Valeria Luiselli

"Filadelfia se está cayendo. Y este departamento se está cayendo. Hay demasiadas cosas, demasiadas voces. Hay tres gatos que un día aparecieron así nomás. También apareció un fantasma, o varios. A los fantasmas no los veo ni tampoco distingo muy bien a los tres felinos, pero en mi mundo de sombras blancas son un estorbo más con el que tropiezo todos los días -como el escritorio, el reposet donde antes leía, como las puertas entreabiertas.
Desde luego, mi ceguera no fue inmediata ni lo fue tampoco la aparición de los inquilinos. Pero desde el día en que comenzaron a llegar todas estas cosas -la ceguera, los gatos, el fantasma y, más adelante, las visitas esporádicas de gente que yo no había invitado, las apariciones de muebles y decenas de libros que no había adquirido, desde luego las moscas y cucarachas, y sobre todo el árbol plantado en una maceta que un día encontré- supe que había empezado el final. No el mío, sino el final de algo con lo que yo me había identificado tan estrechamente que acabaría también conmigo.
Las tragedias personales, como la ceguera paulatina y fatal, se imponen a nosotros como las cataratas a los ojos de agua en donde caen. Supongo que de ahí el eufemismo de las cataratas. La ceguera, como los castigos y las cataratas, viene desde arriba, sin un propósito o sentido determinable; y se acepta con la modesta resignación de un cuerpo de agua atrapado en una cuenca, perpetuamente alimentado por más de sí mismo, y finalmente remplazado por su propia materia enferma. Mi ceguera es blanquinegra y yo tengo al Niágara mismo en la frente.
La falsa traducción se publicó. Aparecieron reseñas de inmediato. Primero, en páginas de internet de poca relevancia, especializadas en autores del tercer mundo, traducciones, y escritores minoritarios en general (minorías étnicas, raciales, sexuales, etcétera). Después, salieron artículos en los journals universitarios, que acreditaban la veracidad del «manuscrito del poeta Zukofsky sobre el gran poeta mexicano Gilberto Owen, hallado en la Casa Hispánica, de la Universidad de Columbia». El departamento de Letras Hispánicas de la Universidad de Austin abrió un «Archivo Owen»; aparecieron los artículos de Owen para El Tiempo de Bogotá, escritos en los años treinta y cuarenta, que un profesor reunió y publicó en un tomo de Porrúa, en la ciudad de México, y que enseguida tradujo la Harvard University Press. Y finalmente llegó el día que White había esperado con tanto entusiasmo y yo con horror: un crítico del nyrb quería entrevistarnos a mí y a White, para publicar un perfil íntegro del poeta Gilberto Owen. Agendamos la cita con él para una semana después.*
Supongo que así es la enfermedad, un relevo de uno mismo por uno mismo -el fantasma de uno mismo-. Pero a la vez, la enfermedad, y quizás de un modo particular un mal como el mío, que se expresa en la ceguera, permite al aquejado mirarse como miraría la pintoresca caída de unas cataratas impetuosas -desde lejos, sin mojarse, azorado pero no tocado por la experiencia-. Todo lo que me empezó a suceder desde que llegué a Filadelfia -mi cuerpo cada vez más gordo, mi rostro desapareciendo ante mí en el espejo, las sombras de las cosas sustituyendo platónicamente a las cosas mismas-, le empezó a suceder a ese otro, al fantasma de mí, al pobre pendejo atrapado bajo el chorro constante de las cataratas."

Valeria Luiselli
Los ingrávido



"Hay hombres con suerte y hay hombres con carisma. Yo tengo un poco de los dos. Mi tío Venustiano Sánchez Fuentes, vendedor de corbatas de calidad italiana, decía que la inteligencia y la belleza se gastan, y que son una carga pesada para quienes las poseen porque perderlas es la más triste y lenta de las muertes en vida. A mí no me afligen esa clase de preocupaciones porque nunca tuve cualidades efímeras. Carretera sólo tiene de las permanentes. De mi tío Venustiano heredé precisamente el carisma y también una corbata elegante, que es lo único que se necesita en esta vida para volverse un hombre de pedigrí.
Nací con cuatro dientes prematuros y el cuerpo enteramente cubierto de una capa muy fina de vello negro. Pero yo de eso estoy agradecido, porque la fealdad, como decía mi otro tío, Everardo López Sánchez, forja carácter. Mi padre pensó al verme que a su verdadero hijo se lo había llevado la recién parida del cuarto de al lado. Trató por varios medios –chantaje, intimidación, burocracia– de devolverme a la enfermera que me entregó. Pero mamá me recibió en brazos desde que me vio: rojo, hinchado y diminuto, estremeciéndome como almeja de agua clara en mi cobija de hospital. Mamá estaba entrenada para asumir la porquería como destino. Papá no.
La enfermera les explicó a mis padres que mis cuatro dientes eran una condición rara en nuestro país, pero no poco común entre otras razas. Se llamaba Dentición Prenatal Congénita.
¿Y por ejemplo qué razas?, preguntó mi padre a la defensiva.
Concretamente los caucásicos, señor, dijo la enfermera.
Pero si este niño es prieto como el petróleo, replicó él.
La genética es una ciencia llena de dioses, señor Sánchez.
Esto último debió consolar un poco a mi padre, que finalmente se resignó a llevarme en brazos hasta nuestra casa, envuelto como tamal en una cobija gruesa de franela sueca."

