Ben Lerner

"El gesto de asentimiento. De repente yo estaba de vuelta en Nueva York, 1969, dando el parte al doctor Porter, mi supervisor y, durante un tiempo, mi analista. Paredes revestidas de libros, olor a tabaco de pipa, pese a que nunca lo vi fumar. Después de observarme en una sesión a través de un espejo bidireccional, Porter se cebó en mi «hábito nervioso» de mover la cabeza e insistió en que debía ponerle fin. Es cierto que durante mis sesiones asentía un poco al ritmo del discurso del paciente. Con ese gesto no pretendía afirmar nada, excepto que estaba escuchando. El gesto era sutil, yo apenas era consciente de que lo hacía; ciertamente, a ningún paciente pareció importarle jamás. Pero Porter se mostró inflexible, desplegó una extraña intensidad, como si deseara emprenderla conmigo y no se le ocurriera nada más que criticar. (Nada aparte de toda mi orientación teórica; además, si yo hubiera sido una analista, tomando notas sentada detrás de un paciente postrado, mis gestos de asentimiento no habrían supuesto ningún problema).
Pero cuando dejé de asentir, cuando intenté reprimir el impulso, algo se descolocó en mi pensamiento. Para mi sorpresa, el movimiento físico no quedó ahogado, sino que se desplazó: empecé a sacudir un poco la pierna izquierda, lo que induciría a un paciente a pensar que estaba nerviosa, inquieta, que no me concentraba. Pero cuando contuve el movimiento de la pierna sin permitirme asentir, empecé a hacer girar un bolígrafo en mi mano de escribir, como un debatiente de instituto. Cuando me deshice del bolígrafo —lo que implicaba que ya no anotaba mis observaciones—, me distraje tomando conciencia de mis propias manos como tales, comencé a desplazarlas del regazo a los brazos de la silla y otra vez al regazo. Me sentía como si tratara de posar para una fotografía, como si aún estuvieran supervisándome, como si actuara bajo presión para representar mi papel de un modo que me impedía realizarlo como debía.
Luego cometí el error de plantear esas pugnas casi cómicas a Porter cuando estaba en el diván, analizándome. Momento en que el centro de atención pasó a ser mi transferencia, mi padre, el hecho de que permitirme a mí misma retomar sin más los gestos de asentimiento constituiría una retirada cobarde de mi propia psicodinámica. (¿Qué hacía Porter con las manos mientras yo hablaba?) Sí, me resistía a dejar que un famoso analista (famoso también por acostarse con sus alumnas) disciplinara mi cuerpo. ¿Era eso algo patológico? ¿Por qué no analizar a qué se debía que él concediera tanta importancia a ese insignificante tic?
Y de pronto cobró importancia. Mientras reprimía el gesto de asentimiento, olvidaba aspectos significativos de la historia de mis pacientes y tenían que recordármelos; hablaba muy poco o demasiado, gestionaba mal el silencio; me costaba más mesurar los tiempos, y a menudo me sorprendía descubriendo que la sesión casi había terminado. Y así todo. Al final, sencillamente dejé de tratar de controlarme y todo volvió a la normalidad. Incluso desarrollé una especie de orgullo en ese sutil gesto de asentimiento, a la manera en que podría hacerlo un deportista: un pequeño ritual que ayuda a mantener el ritmo en la línea de tiros libres, por ejemplo, una analogía que yo nunca utilizaría. En ese sentido, me negué a dejar que me adiestraran. Me negué a ser un mono adiestrado. O un loro genio."

Ben Lerner
El instituto Topeka



“El hombre blanco vive con el terror de que se descubra que es débil.”

Benjamin S. Lerner



EL LECTOR PROMEDIO solo distingue la letra inicial y la última de una palabra. Nada más lee las palabras más extensas y extrañas en una oración, e intuye el resto del lenguaje. El lector promedio a menudo pasa dos páginas a la vez, sin percatarse del corte en la narración. Toma un libro, rápidamente voltea sus páginas y cree que lee. A la inversa –continuamente lee sin darse cuenta– procesará e incluso vocalizará un texto que cree estar componiendo, cuando de hecho está leyendo en el aire, entre líneas, en la pared. En tus momentos más íntimos, mi lector promedio, ¿no confiás en las grandes notas de apoyo más allá de la vista del público? ¿Alguna vez has aplaudido sin ser dirigido por una señal luminosa?

