Ricardo Eduardo Latcham Cartwright

"Al hacerme cargo de la Dirección del Museo Nacional a fines de abril de 1928, con encargo del señor Ministro de Instrucción Pública de ver modo de levantar dicho establecimiento del estado de estagnación en que se encontraba en los últimos años, me hallaba frente a un problema que parecía poco menos que irresoluble. El edificio estaba en ruinas, resultado del temblor del 14 de abril de 1927 y, como consecuencia, cerrado para el público. Muchas de las colecciones, sobre todo la de los mamíferos y la de los peces, estaban en un estado deplorable, en parte debido al gran número de años que han estado en servicio y en parte a las lluvias que se filtraban por el techo en todas partes. El Museo carecía de muchos servicios indispensables, sin que, con los fondos para gastos y para fomento, tan exiguos que llegaban a ser irrisorios, se pudiera remediar este estado de cosas. El personal científico, compuesto de especialistas, que habían pasado sus mejores años en investigaciones y en labor técnica intensa, estaba desilusionado por los míseros sueldos que ganaba, inferiores a los de muchos artesanos, y desganado con el abandono a que estaban relegados durante años."

Ricardo Eduardo Latcham Cartwright


“Debemos conformarnos entonces con la hipótesis de una tendencia natural en el hombre, de seguir ciertas leyes evolucionarias en el desarrollo de las etapas consecutivas de sus pensamientos religiosos, los que parecen desenvolverse de idéntica manera, dondequiera que sea, cuando las condiciones de la vida psíquica se asemejan, aproximándose más a medida que coinciden estas condiciones y variando en proporción a sus divergencias… No queda duda alguna que en ambos casos [el impero inca y el imperio mejicano], tanto la cultura material como la religión eran autóctonas. Su desenvolvimiento tuvo lugar, sin contactos y sin que un pueblo tuviera conocimiento del otro, cada uno en su ambiente natural, aun cuando ambos pueden haber recibido influencias directas o indirectas de la superior cultura de los mayas.”

Ricardo Eduardo Latcham Cartwright


“El hombre es por naturaleza conservador. Sospechoso y hasta enemigo de lo nuevo, esquiva y repudia las ideas y costumbres extranjeras, custodiando celosamente las suyas y aun ocultándolas de los demás… Esto lo vemos en todo orden de ideas, y es una clave para descifrar muchos enigmas de la sicología. Lo notamos en las costumbres religiosas, en que los cultos, o al menos su forma exterior, tienen que modificarse al ser propagados en nuevas regiones y consentir que se ingerten (sic) en ellos costumbres difíciles o imposibles de desarraigar. Ejemplo de esto lo hallamos en los bailes a la Virgen, comunes entre las poblaciones rurales de Chile y otros países de Sud-América… La emancipación del esclavo y la libertación (sic) de la servidumbre se efectuaron sólo parcialmente y en muchas partes aun existen sólo en el nombre… Las encomiendas, suprimidas hace más de un siglo, fueron reemplazadas por el inquilinaje; lo que en principio no fue más que otro nombre para la misma cosa, puesto que no cambió en mucho la condición de los agraciados, quienes por la fuerza de la costumbre, continuaron en su mayor parte en las haciendas o estancias en que se hallaban. Todavía, especialmente en las localidades más apartadas de las grandes poblaciones, se encuentran los descendientes de los encomendados ocupando los mismos parajes, dedicados a las mismas faenas, siguiendo las mismas costumbres, y soportando con resignación y tranquilidad las mismas imposiciones y vejámenes que sus antepasados. Este conservantismo se nota en todos los pueblos y en todas las edades, en mayor o menor grado, más especialmente en la gente del campo. El campesino chileno ¿Cuánto ha avanzado desde la época colonial? ¿No conserva las mismas supersticiones y costumbres de antaño? ¿Son diferentes los ranchos de ramas y totora que habita? ¿El ajuar que usa ha mejorado? ¿Su indumentaria de ojotas, poncho, faja, etc., no es la misma que antes? ¿No se muestra todavía enemigo acérrimo de las innovaciones, usando de preferencia su arado de palo, trillando con su manada de yeguas y prefiriendo su almud, fanega, arroba, vara y reales a las más modernas y fáciles medidas y monedas?” 

