Ignacio de Luzán

A la defensa de Orán

Dame segunda vez, Euterpe amiga,
bien templada la lira y nuevo aliento,
que alcance a referir nuevas hazañas:
ya de Orán y de Ceuta las campañas
ofrecen otra vez alto argumento
que a renovar aplausos nos obliga.
El África enemiga
ya produce otras palmas y laureles
para adornar del vencedor la frente.
Tú, diurna Piéride, consiente
que del furor sagrado con que sueles
grandes héroes cantar, y sus renombres,
a pesar del olvido, entre los hombres,
inmortales hacer, pida hoy no poco:
es justa la razón por que te invoco.

Como la generosa águila altiva,
sobre las vagas aves hecha reina,
y que sirve al Tonante al pronto rayo,
si de su arrojo en el primer ensayo
culebra arrebató que escamas peina,
y erguida la cerviz su furia aviva,
en vano ya cautiva,
de la garra feroz, silba y forceja,
que el ave, uñas y pico, ensangrentada,
no suelta más la presa, y remontada
por la región suprema, el vuelo aleja,
hasta que el monstruo al fiero orgullo abate;
y destrozado en desigual combate,
palpitando algún miembro, en tierra yace;
lo demás en el aire su hambre pace;

así la osada juventud de España
contra el moro obstinado ahora defiende
las conquistas debidas a su brío.
En vano el ya perdido señorío
la descendencia de Ismael pretende
recobrar con la fuerza o con la maña.
Verase la campaña
de Marruecos, de Argel y Terudante
de púrpura teñida y ríos rojos;
revolcarán los bárbaros despojos
al mar de Mediodía y al de Atlante,
destinados juguete al Euro y Noto,
cuando después sulcase algún piloto
las playas hasta donde fue Cartago,
conocerá en los huesos el estrago.

Es difícil empresa al enemigo
la firmeza vencer de tales pechos,
que honra sólo, valor y fe respiran.
Ya vulgares ejemplos no se admiran,
ya del brazo español no salen hechos
sin conducir la heroicidad consigo.
Del infeliz Rodrigo
no dura más el ocio y muelle trato:
entre noble vergüenza y rabia lucha
cualquiera de nosotros cuando escucha
el nombre pronunciar de Mauregato.
Ya en defender circunvalado muro
con varia muerte es del ibero duro
propio, innato el tesón, del cual arguyo
que sería obstinado, a no ser suyo.

¡Oh Cantabria feroz! ¡Oh de Sagunto
inflexible valor! ¡Oh gran Numancia,
cuyas pérdidas hoy son nuestra gloria!
Siempre que se renueva la victoria
de nuestra heroica, indómita constancia,
falta voz a la fama en tal asunto.
Cuando el extremo punto
llegó del hado, el fiero numantino
al fuego se arrojó de rogos varios,
dejando admiración a los contrarios;
trofeos no; que el vencedor latino,
cuyo valor no en vano se eterniza
sólo pudo triunfar de la ceniza:
no haga otra gente de constancia alarde,
que a esto no llegó nunca, o llegó tarde.

Nace del fuerte el fuerte, y de la interna
virtud del padre toma el becerrillo
que en las dehesas de Jarama pace.
¿Acaso alguno vio jamás que nace
del águila feroz triste cuclillo,
nocturno búho o palomita tierna?
Como en cadena eterna
se eslabona el valor, y la prudencia
se infunde al español de sus pasados.
De aquellos ascendientes celebrados
esta nació valiente descendencia,
de quien ahora tiembla el mauritano;
después vendrán, y no lo espero en vano,
emulándose en glorias y en efetos,
los hijos de los hijos y los nietos.

Canción, si yo pudiese, bien querría
hacer de modo que tu voz oyese
la zona ardiente, la templada y fría;
y que en tus alas fuese
la fama de mi patria y sus trofeos
a los pueblos del Indo, a los sabeos,
a los de Arauco, Taura, Ida, Erimanto.
Pero no son tus alas para tanto.

Ignacio de Luzán




Leandro y hero
               
Musa, tú que conoces
los yerros, los delirios,
los bienes y los males
de los amantes finos,

dime quién fue Leandro,
qué dios o qué maligno
astro en las fieras ondas
cortó a su vida el hilo.

Leandro, a quien mil veces
los duros ejercicios
del estadio ciñeron
de rosas y de mirtos.

ya en la robusta lucha,
ya con el fuerte disco,
ya corriendo o nadando
diestro, gallardo, invicto,

amaba a Hero divina,
bellísimo prodigio
sobre cuantas bellezas
Sesto admiró y Abido.

Negro el cabello, ufano
de naturales rizos,
realzaba del cuello
los cándidos armiños…

Vióla Leandro un día
en los cultos festivos
que a Venus tributaban
se Sesto los vecinos.

(Que era sacerdotisa
del templo y sacrificio,
y aun emulaba en todo
al sacro numen ciprio.)

Vióla el gran concurso
de los solemnes ritos
brillar, único asombro:
vióla, y quedó perdido.

