Marghanita Laski

"Al principio, cuando decidieron comprarse la casa, encantados ante la estupefacta incredulidad de ambas parejas de progenitores, que insistían en que no se podía vivir allí, en las traseras de los raíles, al lado del canal, «por favor, si aquello no era mejor que una chabola», Melanie jamás habría podido imaginar que la hermosa alcoba que había diseñado le parecería algún día una prisión. Cuánto habían saboreado la fundamentada superioridad con la que habían rechazado las indignadas protestas de los padres al señalar que ya había un artista y un arquitecto que habían comprado y reformado hogares en aquella hilera olvidada y escondida de estilo Regencia («Ni los artistas ni los arquitectos son abogados», había dicho el padre de Guy. «Esa gente no ve las cosas como nosotros»), y después se habían restaurado y reformado dos casas más, la de un joven catedrático y la de un alto funcionario cuyo nombre incluso sus padres conocían, lo cual dejaba en manos de la clase obrera solo una casa, objeto de complicadas conspiraciones urdidas por los demás propietarios en veladas veraniegas en las que se llevaban sus vasos de jerez a los jardincillos delanteros, tras la atarazana pavimentada que bordeaba el canal.
[...]
Y allí estaba la chaise-longue. Era fea, tosca y extraordinaria, tenía una longitud de poco más de dos metros y una anchura proporcional. El cabecero y los pies del asiento se rizaban como si fueran a encontrarse y sujetaban, sobre las patas y el armazón cuidadosamente labrados, una superestructura de fieltro de un carmesí granate. En el extremo derecho se enrollaba hacia atrás un respaldo curvado y tapizado, formando una espiral tallada, y un armazón labrado sujetaba el tapizado hasta la mitad de la espalda. Su ancestro de estilo Regencia había sido, con toda probabilidad, delicado y fascinante; este descendiente era zafio y habría resultado por completo inadmisible en un hogar como el de Melanie y Guy si no fuera por la singular calidad del bordado en punto de cruz con lana de Berlín que se extendía formando enormes rosas brillantes sobre el raído fieltro, sobre el respaldo curvado y desde la parte superior del reposacabezas hasta el final del asiento."

Marghanita Laski
La chaise-longue victoriana




"Hilary estaba famélico. Aquel día no había almorzado ni había tomado el té, así que, al regresar al hotel, fue directamente al comedor y se sentó en una mesa de una esquina.
Si alguna vez la evocación de algún sabroso manjar había impregnado la sala, esta ya se había disipado completamente. Apenas unas cuantas mesas estaban puestas y, en ellas, no había papeles blancos y limpios que cubrieran las manchas de los manteles desgarrados. Dos hombres con aspecto de viajantes de comercio comían juntos en la mesa de al lado; el resto del comedor estaba desierto. Las grietas recorrían el enlucido del techo, unas manchas enormes ensuciaban las paredes y la larga mesa de servicio que debería estar dispuesta con cestos de frutas, platos de jamón, langostas y pescado frío junto con elaboradas decoraciones, ofrecía tan solo unos cuantos botes de pimienta, botellas de salsa y jarrones vacíos y deslustrados. Era increíble, pensó Hilary, que un comedor francés pudiera exhibir un ambiente tan inhóspito y desolado como un café inglés de provincias, pero este, ciertamente, lo había logrado.
La sirvienta acudió a su mesa con prontitud, llevando la carta en la mano. Podía pedir sopa, croquetas frías y fruta. No había nada más en la lista.
[...]
Pero no pudo. La noche anterior había aceptado la suculenta cena con asombro y placer, sin traza alguna de culpabilidad. Ahora, al probar las espléndidas patatas, crujientes y tiernas, se puso a recordar al niño, quien tal vez ni siquiera supiera lo que eran. Al cortar el jugoso filete oyó cómo la madre superiora decía: «Carne, no conseguimos casi nunca». Miró hacia los hombres que ocupaban la mesa central. También estaban comiendo grandes trozos de carne y no parecían asaltados por remordimiento alguno. «Esto es el mercado negro —se dijo Hilary—, lo que tanto nos ha escandalizado, lo que impide que los pobres tengan siquiera lo mínimo», y entonces se preguntó: «Pero… ¿de qué sirve que lo rechace? No irá a esos niños, sino a otra gente lo bastante rica para poder pagarlo» y empezó a comer sin dejar de discutir consigo mismo sabiendo que, aunque debería, no iba a pasar hambre."

Marghanita Laski
El hijo perdido



"Las dos amamos a un hombre y coqueteamos y bebimos unos tragos, pero cuando yo hice esas cosas, no tenían nada de malo, y para ti fueron un pecado espantoso y punible… porque las costumbres eran otras; sabrás que el pecado cambia, como la moda."

Marghanita Laski
El diván victoriano


"Yo nunca fui muy lista, reflexionó, sólo sé lo que sabe la gente común, igual que Milly… Sé que soy boba comparada con la gente inteligente."

Marghanita Laski
El diván victoriano











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