Alejandro Magariños Cervantes

El payador

En un espacioso rancho
De amarillentas totóras,
En derredor asentadas
De una llama serpeadora,
Que ilumina los semblantes
Como funeraria antorcha,
Hirviendo el agua en el fuego,
Y de una mano tras otra
Pasando el sabroso mate
Que todos con gusto toman,
Se pueden contar muy bien
Como unas doce personas,
Pero están con tal silencio,
Con tanta calma reposan,
Que solo se escucha el éco
De guitarra gemidora,
Mezclado con los acentos
De una voz que melancólica,
Murmura tan dulcemente
Como el viento entre las hojas.
Es un payador, que tierno
Alza allí sentida trova,
Y al compás de su guitarra
Versos á raudales brota;
Pero versos expresivos,
De cadencia voluptuosa,
Y que expresan tiernamente
De su pecho las congojas.
Es verdad que muchas veces
La ingrata rima cohorta
Pensamientos que grandiosos
Se traslucen mas no asoman,
Y como nocturnas luces
Al irradiar se evaporan.
La fantasía sujeta
En las redes del idioma,
No permite que se eleve
La inspiración creadora.
Ni que sus altivas alas
Del arte los grillos rompan,
Ni que el instinto del génio
Les trace una senda propia,
Mostrándole allá en los cielos
Aquella ansiada corona,
Que iluminando el espacio
Con su luz esplendorosa
Vibra un rayo diamantino
Que el númen del vate esponja
Para embeber fácilmente
De su corazón las gotas,
Y destilarlas despues
Con el llanto de la aurora
Convertidas en cantares
Que vuelan de zona en zona.
¡Y cuántas veces no obstante
Sus desaliñadas coplas
Sin esfuerzo ni trabajo
Como las tranquilas ondas,
Una á una, dulcemente,
Van saliendo de su boca!
O derrepente veloces,
Penetrantes, ardorosas,
Se escapan como centellas
Y el fondo del alma tocan!
Porque su maestro es
La naturaleza sola,
A quien ellos sin saber
A oscuras y á tientas copian.
Así el cantor sin curarse
De reglas que no le importan,
Sigue raudo y caprichoso
Su bien comenzada trova.

Alejandro Magariños Cervantes



"Las pesquisas, pues, de doña Eugenia y de su esposo fueron de todo punto inútiles. En vano sus emisarios recorrieron todas las Estancias circunvecinas y pueblos del departamento. Nada pudieron indagar, nadie les dio la menor noticia por la cual pudiesen seguir el rastro de la fugitiva. Doña Eugenia estaba inconsolable.
Entre tanto llegó D. Carlos a la Estancia, y, figuraos cuál sería su dolor al no encontrar allí a su hija idolatrada.
Su hermana le abrazó llorando, y se lo dijo sin rodeos, puesto que no había medio de ocultarle la verdad.
Momento terrible fue aquel para todos los de la familia. El anciano se dejó caer sobre un sillón, pálido como la muerte, el rostro desencajado, inmóvil, trabada la voz, sin acertar a quejarse ni a prorrumpir en llanto. Sus apretados dientes no permitían que saliesen los ahogados suspiros que exhalaba su alma, y sus yertas pupilas se negaban a dar libre curso a las lágrimas de fuego que en ancho raudal brotaban de su corazón despedazado. Doña Petra por el contrario, en vez de imitar su ejemplo y el de su cuñada, montó en cólera, se desató en injurias e improperios contra Lia, y no encontrando en el diccionario de la maledicencia voces bastantes duras para calificar su conducta, llegó hasta maldecirla: mientras el conde, pensativo y silencioso, con los brazos cruzados, inclinada la cabeza sobre el pecho y los ojos fijos en tierra, parecía reflexionar sobre lo que probablemente ninguno de los circunstantes se acordaba a la sazón, porque la angustia de aquellos y la ira de esta no se lo consentían. Parecía reflexionar, y reflexionaba en efecto, sobre las causas que motivaran la evasión de su futura esposa, y un fatal presentimiento le decía no que ella no le amaba, de eso estaba convencido desde mucho tiempo atrás, sino que otro hombre más feliz conquistara su cariño durante su ausencia, y puestos ambos de acuerdo, la habría seguido desde Montevideo con ánimo de robarla en la primera coyuntura favorable...
A las imprecaciones de su esposa, cada vez más furibundas, D. Carlos volvió de su enajenación, e informándose apresuradamente de los resortes que se habían puesto en juego para descubrir el paradero de Lia, meneó la cabeza en señal de desaprobación, ordenó que le ensillasen otro caballo, y no bien estuvo pronto, sin descansar del largo viaje que acababa de hacer, ni decir a dónde se encaminaba, partió solo en busca del tío Chirino Cambueta, que residía a cuatro leguas de allí en una Estancia de un amigo suyo."

