Alison Lurie

"Además, ahora la mayoría de las novelas largas son malas. Era distinto hace cien o doscientos años. Hoy la vida va más deprisa, sus partes están menos conectadas. Uno asume que la mayoría de los acontecimientos y las relaciones (por muy intensas que sean) no van a tener mayor duración ni complicación de lo que se puede describir en veinte o treinta páginas. Así que escogemos las formas literarias que se adaptan a nuestra vida. ¿O es al contrario? Cuando escribimos historias cada vez más cortas ¿estamos convenciendo a nuestros lectores de que dividan su vida en trocitos cada vez más pequeños, brillantes y discontinuos?"

Alison Lurie
Gente de verdad



"El arte tiene la última palabra. El futuro y el pasado nos pertenecen. Pero ¿y el presente? El presente, no. Mermelada ayer, mermelada mañana, pero nunca mermelada hoy."

Alison Lurie



"El sonsonete continúa, se repite; la cuerda gira, es un vibrante borrón en el aire, abarcando una elipsoide de espacio encantado. En su interior salta una niña, su largo pelo al viento, la falda tableada gris del uniforme de la escuela abierta en abanico por encima de sus nudosas piernas con medias de lana gris. Su expresión de espontánea concentración, la destreza y el placer se repiten en el rostro de la niña que ahora ocupa el primer lugar de la fila y se balancea al ritmo machacón de sus zapatos sobre el alquitrán húmedo. Durante su observación, la sensación más intensa que experimenta Vinnie —mucho más intensa que el interés profesional o un temblor cada vez que el sol se desliza bajo una nube— es la envidia.
Dado que es una autoridad en literatura infantil, la gente presupone que Vinnie debe adorar a los niños, y que el hecho de no tener hijos propios debe ser una tragedia. En nombre de las relaciones públicas, rara vez niega categóricamente estas suposiciones. Pero la verdad es muy distinta. En su opinión, la mayoría de los niños contemporáneos —en especial los norteamericanos— son competitivos, insensibles, estrepitosos y necios, al tiempo ahítos e ignorantes como resultado del exceso de televisión, «canguros», publicidad y videojuegos. Vinnie quiere ser una criatura, no tener una; no está interesada en el rol maternal, sino en una ampliación o recuperación de la que para ella es la mejor etapa de la vida.
La indiferencia por los niños reales es bastante corriente entre los expertos del mismo campo que Vinnie, y no desconocida entre los autores de literatura juvenil. Como a menudo ha señalado en sus clases, muchos grandes escritores clásicos tuvieron una infancia idílica que concluyó demasiado pronto, con frecuencia traumáticamente. Carroll, Macdonald, Kipling, Burnett, Nesbit, Grahame, Tolkien... y la lista podría ser más larga. El resultado de tan prematura historia parece ser una apasionada nostalgia, no de los niños, sino de la propia niñez perdida.
De pequeña, también Vinnie fue extraordinariamente feliz. Sus padres tenían buen carácter, la querían y se encontraban en una posición acomodada; sus primeros once años transcurrieron en agradables y variados ámbitos semirrurales. Entonces no significaba ninguna desventaja no ser guapa, y todos los niños son pequeños. Vinnie era inteligente, dinámica, estimada. Aunque su talla le impedía destacarse en casi todos los deportes, adquirió cierta autoridad a través de la confianza en sí misma y de su buena memoria para los juegos, las poesías, las adivinanzas, los cuentos y los chistes. Todo la fascinaba en aquellos tiempos: las horas en el aula y en el patio de recreo; la emocionante exploración de los terrenos cubiertos de hierbas, los callejones, los bosques y los campos; las visitas a tiendas; las excursiones y los veraneos en las montañas o junto al mar, con sus padres. Adoraba los libros —por cierto, aún prefiere la literatura infantil a la ficción adulta contemporánea. Le encantaban los juguetes, las canciones, los juegos, la primera sesión de los sábados en el cine del barrio, los programas de radio (especialmente «Annie la huerfanita» y «La sombra»). Le encantaban los días festivos, desde el primero de enero —día en que ayudaba a sus padres a brindar por el Nuevo Año recién nacido con un espumoso ponche de huevos sin alcohol— hasta las Navidades, con su meticuloso ceremonial familiar y la reunión de tías, tíos, primos y primas.
Súbitamente, cuando Vinnie tenía doce años, sus padres se mudaron a la ciudad. En la nueva escuela le hicieron saltar un curso y descubrió que había perdido todo lo que era importante en su vida para convertirse en una adolescente desaventajada; una «empollona» esmirriada, plagada de espinillas, de pecho chato y sin el menor encanto. El dolor de esta comparación es algo que nunca logró superar del todo.
Sin embargo, tal como sucedieron las cosas, Vinnie no tuvo que renunciar definitivamente a la infancia. En realidad, nadie tiene por qué hacerlo, cree Vinnie, y así lo declara. El mensaje de todas sus clases, libros y artículos —a veces explícito y más frecuentemente implícito— es que, como dice ella, debemos valorar y preservar la infancia: debemos «mimar al niño que llevamos dentro». El tema no es original, desde luego, pero sí una de las doctrinas fundamentales de su profesión.
Los anchos flecos de nubes que penden sobre su cabeza se han espesado; el edificio escolar, una estructura almenada de fuliginoso ladrillo Victoriano, intercepta el sol que declina. La comba saltona deja de definir su espacio mágico, cae flojamente y sólo queda de ella un trozo de vieja cuerda para tender la ropa. Mientras las niñas se disponen a partir, Vinnie las consulta para verificar algunas variaciones textuales que ha escuchado; les da las gracias y apunta sus nombres y edades. Después, guarda el cuaderno y sigue la ruta de las niñas a través del patio frío y cada vez más oscuro, cerrándose el abrigo con la mano, pensando en el té."

