Guillermo Meneses

"¿Tenemos hoy una respuesta sobre nuestro carácter, sobre nuestras constantes, nuestra personalidad? Tal vez precisamente la década de 1950, recoja todos los hilos dispersos desde los tiempos prehispánicos, para madurar  una posible respuesta: ¿quien baila hoy en los escenarios de Caracas: Sonia Sanoja o la imagen modelada por un indígena -siglos atrás- en la cerámica de Barrancas? ¿Es posible que la luz de Caracas suene en el Concierto para  Orquesta de Antonio Estévez, o vuelva a reflejarse en la obra de Mercedes Pardo? Música, escritura, pensamiento, anudan alrededor de 1950 las respuestas que Narciso Espejo quería encontrar: una de las cuales es él mismo."

Guillermo Meneses



"Teodoro salió descorazonado, rabioso; rápidamente, corriendo casi, caminó hacia su casa. Apenas abrió la puerta se echó en el mecedor donde su padre dormitaba después de la comida, apoyó los codos en las rodillas y apretó la cabeza entre sus manos recias. No quería que nadie lo viera, que nadie le preguntara… ¡qué desconsuelo profundo, enorme, horrible, dentro del pecho! ¡Qué negro y grande desconsuelo! Aquella soñada felicidad —triunfos, mujeres, borracheras— estaba perdida… y él, que estaba tan seguro de que conseguiría su puesto de pitcher al hablar con don Luis… ¡si siquiera hubiera ido a verlo antes!… Se golpeó duro la cabeza: ¡estúpido! ¡maldito!
La cara de Pura asomó en la puerta de su cuarto y se ocultó de nuevo, piadosa, al notar la rabia desconsolada del hermano, mientras los pensamientos de Teodoro seguían los caminos de su tristeza: ¡Bien ridícula había sido esa seguridad de que habían de aceptarlo en el «Nueva York» apenas él quisiera!… Si señor: ¡bien ridículo había sido pensar tal cosa!… En ese momento, creía que nunca fue buen jugador. Era una dolorosa espina ahí, pinchando el alma; una grave y dolorosa lucha; entre sus ambiciones y su desconsuelo. Hasta dudó de sus triunfos: acaso había sido para burlarse de él lo de sacar su nombre en los periódicos; acaso los que lo mandaron a escribir se estaban riendo de que él creía todo aquello. Por un instante, Teodoro Guillén, el desgraciado, sintió que todos los hombres eran enemigos y los odió a todos con tembloroso y terrible odio repleto de tristeza. Su figura de vencido era como una estatua gastada por el tiempo.
Se rozó la cara con los dedos, suavemente. Estaba sudado, repleto de calor y de amargura y, a su lado, Pura lo miraba curiosa y amante. Cuando él la advirtió se levantó rápido por despegarse aquella cariñosa mirada fraternal."

Guillermo Meneses
Campeones



"¡Y pensar que yo tenía ese interés por escribir!"

Guillermo Meneses


















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