Miguel Pedrero

"Decir que el universo nació de la "nada" es no decir nada. Ni los que defienden tal postura se la creen. Porque, basándome en los trabajos de físicos teóricos de primer nivel, en esa supuesta "nada" por fuerza tenía que existir "algo". Al menos unas leyes que rijan el funcionamiento de esa "nada", y gracias a las cuales tuvo lugar esa gran "explosión" cósmica que dio lugar a nuestro universo. La pregunta es: ¿Quién creó esas leyes de la naturaleza en esa nada? Pero hay más, porque la expansión del universo tras el Big Bang tuvo que ser la justa para que la fuerza de la gravedad no diera al traste con la creación. Otra cuestión aparte es el imposible equilibrio, o ajuste fino, de las fuerzas fundamentales de la naturaleza que hacen que exista el universo –la nuclear débil, la nuclear fuerte, el electromagnetismo y la gravedad–."

Miguel Pedrero



"Denomino "resucitados" a personas que han estado clínicamente muertas y recuerdan haber "viajado" al más allá. Una vez que son reanimadas y regresan a esta realidad tridimensional, ya nunca vuelven a ser como antes, porque experimentan lo que existe después de la vida, e incluso desarrollan toda clase de capacidades psíquicas como la telepatía o la precognición. Tampoco es raro que comiencen a mantener contacto con entidades del más allá."

Miguel Pedrero




"La posibilidad de que una célula se formara como consecuencia de procesos aleatorios es de 1040.000 –un 10 seguido de 40.000 ceros–. Desde el punto de vista de la estadística, algo que tenga una posibilidad de ocurrir entre 1050 jamás se producirá en toda la historia del universo. En el libro explico por qué no es posible que la primera célula naciera de elementos inorgánicos. Y no lo digo yo, sino microbiólogos de primer nivel. Es el caso del descubridor de la estructura del ADN en forma de doble hélice, Francis Crick, que recibió el Premio Nobel."

Miguel Pedrero




"Si una persona cree a pies juntillas que la Virgen se aparece en algunos lugares del mundo, y contempla una luz voladora con alguien de aspecto humanoide en su interior, probablemente interprete que ha visto a la Madre de Dios. Pero si quien observa ese mismo fenómeno es un creyente en los ovnis, posiblemente concluya que ha avistado una nave extraterrestre. Y si se trata de un espiritista, lo más lógico es que piense en un guía del «otro lado». La disquisición anterior viene a cuento porque son muchos los casos de apariciones marianas —algunos tan conocidos como Fátima, Lourdes o La Salette— que bien podrían pasar por modernos encuentros cercanos o contactos con los tripulantes de los ovnis. Sin embargo, en dichos episodios —y en otros muchos– la intervención de algunos sacerdotes o importantes jerarcas de la Iglesia católica acaba provocando que tales sucesos anómalos sean interpretados por los propios testigos y la opinión pública como apariciones de la Virgen. Ahora bien, debemos tener en cuenta un otro aspecto incluso más desestabilizador: muchos tenemos la casi seguridad de que la «inteligencia» que se encuentra detrás de esta clase de fenómenos toma diferentes aspectos dependiendo de la época y de las personas a las que se presenta, pues en el fondo no existen tantas diferencias entre ciertas experiencias de contacto ovni y otras de comunicación con seres celestiales."

Miguel Pedrero
Tomada del libro DISTORSIÓN. Ovnis, apariciones marianas, bigfoots, hadas, fantasmas y extrañas criaturas ¿una teoría explicativa? de José Antonio Caravaca