Alejandro Magariños Cervantes
Caramurú



Luces de estrella

Gracias, ¡oh Carlos! por tu hermoso libro,
Que anoche leí de un sorbo.... Eres poeta!
Su filtro creador dejó en tus labios
Al besarte, la Maga Poesía,
Y de tu boca salen como flechas
El sáfico, y el yambo, y la oda alada!...

A mi vez participo del discreto
Juicio de un escritor, digno uruguayo,
Que en Brexda e ideales nos dio pruebas
De su ingenio, saber y patriotismo.
Los joyeles que guarda el rico estuche,
En vez de fuegos fatuos son sidéreo
Resplandor de luceros centellantes.

De sus hojas balsámicas despréndese,
Aura primaveral de Diosmas, Nardos,
Arrayanes, Aromas y Violetas,
Que del Laurel nacidos a la sombra,
Con rocío de Palmas florecieron!

Ombú es tu libro do se posa el águila,
Canta el zorzal y la torcaz arrulla,
Y la brisa que en torno leda gira,
Ensancha el corazón, refresca el alma!

En homenaje de mi aprecio, engarzo
Una de tus estrofas en mis versos;
Y en cambio yo te pido, joven vate,
Que en medio a los aplausos y los Víctores,
Tengas presente, al remontar tu vuelo,
Las reglas que trazó mano maestra
En páginas de oro, que te envío
Con un grito de aliento y un abrazo!

Alejandro Magariños Cervantes


 ¿Se Fue?

AL CANTOR DE LA «LEYENDA PATRIA», EN LA MUERTE DE SU ESPOSA ELVIRA BLANCO Z. DE SAN MARTÍN

Cerró sus negros ojos, y más bella
En el lecho quedó como dormida...

Cruzó el aire una forma vagorosa
Que una estela de luz tras sí dejaba...

—¡Elvira! ¡Elvira! ¿a dónde vas?... ¿A dónde?
En silencio gimiendo preguntaba
Tu corazón ansioso, y como herido
De un vértigo febril al ver que ella
A tu sordo llamado no responde,
¡Los brazos tiendes y el vacío abrazas!...

Un ¡ay! desgarrador, indescriptible,
Se escapa de tu pecho,
Y sollozando el Plata,
Que siente a tu dolor su cauce estrecho,
Lo lleva al Uruguay entre sus ondas.
El alma de la Patria se dilata,
Y llega hasta tu hogar enlutecido
Torva nube que en lágrimas revienta;
Cual de eléctrica chispa al estallido,
En noche de tormenta,
La bóveda sombría se entreabre
Despeñada en inmensa catarata.

Al abrazar a tu angustiado padre,
Vuela a unirse a la tuya el alma mía:
En mis brazos te estrecho,
Y aquí sobre mi pecho
Reclino dulcemente tu cabeza
Para que escuches íntimas sus notas,
Y ellas te digan, infeliz amigo,
Lo que el laúd tal vez no acertaría;
Que yo amo y aborrezco con el alma;
No sé llorar a gotas,
Ni querer con medida ni tibieza...

Solícita a mi ruego
Acude aquella Musa,
Que a tu heroica Leyenda dio su fuego,
Su estro divino y épica armonía;
Y en tu inspirada frente
Que iluminan geniales resplandores,
Pone el beso inmortal que da a sus Bardos
La Virgen uruguaya Poesía,
Cuando el pueblo los alza vencedores,
Coronados de palmas y de flores.

Mas de la gloria al beso lisonjero,
¿Qué corazón poeta no prefiere
Aquel místico beso postrimero
Que sin llegar al labio nace y muere?

Al apagarse plácido y sereno
El dulce rayo de sus bellos ojos,
Al sentir que la muerte entrecortaba
El Adiós que en sus labios trepidaba;
Como una llama que al morir se enciende,
Estrechando la mano del esposo,
Enternecida contempló la cuna
Do el pequeñuelo infante,
Última prenda del regazo amante,
Sus manecillas trémulas le tiende
Y el beso maternal tierno provoca,
Aún húmeda la boca
Con el lácteo licor del puro seno!

¡Casta unión del amor y de la gloria
Con la virtud, el genio y la belleza,
Rosas entretegidas con laureles,
Derramad los perfumes que atesora
Vuestra urna de nácar y joyeles!

