Juan Lombía

"El arte de representar tiene y ha tenido casi siempre en España los mejores principios; pudo durante la decadencia del teatro viciarse como era consiguiente; pero desde que el gran Isidoro Máiquez haciendo imperecedera su propia gloria aumentó la de la escena española restableciendo la verdad en la declamación teatral, ésta ha prevalecido y prevalece constante: no es un espíritu apasionado el que me hace pensar así: al decidirme a escribir esta obra, me he despojado de mi carácter de actor español, para tomar el de crítico imparcial; ha de ser juzgada por el público, y nada sentiría más que el que se me pudiera achacar, con fundamento, que me cegaba cualquier pasión capaz de extraviar mi limitado juicio. Con efecto, considerados aisladamente ciertos actores y actrices de Madrid y algunos de las provincias, sus principios artísticos, sus talentos, y su genio nada tienen que envidiar a los mejores de otros países; pero en lo que estamos a una gran distancia de algunos de ellos es en el desempeño en conjunto de las obras, y esto es lo que necesita una reforma sostenida con perseverancia, sin la cual todas las demás serían inútiles. Las causas de este mal son varias. En primer lugar como al arte no se le da en España la consideración que merece, ni los emolumentos de todos los que lo profesan son para vivir con decoro, no se dedican a él tantas personas de buena educación como fuera de desear, y de ahí viene el que los papeles subalternos estén confiados generalmente a actores para quienes un mezquino sueldo es aceptable, porque no sirviendo más que para un oficio mecánico, prefieren una vida que les proporciona el mismo jornal, llamémosle así, sin tanto trabajo corporal. Si los actores subalternos estuvieran mejor recompensados, sus plazas serían muy a propósito para los jóvenes bien educados que en ellas debían hacer un estudio práctico de su arte ínterin se dedicaban a desenvolver sus teorías y las demás ciencias que con él tienen relación."

Juan Lombía
El teatro


"Portero. ¡Sobre que no puede ser!
Vidente. ¿Que no? Digo, digo, esta es otra... ya tenía yo noticias, me alegro de que hayan repartido hoy el diario tan temprano, aquí está; hoy a las diez se subasta la casa, de modo que si no ando listo ni aun en este recurso tendría para cobrar mi dinero.
Portero. Pero, hombre, vd. se ha desayunado hoy en la aguardientería... un negociante tan rico se vería de pronto...
Vicente. Le digo a vd. que está arruinado.
Lechera. Aguador. Portero. (Acercándose) ¡Arruinado!
Anselmo. Afortunadamente en casa nada saben: no tengo que temer las bachillerías de los criados.
Portero. ¡D. Anselmo! ¿Pero cómo?
Vicente. Como que ha perdido en un momento no sé cuántos millones que tenía en papel...
Aguador. ¿En alguna cartera?
Vicente. ¿Qué? En la Bolsa.
Aguador. ¡Válgame Santiaju! ¿Y por qué no la pone en el Diario?
Vicente. No lo entiendes, Farruco.
Portero. Yo sé lo que dice: aquí dejan siempre la cotización, eso es capaz de arruinar al diablo en una hora, y si Don Anselmo se ha descuidado...
Vicente. Cuando les digo a vds. que queda por puertas.
Manuel. ¡Pobre señor!
Todos. ¡Qué desgracia!
Vicente. ¿Desgracia? Bien empleado le está, por orgulloso y por torpe.
Anselmo. Estoy bien seguro del cariño y del respeto que me tienen los criados; pero siempre sería humillante el que ellos supieran."

Juan Lombía
La bolsa o el rastro



"Sargento. La segunda paralela en movimientos también se halla.
Cabo. La harán reparos. Les desmontamos ayer cuatro piezas en dos horas.
Sargento. Al mismo tiempo se ven agitarse las legiones. (Dejan de mirar.) ¡Reparos!... apostaré a que la tal suspensión, que dicen es por tener que enviar parlamentarios, la quieren con avidez para ordenar a mansalva de otra manera su tren, y asaltar por donde menos lo podamos conocer.
Cabo. No importa: por cualquier parte han de hallarse con que es inútil el que pretendan a la ciudad sorprender. Palafox ha recorrido hoy las puertas. ¡Y qué bien que ha arengado! ¡Y qué medidas que toma por si otra vez se nos encajan adentro! Aunque a la verdad, no sé cómo a meterse en las calles puedan volverse a atrever con lo que ayer les pasó. ¡Hasta el General Verdier quedó herido! Hola, morena, (viendo a una mujer que trae comida.) ¿A dónde se va?
Mujer. A traer a los de esta batería un refrigerio. Quedé enamorada del brío con que disteis al francés ayer noche la lección de música, y bueno es hacer también por la vida, ¿no es verdad, chicos?
Cabo. ¡Olé! Vivan las zaragozanas.
Artillero. Vivan.
Mujer. Gracias: a comer. (Comen los artilleros).

Juan Lombía
El sitio de Zaragoza













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