Eduardo Mallea

"Así me encuentro yo de pronto en el centro mismo que monopoliza el gobierno y el pensamiento del país. Todo me parece entonces grande, todo extraordinario. Vivo en la urbe horas de admiración transida ante el espectáculo de una Babilonia que conserva la forma de la llanura en medio de su acre pujanza y de su riqueza casi brutal. Los hombres me parecen fuertes; las mujeres, hermosas. (…) Hurgo en las librerías; vago por las calles; me detengo ante cada escaparate como ante el mundo feérico de las joyas, los mobiliarios, los vapores, las rotiserías, los bazares, las elegancias del hombre y de la mujer con etiquetas caras; entro en la oscuridad de los cinematógrafos; me paro a ver pasar las multitudes; estoy en la plenitud, soy feliz. Algún día esa ciudad leerá lo que yo escriba. Pero, ¿es que lee ahora lo que yo leo? No quiero preguntarme nada; mi gozo es demasiado grande ante la ciudad de más de dos millones de habitantes, de más de dos millones de destinos que pueden contarse como una historia…"

Eduardo Mallea



"Chaves iba y volvía solo a su casa por los caminos, y protegía aquella soledad como sacra cosa suya, sin que cupiera posibilidad de ser rota, salvo por diez o veinte pasivos pasos hechos al lado de tal o cual fortuito encuentro, escuchándolo. Se negaba deliberadamente a hablar."

Eduardo Mallea



"Ella no dijo nada; el sabor del whisky era agradable, fresco y con cierto amargor apenas sensible; el salón servía de refugio a la huida final de la tarde; entró un hombre vestido con traje de brín blanco y una camisa oscura y un pañuelo de puntas castaño saliéndole por el bolsillo del saco - miró a su alrededor y fue a sentarse al lado del mostrador y el patrón levantó los ojos y lo miró y el mozo vino y pasó la servilleta sobre la mesa y escuchó lo que el hombre pedía y luego lo repitió en voz alta; el hombre de la mesa lejana que oía al que hablaba volublemente volvió unos ojos lentos y pesados hacia el cliente que acababa de entrar; un gato soñoliento estaba tendido sobre la trunca balaustrada de roble negro que separaba dos sectores del salón, a partir de la vidriera donde se leía, al revés, la inscripción: "Café de la Legalidad"; ella pensó: ¿por qué se llamará café de la Legalidad? - una vez había visto, en el puerto, una barca que se llamaba Causalidad; ¿qué quería decir Causalidad, por qué había pensado el patrón en la palabra Causalidad, qué podía saber de Causalidad un navegante gris a menos de ser un hombre de ciertas lecturas venido a menos?; tal vez tuviera que ver con ese mismo desastre la palabra Causalidad; o sencillamente habría querido poner Casualidad -es decir, podía ser lo contrario, esa palabra, puesta allí por ignorancia o por un asomo de conocimiento-; junto a la tintorería, las puertas ya cerradas pero los escaparates mostrando el acumulamiento ordenado de carátulas grises, blancas, amarillas, con cabezas de intelectuales fotográficos y avisos escritos en grandes letras negras.
(...)
Estuvieron allí un rato más y luego salieron; echaron a andar por esas calles donde rodaban la soledad, la pobreza y el templado aire nocturno; parecía haberse establecido entre los dos una atmósfera, una temperatura que no tenía nada que ver con el clima de la calle; caminaron unas pocas cuadras, hasta el barrio céntrico donde ardían los arcos galvánicos, y entraron en el restaurante. ¡Qué risas, estrépito, hablar de gentes! Sostenía la orquesta de diez hombres su extraño ritmo; comieron en silencio; de vez en cuando cruzaba entre los dos una pregunta, una réplica; no pidieron nada después del pavo frío; más que la fruta, el café; la orquesta sólo se imponía pequeñas pausas. Cuando salieron, cuando los recibió nuevamente el aire nocturno, la ciudad, caminaron un poco a la deriva entre las luces de los cinematógrafos. Él estaba distraído, exacerbado, y ella miraba los carteles rosa y amarillo - habría deseado decir muchas cosas, pero no valía la pena, callaba. -Volvamos a casa -dijo él-. No hay ninguna parte adonde ir."

Eduardo Mallea
La ciudad junto al río inmóvil



"En nuestro origen natural está potencialmente contenido nuestro devenir; si perdemos el recuerdo, o sea la ciencia de nuestro origen interior, ¿qué podremos ser más que un optimismo errabundo?"

Eduardo Mallea



"Hablaba como no había hablado nunca o como hablaba desde que la conoció, como le hablaba a ella y a la gente, a todo aquel tropel mudante y elusivo, en un furioso impulso parafrástico por tornarles transparente su definitiva intransparencia. A veces de pie, a veces de rodilla, a veces alzado junto al lecho como un gigante en el mural reflejo de la sombra, Chaves llenó la noche de palabras... Con que brío le contó lo que tenían que ver y todavía no habían visto, lo que tenían que hablar y todavía no habían hablado! Con que transporte y elocuencia le describió aquel desplazamiento, planeado, hacia regiones de mucho más al Norte donde verían juntos el corte áspero de las quebradas! Como le contó todo aquello que no pensó respecto de los destinos a que él se sentía llamado por aquella súbita transformación de la empresa en que colaboraba! Qué vehemencia! Cuánta gritada frase! Al alba, cuando llegó el aparato funeral, le hallaron todavía hablando, pero ya en voz baja y declinante como oración que sigue, fatigada, o como susurro de monomaníaco más allá de objeto y tiempo, acepción y razón. Y así fue como Chaves habló, aquella vez. Y como despúes bajó de las palabras a la llanura de su soledad. Y como bajó, solo, por el país, por pueblos y por pueblos, hasta el Sur, hasta sentir el frío y mirar los lagos y ver por encima de las casas la punta nevada de los alerces."

Eduardo Mallea
Chaves



"Me levanté en espíritu y abrí los ojos sobre esa realidad. Me sentí extrañamente lleno de angustia y furia. Me llené de desprecio y amor. Creí haber llegado a un momento fértil de mi vida, a ese en que el torbellino del alma nos dice cuáles son nuestros odios fuertes, cuáles nuestros amores fuertes, qué es lo que llevamos en nosotros frágilmente y qué lo inconmovible, lo rudo, lo perdurable, qué es lo que llevamos hecho ruina y qué lo que llevamos de naturaleza imbatible. Y estaba ahí circundado por los dos países, aquel contra el que me levantaba, en el que no me resignaba a vivir, aquel del que quería conservarme inexorablemente alejado; y el otro, el creador, el país verdadero, el país mío, mi país, mucho más fuerte que el otro, como son más fuertes que la ola externa las corrientes de profundidad".

Eduardo Mallea
Historia de una pasión argentina



"Hacia nuestra Argentina, argentinos insomnes; hacia una Argentina difícil, no hacia una Argentina fácil. Hacia un estado de inteligencia, no hacia un estado de grito. Quiero decir con inteligencia: la puesta en marcha de una desconfianza en nosotros mismos junto con la confianza; sólo esto es fecundo. Mientras vivamos durmiendo en ciertos vagos bienestares estaremos olvidando un destino. Algo más: la responsabilidad de un destino. Quiero decir con inteligencia la comprensión total de nuestra obligación como hombres, la inserción de esta comprensión viva en el caminar de nuestra nación, la inserción de una moral, de una espiritualidad definida, en una actividad natural.

"Es necesario ir hacia ello, no detenerse, argentinos, argentinos sin sueño, argentinos taciturnos, argentinos que sufren la Argentina como un dolor de la carne.

"Estamos abocados a males tantos, en esta tierra de tanto sol y tanta tierra y tanto cielo, que yo no veo remedio, para salirles al paso, más que el fruto que dé una categórica, radical, rotunda movilización de las conciencias. Movilización es maduración: cuando todas las partículas de un organismo vivo se ponen en extremo movimiento, en agitación, es cuando ese organismo va a dar sazón a su fruto, cuando todo ese organismo se mueve en el sentido de su secreta presciencia y todas sus células han adquirido una suerte de orgánica lucidez.

"Y si somos todavía un pueblo verde, un pueblo en agraz, no es porque seamos "un pueblo joven" -cándida, inocente mentira, ya que no los hay bajo el sol jóvenes ni viejos, y aun se es más viejo en todo caso por ciertas frustraciones de la juventud-, sino porque nuestra conciencia está en mora, porque ella no se ha desarrollado desde sus fuentes, desde su hondón, sino quedado sobre sí y como cerrada.

"Lo que estamos es sin fruto verdadero, y sólo nuestras ramas de árbol criollo se han echado a expandirse por el falso espacio de una supercivilización aparencial.

"Los hijos de los hijos de argentinos, ¿a qué se parecerán? He aquí una cuestión que hay que sentir preocupadamente. Yo sé a lo que se parecerán en su forma vital, pero no sé a lo que se parecerán en su forma moral. Yo sé que serán ricos, yo sé que serán físicamente fuertes, técnicamente hábiles, lo que no sé si serán es argentinos. Y si no sé si serán argentinos es porque sé que sus padres han perdido ya hoy el sentido de la argentinidad.

