Jacques Rigaut

"(...) Acabo de acostarme, después de una velada donde mi aburrimiento no había sido más asediante que el de otras noches. Tomé la decisión y, al mismo tiempo, lo recuerdo muy claramente, articulé la única razón: ¡Y luego, zás! Me levanté y fui a buscar la única arma de la casa, un pequeño revólver comprado por uno de mis abuelos, cargado de balas tan viejas como él. (En seguida se comprenderá por qué insisto en este detalle.) Durmiendo desnudo en la cama, estaba desnudo en mi habitación. Hacía frío. Me apresuré a esconderme bajo las mantas. Levanté el percusor, sentía el frío del acero en mi boca. Es verosímil que en aquel momento sintiera latir el corazón, como lo sentía latir al oír el silbido de un obús antes de que explotara, como en presencia de lo irreparable antes de consumarse. Apreté el gatillo, el percusor bajó, el tiro no había salido. Entonces dejé el arma sobre una mesita, probablemente riendo algo nerviosamente. Diez minutos después, dormía. Creo que acabo de hacer una observación bastante importante, tanto que... ¡naturalmente! Es lógico que ni durante un instante pensara en disparar una segunda bala. Lo que importaba, era haber tomado la decisión de morir, y no que muriese."

Jacques Rigaut



Agencia General del Suicidio

La autodestrucción como acto de fe,
como bandera,
como norte total e inexcusable,
como justa rebelión,
como protesta,
como arma letal contra uno mismo,
como risa final,
como método justo de vaciarse,
como máscara o pose –que es lo mismo–,
como efecto aceptado, irreversible,
como par de la vida,
como guerra interior no declarada,
como peligro urgente y necesario,
como razón del justo y el tirano,
como expresión moderna y muy en boga,
como lucha interior introspectiva,
como forma de crítica al sistema,
como terapia absurda y consecuente,
como remedio justo contra el cáncer,
como claudicación,
como mordaza,
como final también,
como principio…

Como negocio, en fin,
seguro y cierto.

Se admiten asociados
en cómodo sistema de franquicia
o accionistas solventes sin escrúpulos.

Jacques Rigaut



Diario

Como un hombre cuando un sueño indeseable lo alcanza le taladra la cabeza, escribo. En un ataque de salud, esta mañana decidí escribir, escribir un diario. No se trata, por supuesto, del diario, de todos los trabajos el más inaceptable, sino de un esfuerzo continuo. Justificar, explicar, mostrar, asociar, situar y otros pasatiempos literarios aquí no tienen ninguna validez, no ayudan; tengo —tal vez— una oportunidad de encontrar, de rencontrar más bien, un medio para respirar o, puesta la razón del lado equivocado, para perder esta condición de inercia. Y, si fuera necesario, salud por salud haré hasta el cuarto de hora obligatorio de cultura física cada mañana. Dispuesto totalmente a abandonar con una gran sonrisa los tiempos del regreso a la pereza, a mi querida cobardía.

Resultados, los de la salud del cuerpo; los otros aparecerán por sí solos a su debido tiempo: la semana pasada, tuve durante la noche una crisis de delirium tremens, consecuencia de seis o siete años de borrachera y de un largo año de drogas; manifestaciones del D. T., tal como se leen en los manuales, excepto las serpientes que se abstuvieron, solo entonces con la única e intermitente conciencia del miedo, el miedo cerval de un hombre que se siente enloquecer.

Tuve miedo. Me cuido por miedo. Escribo por miedo. Nueva cobardía. […]

Jacques Rigaut




"Evadir la más que presumible posibilidad de una existencia inauténtica mediante la única certeza posible."

Jacques Rigaut



"Intenten, si pueden, detener a un hombre que viaja con su suicidio en el ojal."

Jacques Rigaut




"La gente no sabe lo que se dice. No hay ninguna razón para vivir, pero tampoco la hay para morir. La única manera que se nos concede para atestiguar nuestro desdén por la vida es aceptarla. La vida no merece la pena que nos tomemos el trabajo de abandonarla. (...)"

Jacques Rigaut




"La primera vez que me maté lo hice para aturdir a mi querida. Esta virtuosa criatura se había negado bruscamente, cediendo al remordimiento –según decía–, a acostarse conmigo, a engañar a su amante, su jefe de oficina. No sé muy bien si yo la amaba; sospecho que quince días de separación habrían disminuido de manera notable la necesidad que de ella sentía. Pero su rechazo me exasperó. ¿Cómo atraparla? ¿Ya he dicho que ella sentía por mí una profunda y duradera ternura? Me maté para aturdir a mi querida. Perdóneseme este suicidio en consideración a mi extremada juventud por la época de semejante aventura.