Y a la deidad del templo,
con el nuevo, excesivo
ardor que le abrasaba,
frenético le dijo:

”Gran diosa de Citera,
de Pafos y de Gnido,
esta mortal belleza
es tu traslado vivo.

Perdona, pues, si a ella
tus mismos cultos rindo
y si un traslado adoro
equívoco contigo.“

Oyó Venus sus voces,
oyólas el dios niño,
y decretaron ambos
venganzas y castigos.

¿Tanto el enojo puede
en animos divinos?
¿Un lenguaje del alma
ha de ser un delito?

Dígame el que conozca
a Venus y a Cupido
si es más cruel la madre
o es más cruel el hijo.

Qué sé yo: cruel la madre,
crüel y vengativo
es el hijo, que ejerce
tiránicos caprichos.

Miró tierno Leandro,
habló amante, instó fino,
ya mudo, ya elocuente,
con ojos y suspiros.

Oyóle Hero con pecho
ya tímido, ya esquivo,
mas poco a poco un fuego
la entró por los sentidos:

un fuego que es veneno,
un fuego que es martirio;
si es martirio y veneno,
¿Cómo es apetecido?

De una torre en la playa
el murado recinto
de esta sacerdotisa
era albergue y retiro.

Allí, cautos, sus padres
del concurso y bullicio
este bello tesoro
guardaban escondido.

Mas contra amor, ¿qué muro
será seguro asilo
si todo lo penetran
sus vencedores tiros?

Leandro enamorado,
resuelto y atrevido,
los rellanos allana,
desprecia los peligros.

Pasar nadando ofrece
del uno al otro sitio,
prometiendo himeneos
nocturnos y furtivos…

El joven en la playa,
arrojando el vestido,
a las ondas entrega
con intrépido brío,

y alternando de brazos
y pies el ejercicio,
ágil y diestro rompe
el ímpetu marino…

Fuese el favor del numen
o fuese el norte fijo
del farol, que ya cerca
vio arder con grato auspicio,

o fuese amor, que suele
con prósperos principios
atraer los amantes
a infaustos precipicios,

Cobrando nuevo aliento
a esfuerzos repetidos,
afierra de la arena
el suelo movedizo.

Allí a guardarle sola
su fina esposa vino,
y al verle tiembla toda
de susto y regocijo.

”Ven, esposo - le dice -,
llega a los brazos míos;
para exponerte tanto,
¿cómo ha de haber motivo?

Amor venció tan duro
insólito camino.
¿Cómo vienes? ¿Qué numen
tu conductor ha sido?“

Así diciendo, enjuga
los restos del rocío
salobre que del cuerpo
corrían hilo a hilo,

y a la torre le guía,
aliviando el prolijo
afán con oficiosos
brazos entretejidos.

Entretanto Himeneo,
volando en torno, el vivo
sagrado fuego enciende
de sus nupciales pinos.

Pero antes que saliese
el astro matutino,
ya volvía Leandro
a su confín nativo.

Así todas las noches
por el silencio amigo
iba nadando a Sesto,
centro de sus cariños…


En fin, salió una aurora
con ceño y desaliño;
siguióse triste día
en tenebroso Olimpo.

La noche añadió horrores,
y para más cumplirlos
dio licencia a los vientos
Éolo, su caudillo…

Leandro, en tanto, triste,
anhelaba ver tranquilo
el mar, y ya calmados
los vientos enemigos.

Pero al fin, impaciente,
cediendo a su destino,
fuese a la playa, y de esta
manera habló consigo:

”Corazón, ¿qué te espanta?
¿Qué importará que, tibios,
huyamos de una muerte
si de otra morimos?“

Dijo, y de su arrestado
amante desvarío
impelido, se arroja
al mar embravecido.

Y a pesar de su furia,
contra los torbellinos
lucha con fuerte brazo
por no poco distrito.

Pero ya se redoblan
del Aquilón los silbos,
levanta el mar sus olas,
aumenta sus bramidos.

¡Ay, mísero Leandro,
ya con dolor te miro
contiguo a las estrellas
y al Tártaro contiguo!

Agotadas las fuerzas,
sin aliento, sin tino,
y del farol amado
el claro norte extinto,

viendo por todas partes
presente a los sentidos
de la pálida muerte
el bárbaro cuchillo,

a las ondas se vuelve
trémulo y semivivo,
hallar piedad pensando
donde nunca la ha habido:

”Ondas, si darme muerte
es decreto preciso,
no a la ida, a la vuelta
matadme a vuestro arbitrio.”

Las crueles ondas niegan
al ruego oídos
y le sepultan dentro
de su profundo abismo.

Entonces, exhalando
el último suspiro,
tres veces a Hero llama
con lamentable grito…

Ignacio de Luzán Claramunt de Suelves y Gurrea



"(La poesía es) imitación de la Naturaleza en lo universal o en lo particular, hecha en verso para utilidad o para deleite de los hombres, o para uno y otro juntamente."

Ignacio de Luzán

















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