Wolf Lepenies

“(…) contraponer el romanticismo a la ilustración, el estado de los gremios a la sociedad industrial, la edad media a la moderna, la cultura a la civilización, la intimidad al mundo exterior, la comunidad a la sociedad y el ánimo a intelecto, para llegar finalmente a la glorificación de un camino especial alemán y al enaltecimiento del germanismo.”

Wolf Lepenies


"Creo que la razón principal por lo que el “latinismo” no ha sido evocado en el ascenso de los nuevos nacionalismos en Europa tiene algo que ver con el ascenso paralelo de las 'democracias iliberales' en el Europa del Este, principalmente en Polonia y Hungría. La alianza entre Víktor Orbán y Matteo Salvini en Italia, por ejemplo, ya no cuaja en el paradigma de una “idea latina”. Esta plataforma ya no es capaz de articular una unificación creíble. Los movimientos populistas de Europa intentarán, a mi juicio sin éxito, aglutinar una fuerza a lo largo y ancho del continente. Pero lo cierto es que una visión geopolítica alternativa sería insuficiente y peligrosa ante esa eventual deriva."

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“El intelectual se queja del mundo, y de esta queja surge el pensamiento utópico, que esboza un mundo mejor y destierra así la melancolía. Por ese motivo, la melancolía ha desaparecido en las utopías; es más: en la utopía reina una rigurosa prohibición de la melancolía. Esta idea forma el núcleo de Melancolía y sociedad.”

Wolf Lepenies


"Estos relatos de naufragios proporcionan la metáfora clave por excelencia de la historia intelectual europea. A la luz de esa metáfora es posible volver a trazar los cambios decisivos que se han producido en la manera de percibir la técnica y las ciencias en la Europa moderna. La semántica de las catástrofes desempeña en ella un papel importante. Incluso si a ojos de víctimas y testigos aparece como un acontecimiento insólito y como el puro efecto del azar, toda catástrofe se inscribe en una tradición: las desgracias nunca vienen solas.
El ingeniero alemán Werner von Siemens naufraga, junto con otros quinientos pasajeros, en un arrecife de coral en el mar Rojo. La perspicacia y la presencia de ánimo de que hace gala para organizar, en el caso de la catástrofe, su propio salvamento y el de sus compañeros de infortunio recuerdan a Robinson Crusoe.
Nada caracteriza mejor la concepción de los valores de toda una época que la escena clave de la novela de Daniel Defoe en la que Robinson establece, como deudor y acreedor, una cuenta de sus gozos y sus miserias. Concluye que los beneficios prevalecen y que incluso en medio de la peor de las catástrofes siempre queda un elemento del activo para quien ha conservado la capacidad de calcular.
Pero Werner von Siemens no sólo lleva a pensar en Robinson, una figura que encarna el precapitalismo europeo. Entre sus dogmas se incluye la convicción de Condorcet de que la naturaleza no ha puesto punto final a nuestras esperanzas y de que la evolución de las ciencias y las técnicas viene determinada por la propia razón. Esta convicción no abandonó a Werner von Siemens en medio de la catástrofe. Sobre el puente de su barco, que está yéndose a pique, busca en el cielo estrellado los signos que le aportarán datos sobre su posición y los medios para salvarse, como si se viera impelido por una fuerza moral interior.
Las desgracias nunca vienen solas. Todas las catástrofes se inscriben en una tradición y una memoria lingüísticas. Bajo el cielo de Arabia, la actitud de Werner von Siemens evoca una máxima de la Ilustración, formulada por Immanuel Kant en la conclusión de su Crítica de la razón práctica: «Dos cosas llenan el corazón de una admiración y una veneración siempre renovadas y siempre crecientes, a medida que se reflexiona sobre ellas: el cielo estrellado encima de mí y la ley moral dentro de mí». ¿Acaso hemos roto con estas convicciones? ¿Han pasado a la historia los tiempos de esta certeza tranquila?
Muy pronto se empezó a dudar en Europa de que la humanidad pudiera fiarse de la físico-teología. Se empezó a dudar de que las catástrofes naturales que se abaten sobre el género humano pudieran considerarse de verdad, a la larga, actos de equilibrio y compensación cuyos efectos fueran positivos. El comienzo de este escepticismo, que tuvo consecuencias importantes, suele fecharse en la festividad de Todos los Santos de 1755, en que un temblor de tierra segó la vida de más de treinta y dos mil personas en Lisboa, sacudiendo con ello los fundamentos del optimismo que reinaba en Europa. En su Cándido, Voltaire se dedica en esa época a ajustar las cuentas con la teodicea de Leibniz y la convicción de que nuestro mundo es el mejor de los mundos posibles."

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¿Qué es un intelectual europeo?



"He escrito mucho sobre Comte, quien es un autor “latino”, no tanto porque haya apostado por la construcción de un Imperio Latino, sino porque toma el catolicismo como modelo para su proyecto de la “Religion de l'Humanitè”. La religión católica para Comte consistía principalmente de rituales, de “pompa y circunstancia”, como la llamaba en ocasiones. Esto es algo mucho más importante que los dogmas y las creencias. Por lo tanto, ser "católico" suponía, por encima de todo, la participación en un ritual que sólo se podía encontrar en los países latinos. Y esto era completamente ajeno al Protestantismo. Obviamente, fue esto lo que atrajo a Maurras y a sus seguidores del pensamiento de Comte. En realidad, esta es también la razón por la cual el catolicismo puede sobrevivir en un país tan profundamente marcado por la "laïcité". Esto es, el galicanismo se suele entender como una reacción contra el Vaticano y el Papa, pero no hay que olvidar que es también una estrategia que pretende reservar un espacio "político-espiritual" del catolicismo en un país como Francia que es agresivamente laico."

