Lluís Llach

Abril 74

Companys, si sabeu on dorm la lluna blanca
digueu-li que la vull
però no puc anar a estimar-la.
Que encara hi ha combat.

Companys, si coneixeu el cant de la sirena
allà enmig del mar
jo l'aniria a veure.
Però encara hi ha combat.

I si un trist atzar m'atura i caic a terra
porteu tots els meus cants
i un ram de flors vermelles
a qui tant he estimat.

Companys, si busqueu les primaveres lliures
amb vosaltres vull anar
que per poder-les viure
jo me n'he fet soldat.

I si un trist atzar m'atura i caic a terra
porteu tots els meus cants
i un ram de flors vermelles
a qui tant he estimat.
Quan guanyem el combat. 

Lluís Llach



"Cuando los espectadores vieron que el primer carro ya estaba vacío, especulaban sobre qué habría en el segundo, sobre todo cuando vieron que el primer baúl pesaba tanto que cuatro mozos fornidos apenas podían levantarlo. El señor Narcís, que hasta ese momento había observado indiferente, hizo un gesto de alarma y se acercó corriendo a los muchachos para decirles que tuvieran mucho cuidado: «Son libros», exclamó. Empezaron a bajar cajas de libros, arcones con libros, baúles con más libros, fajos de libros. La gente no alcanzaba a entender que tanta cultura y saber fueran necesarios para vivir en Pous, pero los libros no dejaron de salir hasta que el segundo carruaje quedó vacío. Los apilaron ocupando gran parte de la entrada. Pero aún no se había terminado, también sacaron libros del tercer carruaje, y a medida que iban bajándolos, sobre el vehículo fue quedando al descubierto algo desconocido y grande, un objeto cuidadosamente embalado y que a primera vista no se adivinaba qué podía ser. Se creó un silencio tenso; la gente, expectante, se concentraba para acertar qué se ocultaba bajo tantas precauciones, telas, fundas acolchadas, ataduras... Y el nerviosismo aumentó cuando el señor Narcís consideró conveniente ponerse al frente de la operación de descarga para dirigirla en persona. Las conjeturas sobre la naturaleza del objeto desvariaron en todas las direcciones. Demasiado grande para ser una cómoda, demasiado irregular para ser una cama, armarios con aquellas formas no se fabricaban, y así toda una lista de suposiciones fallidas. En todo caso debía de pesar mucho, porque el conductor del tercer carruaje sacó cuerdas y cabos del fondo de un baúl para repartirlos entre los ocho jóvenes más fornidos. Con mucho esfuerzo, enrojecidos, las venas hinchadas, y entre gritos y blasfemias, trasladaron aquel mueble hasta el extremo de la plataforma. Allí, dificultosamente, lo pusieron plano y lo medio sacaron, casi al punto del desequilibrio, y con la ayuda de los que esperaban abajo lo inclinaron para depositarlo en tierra. Luego, a nivel de suelo, lo trasladaron con pasos cortos, y siempre entre maldiciones y jadeos, hasta el lado de la puerta que daba al recibidor de la Principal. Se tomaron un momento de reposo y continuaron bajando más objetos, también embalados y protegidos a la perfección. Cuando todos estuvieron en el suelo, el señor Magí dijo a sus sirvientes: «La puerta es lo suficientemente ancha como para entrarlo entero y la escalera también. Si somos doce podemos trasladarlo casi montado hasta la sala grande y la estructura sufrirá menos». Esto causó un fuerte impacto entre el público asistente, porque ya se habían resignado a no saber qué era aquel ingenio y de repente comprendieron que montarían el mueble ante ellos.
Fue el señor Narcís quien con mucho cuidado desabotonó las telas acolchadas, que parecían hechas a medida. Bajo las primeras se ocultaban otras aún más gruesas. Al liberar la primera hilera de botones apareció una grieta negra, brillante, que poco a poco se fue agrandando hasta que el nuevo dueño vio que ya se podía sacar todo; de un tirón apartó todas las telas, y dejó lucir la parte frontal del mueble misterioso.
Ah, sí. Era un piano. Un piano de gran cola, brillante, negro, pulido..., impresionante. Aquel mueble provocó la admiración de todos y humedeció los ojos de Maria Roderich. Ay, la música, por fin entraba en aquel caserón la música que le había cambiado la vida, la música que le había hecho querer a aquel hombre. Del suceso se habló en el pueblo durante muchos días.
Ya instalado en Pous, el señor Narcís no se comportó jamás como se entendía que un hombre de verdad debía conducirse. Ni iba al Casino para jugar al dominó o a las cartas, ni lucía mujer y poder en el vermut del domingo al mediodía, ni tampoco se lo veía en el café. E incluso peor, tampoco iba a misa, ni siquiera para acompañar a la Vieja, que ella no faltaba a una. Tampoco iba de cacería, y mira que habría sido fácil invitar a sus amigos de Rius, que pagaban fortunas para que alguien del municipio les ayudara con la perdiz o el jabalí... La retahíla de particularidades del nuevo señor de la Principal era muy larga."