Alison Lurie
Asuntos exteriores



"En nuestro mundo hay una tribu semisalvaje muy especial, muy antigua y ampliamente extendida, a la que antropólogos e historiadores sólo han comenzado a prestar atención recientemente. Todos nosotros hemos pertenecido a esta tribu; hemos conocido sus costumbres, sus hábitos y sus ritos, su folklore y sus textos sagrados. Me estoy refiriendo a los niños. Sin embargo, estos textos sagrados de la infancia no siempre son los que recomiendan los mayores, según descubrí muy pronto.
En cuanto comencé a ir a las librerías me di cuenta de que existían dos tipos de libros en las estanterías de los más pequeños. En el primer grupo, que era el más importante, me encontraba con lo que los adultos habían decidido que yo debía saber o conocer sobre el mundo que me rodeaba. Muchos de esos libros tenían un contenido práctico; querían hacerme saber cómo funcionaba un automóvil, o quién era George Washington. Con ello, y no por casualidad, pretendían que admirara tanto a los automóviles como al padre de la patria (en esa época no se hablaba mucho de las madres de la patria). Junto a esos libros había muchos otros que nos permitían albergar esperanzas de aprender modales y moralejas, o ambas cosas a la vez. Estos no llevaban en sus lomos ningún número decimal de Dewey y las lecciones que enseñaban venían disfrazadas de cuentos. Eran historias de niños o conejitos o pequeñas máquinas que se encontraban con dificultades o fallos que los conducían a situaciones o encrucijadas complejas, a veces cómicas y otras serias. Pero al final siempre eran salvados por alguna persona, conejo o ingenio mecánico serviciales, más sabios y de más edad o antigüedad.
Los protagonistas de estos libros por tanto, aprendían a depender de la autoridad establecida para recibir consejos y ayuda. También a ser trabajadores, responsables y prácticos: a seguir el camino que les estaba destinado y a contentarse con su propio estilo de vida. Dicho de otra forma, aprendían a parecerse más a adultos respetables. Se trataba del mismo tipo de mensaje que tanto mis amigos como yo oíamos todos los días: Siéntate bien, niño. No te internes mucho en el bosque. Dale las gracias a la tía Etta. Vamos, deja de soñar despierto y haz los deberes. Cariño, por favor, no debes inventarte cosas. Pero yo descubrí que existía otra clase de literatura infantil.
Algunos de estos libros, como Tom Sawyer, Mujercitas, Peter Pan y Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas se encontraban en las estanterías de cualquier biblioteca; otros, como El Mago de Oz o las series de Nancy Drew, había que comprarlos en las librerías o pedírselos prestados a los amigos. Y estos eran los libros sagrados para los niños: los de esos autores que nunca habían olvidado lo que era ser un niño. Leerlos era experimentar la emoción del reconocimiento, sentir un torrente de energía liberadora. Estos libros, y otros como ellos, recomendados e inclusive famosos, nos transportan a la ensoñación, nos llevan a la desobediencia, a contestar, a escaparnos de casa y a guardar nuestros sentimientos más íntimos, ocultándolos a los mayores que no nos comprenden. Ponen del revés todos los valores de los adultos, burlándose de sus instituciones, como la familia y la escuela. En pocas palabras, podemos decir que son subversivos, al igual que las rimas, burlas y juegos que yo he aprendido en los patios de recreo."

Alison Lurie
No se lo cuentes a los mayores



"Estoy a favor del feminismo pero en contra de que las mujeres construyan una cultura separada de los hombres."

Alison Lurie



"La ficción es realidad concentrada. Y por eso tiene un sabor más intenso, como el caldo o el zumo de naranja congelado. Soy consciente de todo esto; lo soy desde hace años."

