Laurie Lee

"Ay, cómo trabajaban las chicas entonces; antes del amanecer ya estaban en pie, muertas de sueño, para disponer veinte o treinta fuegos. Barrer, fregar, limpiar y pulir se hacía sólo para volver a hacerlo. Lavar montañas de vajilla y cubertería, corretear escaleras arriba y abajo; y aquellas campanillas irascibles que empezaban a resonar como en una rabieta… Justo cuando lograbas sentarte un instante."

Laurie Lee



"Era el punto culminante de la recolección y había esparcidas por los campos personas de extraordinaria luminosidad, como mariposas, trabajando solas o en grupo, y vestidas para el apogeo de la luz: camisas y pantalones azules y sombreros anchos dorados atados con telas verdes y escarlatas. Las hoces, sumergidas en el trigo, coleteaban como peces con relampagueos rítmicos de azul y plata; y a mi paso, los hombres se erguían y se resguardaban los ojos, mirándome pasar silenciosamente.
(…)
Madrid tenía aliento de león, además; algo fétido y picante, mezclado con paja y jugos podridos de carne. La propia Gran Vía tenía un rugido de león, aunque inflado, como de un animal de circo: ancha, afectada y un poco sórdida, y con dos hileras de edificios como dientes rotos.
(…)
Así es como yo lo recuerdo: bajo los tejados de terracota, una proliferación de cuevas de hielo. Con carreteros, porteros, serenos, taxistas, acicalados dandis y funcionarios regordetes dando sorbos a vinos dorados, pelando meticulosamente una gamba, hincando el diente a la carne rosada y ácida de una langosta, saboreando la salmuera viviente de mares semiolvidados, de imperios semirrecordados, mientras el oleaje de la conversación corría como el agua burbujeante bajo los cuadros enmarcados de toros y héroes."

Laurie Lee
Una rosa para el invierno



"Mi madre nació cerca de Gloucester, en la aldea de Quedgeley, a principios de la década de 1880. Descendía por línea materna de una larga estirpe estática de agricultores de Cotswold, que se habían visto privados de sus tierras a través de una monotonía de desastres en la que intervinieron, más o menos a partes iguales, la bebida, la simpleza, el juego y el robo. Por su padre, John Light, el cochero de Berkeley, tenía cierta relación misteriosa con la Corte, un quién sabe qué, vago e íntimo, semiolvidado, pero que implicaba algún vínculo sanguíneo. Se decía, incluso, que un sirviente llamado Lightly había dirigido el asesinato de Eduardo II —al menos ésa era la opinión de un erudito local—. Madre aceptaba la teoría con vergüenza y satisfacción: y a mí me ha desconcertado de modo similar desde entonces.
Pero fueran cuales fuesen las ilícitas grandezas de sus antepasados, madre nació en una pobreza bastante vulgar, y fue la única niña de una familia numerosa de chicos, una responsabilidad que cumplió un tanto alocadamente. Madre lamentó siempre no haber tenido hijas ni hermanas; hermanos e hijos fueron el sino de su vida.
Parece ser que fue una niña inteligente y soñadora, con una mente ávida y curiosa; y tendía a darse unos aires de elegancia extravagante que nunca casaban con su medio. Era, no obstante, el orgullo del maestro del pueblo, que hizo cuanto pudo por protegerla e instruirla. En una época en que la escuela rural era poco más que un intervalo presidido por el palo, en que los muchachos asimilaban los datos con cardenales y las chicas prácticamente no contaban, el señor Jolly, maestro de Quedgeley, consideró a aquella niña solemne, con su voraz curiosidad, algo raro e irresistible. Era un hombre ya mayor que había inculcado a palos los rudimentos de la enseñanza a varias generaciones de peones agrícolas. Pero en Annie Light veía una inteligencia extraña que se creyó obligado a nutrir y alimentar."

Laurie Lee
Sidra con Rosie




"Y a veces no puedo menos que preguntarme si un metro no sería la estatura ideal para el ser humano."

Laurie Lee



"Yo era aún lo bastante pequeño para dormir con mi madre, lo cual me parecía el único objetivo de la vida. Dormíamos los dos juntos en el dormitorio de la primera planta, en una cama con barrotes de latón, cortinas y colchón de borra (…) Tras la separación del día y la amplitud de la casa, yacíamos allí los dos solos y unidos. Aquella oscuridad me parecía el fruto del endrino, blando y denso al tacto, pero era una oscuridad de beatitud y languidez sencilla, en que todas las aristas parecían redondeadas, propias y ajustadas; y resultaba que aquella presencia por la que habías gemido y suspirado no había huido, después de todo."

Laurie Lee

















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