Gustavo de Maeztu

"Algunas veces, en mis rebuscas hacia un arte que, sin grandes complicaciones, fuera sensible y personal, me he preguntado qué es la tradición y más concretamente, que es la tradición española, y, francamente, yo no lo he encontrado en la gran línea de los que nos han hablado durante tantos años Greco, Velásquez, Goya; la tradición la encuentro entre los pintores de sentimientos afines, en pintores bárbaros de los siglos XV y XVI, que solamente manejaban los oros y los negros, que poseían un dibujo de raíz románica, pero de sentimiento profundamente religioso, heroico y nacional. Estas tablas, ya rarísimas en las colecciones y en los museos, tablas catalanas, aragonesas, castellanas, rudas, que tienen en la técnica el pálido reflejo del lejano Bizancio, esto es lo único que mi sensibilidad ha encontrado de tradicional español.
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Soy pesimista respecto al porvenir literario y artístico de España. La característica del genio español, ha dicho mi amigo Royal Tyler en su libro sobre las catedrales españolas es el virtuosismo; quizás esto sea exagerado, aun admitiendo desde luego nuestra falta de imaginación; pero soy pesimista porque aquí hay muy pocas personas capaces de morirse de hambre por una idea estética. Falta inquietud, falta lucha.
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Trabajemos, soñemos y vivamos nuestra vida tal y como está trazada, un poco vagabunda, a ratos alegre, a ratos melancólica. La copa ofrecida por la mano cordial de algún amigo endulzará la fatiga de nuestras rebuscas, y cuando pasen los años y vaya paseando a lo largo de algún muelle extranjero, quizás algún marino me envíe con su harmónica las notas sensuales de la dulce habanera, evocadora harmonía que me hablará del trópico, que me hablará de España, recio país que en sí tiene el fermento de todas las posibilidades, recio país, sólo amado y querido hondamente por sus emigrantes."

Gustavo de Maeztu y Whitney
Fantasía sobre los chinos



"Las estrellas destelleaban su luz verdosa en el azul profundo de los cielos; los montes se recortaban al final de la vega como monstruos en reposo. Venía de las montañas una brisa suave que traía el aroma del romero salvaje. Se oía la corriente del río sedante y rítmica que daba al nocturno un eco vago de romance y de amor. Algunas estrellas atravesaban errando los espacios; y en la apacibilidad de los cielos se percibía el temblor esmeralda de Venus y el verde pálido del lejano Sirio.
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Por ley fatal, las épocas pasan y la nuestra con sus chimeneas, con sus automóviles y su gendarmería también se va. Los oídos penetrantes y los ojos de largo mirar de los nigromantes del presente, han divisado en horizonte no lejano a la carroza de la sociedad actual, que camina a estrellarse en el precipicio del olvido. Es verdad, yo también lo he visto; la carroza de nuestra sociedad es la propia que antaño conducía a los comediantes que representaban los autos de la muerte.
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El hombre, que según Lamartine “es un ángel caído de los cielos”, acumula sobre esta quimera (el amor) toda su fantasía y muere a veces esclavo de la misma. El hombre será un ángel, pero las apariencias hacen creer más bien que es un angelote de retablo sonriente y grotesco."

Gustavo de Maeztu
Andanzas y episodios del Sr. Doro



"¿No habéis sentido alguna vez, viendo pasar sobre las altas cumbres los pájaros que huían hacia las tierras luminosas, una sensación rara de vida maravillosa en los países lejanos?
¿No habéis sentido el placer de ver correr las tierras a vuestros ojos y de sumiros en el ensueño de la velocidad? ¿No habéis sentido, al caminar en la noche sobre el páramo de Castilla, o sobre los viejos caminos de las Landas, al divisar allí, remotamente, una luz que fosforece entre las sombras, un cosquilleo de aventuras, de casas encantadas y de vidas de maravilla?
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El 15 de noviembre del año 1909 del Señor, en el crepúsculo del mismo día, hallábase sentado un avellanero en un banco de los frondosos jardines de Hércules, cuando al terminar el recuento de lo que había ganado durante el día y ponerse en pie para dirigirse a su posada, observó con asombro que, sobre el muro de unos palacios en construcción, un enorme gato se relamía las patas, bostezando y relumbrando en la penumbra crepuscular unos bellos ojos verdes.
Pronto se cansó el gato de limpiarse las patas y reparando en la atónita figura del avellanero, comenzó a burlarse del pobre vendedor, haciéndole toda clase de muecas extravagantes.
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Los periódicos seguían llenando columnas hablando de las hazañas del gato azul."

Gustavo de Maeztu
El imperio del gato azul






























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