Antoni Marí

"Creo que la poesía me sirve para saber de mí aquello que cualquier otra disciplina no me ofrece. Diría que en la poesía expongo, muestro lo que no puedo encontrar en ningún otro sitio y a la vez pienso que en mi poesía pongo en movimiento mi experiencia vital, pero también mi experiencia intelectual. En mi poesía no hablo de filosofía, pero creo que es también un modo personal e íntimo en que yo he hecho la apropiación de la filosofía. De tal modo que utilizo la razón y el entendimiento, pero aquí es una razón más oscura, no es la razón instrumental, es aquella razón que no atiende a razones sino al pulso mismo del conocimiento."

Antoni Marí



"La abuela había muerto a una edad avanzada, sin padecer de ningún mal. El corazón fuerte, el hígado en perfecto funcionamiento, el estómago sin problemas. Las piernas, las piernas era lo único de lo que se resentía. Sin embargo nadie se muere de las piernas. Murió de nada, de vieja, de cansancio, de ganas de ir a hacerle compañía a su esposo, mi abuelo, que había muerto cuando mi padre apenas había cumplido los dos años.
Entre la muerte de la abuela y la de su marido pasaron cincuenta y cinco años.
Cincuenta y cinco años recordando a su joven esposo, muerto de repente, del corazón, en sus brazos, mientras se columpiaba debajo del algarrobo, en la finca que acababa de heredar de su padre. Cincuenta y cinco años recordándolo, hablando de él, idealizándolo, y manteniéndolo presente en su memoria, en su casa y en su vida. Era muy alto, decía, muy guapo, serio pero tan amable, tan distinguido, el más distinguido de toda la familia, a su lado Eustaquio era un patán. Cuidadoso y limpio, siempre arreglado. Siempre con la indumentaria idónea para cada ocasión. De una elegancia natural que desconocía la ostentación. No era vanidoso. Sin embargo sabía cuidar siempre las formas, las del vestir y las otras.
Sobre la mesita de noche tenía la abuela su retrato de boda. Él, de negro, en chaqué de lana inglesa, decía, muy suave y muy fina, que abrigaba aunque apenas pesara. La camisa con las puntas del cuello formando triángulos equiláteros perfectos. Compramos la pechera en Londres, decía, de celuloide, podía lavarse y siempre tan tiesa, como almidonada, mucho mejor que almidonada. Ella, con un traje de organdí, por supuesto blanco, una larga cola que el fotógrafo había recogido a sus pies, abierta y desplegada como un abanico. Un ramo de nomeolvides que sostenía en la mano derecha y que caía con pequeñitas cintas de satén blanquísimo. Estaban muy guapos, tal vez con la belleza de los rostros perplejos.
El abuelo fue enterrado con el traje de boda, que sólo había podido llevar en otra ocasión. Ahora podría lucirlo toda la eternidad. Había sido decisión de la abuela. Que lo entierren con el traje de boda, que a mí me enterrarán con el mío.
Así lo decidí cuando amortajaba a tu abuelo. Con el velo y la cola, y con el ramillete de nomeolvides que guardo en la caja sombrerera del ropero.
Era un ropero de caoba oscura altísimo, como una catedral, con una luna biselada que siempre me pareció inmensa, rematado por una especie de almenado fantasioso e indescriptible. Allí guardaba el traje de novia, el velo, las enaguas, los zapatos, las medias de seda, las puntillas, los satenes, las cintas, las joyas, sencillas y bellísimas, que lució el día de sus nupcias. Creo que la abuela, a la que le gustaban los libros, había leído Great Expectations de Charles
Dickens, pues a mí siempre me había recordado a la desgraciada señorita Havisham, quien, vieja ya, todavía aguardaba, vestida de novia, la llegada de su prometido, que no había acudido a la boda.
Hacía buen tiempo. Un sol primaveral iluminaba el verdor espeso de los cipreses. Los nietos llevamos a hombros el ataúd de la abuela hasta la capilla familiar, una especie de mausoleo que compró nuestro bisabuelo para que toda la familia reposara bajo el mismo techo. Tras una reja de hierro, adornada con la forma de un copón eucarístico que se repite innumerablemente, se accedía a una pequeña sala presidida por un altar, debajo del cual estaba enterrado el abuelo, detrás de una lápida en la que figuraban su nombre y las fechas de su nacimiento y de su muerte, y que dejaban un espacio vacío para que se inscribieran junto al suyo el nombre y las fechas de su esposa. En el suelo, cerrada por una reja con los mismos motivos ornamentales de la entrada había una escalera empinadísima por la que se descendía a una cripta donde reposaban los restantes miembros de la familia."