Siempre he desconfiado de los poderosos, y eso es lo que hizo que comenzara a interesarme por asuntos considerados «poco serios» o marginales, como el posible contacto con otros planos de existencia o el fenómeno ovni. Por otro lado, mi tendencia a huir de los saberes establecidos y a disfrutar aprendiendo por mí mismo sobre lo que me da la gana hizo el resto, y en mi adolescencia decidí compaginar mis lecturas sobre los «temas malditos» con la investigación activa de esos fenómenos marginales para la ciencia. Por supuesto, en tal decisión había un alto grado de petulancia e ignorancia propias de esa edad en la que creemos saber todo y no tenemos ni idea de nada. Pero ese atrevimiento, ese deseo de demostrar al mundo que la Academia estaba equivocada y que existe vida después de la vida, y que civilizaciones extraterrestres nos están visitando, a la postre es lo que provocó que iniciase un camino sin meta a la vista, por otro lado, como todo en la vida, donde la única meta es el camino. Desde mi época de adolescencia han pasado unas cuantas décadas y hoy en día no pienso que el fenómeno ovni tenga relación con civilizaciones alienígenas que nos visitan y nos han visitado, revelándonos grandes conocimientos. Desde mi humilde punto de vista, el moderno fenómeno ovni es la adaptación cultural de una realidad que ha estado presente desde el principio del periplo de nuestra especie en el planeta. Siempre los seres humanos se han comunicado con los dioses, que en la inmensa mayoría de culturas moran en lo alto, en los cielos. El plano intermedio es el lugar de los humanos, los animales y las plantas, y el inframundo es el hogar de los espíritus de los antepasados y de los seres maléficos. De hecho, que tras la muerte acabemos en el cielo junto a Dios es una novedad propia del cristianismo, pero que en las anteriores creencias paganas se consideraría una circunstancia impensable, porque en los cielos solo están las entidades superiores, los dioses. Y, como digo, siempre, los humanos nos hemos comunicado con los dioses, que mostraban su presencia a través de luces celestes y, en contadas ocasiones, descendían de lo alto para transmitirnos algún mensaje.

Por eso, opino que los modernos tripulantes de los ovnis no son más que la adaptación de la figura del ángel cristiano (en definitiva, del enviado o mensajero de los dioses en infinidad de creencias anteriores al cristianismo) a la época de la era espacial. Por eso, cuando los llamados platillos volantes —que comenzaron a asolar los cielos de medio mundo a partir del año 1947— empezaron a aterrizar —a principios de los años 50—, su estética era propia de ese tiempo, muy característica de los automóviles de entonces, que presentaban formas redondeadas. Por eso los extraterrestres tenían un aspecto humanoide (con cabeza, tronco y extremidades) e iban ataviados con «ropajes espaciales» aparentemente futuristas, pero en realidad en consonancia con la forma de vestir de la época. Por eso aquellos extraterrestres que se presentaban como mucho más avanzados tecnológica y espiritualmente que nosotros, y transmitían mensajes de paz, concordia y entendimiento entre los humanos, no eran otra cosa que la representación espacial de los ángeles.

Los alienígenas elevados espiritualmente eran altos, rubios, de piel blanca, estilizados, guapos y de aspecto andrógino. En vez de alas, como los ya desfasados ángeles, empleaban sus platillos volantes para desplazarse. Los mensajeros del cosmos no eran otra cosa que los pretéritos mensajeros de Dios, pero en la era de la exploración espacial. En el fondo, todo era muy humano, demasiado humano...

Con el tiempo, los extraterrestres y sus máquinas voladoras fueron mutando a medida que lo hacían la ciencia y la cultura. Ahora se presentan como entidades de universos paralelos, capaces de manejar a su antojo el espacio y el tiempo, y que se muestran ante los humanos como extraterrestres a bordo de naves espaciales solo para que podamos reconocerlos.

Entonces ya está resuelto el enigma, dicen muchos ufólogos, en realidad el fenómeno ovni está provocado por inteligencias que viven en universos paralelos. Sin embargo, no es más que otro proceso de adaptación del fenómeno ovni a nuestro contexto sociocultural. Ahora que la existencia de universos paralelos y otras regiones del espacio-tiempo ya forma parte del acervo cultural de las masas (libros, series, películas, publicaciones de toda clase, trabajos científicos...), el fenómeno ovni solo puede provenir de esos otros universos paralelos. Pero no deja de ser otro proceso más en su camaleónico devenir. En unas décadas se presentarán de otro modo, y así sucesivamente...

Desde mi punto de vista, el fenómeno es sumamente complejo, tiene relación con lo que el médico psiquiatra Carl Gustav Jung denominó inconsciente colectivo y es indudablemente físico (los ovnis son captados por cámaras y radares, aterrizan y dejan rastros de ello, en ocasiones provocan efectos físicos en los testigos, etc.). Pero también poseen un componente mental que no podemos obviar.

