Andrés Mariño Palacio

"Agotamos la vida a toda prisa y vamos embarcados en el navío de la muerte que es el mismo tiempo."

Andrés Mariño Palacio




“Creo que la humanidad comienza allí donde las gentes
sin genio se figuran que acaba”.

Thomas Mann

-A-

Me desespera visitar a Raquel, porque siempre que voy a su casa, tengo que encontrarme con su marido. Me desespera terriblemente, pese a que Raquel es mi hermana, pero su marido es un hombre hermoso, de un rostro fino y delicado, tanto así, que si yo no le conociera tan bien, diría que se hace sutiles maquillajes para mantener la tersura de su piel y las líneas del rostro.

Cada vez que llego y abrazo a mi hermana, —mi hermana es una mujer rubia de un cuerpo magistral—, él me saluda con afecto y me estrecha la mano. Dice con su voz lánguida:

—¡Oh, cómo marchan esos cuadros señor pintor! Estoy muy contento de que mi cuñado sea un ilustre dilettante. Así la familia se engrandece, y cualquier día mi querido cuñado, mi estimado Claudio, usted abre su exposición y se gana sus miles de bolívares…

Yo lo desprecio finalmente.

En realidad, sus palabras son vacías, afectadas, y creo que me habla y busca mi compañía para establecer el contraste entre su rostro de apolo y mi cara demacrada; porque nací feo, crecí igualmente, y no he podido modificar en nada mis rasgos. No soy ni siquiera simpático, sino feo, completamente horrífico. Cuando tenía catorce años, decía mi madre: “Claudio cambiará, eso le pasa a todos los muchachos de su edad, ese es el crecimiento, asimismo ocurrió con Beltrán”.

Todo era una mentira, una dulce mentira de mi madre; porque yo nací feo, crecí igualmente, y seré siempre un hombre de fealdad corrosiva… Por eso me desespera intensamente visitar a mi hermana Raquel. Y siempre sale al paso el bello de su marido a abrazarme y a compadecerse de mi grotesco rostro.

-B-

A la verdad, no soy pintor como insinúa el marido de Raquel, ni siquiera un mal pintor. Lo que sucedió fue, que caí de lleno en una ola de mediocres que se daban aires peripatéticos de intelectuales. Discutían demasiado acerca del arte y sus relaciones con el hombre y el mundo. Yo, por mi espíritu irónico, (volteriano podría decir), me gustaba intervenir a veces, poniendo de antemano la alabarda del desprecio, haciéndoles ver a todos que comprendía la farsa que estaban llevando a cabo, y que me prestaba a hacerla más sugestiva con mi mezquino aporte… En muchas oportunidades salía muy bebido. Una noche, después de haber polemizado acerca de la misantropía de Leonardo, después que discutí la trascendencia de “La Gioconda”, nos fuimos a un prostíbulo. Llegué completamente borracho, divagaba como un bárbaro acerca de temas profundamente vastos. Entonces, en un arranque sensualista que es común a todos los borrachos, hice que una rubia de ojos grises que me miraba hacía rato, se desnudara para yo pintarla. La mujer accedió, (¡estaba enamorada de mi bella fealdad!), y el boceto grotesco, vulgar, lleno de un sadismo inspirado, rebosante de obscenidad, agradó a todos. Volqué mi pasión de borracho, de hombre feo, y de parásito intelectual, en las carnes hermosas de la prostituta. Junto a sus senos, dibujé los senos cerebrales de un químico, (simulé vagamente unas probetas…), en la flor del vientre, coloqué a dos filósofos que seguramente hacían alardes pedantes en torno al amor y a la muerte… En total, después de esa noche, mi fama de pintor apocalíptico, mordazmente trágico, se extendió…

Así, el marido de mi hermana, habla siempre de mi habilidad pictórica cuando yo les hago una visita. (En el fondo, sólo desea comparar nuestras bellezas: su hermosa belleza y mi bella fealdad). No sabe que he descubierto su juego. Quizás algún día me decida a englobar en una gran obra, —un cuadro monumental, fantástico, inconcebible—, los términos indefinidos y relativos de la belleza y de la fealdad. En realidad, en mí se han llegado a confundir esos términos. Para el vulgo, soy un hombre feo, hasta para mis más inmediatos parientes. Mi madre, se daba cuenta de mis rasgos irregulares cuando tenía catorce años, y llegó a decirme que era el proceso de crecimiento que desproporcionaba la simetría de mis pómulos, y me daba ese aire satánico de monstruo intelectual. Porque esa es la verdad, cuando la gente me ha tratado por algún tiempo, comprende, intuye, descubre horrorizada que tengo un aire satánico de monstruo intelectual…

Mis hermanos son perfectos, elegantes, de piel tierna y agraciada, (Raquel es rubia, Beltrán s bronceado, casi un hindú); sin embargo, no sé por qué oculta razón, he querido siempre descubrir un hilo común entre cuatro rostros que en el fondo y superficialmente, son tan distintos. Son cuatro grados de belleza que palpitan en mi derredor, y me ofuscan, me ofuscan angustiosamente…

