníficos fulgores,
a la entrada del nicho funerario…

Vas al Gólgota, esperas en la cumbre;
ni mueres, ni resurges… ¡tus dolores
te llevan de un Calvario a otro Calvario!

III

¿Qué más? De un pueblo poderoso y justo
llegó a tu suelo el pabellón triunfante,
en que la libertad marcha radiante,
como la hostia bajo el palio augusto.

Y aun, en las sombras del poder vetusto,
miras la nueva redención delante
¡y vives por su luz, agonizante,
en el lecho de hierro de Procusto!

Contempla, desdo el fondo de la umbría,
el humo azul de tus ficciones bellas
en la fugaz constelación que ardía…

¡Sigue en la oscuridad sus vagas huellas!
¡Para ti, desgraciada tierra mía,
se apagan en los mares las estrellas!

IV

Se apagan las estrellas en los mares
y, en medio de la sombra que te encierra,
buscan tus hijos en lejana tierra
otra luz, otra patria, otros altares.

Al son de los clarines militares,
entraban los valientes de la guerra
y la mísera grey, que se destierra,
los recibió con palmas y cantares.

Por aquel sitio fue que los caudillos,
del navío rugiente al duro estruendo,
llegaron con fusiles y cuchillos…

¡Por allí mismo, y en opuesto bando,
entraron los exóticos riendo
y salen los nativos sollozando!

V

Con ellos vino el arma vencedora,
la fuerza, la conquista, el vasallaje…
El derecho no salta al abordaje,
la ley se asusta de la mar traidora…

Aquella gran Constitución, aurora
de un siglo, cual de un mundo, es un celaje;
brilla en su cielo, flota en su paisaje,
pero encerrada en su paisaje llora…

¡Llora!… Sobre sus tablas ofendidas,
el Águila se eleva soberana
con el rayo en las garras encendidas…

¡Llora, porque es la Libertad humana!
¡Llora por las colonias oprimidas,
si es libertad y si es americana!

VI

¡Oh, Libertad de América! Tú tienes
la bandera y el libro de los mundos;
tus dogmas son, como del cielo oriundos,
vivo y perpetuo manantial de bienes.

Tú que, cual Dios, propagas y mantienes
el cosmos en los círculos profundos;
tú, que llevas los gérmenes fecundos,
vendrás al pueblo que en tu fe sostienes.

Vendrás al pueblo que en tu amor se forma,
circundada de aquellos resplandores
que dejan una estrella en cada rastro…

Si se perdiera tu divina norma,
Washington y Bolívar creadores
descenderían a formar el astro.

VII

¡Resurge, Patria! Si el dolor te oprime,
es que el fuego de Dios te constituye;
porque del choque y del combate fluye,
como do Dios, la creación sublime.

¡Ay, cuando un pueblo en la impotencia gime
y en fratricida guerra se destruye,
ni vence como Júpiter, ni huye
como Astrea inmortal, ni se redime!

¡Otro es el triunfo y otra la pelea!
¡Resurge, Madre, ante la luz preclara,
y une a tus hijos en la santa idea!

Te enardece el amor; la fe te ampara…
Si hay que llegar al sacrificio… ¡sea!

¡¡y de rodillas todos en el ara!!…"

José de Diego


Arte poética

A una coqueta

Una leyenda, tu azarosa vida;
tu espíritu voluble, una dolora;
tu boca un madrigal es que atesora
la dulzura en sus frases escondida.

Es de tu frente la risueña aurora
idilio tierno que al amor convida
y en tu faz palpitante y encendida
una égloga de flores puso Flora.

De una armonía celestial emblema,
tienen tus ojos la cantante llama
que alumbre y da la inspiración suprema.

¡Y todo en ti es poesía y todo ama!
¡Y no eres un magnifico poema
porque eres un magnifico epigrama!

José de Diego 


En la brecha

Ah desgraciado, si el dolor te abate,
si el cansancio tus miembros entumece;
haz como el árbol seco: Reverdece,
y como el germen enterrado: Late.
Resurge , alienta, grita, anda, combate,
vibra, ondula, retruena, resplandece…
Haz como el río con la lluvia: ¡Crece!
y como el mar contra la roca: ¡Bate!
De la tormenta al iracundo empuje,
no has de balar como el cordero triste,
sino rugir como la fiera ruge.
¡Levántate! ¡Revuélvete! ¡Resiste!
Haz como el toro acorralado: ¡Muge!
O como el toro que no muge: ¡Embiste!

José de Diego 



"Infinito es el progreso."

José de Diego Martínez


"Quien busca la belleza en la verdad es un pensador, quien busca la verdad en la belleza es un artista."

José de Diego 


Rayos de luna

Aquí, en el mar insomne, cual mi anhelo,
busco la paz, el sueño busco en vano...
su fulgor lanza lívido y lejano
a luna muerta... ¡oh soledad del cielo!

Tiembla en la onda, que ilumina, el rielo,
el rielo palpitante, tan humano
que imita la escritura de una mano
el temblor de un adiós en un pañuelo...

No puede ser casualidad... no puede...
yo estoy leyendo sobre el Mar Caribe
lo que en mi propio corazón sucede...

Y es que aquel nombre que jamás exhibe,
el dulce nombre, que a mentar no cede,
mi alma de luna sobre el agua escribe...

José de Diego 


Sombra

"Sombra lejana de un frenesí,
antigua sombra que viene y va,
pensaba en ella, cuando la vi,
pálida y triste como ahora….

Cerca del lecho, fijos en mí
aquellos ojos marchitos ya,
era la misma que estaba aquí…
¿Cómo ha podido volver de allí?

Pálida y triste, como la Fe,
toda la noche rezó y lloró,
toda la noche la pasó en pie…

¡Y con el alba se disipó
la pobre almita, que yo adoré,
de la muchacha que me engañó!"

José de Diego 










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