Simon Critchley

"El anarquismo se trata de una experiencia de responsabilidad, de infinita responsabilidad."

Simon Critchley



"El corazón del anarquismo, para mí, no es un conjunto de compromisos teóricos como en el marxismo, sino un conjunto de preocupaciones éticas con la práctica."

Simon Critchley



"El fútbol debería formar parte del ideario cultural de nuestra sociedad, porque es una parte fundamental de cómo la gente da sentido a su vida. Puedes ir al cine, leer a Lorca, ser un enamorado del teatro, escuchar a Metallica o a Beyoncé... Todo es parte de una misma experiencia."

Simon Critchley




"En las circunstancias adecuadas, los seres humanos –y no se encuentran en las condiciones adecuadas- son capaces de comportarse mutualmente, cooperativamente, y basado en la confianza, si se los permite. Son los estados, leyes, burocracia y el resto que impide aquello."

Simon Critchley




“Es muy difícil para los políticos aprender las lecciones del pasado.”

Simon Critchley



"La cuestión es si uno logra resistirse al nihilismo a la vez que abandona el terco deseo de superarlo, y aprende a cultivar lo que Emerson llama «lo bajo, lo común, lo cercano»."

Simon Critchley
Tomada del libro El arte de la fuga de J. Á. González Sainz




"La filosofía tiene que ser promiscua, debe hablar con todo el mundo. Como es promiscua, una imagen general de las cosas puede relacionarse con cada una de esas tres esferas. Bertrand Russell no es alguien que yo cite a menudo. Pero dice: “Enseñar a vivir sin certeza y, sin embargo, sin estar paralizado por la vacilación es tal vez la principal cosa que la filosofía en nuestra época puede hacer todavía por los que la estudian. Vivir sin certeza y sin embargo sin estar paralizado por la vacilación”. El gran enemigo de la filosofía es la certeza. La filosofía puede empezar a hacer agujeros en ella. Los científicos no se basan en la certeza. Su tarea es la lenta y difícil acumulación de conocimiento, a partir de las dudas y el cuestionamiento, la prueba y el error, los experimentos. Eso también es cierto en la relación con la política. Si tenemos una política basada en la certeza, acabaremos en un autoritarismo. Y del mismo modo, el arte es una forma de hacerse. No de dar respuestas. Es un vecino muy cercano de la filosofía en cuanto a su método. Cumplen papeles similares. En este momento de la historia, el discurso dominante es la ciencia. Por lo tanto es la ciencia con la que tiene que comprometerse."

Simon Critchley



"La gente no arroja su vida por la borda a la ligera o por capricho. Como dijo David Hume en su brillante opúsculo sobre el suicidio publicado póstumamente: «No creo que nadie haya tirado su vida por la borda mientras valiera la pena conservarla». La condición que nos hace pararnos a pensar es «mientras valiera la pena conservarla». ¿En qué condiciones vale la pena o no conservar la vida? Hume argumenta que cuando la vida se ha convertido en una carga insoportable uno tiene todo el derecho de quitársela. La cuestión apunta a los límites de lo que uno puede soportar, que son límites que habría que comprender de manera meditada y compasiva recurriendo a la empatía y la introspección, humildes herramientas que tomo prestadas de Jean Améry.

Aun a riesgo de hablar más de la cuenta –y de contradecirme–, aquí hay en juego algo más que la mera introspección. En realidad, para mí la cuestión del suicidio no es ni por asomo un tema para especialistas universitarios. Por razones en las que será mejor no entrar, mi vida se ha disuelto durante este último año como un azucarillo en una taza de té caliente. Por primera vez en mi vida, me he visto luchando de verdad contra pensamientos suicidas, «ideaciones suicidas», que es el nombre que se le suele dar sin que parezca ser de mucha ayuda. Estos pensamientos revisten distintas formas, múltiples fantasías de autodestrucción, normalmente motivadas por la autocompasión, el asco por uno mismo y los deseos de venganza. No voy a catalogarlos. Son conocidos, escasamente sorprendentes y emergerán aquí y allá, de soslayo, a medida que avancemos. Desde luego, decir tal cosa equivale a confesar que la primera frase de este libro tal vez no sea de fiar. Pero, por favor, tengan la bondad de no inquietarse. Como afirma Rust Cohle, el personaje de la serie de HBO True Detective: «No tengo la constitución mental de un suicida». O en palabras de ese maravilloso y muy añorado grupo de música inglés que es Black Box Recorder: «La vida es injusta: suicídate o supéralo». Este ensayo es un intento de superarlo.