-C-

Aquella prostituta rubia, de pupilas grises, que sirvió de modelo para el boceto, —cuadro nonato y culpable de mi fama—, representa el primer grado: está ajada, pura en su decadencia; la belleza, la extirpó, la hizo inútil traficando con su pasión. Y mi hermana Raquel, —la rubia, la casada con el apolo—, simula el grado opuesto, pero también hermano contradictorio. Ella, reina opulenta en su lecho amplio, cubierto de perfumes voluptuosos, (¡cómo se dilatan las aletas de su nariz en la medianoche cuando siente el cuerpo calenturiento que la está poseyendo!). Y la prostituta, —polo a polo, dos grados diferentes de belleza—, se resigna como un lúgubre Cristo en su camastro, mientras que algún hombre anémico bebe el placer ansiosamente, lo busca como un sediento en sus belfos cansados… Los otros dos grados de belleza son varoniles, ¡pero qué distintos! El marido de mi hermana es uno. Su belleza es física. La máscara que le cubre el rostro es una llama afrodisíaca para las mujeres que le rodean, sin embargo, no se eleva al plano de la otra belleza, ¡mi belleza intelectual, satánica, monstruosa! Son los cuatro grados perfectos de la belleza… Quisiera fundirlos, confundirlos, aliarlos, hacerlos una sola y única substancia, los reuniría en un cuadro monumental, o… en un espejo!

La belleza pura, que nada en la morbidez del placer, la otra, alicaída, penumbrosa, náufrago en el vicio. La belleza firme, segura, periférica, y la belleza demoníaca, la belleza de la fealdad, en cuyo fondo se entrecruzan las aguas salvajes, turbias, de las ideas humanas. Quisiera fundir esas bellezas, aliarlas, hacerlas un aereolito mágico, impresionante, ante el cual todos los hombres libraran sacrificios en aras del supremo dios del universo: ¡el sexo agobiador!

-D-

A veces me sorprenden estos éxtasis y me siento un artista inconmensurable. Dispuesto a crear monstruos bellos; sombríos y hermosos a la vez. Pero todo queda en la idea, en la forma gaseosa que se evapora en cuanto la febrilidad desaparece. Es como mi hermosura, que sólo aparece en determinados instantes, ante determinada mujer, después que he llegado a penetrar en la identidad anímica de mi amante… Por eso, me cuesta tanto ser un amante completo…

Hace muchos días que no visito a mi hermana Raquel. Tampoco he visto a su marido. Parece que mi hermana se encuentra embarazada. ¡Coincidencia! ¡Singular coincidencia! La prostituta aquella, la rubia de pupilas grises que sirvió de modelo a mi locura de creador, lleva un hijo mío, una pequeña bestia que yo alenté con mi soplido, en su vientre de pecadora. ¿Podemos culpar a los espermatozoides de los monstruos que fabrican? Esos dos cuerpecitos que saldrán algún día a la luz, llevarán los sellos de las cuatro bellezas, fundidas no en uno, sino en dos modelos, ¡serán cuatro rostros en un espejo, pero que reflejan sólo dos imágenes!

Andrés Mariño Palacio




"De llegar a obtener lo que deseamos en nuestra sed profunda, este mundo lucirá después como vacío y tenebroso, como opaco e irrealizable. De llegar a fracasar, nos hundiremos más y más, todos los tentáculos nos atraparán, pero habremos hecho, al menos, la última tentativa delirante y muerto con dignidad en nuestra ley, mordiendo la nuez amarga que apetecíamos como un pedazo de pan triste."

Andrés Mariño Palacio



"Entre la mediocridad y el genio no existen fronteras. De allí el Hastío."

Andrés Mariño Palacio



"Es preciso hacernos una dura coraza, para soportar los ataques, que al fin y al cabo nos lleva a una taciturnidad o estado de resistencia poco de acuerdo con los fines de acercamiento que estimula el instinto literario. No escribimos una teoría. Escribimos una realidad. Decimos una realidad."

Andrés Mariño Palacio



"Firme; firme siempre, sin hacer concesiones de ninguna especie. Duro; duro siempre: la lucha, el eterno combate no termina nunca."