Alison Lurie



"La tarde de Navidad en Palm Beach. Estamos todos agotados de tanto sonreír. En las papeleras se apretujan papeles de envolver, cintas y laminillas de metal verdes, rosas, malvas, de los paquetes que nos dimos mutuamente esta mañana. Sospecho que a Roy, como a mí, le gustaría tirar allí sus regalos, caros como son. (Madre está organizando, sencillamente, la forma de cambiar el suyo.) Yo, por ejemplo, tengo un nuevo encendedor, demasiado pesado, demasiada plata grabada con vulgares diseños abstractos. Me sonrojaría al usarlo, aunque estuviera solo. Por supuesto, las intenciones fueron buenas: «El pobre Boy encendía los cigarrillos con esas cerillas de cocina la última vez que estuvo aquí; ya sé qué le regalaré para Navidad». Y por mucho que me esforcé, tampoco a Ella le gustó mi regalo: dos palomas de cristal de Jensen que la extasiaron la primavera pasada cuando las vio en el New Yorker. Quizá las palomas han pasado de moda. ¡Pero todos hicimos tantos esfuerzos! ¡Estamos todos tan desbordantes de buenas intenciones y buenos modales! Los ohhh y los ahhh de Madre mientras deshacía mi paquete, las muecas de deleite que se sentía obligada a hacer, y todo el tiempo yo veía ocupar su cerebrito la idea de que Jensen no tiene sucursal en Palm Beach y que probablemente sería demasiado tarde para devolverlas en abril, cuando vaya al norte. ¿Sería seguro devolverlas por correo?
Este año hay un árbol de plástico rosa, totalmente adornado con bolas rosas, malvas y plateadas... no exagero. Cuando lo observé (sin criticarlo) Madre me dijo que hacen furor en Palm Beach este año. Algo más caros que los tradicionales, pero tan prácticos: nunca pierden las hojas y cuando terminan las fiestas sencillamente los desmantelas y los guardas en su bolsa de plástico hasta el año próximo. No le gustó del todo que le dijera que debía hacer las cosas a fondo y poner una palmera de plástico rosa. Oh, mi querido Boy, es el espíritu de la cuestión. Y todo el tiempo hace calor, calor, calor, adentro y afuera, con el calor de la descomposición el mar parece un consomé.
En medio de todo esto, me encuentro pensando en Convers con algo parecido al verdadero afecto. Es tan frío, tan simple, tan anticuado. Julian Fenn, el auxiliar cuya casa se incendió, postula la interesante teoría de que es una supervivencia del pasado, incluso del pasado clásico: una pequeña comunidad sustentada por la agricultura y la educación. Con una población transitoria de esclavos, sugerí; él no estuvo de acuerdo, pero insinuó que el lugar de las pequeñas guerras inofensivas era ocupado por el fútbol y demás deportes sangrientos. Estábamos en un partido de hockey, algo que yo no había visto en años. Me topé con Fenn en las gradas más altas y más frías. El hockey es bastante bonito si uno se sienta lo suficientemente lejos como para ver sólo las arremetidas y giros de ballet, y no el fango en el hielo, las caras coloradotas y las pantorrillas magulladas."

Alison Lurie
Amor y amistad


"Me he quejado de Clark, de su idea de que la literatura es solo un hobby más bien excéntrico para un ama de casa. Pero aquí todo el mundo, incluso Kenneth, tiende a hablar de mi vida en Westford como si fuera un hobby más bien excéntrico para una escritora. Puesto que parece interferir con mi trabajo, ¿por qué no lo dejo? No ven lo que H. H. W. ha visto en un instante, que esa vida es la sustancia esencial de mi obra, sin la cual no habría ni Janet Belle Smith ni más cuentos.
En realidad, a la mayoría de la gente no le gusta la idea de que una mujer seria sea escritora, o la encuentran incongruente. Prefieren olvidar una de las dos cosas: o bien que eres escritora, o bien que eres mujer. «La elección de siempre, en mi caso», dijo ella con sarcasmo. Por eso, en las entrevistas se menciona que H. H. W. sabe hacer tarta de melocotón, como si fuera la cosa más extraña u original del mundo.
Seguía tan preocupada con Una, que le conté lo que había dicho Nick. Se rió pero lo entendió. Ella no había tenido tantos problemas con él, dijo; su problema estaba en un nivel más primitivo, religioso. Había descubierto que, si no prestaba atención, empezaba a antropomorfizar todas las cosas de la naturaleza: las nubes, las ranas, las hojas, la lluvia, hasta las ramitas y las piedrecitas, «de la manera más insidiosa y empalagosa». Y dijo, lo que puede ser cierto, que en mis mejores cuentos probablemente no aparecía Una. (Pero si fuera cierto, mis mejores cuentos serían los que escribí hace más de cinco años.)
También traté de contarle cómo esta primavera había sentido que hay algo aburrido en mis escritos. H.H. Waters no me dio ningún consejo, pero lo comprendió y me contó una bonita anécdota sobre cómo empezó ella a escribir poesía. Estaba en su segundo año de secundaria. Su profesor de lengua le había mandado hacer una redacción y no se le ocurría ninguna idea. Estaba sentada en el balancín del porche de la entrada de su casa quejándose de ello a su tío, que había salido a fumar, cuando pasó por la calle el camión de la lavandería. Su tío saludó con la mano al camión y dijo: «¿Por qué no escribes sobre esto?"

Alison Lurie
Gente de verdad


"Si al final no va a sobrevivir de la vida nada más que lo que los artistas cuenten de ella, no tenemos derecho a contar lo que sabemos que son mentiras."

Alison Lurie















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