Después de decidir que iba a intentar abordar la cuestión del suicidio de la única manera que conozco –por escrito–, empecé a pensar en cuál sería el mejor lugar para hacerlo. Me pareció que iba a necesitar algún anclaje, un amarre firme frente al tirón gravitatorio del pasado que venciera cualquier deriva y diera a mis palabras las posibilidad de fluir sin verse sometidas a la represión, el decoro o la precipitación. Así que aquí he venido, a una agradable población de tamaño más bien modesto en la costa de East Anglia: un lugar que he visitado en muchas ocasiones, no muy lejos de donde vivía antes de mudarme a Nueva York hace once años. He alquilado una habitación de hotel y suelo contemplar el mar del Norte. Mientras escribo se oye el romper de infinitas olas de gris, verde y pardo sobre la playa. Es una playa de guijarros con una vertiginosa pendiente en la orilla. El viento no amaina y la lluvia no da tregua. Grandes gaviotas planean de un lado para otro. Sus graznidos son engullidos por las ráfagas de viento. Una caravana de cúmulos y cumulonimbos viaja sin fin de poniente a levante rumbo a las costas holandesas, hacia algún punto cerca de Flessinga, origen etimológico del barrio neoyorquino de Flushing. Se avecina el solsticio de invierno y el sol es un penacho azotado. La luz fluye y se despide del año. He venido a conocer la oscuridad en la oscuridad, en el finis terrae, frente al mar: el enorme, el ilimitado.

Quizá lo más cerca que podamos estar de la muerte es escribiendo, en el sentido de que escribir es ausentarse de la vida, un abandono provisional del mundo y de nuestras nimias tribulaciones para intentar ver las cosas con mayor claridad. Escribiendo, uno da un paso atrás y al lado respecto de la vida para verla con mayor desapego, tanto de manera más distante como más próxima. Con una mirada más firme. Escribir te permite dar las cosas por zanjadas: los fantasmas, las obsesiones, los remordimientos y los recuerdos que nos despellejan vivos."

Simon Critchley
Apuntes sobre el suicidio



“El gran enemigo de la filosofía es la certeza.”

Simon Critchley




«¿La muerte? No pienso en ella».

Si este comentario, atribuido a Jean-Paul Sartre, es cierto, entonces él era único entre los filósofos. Ya que, como Simon Critchley muestra en este original y estimulante libro, la cuestión de qué puede considerarse una «buena muerte» ha sido, desde tiempos muy remotos, la preocupación central de la filosofía.

Pero ¿qué hay de las propias muertes de los filósofos? De las 190 que aquí se relatan, muchas son extravagantes, y abundan las historias de locura, asesinatos, suicidio y padecimiento. Heráclito murió asfixiado en el estiércol; Empédocles se zambulló en el Etna esperando convertirse así en un dios; las últimas palabras de Hegel, refiriéndose a sí mismo, fueron: «sólo un hombre me ha comprendido en la vida, y aun él creo que no me comprendió»; Jeremy Bentham se hizo disecar, y se halla, a la vista de todos, en el University College de Londres; Nietzsche sufrió una lenta y estúpida muerte a raíz de haber besado a un caballo en Turín…

Desde la autoburla de los maestros zen en los haikus en su lecho de muerte hasta las últimas palabras de los santos cristianos o de los sabios contemporáneos, El libro de los filósofos muertos inspira tanto diversión como reflexión. Como Critchley demuestra con brillantez, observar de cerca lo que los grandes pensadores dijeron de la muerte resulta ser una optimista indagación sobre el significado y la viabilidad de la felicidad humana. Para aprender a vivir hay que saber morir.

Introduccion:

Este libro parte de una simple suposición: lo que en la actualidad define la vida humana en nuestro rincón del planeta no es sólo un miedo a la muerte, sino un terror desbordante a la desaparición. Es un pánico ante la inevitabilidad de nuestra defunción, con sus perspectivas futuras de dolor y posiblemente de sufrimiento sin sentido, como ante lo que hay en la tumba, más allá de nuestro cuerpo encerrado en una caja claveteada y entregado a la tierra para que se convierta en pasto de los gusanos.