Andrés Mariño Palacio



"La vida íntima de Abigaíl había sido siempre sumamente extravagante. Separado de su familia, se había ido a vivir a un apartamento. Alquiló las dos piezas restantes que no ocupaba, a una señora anciana —de sesenta años—, que trabajaba como enfermera en casa de un médico. La señora y su nieto, un hermoso bebé de cuatro años, se entendieron perfectamente con el hombre de rostro afilado. Fueron cordiales amigos. Apenas se veían por la tarde, hora en que regresaba la señora Matilde del hogar de médico. A veces, entraba Abigaíl a saludarla, y con refinada ternura cargaba entre sus brazos las carnes blandas y aterciopeladas del bebé. Gustaba de restregar la piel del niñito contra sus mejillas de cuero curtido por el sol, y por las maldades de que había sido víctima en su niñez. Gozaba mucho cuando cargaba entre sus brazos al nietecito de la señora Matilde. Sus manos huesudas recorrían el cuerpo del infante desde la cabecita —aun blanda—, hasta las rosadas llanuras de la planta del pie. Se entretenía en acariciarle las mejillas, en tocarle con tacto de picaflor las blandas y risueñas orejitas. Le besaba algunas veces con extrema delicadeza en el cuello. Y cuando esto hacía, no podía soportar el rubor que ascendía instantáneamente a la seca máscara de su rostro afilado.
Lo sentaba en sus rodillas grotescas, —de grandes huesos—, y no podía —como con el rubor—, reprimir un estremecimiento imbécil, al sentir las nalguitas demasiado suaves sobre los huesos. Balanceaba al nene y se quedaba contemplando durante bellos minutos sus ojos, sus labios rojos, sus mejillas, las hermosas orejitas que casi palpitaban.
En ocasiones, y por largos períodos, dejaba Abigaíl de visitar a la señora Matilde. Principalmente cuando inició sus amores con Raquel. Esta muchacha vivía en la misma cuadra de la casa de apartamentos. Por coincidencia la había conocido Abigaíl, cuando ella tocó a la puerta de su cuarto equivocadamente, pensado que allí era donde vivía su tía. En realidad, Raquel se había interesado mucho por el tipo de ese hombre tan extraño. Le veía pasar siempre debajo de la ventana: erguido, seco, con su rostro afilado e inmutable. Y se propuso entablar amistad con él por simple curiosidad femenina. Más, después, llegaron Abigaíl y Raquel a un plano de intimidad relativamente amorosa. No había cruzado aros, por ya Abigaíl la visitaba en su hogar que —como ya dijimos— quedaba en la misma cuadra. Y pese a que tenían cinco meses de flirt, Raquel no había logrado saber nada de Abigaíl Pulgar. ¡Que hombre tan cerrado! Siempre le contaba, cuando conversaba en el sofá, que ella se había interesado mucho por su persona antes de conocerle, y otra gran cantidad de cosas, que sólo buscaban confidencias por parte de él. Pero Abigaíl siempre callaba. Apenas sonreía mostrando unos dientes muy blancos y simétricamente alineados. De repente, cuando hablaban, se inclinaba hacía ella y la besaba fuertemente en la mejilla, como queriendo morderla. Raquel se excitaba mucho y le pellizcaba en la muñeca. Entonces Abigaíl, pasaba hasta un cuarto de hora sin hablar, y se iba a su casa taciturno y triste.
Una vez, le llevó de regalo un paquete de ostras. Como en la casa de Raquel había un limonar junto al patio, inmediatamente se pusieron a comer, y era de admirar el agudo placer que sentía Abigaíl cuando el cuerpo palpitante y convulso de la ostra pasaba por su lengua, se deslizaba a través de la laringe y entraba en el estómago.
Su máscara afilada se contraía como sí le estuvieran haciendo muecas. Los pómulos se le dilataban, agarrotaba las manos y exclamaba: ¡deliciosos! ¡delicioso! ¡delicioso!"

Andrés Mariño Palacio
Abigaíl Pulgar



"Los caminos del arte son los mismos caminos de la angustia."

Andrés Mariño Palacio



"Otro año más que va muriendo de muerte natural. ¡Si el próximo encerrara en su seno el comienzo de la realidad en mi destino material! ¿Planes? Viajar. ¿Propósitos? Echar sólidas bases para la obra futura."

Andrés Mariño Palacio




"Por el alma de mi país, que trata de integrarse; por mi propia alma que es un poco el alma de mi país y entraña de la humana, universal familia."

Andrés Mariño Palacio



"Porque el ideal de Contrapunto, aparte de otras metas de arte y cultura, es un ideal de nacionalidad: crear nuevas costumbres de pensamiento, desarraigar los vicios localistas en cuanto toca a las formas de opinar y enfocar el universo material o irreal; en fin: aspira a encontrar para esta juventud que merece el legítimo título de “prometeica” un camino de serenidad que haga valederos los esfuerzos y sostenidas las voluntades.

De ese vértigo espiritual que da el asomarse a esos vacíos dejados por tantas generaciones venezolanas que no quisieron o no pudieron expresarse, de ese terror que causa escuchar tanto silencio acumulado en la historia cultural del país, de ese desasosiego que trae no conocer las intenciones de esos múltiples llamados que una cultura en crisis hace a nuestro desprevenido continente americano, de todo esto, y de mucho más que aún corre en secreto por nosotros, surgió esta revista.

Por el espíritu abierto a todas las señales con que se expresa el mundo desde la intimidad y no por una respuesta común, hemos cerrado filas en esta revista. Nuestro único sectarismo será el de permanecer fiel a la realidad espiritual del presente."

Andrés Mariño Palacio



"Sin un ascetismo total es imposible realizar obra verdadera."

Andrés Mariño Palacio



"Tu mueres, mi entrañable espectro, pero yo vivo y he de forjar con mi sangre y con mi alma, con mis puños apretados, con las lágrimas derramándoseme, ese mundo nuevo, ese continente de sueño y de verdad, que larga falta nos está haciendo."

Andrés Mariño Palacio



“Yo soy yo y adonde vaya mi yo es mi yo.”

Andrés Mariño Palacio
















No hay comentarios: