Ernesto Mallo

"El escritor vale por el riesgo que asume."

Ernesto Mallo


"Escribir en primer persona es más difícil que la tercera. El narrador no puede saber más de lo que va contando. Toda la novela va en primera persona menos la segunda parte, cuando el protagonista va preso. Es la narración la que te pide utilizar una forma u otra."

Ernesto Mallo



"Hay ciudadanos que ven el tema de la corrupción como una gracia, a los corruptos de todos los estamentos sociales, políticos, judicial, etc. Éstos pertenecen a una misma raza, unos se valen de los otros."

Ernesto Mallo



“La capital de Argentina es una ciudad muy hostil, con demasiados habitantes. Cambió mi manera de enfrentarme al mundo. Hay demasiada rabia contenida. Hay grandes diferencias entre ricos y pobres y siempre hay que estar muy alerta. Los automovilistas se dedican a cazar a los peatones. Sin embargo, en Barcelona todo es mucho más relajado y tranquilo.”

Ernesto Mallo



“La literatura no es cómoda para el escritor.”

Ernesto Mallo



“Lo que realmente necesitamos en estos momentos no es una vacuna contra la Covid-19 sino contra el neoliberalismo.”

Ernesto Mallo



"Los hombres de la corte festejan ruidosamente. Amacabeaz ignora que para ellos esas palabras son un insulto cargado de desprecio y pondera los objetos que al padre de Agawo gustaban tanto, pero para él es como si hubiera llegado nada más que con el cabello que tiene en la cabeza. Lo que quiere son armas y municiones para hacerle la guerra a los Ewé, de quienes obtendrá lo que Oncededos ha venido a buscar.
De vuelta en la Hechicera, se pone a hacer el recuento de los pertrechos de que dispone. En la tarea lo secunda Peers Legh, nombre falso que adoptó para escapar del alguacil de Liverpool quien lo buscaba para dar cuenta del robo de seis esclavos pertenecientes a la Royal African Company. Huyó de Albión y se hizo monje en un monasterio a orillas del Cantábrico. Nada más apropiado para vestir de respetabilidad a un fugitivo. Allí le castellanizaron el nombre convirtiéndolo en Pedro Lego. Pelirrojo, con el rostro cubierto de pecas, sus ojos son dos rajas en las que se agitan ambiciosas pupilas verdes. Sin labios, la boca es un tajo que cruza su piel lechosa de oreja a oreja. Oncededos lo sumó a su tripulación cuando la iglesia, siempre a la caza de feligreses, lo obligó a llevar un cura para cristianizar a los negros que trafica entre la Costa de los Esclavos y las Indias. Ha invertido cuanto tenía en esta expedición. Calcula que puede meter en sus bodegas al menos unos quinientos negros. Si se le mueren cien por el camino, que es lo habitual, hará negocio redondo. Los contrabandistas del Río de la Plata, que lo aguardan en el maizal de Conchas, pagan tres y hasta cuatro veces el precio de los esclavos que consumen las minas del Cerro Rico de Potosí.
Cuando le llevan las armas y las municiones, Agawo le ofrece a cambio ciento cincuenta hombres de su propia nación y cincuenta mujeres. Una cantidad notoriamente insuficiente para compensar los gastos en que el negrero ha incurrido. Sin embargo acepta. Decirle no a un rey Akan es una falta de respeto que tiene sus consecuencias. Le propone a Agawo que ponga cien guerreros bajo sus órdenes a fin de instruirlos en el uso de los arcabuces.
Una semana más tarde, Oncededos, Pedro y una partida de marineros acarreando una ofrenda de odres con vino, visitan a los Mina. Agrohene acepta el convite gustoso. En menos de una hora, la bebida instala la fiesta, cuatro hombres percuten sus djembés y las más jóvenes de la tribu divierten a los invitados con la danza más voluptuosa que se pueda imaginar. El baile de los negros continúa toda la noche hasta que caen rendidos. Al cuarto del alba están casi todos dormidos. A una señal de Oncededos, los cien guerreros Akan, más una docena de marineros de la Hechicera, guiados por Pedro Lego, salen del bosque y caen sobre ellos. Hay algún intento de resistencia, uno que otro consigue huir, pero el grueso de los Mina son hechos cautivos. Amacabeaz en persona procede a seleccionarlos. Separa a los más jóvenes y fuertes, los más aptos para soportar el cruce del océano y los más requeridos para el trabajo que les está destinado. Los elegidos terminan amarrados con sogas por el cuello formando un rosario de prisioneros. Sólo separa a una docena de mujeres para que los contrabandistas tengan algo que obsequiarle a sus esposas.
Los prisioneros saben que una vez que lleguen a São Jorge, ya no tendrán ninguna posibilidad de escapar. La única esperanza es que alguno de los fugitivos convoque fuerzas hermanas y vengan al rescate. Se rehúsan a caminar. Ni siquiera el silbido del látigo consigue que se pongan en marcha. Oncededos no es un hombre paciente. Si se demora corre peligro no sólo su cargamento, también su propia vida. Ordena a dos marineros que tomen a uno de los negros. Lo voltean sobre un tronco seco sosteniéndolo por las muñecas. Desenvaina su machete y lo descarga con toda su fuerza seccionándole un brazo. El aullido que suelta el pobre infeliz hace callar todos los sonidos de la selva. Mientras se desangra, los cautivos se ponen en marcha, convencidos de que el dios de la mala suerte cayó sobre ellos."