Ricardo Eduardo Latcham Cartwright


“La supuesta homogeneidad de los indios chilenos era un mito fundado en razones lingüísticas… En trabajos anteriores [alude a la Antropología Chilena de 1908 y Elementos indígenas de la Raza Chilena de 1914] dejamos constancia de haber existido en la zona referida, dos pueblos antiguos que habitaban la costa y los llanos centrales, encontrándose mezclados en las inmediaciones de las caletas abrigadas y desembocaduras de los numerosos ríos. Uno de ellos, el más antiguo, y quizá autóctono, era pueblo de pescadores y a ellos se deben los conchales que se encuentran esparcidos por las playas del mar. Su cultura era baja. No se dedicaban a las faenas agrícolas… Posteriormente llegó a la zona, desde el norte, otro pueblo más culto, que se extendió por el litoral y valle central hasta el Seno de Reloncaví, y el cual, al parecer, pasó también a las islas del Archipiélago de Chiloé, donde se fusionó con los Chonos, que la habitaban entonces, formando el elemento que llamamos Chilote… Este pueblo puede identificarse con aquel que ocupaba las provincias centrales de Chile en tiempo de la conquista de ellas por los Incas… y de él era la lengua que se hablaba en todo el país y que llamamos araucana… En la cordillera y especialmente en el valle del Alto Bío Bío habitaban, en la misma época, otro pueblo de cazadores nómadas, cuyas correrías deben haberse extendido a las pampas argentinas… Se les ha llamado pehuenches, porque la zona que ocupaban es la de los bosques de pehuenes o pinos (Araucaria Imbricata), cuyos piñones hasta hoy forman uno de los principales alimentos. Estando así las cosas, llegan, de las pampas argentinas, sucesivas migraciones de un nuevo pueblo, distinto en cultura y en caracteres físicos a aquellos que ocupaban el territorio… se esparció por los campos entre el Toltén y el Bío Bío, extendiéndose más tarde al norte de este último río hasta el Itata. Para el efecto de distinguir este pueblo, le llamaremos moluche, gente de guerra. En parte se amalgamaron con los antiguos habitantes, especialmente en la región de la costa y en ambas faldas de la cordillera de Nahuelbuta hasta el Cautín.”

Ricardo Eduardo Latcham Cartwright


"Las cabezas de cóndor y de puma que aparecen en la decoración de algunos de los vasos, en el estilo que se hizo clásico en el arte de Tiahuanaco, nos hacen sospechar que las influencias de la cultura representada por la cerámica de Ica, se extendieron hasta la Sierra y altas planicies peruano-bolivianas, proporcionando motivos artísticos a esa civilización. Las semejanzas son tan precisas que no pueden existir dudas respecto de la intimidad de estas relaciones."

Ricardo Eduardo Latcham Cartwright


“Mientras la una quiere sostener la cronología mosaica de seis mil o siete mil años, la otra considera este periodo del todo insuficiente para explicar los cambios radicales que se notan en la constitución del hombre, su dispersión por todo el mundo y otros problemas que presenta la Antropología… Es muy difícil conciliar las pretensiones de ambas escuelas porque carecen de una base fundamental común, y partiendo de diferentes puntos de vista, interpretan los mismos hechos cada una a su manera.”

Ricardo Eduardo Latcham Cartwright


“Si exceptuamos la araucana, que ha sobrevivido hasta nuestros días, la más conocida de estas antiguas culturas y una de las más interesantes, es la del pueblo conocido con el nombre de atacama o atacameño… En tiempos prehispánicos, uno de sus asientos se hallaba en los contornos del Salar de Atacama, cuya principal población se llamaba Atacama (hoy San Pedro de Atacama), y es debido a estos hechos que recibió el nombre de atacameños. Sin haber logrado una cultura tan adelantada como algunas de las del antiguo Perú, habían hecho considerables progresos en muchas de las artes e industrias. Hablaban un idioma propio, el cual, hasta ahora, no se ha podido concordar con ningún otro. Esta lengua se ha llamado kunza.” 

Ricardo Eduardo Latcham Cartwright













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