Valeria Luiselli
La historia de mis dientes



"Parece que las mujeres no tenemos derecho a imaginar. A mí no llega a irritarme, pero me da que esa es una lectura poco fértil. Si algo es o no es biográfico qué más me importa, a menos que esa sea la estética particular de ese escritor o escritora. No es mi caso. No estoy en una búsqueda como la que contemporáneamente está haciendo Karl Ove Knausgård. Si llego a usar este material de mi vida personal, son elementos primarios para urdir. A mí no me interesa ese tipo de escritura."

Valeria Luiselli



"Se le da muy bien lo de explicar los libros y sus significados, más allá de lo evidente. Tal vez diría que todos esos libros y esas historias que tratan de niños sin adultos -libros como Peter Pan, Las aventuras de Huckleberry Finn, el cuento aquel de García Márquez de «La luz es como el agua» y, por supuesto, El señor de las moscas- no son sino intentos desesperados, por parte de los adultos, de hacer las paces con la infancia. Que a pesar de que parezcan historias sobre mundos infantiles -mundos sin adultos-, en realidad son historias sobre un mundo adulto lleno de miedos infantiles. O quizá son historias sobre el modo en que la imaginación de los niños desestabiliza nuestro sentido adulto de la realidad y nos obliga a cuestionarnos los fundamentos mismos de esa realidad. Sin duda, cuanto más tiempo pasamos rodeados de niños, desconectados de otros adultos, más se filtra esa imaginación por las grietas de nuestras endebles estructuras.
El niño repite su pregunta, exige una explicación de cualquier tipo:
Entonces, ¿qué pasaría, mamá?
Sé que tengo que responderle desde mi aventajada posición de madre, mi papel es ser la voz que sirva de andamiaje a su propio mundo -un mundo inacabado, en construcción-. El niño no necesita oír sobre mis propios miedos o mis dudas filosóficas. Lo que necesita es explorar esa hipótesis aterradora -estar solo, sin sus padres- a fin de hacerla menos aterradora. Y yo tengo que ayudarlo a construir esa situación en su cabeza para que logre, tal vez, encontrar la solución imaginaria al problema imaginario y sienta que controla un poco más su miedo.
Pues… es una buena pregunta, porque este libro se trata exactamente de eso.
¿Qué quieres decir? ¿Por qué? ¿De qué se trata?
Creo que se trata de la naturaleza humana.
Odio cuando dices ese tipo de cosas, ma.
Está bien. Quiero decir que el autor, William Golding, escribió este libro después de la Segunda Guerra Mundial, y estaba decepcionado de que la gente se la pasara peleando y buscando tener más poder sin entender siquiera por qué o para qué. Así que imaginó una situación, una especie de experimento científico imaginario, en el que unos niños se quedan varados en una isla y tienen que valerse por sí mismos para sobrevivir. Y con ese experimento imaginario concluyó que la naturaleza humana nos lleva a cosas muy malas, como la barbarie y el abuso, si nos sustraemos al imperio de la ley y al contrato social.
¿Qué quiere decir sustraemos?
Que no lo tenemos o no lo hacemos, nada más.
¿Pero qué es eso de la naturaleza humana sustraída al imperio de la ley? Ojalá no hablaras así, ma.
Quiere decir solamente el modo en que nos comportamos de manera natural, sin las instituciones y las leyes. La historia de estos niños es en realidad una fábula de lo que les pasa a los adultos en tiempos de guerra."

Valeria Luiselli
Desierto sonoro


"Si el cráneo fuera lo que parece —un recipiente semiesférico, una cavidad, un reservorio—, el aprendizaje sería una manera de ir rellenando un espacio vacío. Pero ocurre algo distinto. Es posible imaginar que cada nueva impresión cava otro hueco, lastima otro tanto la materia informe, nos vacía un poco más. Nacimos llenos de algo —de materia gris, de agua, de nosotros mismos—, y en todos se está produciendo, en cada instante, la alquimia lenta de la erosión. Llevamos una caverna en proceso encima del cuello, pedazos que serán pedacería.

Hay un hombre allá abajo, en el patio del edificio, que pega rítmicamente a un cincel con un mazo. Lleva varias horas en la tarea. A las ocho de la mañana bajé a preguntarle lo que estaba haciendo y, como quien responde a una obviedad, me dijo: «estamos trabajando». No hice el esfuerzo de pasar a la siguiente pregunta —la que verdaderamente me inquietaba— y volví a entrar a mi casa. Me llevó unos minutos debajo del chorro de la regadera darme cuenta de que el piso del patio común que hemos cruzado tantas veces para salir a la calle no estaría allí cuando abriera hoy la puerta de mi departamento.

Aún no he querido asomarme al patio. Me pregunto cómo lograremos salir de aquí: si acaso el hombre improvisará un puente con tablones de madera o si al menos nos extenderá una mano para cruzar; si la cavidad bajo el suelo desaparecido será profunda; si se quedará así para siempre o si la temporada de lluvias acabará por hacer de nuestro edificio una isla de concreto azul rodeada de aguas grises.

No cesan los golpes sobre la cantera y, a medida que crece la amenaza del vacío en este patio, en algún otro lugar de la ciudad se está cuarteando una banqueta; en otro, alguien derrumba una pared; y en la cabeza ligera y redonda de un niño, suavemente apoyada sobre la ventana de un vagón de metro, se abre la grieta de una idea, la fisura de una nueva palabra."

Valeria Luiselli
Papeles falsos


"Siempre me he esforzado por abrir la escritura, volverla porosa, receptiva a lo que tengo delante."

Valeria Luiselli



"Yo no conozco a una sola mujer que no haya tenido una experiencia desagradable o muy grave en su ámbito laboral."

Valeria Luiselli
















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