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"Lo cierto es que me cuesta trabajo imaginar que una “Europa Latina” regrese de manera virulenta tal y como ocurrió en el pasado. Paradójicamente, confieso que tengo simpatías por la propuesta de Alain Badiou, aunque yo la elaboraría de manera diferente. Primero, hay que entender que las “democracias iliberales” son una amenaza existencial para la supervivencia de la Unión Europea. Un país como Italia puede que recrudezca su antagonismo y amenace con salirse de la Unión. Y si el ambiente sigue empeorando, yo sugeriría que Francia y Alemania abandonaran la UE para formar una nueva confederación sobre la base de principios legítimos y reglas efectivas. Luego, podrían invitar a todos aquellos países que suscriban estos principios y reglas a que se sumen a dicha unión. Yo nací en 1941, y pertenezco a una generación para la cual la hermandad entre Francia y Alemania es demasiado importante como para comprometer su estabilidad a causa de los nuevos regímenes autocráticos que buscan persistentemente la destrucción de la Unión. 

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"Los seguidores de Hitler estaban impresionados por el tiempo y las energías que el Führer le dedicaba a los asuntos culturales, sobre todo a la arquitectura. Los palazzi italianos le entusiasmaban: le parecía que cualquiera de ellos superaba de lejos al Castillo de Windsor. Consideraba que habría sido un crimen contra la humanidad que los bombarderos ingleses hubieran destruido Florencia o Roma. Si hubieran destruido Moscú, sin embargo, no se habría perdido gran cosa -y lo mismo pensaba, desgraciadamente, de Berlín-. Para Hitler, el Duce era un gran hombre, un auténtico emperador, pero le decepcionaba que no fuera capaz de observar más de tres cuadros seguidos. Éste era el tipo de comentarios que se escuchaban, en plena guerra, en el cuartel general de Hitler, el Wolfsschanze de Prusia Oriental, sobre todo por la noche, cuando sus soñolientos vasallos fingían interés por todo lo que decía el insomne Führer.
En junio de 1940, cuando voló a París tras la victoria sobre Francia, lo primero que hizo Hitler fue visitar la Ópera Garnier. Le pareció un edificio demasiado esplendoroso en comparación con la mediocre calidad de las óperas que allí se representaban. Después, Hitler estuvo bosquejando los planos de la nueva ópera que quería construir en Múnich, tres veces más grande que la de París. De todas formas, los franceses le parecían dignos de elogio porque acudían a Bayreuth con mayor asiduidad que los ingleses. Los ingleses adoraban la música, pero la música no les correspondía. Ni sus óperas ni sus teatros podían compararse con los alemanes. Peor aún: en ningún lugar se representaban peor las obras de Shakespeare que en Inglaterra. Y, no obstante, Hitler albergaba la esperanza de que Inglaterra se acabara aliando con Alemania.
A Hitler le gustaba utilizar la cultura y el arte para justificar alianzas o actos de agresión. Mientras duró el pacto germano-soviético, los teatros de la Rusia bolchevique recibieron numerosos elogios, pero, cuando el pacto se rompió, pareció que los rusos nunca hubieran sido capaces de llegar a nada en el terreno artístico. Se consideraba que la guerra contra Estados Unidos era una guerra cultural, a diferencia de la guerra contra Francia e Inglaterra, cuyas culturas, aunque se criticaran, se aceptaban en líneas generales. En uno de sus monólogos del Wolfsschanze, el 7 de enero de 1942, Hitler decía que prefería «mil veces a un inglés que a un americano... Siento un odio y una repulsión profundísimos hacia todo lo americano. La sociedad americana tiene una actitud medio judía, medio negroide». Lo peor, decía Hitler, que se veía a sí mismo como la reencarnación de Rienzi, el héroe de la ópera wagneriana del mismo título, era que en el Reich alemán había «doscientos setenta teatros de ópera y una vida cultural mucho más rica que la de allí. Fundamentalmente, los americanos viven como cerdos en una pocilga revestida de azulejos». El 22 de abril volvía a sacar el mismo tema. Estados Unidos, según Hitler, estaba al borde de una catástrofe cultural. Y el primer síntoma de ello era que la Ópera del Metropolitan de Nueva York había cerrado. Las razones no eran únicamente económicas. En realidad, no había americanos capaces de representar una ópera correctamente. Todas las óperas eran de origen alemán, italiano o francés. Ahora que los cantantes europeos no podían cruzar el Atlántico, la pobreza cultural de los Estados Unidos había quedado totalmente al descubierto. Hitler recomendaba a la prensa alemana que prestara atención a este «hecho». Era un claro síntoma de la crisis que América estaba a punto de sufrir. La derrota política y militar vendría después."

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La seducción de la cultura en la historia alemana


“No se debe saber lo que no se pueda vivir.”

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"Sin duda, el protestantismo juega un papel central en esta historia. Los “países latinos” están impregnados de catolicismo, y la idea del “imperio latino” es una apuesta dirigida contra la cultura protestante. Y sin embargo –y esto no deja de ser curioso– Kojève pensó que esta confrontación entre dos cosmos teológicos haría posible imaginar un futuro gobernado por un mundo católico-latino. La razón era muy simple, pues él seguía la intuición de la utopía marxista –como puede verse en su importante discurso “Perspectiva Europea del Colonialismo”, pronunciando en Alemania por invitación de Carl Schmitt en 1957–, en la que la sociedad del futuro el trabajo se volvería menos importantes que el ocio. Y está muy claro que Kojève pensaba que el catolicismo estaba en mejores condiciones de acoger una vida centrada en el ocio que el protestantismo, una religión exclusivamente entregada a la ética del trabajo."

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