Kendel Hippolyte

Hermano Hueso

No sólo hermanos, éramos unidos.
Muerte, primer hijo de mi madre
Y yo, éramos uno.
Como hermano mayor, me aconsejaba constantemente,
Me aguijoneaba, me espoleaba hacia mi bien.
Era brusco, incluso burlón, mas sin malicia.
La mayoría de la gente lo consideraba duro: de hecho,
mis amigos cercanos le decían Hueso
(en secreto) y me decían que era demasiado exacto,
severo en su perspectiva, cruel.

Tal vez lo era, nunca lo supe.
Yo lo seguía, lo idolatraba porque
era calmado, sabio, profundo a la forma
de todo lo viviente -cada hoja, pájaro, bestia
u hombre. Me enseñó cómo ver.
Existía una claridad, cada cosa poseía un halo
cuando Muerte, mi hermano Hueso
me la señalaba.

nunca estuve solo.
Yo lo amaba, por su fría luz que mostraba
la verdad en las cosas.
Lo extraño ahora.

Kendel Hippolyte




Mammon

fantasma, espíritu guardián de los bancos, corporaciones transnacionales,  
acuerdos a pleno día en cloacas con aire acondicionado
demonio, comiendo la carne de nuestra infancia muerta
fantasma, efluvio de la enraizada inocencia en la  bóveda craneana
fantasma, cortina de humo entre mi ser y tu ser
cuyo lenguaje es un sí siseante a la corrupción
que saliva hipocresías y se acicala la lengua con musgo
que se desliza entre Hombre y Mujer
que nos multiplica tan sólo para dividir
que suma y luego resta a cero
fantasma, resbaladizo como calles de ciudad húmedas de noche
piel de vinilo y reluciente de artificios
cuya cantera es una mina de oro cerca de Johanesburgo
Mammon
observando crecer a nuestros niños
nunca cerrando ojos de níquel acuñando sus imágenes 
obsérvalo, este dios
sonando como a dados, como a treinta piezas de plata
obsérvalo 
moviendo rápidamente su verde lengua prometedora
obsérvalo
sonreír como una billetera abriéndose
obsérvalo
mientras te susurra a ti ahora.

Kendel Hippolyte




Modistas del progreso

Porque tú no haces caso de las voces de la Imaginación,
ni de las lenguas de los árboles ni de las voces de los poetas,
la tierra hará erupción en una conspiración de poesía y naturaleza.
Terremoto y derrumbe partirán y pulverizarán en escombros

tus altos y Baálicos ídolos de concreto y metal.
El fuego consumirá los palacios prefabricados
hinchados como furúnculos en nuestra tierra inflamada.
El viento destrozará las flacas ilusiones de vidrio coctelero de nuestro progreso
en una brillante lluvia de polvo
sobre ruinas de casinos y altos cementerios humillados.
El océano rechinando los dientes ante nuestra depravada línea costera
espumajeará corrosiva espuma que disolverá tus piedras angulares-
ellas retornarán a la arena.
Pero las palabras del poeta permanecerán.

Los escucharás profetizando en el huracán,
sus advertencias en el oscuro océano susurrando hacia tus aposentos.
Serán las palabras del poeta viniendo hacia ti
en el tronante sermón del derrumbe,
en el vengativo viento blasfemando a través del valle,
la crepitación del sol enloquecido.
Y cuando la tierra haya dicho y recibido lo suyo,
luego, en el verde tiempo de la sanación,
habrá otras palabras, otorgadas a otros poetas.
Habrá piedras preciosas con poderes curativos;
mezcladas con tierra, envueltas en hojas y usadas como emplastos,
ellas protegerán a los niños que las reciten.
Pero estas palabras ahora - son para ti,
Piedras de David, halladas en el río de la reflexión
y recogidas en el poema, listas.
Vengan, modistas del progreso, vengan.
Ustedes tienen los puños de acero de la ley,
las monedas de plata del soborno, el revólver.
Mas cuando ven a un poeta escribiendo poemas,
corren.