La segunda vez que me maté lo hice por pereza. Pobre, con un horror prematuro por toda ocupación, un día me maté sin convicción alguna, tal como había vivido. No fue una muerte demasiado rigurosa, a juzgar por la floreciente catadura que hoy tengo.

La tercera vez… Voy a eximirlos del relato de mis otros suicidios, siempre que consientan ustedes en escuchar éste: acababa de acostarme, después de una velada en la que mi hastío no había sido, ciertamente, más asediante que las demás noches, y tomé la decisión y, al mismo tiempo –lo recuerdo con precisión absoluta–, articulé la única razón para hacerlo. Y ahí mismo, ¡zas!, me levanté y fui en busca de la única arma que había en la casa, un pequeño revolver adquirido por uno de mis abuelos y cargado con balas igualmente viejas (en seguida veremos por qué insisto en este detalle). Acostado desnudo en mi cama, desnudo me hallaba en mi habitación. Hacía frío. Me apresuré en sumergirme bajo las mantas. Había armado el gatillo y sentí el frío del acero en mi boca. Parece verosímil que en aquel momento había sentido latir mi corazón, tal como lo sentía al oír el silbido de un obús antes de estallar, como en presencia de lo irreparable aún no consumado. Oprimí el disparador, el percutor cayó, pero el balazo no se produjo. Entonces deposité el arma en una mesita, probablemente riéndome con alguna nerviosidad. Diez minutos más tarde, dormía. Creo que acabo de hacer una observación algo importante, tanto que ¡naturalmente! Va de suyo que ni por un instante pensé en un segundo disparo. Lo que interesaba era haber adoptado la decisión de morir, no que yo muriera.

El tedio y un hombre al que no se le escatiman tedios encuentran quizá en el suicidio la consumación del más desinteresado gesto, ¡siempre que no sienta curiosidad por la muerte! No sé en absoluto cuándo ni cómo he podido llegar a pensar así, lo cual, por lo demás, no me fastidia. Pero he ahí, sin embargo, el acto más absurdo, y la fantasía en su fuente, y la desenvoltura más lejana que el sueño, y el más puro compromiso."

Jacques Rigaut



"La rebelión es una forma de optimismo apenas menos repugnante que el optimismo común."

Jacques Rigaut



"Mi libro de cabecera es un revólver" y quizá alguna vez "al acostarme, en vez de apretar el interruptor de la luz, distraído, me equivoco y aprieto el gatillo."

Jacques Rigaut



"No hay motivos para vivir, pero tampoco hay motivos para morir. La única manera con que se nos permite demostrar nuestro desdén por la vida es aceptarla. La vida no merece que nos tomemos el trabajo de abandonarla…
El suicidio es muy cómodo: no paro de pensarlo; es demasiado cómodo: yo no me he suicidado. Subsiste un pesar: no quisiera partir antes de haberme comprometido; quisiera, al partir, llevarme Notre-Dame, el amor o la República."

Jacques Rigaut
Agencia General del Suicidio


"No me encuentro si no es en el hastío. El hastío es la verdad, el estado puro."

Jacques Rigaut



"No olvidéis que yo no puedo verme, que mi papel se limita a ser el que mira el espejo."

Jacques Rigaut



"Respondo de mis 24 horas, de mis 70 arrugas, de mis 30 años, de mis presagios, de mis amores, de mis deudas, de mis soledades. No hay más solución que plantear el problema y detenerse. Quien responde: No hay respuestas, se condena. Los que no respondan, abandonarán el juego; la partida ha de continuar con los que sigan buscando."

Jacques Rigaut



[Siempre tengo razón…] (Inédito)

Yo siempre tengo razón
Tú siempre tienes razón
Él siempre tiene razón
Ella siempre tiene razón
Nosotros siempre tenemos razón
Ustedes siempre tienen razón
Ellos siempre tienen razón
Ellas siempre tienen razón

Jacques Rigaut




"Sólo me reconozco en el tedio. El tedio es la verdad, el estado puro. Estuve a punto de ser un gigoló. Estuve a punto de ser un libertino. Un amigo hablaba de mi genio; ha muerto.
La inmovilidad de los objetos me fascina. Contemplo el sillón hasta confundirme con él. Error, todo movimiento."

Jacques Rigaut



"Sólo me siento vivir a partir del instante en que contemplo mi inexistencia: necesito creer en mi inexistencia para seguir viviendo."

Jacques Rigaut



"Todos los espejos llevan mi nombre."

Jacques Rigaut











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