Enrique Medina

“A la semana de nacer, mi vieja me cargó a mí y a una pequeña valija y salió sin rumbo. Ahí apareció la familia Pons, en la calle Doblas 153. Que Dios los tenga en la gloria. Y la otra familia fue la de los Sardá, en la calle México, en Once. Trabajé con el padre pintando casas. Me enseñó a empapelar comedores y dormitorios, todo un arte; me dejaron formar parte de la familia.”

Enrique Medina


“Con el tiempo, y más siendo un espíritu libre como fui yo, que viajé por todo el mundo sin un mango, me di cuenta de que tengo un dios aparte. No quiere decir que me está cuidando. Es un dios que uno inventa, con el que dialoga. Aprendés a llevarte bien con él y a escucharlo. Esa otra pata, que vendría a ser ese dios, te ayuda a pensar más o menos bien. Y siempre le doy gracias por el día que vivo. Todos los días llego a casa, voy al balcón, toco el Cristo…”

Enrique Medina




“En los institutos aprendí a sobrevivir y a ser leal, noble y solidario. Condiciones que aún hoy mantengo con orgullo. Aquello que se aprende desde chico es difícil que se olvide, porque sería olvidarse de uno mismo.”

Enrique Medina



“Mi madre siempre me decía: ‘nunca olvides que tu cuna fue un cajón de manzanas y tus cobijas, diarios viejos’.”

Enrique Medina



“Mi verdadera profesión es mimbrero. Es la que aprendí en los talleres de las tumbas (así se les decían hace más de 70 años a los institutos de menores). Había talleres de mecánica, de electricidad, de todo lo que te daba chances de encontrar trabajo.”

Enrique Medina



"Sería el colmo que después de tanto lío me tuviera que perder el final. La pobre piba no paraba de llorar, estaba toda roja y con los pelos revueltos, se abrazaba a la amiga como si fuera su única salvación. El viejo no se le despegaba de al lado y no paraba de decirle que ya había pasado todo y que se dejara de joder de una vez por todas. Uno de los enfermeros, o empleados, dijo que la dejaran pasar que la iba a revisar. Hubo un murmullo fulero. Ya eso significaba que se empezaban a romper los lazos. No podríamos ver. Y todos teníamos derecho a ver. ¿Acaso no estuvimos todos haciendo fuerza? ¿Acaso no gritábamos el olé con ganas para que la ratita muriera, como realmente murió en la jeta de la Gorda boluda? ¿Dónde estará? ¿Se las habrá picado? Mejor. Me quedo hasta el final y veo si engancho a las pibas con el cuento de acompañarlas a su casa o a tomar un café para que se calmen. Pobre chica. Yo estaba bien encaminado porque me había percatado que el viejo estaba acompañado de otra vieja y por lo tanto tenía camino libre. ¡Olé!
Entonces hubo alguien que dijo que había que revisar a la ratita para saber si estaba rabiosa o no. Sí, sí, la ratita, hay que buscar la ratita. Todos decían que había que ir a buscarla pero nadie se movía. El empleado más viejo empezó a echarlos a todos y pensé que si yo traía la ratita tendría una buena excusa para quedarme adentro de la farmacia y en una de esas pasar al cuartito privado y relojear la revisación de la gambeli. Entonces grité, igualito al último de los mohicanos."

Enrique Medina
Las hienas


"Yo estaba seguro que si manteníamos la disciplina ganábamos con seguridad. Alguien me puso el pie y aterricé de jeta. Sobre mí cayó otro que no era de los míos ya que me hizo retumbar dos veces el marote. Uno me lo sacó de encima y me levanté como un resorte. Vi una pila humana. Los muy boludos estaban de pura franela. Por buscarlo a Gutiérrez no vi al Tanito a mi lado que me acomodó un cazote en el ojo. Pero ¿cómo? ¿No era que el Tanito estaba con Martínez? Me terminó de sentar de culo con una trenzada en las piernas. Se dispuso a amasijarme pero Jiménez lo atajó. Vi que la base de la pila humana era Martínez, y el boludo de Morrone lo único que hacía era dar vueltas alrededor de la pila preguntándose qué mierda había que hacer en una situación semejante. Testa, en vez de solucionar el problema perseguía al pobrecito de Simón que huía como una gallina sin poder explicarse lo que estaba pasando. En el aplastamiento, Santillán pedía socorro porque lo estaban reventando, y Rosales que estaba arriba de él parecía que se lo quería coger sin importarle las trompadas del Gitano Suárez que intentaba quitarlo de encima. Me desesperé. ¡La planificación funcionaba como la mona! ¡¿Podía ser posible que fuéramos tan boludos?! Dejé de lado la biaba que Jiménez recibía del Tanito y arremetí contra la pila con todas mis fuerzas y logré el desparramo general. Martínez fue en ayuda de Jiménez. Gutiérrez se me vino y me tiró una patada, lo esquivé y le di en la cucusa. Retrocedió y se me vino encima dispuesto a asesinarme. Me calzó en las costillas, en el pecho, en la cara; alguien lo atropelló y me salvó. Demasiadas ilusiones. El Chino Vera se me colgó de atrás y con el brazo me apretó la garganta y nos fuimos al suelo. Cayeron sobre nosotros."

Enrique Medina
Las tumbas


“Yo tendría unos 8 años y me puse a llorar… ¿sabés por qué lloré? Porque en ese momento tomé conciencia de que servía para algo.”

Enrique Medina












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