"El sentido de la argentinidad. Ya con sólo enunciarla, esta frase suena extraña porque apenas tiene crédito en nosotros, no encuentra en la persona el necesario campo crédulo y responsable.

"Es una oración blanca, por similaridad con esas voces blancas con que se habla en América de las cosas del espíritu y la cultura, es decir, en términos puramente locutorios y no consubstanciados.

"Y si esta oración fundamental es una oración blanca -no hay que poner el grito en el cielo sino en el alma; hay que poner el grito en el alma. Hay que poner el grito en el alma porque estamos ante la comprobación de una certidumbre y es que nuestra consciencia permanece inmatura y de que corremos el riesgo, no ya de seguir siendo, sino de ser cada vez más hombres prematuros.

"No lo eran aquellos de quienes nacemos como pueblo. Lo estamos siendo, cada vez más, nosotros. Por una involución, por un proceso de involución ante el que hay que detenerse y decir: no.

"Sin quedarnos en nuestra aflicción, sumidos en el árido reflexionar del cubil, sino saliendo de nuestro cuarto en modo ardiente y precipitado para llevar adonde mora el vecino la declaración de nuestra decisión crítica y nuestra hambre, nuestro no a este avance inerte cuyo andar es como un sopor que se desplaza sobre hombres, masas y ciudades.

"No. La Argentina que queremos es otra. Diferente. Con una consciencia en marcha, siendo esta consciencia lo que debe ser, es decir, sabiduría natural. Si según la teoría socrática recogida por Platón en su Fedón , ciencia es reminiscencia, lo que necesitamos en todo momento es reminiscencia, o sea conocimiento anterior del origen de nuestro destino y en el origen de nuestro destino está el origen de nuestro sentimiento, conducta y naturaleza.

"En nuestro origen natural está potencialmente contenido nuestro devenir; si perdemos el recuerdo, o sea la ciencia de nuestro origen interior, ¿qué podremos ser más que un optimismo errabundo?

"Haberse originado es originarse constantemente, nacer es seguir naciendo, y si no sabemos cómo y para qué llevamos en nosotros tan constantes nacimientos, esta ignorancia adquirirá, bajo el aspecto de una vida que se perpetúa, el valor de una muerte que se repite."

Eduardo Mallea
Historia de una pasión argentina



"Sólo los días de lluvia salía a sentarse en el suelo, con la espalda apoyada en el vano de adobe, a la puerta de la vivienda. Oía sorprendido, como alucinado, el ruido del agua al azotar los campos inmensos y venir a danzar ante él su sorprendente monólogo pluvial: aquel discurso expresado en acuosos latigazos oblicuos interpretado como un discurso que pidiera ser entendido, que pidiera su elucidación, dotado como todos los ruidos de quién sabe qué terrible lenguaje secreto. El viejo permanecía allí horas, seducido por la lluvia, ensimismado en ella, atendiéndola como si de pronto, en su oído cerrado a todas las voces externas, fuera a suscitar fabulosas significaciones. Pensaba que acaso pudiera traerle la respuesta que cuarenta años había esperado en vano, la contestación a su monólogo. Y sólo cuando la lluvia cesaba, volvía el viejo a entrar en su vivienda, para seguir moviendo los labios en la elaboración sin fin de los motivos que lo encendían y lo exaltaban, apaciguándolo o enfureciéndolo.
Desde el día de su voluntaria reclusión, tan sólo había hablado el viejo a otro ser existente una vez o dos treinta años antes, al ver aparecer algún jinete y ser preguntado sobre tal o cual paraje. Pero luego, definida ya en él su voluntad, cada vez que se vio preguntado por algún personaje errabundo, se limitó a guardar silencio y encerrarse en su vivienda ante la estupefacción o la cólera del advenedizo.
Había estado enfermo una vez. Había sufrido fiebre alta y perdido el conocimiento. Había delirado. Quién sabe qué cosas había dicho. Quizás las mismas que decía cada día, sólo que tal vez entonces en una especie de monólogo subterráneo, comparable al dibujo de un cuerpo que se ve debajo de unas aguas, semisumergido y semináufrago. Luego se había curado. Había amanecido curado al sol que entraba en el cuarto con la forma de rectángulo de la puerta. Y se había hallado otra vez allí, con vida, vivo aún, en medio de todo lo que aquel cuarto encerraba para él. Tal vez hubiera preferido morir."

Eduardo Mallea
La barca de hielo



“Todo mi empeño estribó en ser una conciencia preocupada.”

Eduardo Mallea


“Una literatura llamada a durar es generalmente profética; más raramente, apologética menos todavía de propaganda.”

Eduardo Mallea









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