Antonio Martínez Menchen

"Había ido la tarde anterior a la recepción pues sabía que en ella podía encontrar al General. El general le quería bien, leía sus artículos y hasta sus versos y le animaba a seguir con sus charlas en la cárcel, no como otros militares y jerarcas que pensaban que aquello era una tontería. Además el general era un hombre de confianza del Generalísimo, un viejo compañero de África a quien el Caudillo tenía en gran estima, y por todo ello la persona más idónea a la que pudiera recurrir.
Ya en el coche, de vuelta a Madrid, cuando empezaban a descender el puerto, empezó a arrepentirse de todo lo que había ocurrido en el penal. Claro que la culpa no había sido suya. Él había obrado con la mejor intención, con generosidad tendiendo la mano a un viejo amigo aunque luego se había transformado en enemigo, pero olvidando esto y con el propósito de ayudarle. Pero había sido él, su antiguo amigo, quien le había provocado con su actitud, quien se había negado a estrechar la mano que le tendía, manteniéndose en su postura rebelde, empecinado en sus errores, desafiándolo hasta exasperarle. Y esto es lo que había ocurrido: se había exasperado y su comportamiento había sido el resultado de esa exasperación que el prisionero le había producido. Pero de todas maneras aquel correcto razonamiento no podía acallar su creciente malestar. Sí, era cierto, el culpable era el otro pero un hombre como él no debía perder nunca el control sobre sí mismo, dejarse arrebatar por la ira. Y esto era lo que había ocurrido. Se había dejado arrebatar por la ira y, en consecuencia, había obrado mal. Y lo que más le fastidiaba es que esto le daba al otro un cierto aire digno, de víctima ofendida.
Por eso, al día siguiente, ya más en frío, más calmado, tomó una decisión. Víctor Maura, el poeta rojo, se iba a enterar de una vez quién era él, Diego Angulo, el poeta falangista; se iba a enterar de una vez cuál era el temple moral de los falangistas, de qué metal estaban hechos. Sí, él, Diego Angulo, iba demostrar a aquel antiguo amigo que si bien, como humano, podía tener una debilidad, un ataque de ira cuando era injustamente provocado, luego sabía identificarse con el precepto de aquel Evangelio que el otro había abandonado y no solo perdonaba al enemigo, sino que le tendía la mano para incorporarle y sacarle del lodazal en que había caído. Él, Diego Angulo, iba a darle a Víctor Maura la libertad de la que, muy justamente, había sido privado."

Antonio Martínez Menchen pseudónimo de Antonio Martínez Sánchez
Patria, justicia y pan



"Más veréis, mi permanencia en Trípoli hizo que algunas cosas cambiaran para mí. Cuando entramos en Antioquia y en Maarat yo pude ver, sin que ello me conmoviera, cómo los nuestros degollaban a todos los habitantes no cristianos de la ciudad; pude ver sin estremecerme cómo se degollaba a las mujeres y a los niños; cómo familias enteras perecían carbonizadas en el interior de sus viviendas incendiadas, y cómo arroyos de sangre corrían a lo largo de las calles. No sentí piedad por aquellas mujeres y aquellos niños. Eran infieles, enemigos de Nuestro señor, y, por tanto, merecían la muerte que nuestros soldados les daban. Después, cuando nuestros guerreros tomaron Jerusalén, volvieron a producirse las mismas escenas que en Antioquia y Maarat, volvieron a correr arroyos de sangre por las calles, a arder las mezquitas y las casas, a morir degollados todos los mahometanos y judíos sin que les librase su sexo o su edad. Y si yo hubiera tomado parte en el asalto, mi espada también habría contribuido a aquella sangría y mi corazón no se habría estremecido con los gritos de angustia y de dolor de aquellos a quienes degollábamos. Pero mientras mis compañeros luchaban frente a las murallas de la Ciudad Santa, yo permanecía en Trípoli, inconsciente."

Antonio Martínez Menchen
La espada y la rosa


“Que los libros son la puerta de los sueños.”

Antonio Martínez Menchen






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