Lluís Llach
Las mujeres de la Principal



"En un momento de calma y mientras se organizaban las posiciones de los protagonistas en el escenario, lanzó una mirada hacia la inmensa caja del Grand Théâtre. Su humilde experiencia de tramoyista le permitió comprender los mecanismos prácticos con los que se había diseñado aquel telar. Claro, diáfano, automatizado, incorporando grandes avances tecnológicos, un escenario operativo que permitía cambios rápidos y espectaculares para deslumbrar a los espectadores. Embelesado contemplándolos se topó con Josep Fort, que seguía encargado de organizar la producción y ya hacía días que estaba en la ciudad. Se saludaron muy afectuosamente. A pesar de que Josep seguía tratándole de usted, Roger le veía como un aliado dispuesto a socorrerle ante los problemas que pudiesen presentarse. Y, por su parte, el joven productor se sentía orgulloso de haber ayudado al debut de un chico a quien todo el mundo, desde Tabernier hasta el último cantante del coro, consideraba un diamante a punto de deslumbrar al mundo del bel canto.
El ensayo fue rápido. Primero un pase de movimientos, con las indicaciones precisas de Pippo Cardino, que parecía aún más nervioso que en Barcelona. Después, un repaso técnico de las luces y de los decorados, el ensayo musical refinando detalles y, al final, el ensayo general. Roger pudo comprobar que la sala de aquel teatro impoluto también era totalmente sorda. El teatro absorbía el sonido del escenario y no devolvía nada. Se repetía las palabras del maestro Barrera: «Es cuando el cantante no se oye cuando la voz corre hasta el último rincón de la sala». Los decorados eran los mismos que en Barcelona, pero parecían más precisos, más limpios. Era Ginebra, actuaba en Ginebra, y la orquesta ya atacaba su aria.
El director Tabernier, justo antes de darle la entrada le guiñó el ojo. Aquel gesto de confianza fue como un enérgico masaje en el diafragma que le hizo alzar la voz como un águila, planeando en las alturas cuando era necesario, bajando ágil hasta las profundidades, ora rápido, ora despacio... Cuando terminó el ensayo, los chicos y las chicas más jóvenes del coro fueron corriendo a felicitarle. Hasta hacía poco era uno de ellos y ahora estaba en el umbral del supuesto paraíso que muchos de ellos soñaban. Y lo hacía desde el talento y la humildad.
Cuando salieron del Grand Théâtre caía una suave lluvia sobre la ciudad. Roger y tres amigos del coro: Núria, Marcel y Dolors, decidieron que ninguna amenaza meteorológica les impediría descubrir Ginebra. Estaba oscuro, pero había gente en la calle. Los cuatro querían delectarse con la ciudad, intentar comprender por qué aquella urbe relativamente pequeña irradiaba su luz al mundo entero. Se envolvieron con bufandas y acertaron, los ojos se les llenaron de imágenes nuevas. Pasearon por la ciudad vieja, cuidada, llena de edificios nobles pero sin ostentación y, sobre todo, limpia hasta la obsesión. Marcel la comparó con la parte vieja de Barcelona y su dejadez. Núria proclamó que no podría vivir en un sitio tan perfecto. Dolors le dijo que lo que le pasaba era que sentía envidia. Roger calló. Pero fue en el lago donde quedaron boquiabiertos. Inmenso, majestuoso entre las montañas, con las luces de las avenidas reflejándose en él, la ciudad rodeándolo, algún barco amarrado... Una imagen de postal. Caminaron por un puente para peatones, los cisnes nadaban mostrándose y esperando que alguien les tirase migas de pan. Un cisne blanco sobre la nieve blanca."

Lluís Llach
El chico del Maravillas 



L'estaca

L'avi Siset em parlava
de bon matí al portal,
mentre el sol esperàvem
i els carros vèiem passar.

Siset, que no veus l'estaca
a on estem tots lligats?
Si no podem desfer-nos-en
mai no podrem caminar!
Si estirem tots ella caurà
i molt de temps no pot durar,
segur que tomba, tomba, tomba,
ben corcada deu ser ja.

Si jo l'estiro fort per aquí
i tu l'estires fort per allà,
segur que tomba, tomba, tomba
i ens podrem alliberar.

Però Siset, fa molt temps ja
les mans se'm van escorxant
i quan la força se me'n va
ella es més forta i més gran.

Ben cert sé que està podrida
i és que, Siset, pesa tant
que a cops la força m'oblida,
torna'm a dir el teu cant
Si estirem tots ella caurà
i molt de temps no pot durar,
segur que tomba, tomba, tomba,
ben corcada deu ser ja.

Si jo l'estiro fort per aquí
i tu l'estires fort per allà,
segur que tomba, tomba, tomba
i ens podrem alliberar.

L'avi Siset ja no diu res,
mal vent que se'l va emportar,
ell qui sap cap a quin indret
i jo a sota el portal.

I, mantre passen els nous vailets,
estiro el coll per cantar
el darrer cant d'en Siset,
el darrer que em va ensenyar.
Si estirem tots ella caurà
i molt de temps no pot durar,
segur que tomba, tomba, tomba,
ben corcada deu ser ja.

Si jo l'estiro fort per aquí
i tu l'estires fort per allà,
segur que tomba, tomba, tomba
i ens podrem alliberar. 

Lluís Llach


"Sí, yo fui lo que podríamos llamar un niño fascista, quizá no directamente en cuanto a ideología, pero sí en tanto que el fascismo se basa sobre todo en magnificar la falsedad y yo magnificaba todo lo que era falso. Palabras como Imperio, bandera, patria, nación, deber, orden me exaltaban apasionadamente."

Lluís Llach










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