Alejandro gentil, grave María,
Juan Carlos decidor, Gerardo humilde,
Cariñosa Elvirita, almo destello.
Frutos de bendición, santas delicias
De la nívea, aromada
Diamela en flor tronchada;
Nido de amor, oasis de frescura,
Que de la vida en el mortal combate
¡Dio sombra, inspiración, paz y ventura
Al luchador y al vate;
Al genitor que ahora
Por gracia singular sumiso vierte
Lágrimas dulces al llorarla muerta!
Ceñid vuestros brazitos a su cuello,
Colmadle de caricias,
Y vuestros infantiles regocijos,
Gratos recuerdos en su mente evoquen,
De la época dichosa
En que Ella vuestros juegos presidía.

¡Aunque sangre la herida siempre abierta,
Resignado verá que si la muerte
Robarle pudo el cuerpo, entera el alma
De la adorada madre de sus hijos,
En vosotros palpita y se despierta!

Sombras de Artigas, Lavalleja, Blanco,
Héroes de la Agraciada y la Florida,
Puñado de titanes cuya historia
Es de la Patria perennal grandeza;
Llora vuestro cantor... en su cabeza
Verted el soplo que al bajar del cielo,
Templa los corazones en el suelo
Para luchar, sin tregua, heroicamente,
Contra el mal victorioso
Que se alza prepotente:
¡Y dadle vuestro aliento y fortaleza!

Arrullad su dolor en el destierro,
De su mente rasgad la opaca bruma,
Al contemplar las ruinas y extravíos
Que en la tierra Oriental ha amontonado
El destino infeliz que nos abruma;
Ángel de los Charrúas, indomable
Tabaré, que salvando a tu española
Caes al tocar la meta,
El generoso pecho atravesado
Por golpe fementido,
¡Como sucumbe a veces el más bueno
En este mundo falso,
Traidoramente herido
Por la oculta y cobarde, ruin saeta
De la calumnia, el odio o el veneno,
El puñal, el exilio o el cadalso!

¡Ah! bien lo sabes tú, valiente atleta:
Cárcel de prueba el mundo en que vivimos,
Donde eternos del mal arden los focos,
Nuestra mísera estirpe, aun redimida,
(¡Arcano impenetrable!)
¡Entregada parece al desenfreno
De bandidos, de histriones y de locos!

Cual tentador demonio, negra duda
En hora abominable asalta fiera
La soberbia razón del hombre vano;
Mas la blasfemia en la garganta anuda
La humildad resignada del cristiano.

¿Es verdad o ilusión?... ¿Somos juguete
De un poder infernal?... ¡Oh, no,... es mentira!
Vela tu providencia, Hacedor mío,
Y cada sol que en los espacios gira
Alumbra cada día, vengadora,
En el Rancho a la par del Palacete,
Del fallo divinal severa y justa
La suprema sanción: ¡tu ley augusta!

Instrumento no más son en tus manos
El desorden, el crimen,
La muerte, y el dolor, y los tiranos:
Esfinge aterradora,
Aguijón que al debernos llama austero,
Fantasma que nos hiere y desparece,
En la vida inmortal de las naciones
Ellos pasan malditos, cual la mancha
Que refleja un carancho en un gran río,
Y su triunfo y poder se desvanece
Como espuma que hierve en el bajío.

Blasfeme como quiera algún sectario
De la ciega, letal filosofía
Que confunde el abismo con la cumbre.
Mientras radiosa alumbre
La cruz del Redentor nuestro Calvario;
Mientras lleven su ofrenda a los altares
De la fe, la virtud y el patriotismo,
El apóstol, las vírgenes, los mártires,
Faro y columna de la grey mundana;
Mientras el llanto que encendido brota
Vierta en el corazón fecundo riego;
Mientras cada ilusión nos brinde mágica
En encantada copa su ambrosía,
En cáliz ideal fragancia ignota,
¡Y fascinante estrella,
Más allá del sepulcro, la esperanza,
Reanime el polvo de la tumba fría;
Iluminando la conciencia humana
Eterna vivirá la Poesía!

¿Cómo dicen entonces que se ha ido,
Si dentro de tu ser y el de tus hijos
Cual númen protector vive tu Elvira?
    ............................................

Tal vez su blanca mano
Tocó al pasar las cuerdas de mi lira,
Y es este humilde canto
El rumor apagado de su huella...

¡Ya abracé a sus dos padres... y mi ruego
En férvida oracion subió a la altura,
Por ti, por vuestros ángeles, por Ella,
Amantísima esposa, digna madre,
Celeste criatura,
Modelo de piedad y de ternura!

Alejandro Magariños Cervantes



















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