Por un lado se nos anima a negar el hecho de la muerte y a lanzarnos de cabeza a los placeres aguados del olvido, de la intoxicación, y a la estúpida acumulación de dinero y de posesiones. Por otra parte, el terror a la muerte nos empuja ciegamente a creer en las formas mágicas de la salvación y en las promesas de inmortalidad que ofrecen ciertas variedades de la religión tradicional y muchas patrañas New Age (y algunas bastante más anticuadas). Parece que vamos buscando o bien el consuelo transitorio del olvido momentáneo o bien una redención milagrosa en la otra vida.

En marcado contraste con nuestro intoxicado deseo de evasión y huida, el ideal de la muerte filosófica tiene esa capacidad de abrirnos los ojos. Como dice Cicerón, y ese sentimiento era axiomático para la mayor parte de la filosofía antigua y resuena a lo largo de las épocas, «filosofar es aprender a morir». Desde este punto de vista, el principal objetivo de la filosofía es prepararnos para la muerte, proporcionarnos una especie de formación para la muerte, fomentar una actitud hacia nuestra finitud que afronte -a vida o muerte- el pánico a nuestra desaparición sin ofrecer promesas de un más allá. Montaigne menciona la costumbre de los antiguos egipcios, quienes, durante sus elaborados banquetes, hacían traer una gran efigie de la muerte -a menudo un esqueleto humano- a la sala del ágape, acompañada de un hombre que exclamaba ante los comensales: «Bebed y sed felices, porque cuando estéis muertos estaréis así».

Montaigne extrae la siguiente moraleja de su anécdota egipcia: «De modo que me he acostumbrado a tener la muerte continuamente presente, no sólo en mi imaginación, sino en mi boca».

Filosofar es, pues, aprender a tener la muerte en la boca, en lo que uno dice, en lo que come y en la bebida que degusta. Así es como podríamos empezar a enfrentarnos al terror de la muerte, ya que, en última instancia, es el miedo a la muerte lo que nos esclaviza y nos empuja a la inconsciencia provisional o bien a un anhelo de inmortalidad. Como dice Montaigne: «Quien ha aprendido a morir ha desaprendido a ser un esclavo». Es una conclusión asombrosa: la premeditación de la muerte es nada menos que la anticipación de la libertad. Intentar escapar a la muerte es, por tanto, seguir cautivos y huir de nosotros mismos. La negación de la muerte es el odio a sí mismo.

En la antigüedad era un lugar común pensar que la filosofía aporta la sabiduría necesaria para afrontar la muerte. Es decir, que el filósofo mira a la muerte a la cara y tiene la fuerza necesaria para decir que no es nada. El modelo original de semejante muerte filosófica es Sócrates, sobre el que volveré con más detalle. En el Fedón insiste en que el filósofo debe mostrarse alegre ante la muerte. De hecho, va más allá y dice que: «Los verdaderos filósofos hacen del hecho de morir su profesión». Si uno ha aprendido a morir filosóficamente, entonces el hecho de nuestro fallecimiento puede afrontarse con autocontrol, serenidad y valentía.

Simon Critchley
El libro de los fisósofos muertos



"La única cosa que me está ayudando con el tedio de mi propia compañía en estos momentos son las formas de humor más obscenas, más sucias y más sombrías. Por ello mi recomendación, queridos lectores, es que os bajéis de la rueda de hámster de vuestras redes sociales, que paréis de torturaros con las noticias y que penséis en el chiste más inapropiado que conozcáis y que lo contéis, lo desarrolléis improvisando y extendiéndolo de la manera más salvaje posible. Lo podéis hacer con vuestros amigos y amantes, si todavía los tenéis. Intentadlo durante 5, 15 minutos. Después de unos días de práctica, a ver si sois capaces de llegar a los 25. Con el tiempo, la obscenidad perderá todo su significado y se convertirá en algo así como una experiencia de lo trascendental, un vapor alado de luz pura. Todo lo que digo es que esto podría ayudar mucho más que el lloriqueo autopromocionador y el dudoso consuelo de los filósofos."

Simon Critchley



"Séneca es un pensador de mierda y el estoicismo, pseudofilosofía."

Simon Critchley



“Vivimos un resurgimiento de ideas arcaicas sobre el pueblo, la nación y el Estado.”

Simon Critchley












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