Antoni Marí
El vaso de plata


"La poesía para mí, es un estado que no es el convencional. Exige una atención y una disposición de la cual yo no soy totalmente responsable y para mí la poesía es sobre todo espacio, es el espacio de la reflexión, un momento donde quien dirige el movimiento y el sentido, no es la razón sino las mismas palabras."

Antoni Marí




Un viatge d'hivern

D'on és que véns, amic, tan pensarós
per aquesta drecera humida i apartada?
Cerques en la foscor la matinada?
La claror del migdia en el sol post?

Aquell que havia vist la serenor dels vespres,
l'esclat arravatat de jorn i de migdia,
i al moviment dels astres s'arranjava,
ara es sumia en el corrent d'aquella discordança;
i arrabassat de tot
en una dissonància sens fi es confonia.

Ombra sóc i només ombres puc veure. Només
la humitat del cor d'aquestes ombres,
la boira dels seus ulls, la desesma
tan lenta dels seus gests. I aquest
esvanir-se fosc que entenebreix l'esguard.
Ombres vanes poblades d'enyorança
que van caient pel precipici mut.
Negres ocells alafeixucs i bornis,
coberts de dol, de solitud i oblit,
que m'estrenyen amb les ales l'esperit
i fuig tot pensament, com fuig la vida. 

Antoni Marí



Yo no creía que pudiera volver

 
Yo no creía que pudiera volver.
No creía que nunca más pudiera volver
a ver estos campos, donde la soledad
y el abandono gobiernan,
ni estos cerros pequeños que caen 
hacia el mar, ni este aire quieto,
que parece detenerlo todo,
ahora que están todos en cama, y duermen. 

No creía que pudiera volver
a ver esta luz que da cuerpo
a la sombra, y a la claridad, aturdimiento.
Y creía que no volvería a saber
que la quietud que nos libera
y el silencio que nos nutre
no son la quietud ni el silencio de la muerte,
ni un lugar de la tristeza,
ni el miedo de quien se sabe solo
en medio de la extrañeza del mundo. 

No creía que pudiera volver
a sentir que todo es uno y que toda cosa cierta
se muestra en lo que es
si uno está cerca y nada lo acompaña.
No creía que pudiera volver
a estarme quieto, envuelto
por la oscuridad y la sombra de aquella nube
que todo entenebrece y nos deslumbra.
Ni creía que pudiera volver a este desierto
que el alma ha creado a imagen nuestra.
No creía que pudiera volver nunca más,
ni que fuera yo, tan sólo, aquel
que otra vez, aquí,
volvía.

Jo no creía que pogués tornar 

Jo no creía que pogués tornar.
No creía que pogués tornar mai més
a veure aquests camps, on la solitud
i l´abandonament governen,
ni aquests petits pujols que cauen
cap al mar, ni aquest aire quiet,
que sembla detenir-ho tot,
ara que tots són al llit, i dormen.

No creía que pogués tornar
a veure aquests llum que dóna cos
a l´ombra, i a la claror, atordiment.
I creia que no tornaria a saber
que la quietud que ens allibera
i el silenci que ens nodreix
no són la quietud ni el silenci de la mort,
ni el lloc de la rencaça,
ni la por de qui se sap sol
enmig de l´estranyesa del món. 

No creía que pogués tornar
a sentir que tot és u i que tota cosa certa
es mostra en el que és
si un hi és a prop i res no l´acompanya.
No creía que pogués tornar
a restar quiet, envoltat
per la foscor i l´ombra d´aquest núvol
que tot ho entenebraix i ens enlluerna.
Ni creia que podría tornar en aquest desert
que l´anima ha creat a imatge nostra.
No creía que pogués tornar mai més,
ni que fos jo, tan sols, aquell
que altre cop, aquí,
tornava.

Antoni Marí


"Soy lo que desconozco que soy. Soy todo lo que no sé."

Antoni Marí













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