Kendel Hippolyte




Tradición 

una vez, cuando niño
abría libros, esperando
que cada uno fuese un cofre con palabras
pensamientos que se enzafiran en la oscuridad
profundamente al interior de la mente de un hombre.
busqué sentimientos que habían cristalizado
en lenguaje- una palabra como “lujuria”
hacia guiños como un rubí en un ombligo,
“misterio” era una esmeralda, la “risa” era una amatista
y una vez, encontré, y luego perdí
una extraña palabra, una sin facetas, integra 
casi más allá del último suspiro y pronunciada mejor en secreto:
la palabra “paz”, como una perla.
cuando era joven, nunca escribí un poema.
las palabras revolotearon, bellas y salvajes
en sus cerrados cajones, brillantes con las riquezas
de las mentes de sus creadores
y, como niño, fue suficiente.
jugué y luego las devolví.

no recuerdo
haber sido un ladrón
o quizás (¿tal vez perdiendo aquella perla?)
hice de mi cabeza un casco, sellado
la riqueza de sentidos que no me habían importado:
las palabras son los únicos diamantes que no puedes robar.
ahora las palabras traquean en mi cráneo
dados cargados en un cubilete resquebrajado
y yo tengo miedo de arrojarlos
y no hay forma de devolverlos
excepto algunas veces, como ahora,
dentro del poema.

Kendel Hippolyte




Venta: un rap del milenio
 
Para George Lamming
 
Todo tenía que venderse, había cosas nuevas que ofrecer
El viejo surtido en liquidación, el siglo terminaba
Un último frenesí de adquirir y gastar
Mercancías abundantes desde el cielo hasta el infierno
Ganancias a escala gigantesca
Era la venta del siglo
En el siglo de la venta.
 
Había platos para cereales hechos de calaveras de Cambodia
Finas esculturas de esqueletos de Etiopía
La gente va frenética hacia los zapatos, de todos los tipos y todos los números
surtidos limitados de las fábricas de Auschwitz
Y se licitaba por el Santo Grial
En la venta del siglo
En el siglo de la venta
 
Grandes surtidos de órganos, internos, externos
Placentas e hígados nuevos, globos del ojo sin usar, corazones nuevos
Megagalones de sangre, silos llenos de tuétano
Un tráfico enérgico de dirección única en partes usadas del cuerpo
Del Sur al Norte, del Este al Oeste, al por mayor y al por menor
Los pobres se vendieron a sí mismos
En el siglo de la venta
 
Demanda y oferta reinaron en las grandes aulas
Los datos eran caros; la sabiduría, gratuita
Una producción del conocimiento que las corporaciones patrocinan
Comida rápida intelectual, cortesía de McD
Y Oxford y Cambridge y Harvard y Yale
Fueron compradas por el Coronel
En el siglo de la venta
 
Vino Mefistófeles, brindando diamantes y oro
Pero no atrajo cliente alguno, todas las almas estaban vendidas
Atadas en inversiones, puestas en bonos y en acciones
Selladas en una cartera, cerradas en una caja fuerte
Satanás ofreció el mundo entero –y fue en vano–
Las almas no valían para nada
En el siglo de la venta
 
En siglos pasados, la muerte era la que igualaba a todos
Y el nacimiento era el principio de todas las posibilidades
Ahora en la muerte no había ningún uso, un cheque sin fondos
Y el nacimiento era negociable, dependía de los honorarios
Asesinatos por contrato, bebés por correo electrónico
Todo fue lo mismo
En el siglo de la venta
 
El dinero compró literalmente el tiempo y el tiempo se transformó en dinero
Encontraron modos de convertir milenios en millones
Así que con niños pobres/muertos de los barrios bajos y patricios ricos/viejos
Llegamos al final del siglo veinte
La historia con etiquetas puestas con sus precios, futuros en venta
Toda la alegría y la razón por vivir vuelta seca y dura
pero había que venderlo todo o quebraría el mercado
Y ahora la historia gritaba un último gemido amargo
Por valles de pavor con sus minas explotadas, lluvia ácida
De majestad astuta
 
Las derivas grises del desorden, desechos blancos de los muertos
Para el teletipo de cotizaciones balbuciendo sus oscuras
Líneas de ganancias
Para la ausencia de esperanza, de amor y la muerte que no muere
La historia gritaba por todo lo perdido
Por el incontable, impagable, insostenible precio
De una avaricia tan enorme que era de escala cósmica
Y había regido todas nuestras vidas
En el siglo de la venta

Kendel Hippolyte









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