Para comprender mejor lo que trato de explicar, nada como recurrir al que considero el mejor investigador del fenómeno ovni de todos los tiempos: el astrofísico Jacques Vallée, cuyo personaje encarna el actor François Truffaut en la mítica película de Steven Spielberg Encuentros en la tercera fase. A finales de los años 60, Vallée era un marginal en el campo de la ufología. Cuando la inmensa mayoría de los estudiosos defendían la hipótesis extraterrestre para explicar el origen de esos extraños objetos voladores que surcaban los cielos del mundo entero, el francés estaba convencido de que tal teoría era enormemente pueril. Así que aparcó sus investigaciones a pie de campo sobre avistamientos y encuentros cercanos, para centrarse en descubrir qué otros disfraces había tomado la inteligencia que maneja el fenómeno ovni en el pasado de la humanidad. Si en el siglo XX esa inteligencia se ocultaba bajo la máscara de naves de otros mundos, ¿qué otros «trajes» había empleado siglos atrás? Vallée pensaba que esa era la mejor herramienta para penetrar en la «mente» de los ovnis. Gracias a su afición por coleccionar obras antiguas de contenido heterodoxo (magia, alquimia, tradiciones, supersticiones, etc.), el astrofísico se encontró con una serie de relatos que, como ufólogo, le llamaron mucho la atención. Centenarios textos escoceses e irlandeses daban cuenta de la presencia de unos extraños seres que viajaban en «barcos voladores» y que la población identificaba con entidades propias del folclore de esos países. Más le sorprendió a nuestro protagonista que dichas entidades —que los textos describían como ángeles, demonios, elfos, hadas, duendes, elementales de la naturaleza, íncubos, súcubos y similares— se comportaran del mismo modo que los modernos tripulantes de los ovnis. En documentos de los siglos VII al XII leemos que esas misteriosas entidades que navegaban en barcos voladores entre las nubes, a veces, aterrizaban y mantenían conversaciones con los humanos, revelándoles que eran habitantes de unas lejanas tierras llamadas Magonia. Por ejemplo, el arzobispo Agobardo de Lyon (779-840) es el autor de un escrito en el que narra cómo salvó a cuatro personas de ser apedreadas por el populacho, porque las gentes habían visto cómo descendían del cielo. Estos cuatro individuos aseguraban que habían sido llevados al cielo por las gentes de Magonia. Vallée dedicó varios años de su vida a recopilar esta clase de historias tradicionales y, finalmente, en 1969, publicó la que es considerada su obra cumbre: Pasaporte a Magonia. Del folclore a los platillos volantes. «El reconocimiento de un paralelismo entre los casos de ovnis y los temas principales de la tradición popular de las hadas (y demás seres elementales) es la primera indicación que encontré de que tal vez exista un camino de salida para este dilema (el del fenómeno ovni)», afirmó esperanzado el investigador.

El astrofísico muestra en Pasaporte a Magonia que, si en los modernos relatos de abducciones alienígenas el componente genético es un clásico —con todo ese despliegue de escenas en las cuales los extraterrestres realizan sobre la persona toda clase de estudios sobre sus órganos reproductivos—, las hadas también secuestraban a los seres humanos por cuestiones reproductivas. En ocasiones, cuando aparecían ante los testigos, los seres elementales dejaban marcas físicas de su presencia en el terreno. Eran los populares «círculos de hadas» tan típicos de la tradición celta y que tanto recuerdan a las marcas circulares que los platillos volantes provocan como consecuencia de su aterrizaje. Vallée también presenta numerosas leyendas escocesas que aluden a otra tierra mágica de donde proceden ciertos seres elementales: los elfos. Esa región opera como un universo paralelo, porque puede hacerse visible en nuestro mundo tridimensional provocando toda clase de anomalías espaciales y temporales, por otro lado tan comunes en los casos de encuentros cercanos con ovnis. Otro de los textos que sorprenden es aquel que relata los contactos entre el erudito renacentista Fazio Cardano (1444-1524) y un silfo, que lo instruyó sobre los secretos de la materia, a la que definía como «algo» que se crea continuamente a cada instante, definición que firmaría cualquier físico cuántico moderno. En definitiva, el fenómeno de los No Identificados se parece demasiado a los sistemas de creencias de numerosas tradiciones y religiones. Es una evidencia que los encuentros con ovnis pueden compararse a numerosos relatos de contactos entre los humanos y dioses o entidades sobrenaturales."

Miguel Pedrero
Tomada del libro Las piedras de los dioses de Miguel Labrador, página 142







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