Ben Lerner
De Angle of Yaw




Fotografiadas desde arriba, las sombras de los soldados parecen
estar de pie, proyectando cuerpos. Rara vez se representan
pájaros a vista de pájaro. Desde este ángulo, ella no está enamorada
de mí. Media luz, la otra mitad ideología. Cada uno de nosotros
impreso en forma de píxeles en un anuncio por la democracia. Denle
al pueblo lo que quiere, dice el televisor. ¿Un poderoso efecto
de succión? ¿Extra de queso? El sexto sentido, el sentido que
usamos para leer, es la capacidad de percibir la pérdida de otros
sentidos; hemos perdido este sentido.

Ben Lerner



La tercera sección del estómago de un rumiante se llama
salterio porque, al cortársela, se abre como las hojas de un libro. La
fruta tiene forma de estrella cuando se la corta de manera transversal,
y por eso se llama fruta estrella. Nuestro pueblo a menudo
llama a los objetos según la forma en que los destruimos.

Ben Lerner



Rey de la cerveza, rey del pop, rey de reyes;
orgulloso auspiciante de la danza de la lluvia y la matanza piadosa,
de los Juegos Paralímpicos y la circuncisión;
cinéfilo, carnívoro, republicano: bendice

a mi novia, bendice los deditos de pollo, el trayecto
hasta Brooklyn, vigila su disco rígido y el lunar sospechoso,
perdónale que fume, protégela del ántrax
y la obesidad, del Scud y del Rohypnol. Si la manosean en un bar,
si la insulta un taxista, si pierde su trabajo,

deroga la luna, manda una plaga a través de un parche de nicotina
y por celular, vacía tus siete copas sobre el G7,
insensibiliza el pene, estrella un avión de pasajeros en la estrella polar. Destruye
con fuego, con una espada corta, con azufre, después destruye
el fuego, la espada corta, el azufre. Destrúyeme a mí. Después destrúyela a ella.

Ben Lerner



Si está colgado en la pared, es un cuadro. Si se apoya en el piso,
es una escultura. Si es muy grande o muy chico, es conceptual. Si
forma parte de la pared, si forma parte del piso, es arquitectura.
Si hay que pagar entrada, es moderno. Si ya estás adentro y tienes
que pagar para salir, es más moderno. Si puedes estar dentro sin
pagar, es una trampa. Si se mueve, está pasado de moda. Si tienes
que mirar hacia arriba, es religioso. Si tienes que mirar hacia abajo,
es realista. Si lo compraron, es de sitio específico. Si, para verlo,
tienes que pasar por un detector de metales, es público.

Ben Lerner



"Soy un poco como el Quijote, un tipo que vive de ilusiones literarias, un Tristram Shandy picaresco y algo torpe-se retrata, forzando un poco la afinidad cultural-. Además, fumo mucho hachís."

Ben Lerner



Tengo que conducir muchos kilómetros para decir este remate.
Tengo que conducir muchos kilómetros a la usanza moderna,

que es suicida, debajo de este cielo que exige correcciones. Esta noche
Orlando Duran se sacó de quicio. Se puso a untar todos los picaportes,
cerraduras y espejos de su departamento con gel espermicida.

Expulsar de repente aire de los pulmones

no es una vida hermosa a la usanza moderna. Más bien,
hay que aprender a conducir, a conducir
en el sentido más amplio de la palabra, en un sentido en el que quepan
cómodos otros cuatro sentidos. Esta noche, Orlando

Duran se pronunció a la usanza moderna,
se pronunció como un remate. ¿A esto se refería cuando dijo

“libertad negativa”,
o “el ruido del aplauso con una mano sola es un latido”?

Ben Lerner



Voy a matar al presidente.
Lo prometo. Me rindo. Lo siento.
Soy gay. Estoy embarazado. Estoy muriendo.
No soy tu padre. Estás despedido.
Pedido. Olvidé tu cumpleaños.
Tendrás que perder una pierna.
Ella se lo estaba buscando.
Se tiró debajo del carro.
Parecía una pistola. Es contagioso.
Ahora ella está con Dios.
Ayudame. No tengo un problema.
Me tragué un frasco de pastillas.
Soy doctor. Te estoy abandonando.
Te amo. Andate a la mierda. Cambiaré.

Ben Lerner











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