Ernesto Mallo
El Relicario


"Los hispanoparlantes somos mejores cuentistas que novelistas, ahí tienes al propio Borges que no escribió ninguna novela, pero sí los mejores relatos en español. La brevedad es muy importante. Algunos no tiene ninguna capacidad de sintaxis por eso escriben novelas tan largas. Que una novela sea más breve no tiene por qué ser más fácil escribir ni peor."

Ernesto Mallo



"Me hace un gesto apenas perceptible, no quiere hablar y que sus custodios lo escuchen. Descendemos en silencio hasta el subsuelo. Desembarcamos en el pasillo que da al garaje. El juez les dice a sus hombres que vayan al auto, que enseguida los alcanzará. En el breve instante que transcurre entre que abren la puerta, salen y la cierran puedo ver que solo está mi coche, el de Bonasera y una SUV negra.
Hay una cosa que debe saber sobre Palanca. ¿Qué hay con él? Sale libre. ¿Cómo? Vamos, Saralegui, no se haga el sorprendido, sabemos que todas las pruebas fueron manipuladas. Atrás de todo este merengue está Erhardt: usted, yo y Gasulla lo sabemos. No es que me importe, pero su procesamiento es insostenible y sus dedos, Saralegui, están impresos en toda la causa. ¿Por qué insostenible? Pasaron por alto un pequeño detalle. ¿Cuál? El día del asesinato de Roby, el anterior y el siguiente, Palanca estaba en Tucumán. Sí, a mil setecientos kilómetros del lugar del hecho. ¿Le gusta? La verdad que no. ¿Y sabe qué estaba haciendo por allí? Ni idea. Exacto, Saralegui, usted no tiene ni idea. Estaba en la cárcel. El jefe de delegación de la Policía Federal lo odia por un lío de polleras; en cuanto le alcahuetearon que estaba en la ciudad, lo mandó a detener. ¿Gasulla lo sabe? No, pero no va a tardar en enterarse. ¿Y Erhardt ya sabe que lo va a dejar libre? Sí. ¿Qué le dijo? Que ya iba a tener noticias suyas. ¿Y con Selvetti? Otro regalito suyo. En estos momentos el expediente está sobre el escritorio de Gasulla, también lo va a auditar. Solo le digo esto, Saralegui, no se oponga, no apele, no recurra. Soltaré a los dos, así nos quedamos más tranquilos.
La luz automática se apaga. Sin esperar réplica alguna, Bonasera gira y abre la puerta con violencia. Golpea contra una cámara de seguridad destrozada que pende de un cable. El juez camina hacia su coche. Lo miro alejarse. Uno de sus custodios está al volante, el otro baja. La SUV se pone en marcha y se empareja al coche de Bonasera. La puerta lateral se abre velozmente. Dos hombres delgados, elásticos y ágiles como gatos, vestidos de negro y armados con Uzis con silenciador, saltan afuera. Pap, pap, pap: uno fusila al guardaespaldas y el otro al chofer que aún está al volante. No les dan tiempo siquiera a desenfundar sus pistolas. Bonasera tiene un instante de parálisis, se repone, se vuelve y corre hacia mí. Pap. Uno de los sicarios le dispara por la espalda. Cae, pero no está muerto todavía, intenta arrastrarse. Con dos saltos, el asesino se pone a su lado y, pap, lo remata. Es joven, de piel color aceituna, corona su cabeza un mechón de cabello blanco. Levanta la cabeza con el aire de un depredador que busca a su presa. Me hundo más en las sombras del pasillo. La SUV se detiene junto a él con el portón lateral abierto. Adentro, el otro sicario está guardando su arma. Sube, cierra y se van tranquilamente. Respiro. Pienso salir de allí inmediatamente. Pero las cámaras instaladas en el ascensor delatan que soy la última persona que lo vio con vida, a excepción de sus matadores. Subo al hall principal y le informo al oficial de seguridad que hubo un tiroteo en el garaje. No es sino hasta bien entrada la mañana siguiente, luego de contar lo sucedido al instructor, cuando puedo irme a casa. Bueno, tanto como lo sucedido..., mi versión: dos encapuchados en un coche negro le dispararon a Bonasera y a sus dos guardaespaldas. No me vieron porque no salí del pasillo, debía regresar a mi despacho, donde había olvidado algo."

Ernesto Mallo
La ciudad de la furia


“No estoy de acuerdo con lo que los pueblos tenemos los gobiernos que nos merecemos. Malraux decía que se nos parecían los gobiernos. Si tú miras a cualquier gobierno no lo debes ver como un enemigo porque es el espejo en el que te reflejas. Los políticos no bajan de un platillo volador. Nadie piensa en la política en términos de arte, lo piensa en términos económicos.”

Ernesto Mallo












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