Javier Maqua

"El pobre sabe muy bien que, para su desgracia, sólo en el deporte puede vencer al rico y cobrarse venganza."

Javier Maqua



"Insurrecto.- ¡Ay! ¿Qué mosca le ha picado, vieja?
Sara.- Es el hambre.
Insurrecto.- Tiene dientes como sables.
Sara. Conserva buena dentadura.
(Pasea orondo entre las estatuas de sal de los feriantes.)
Insurrecto.- (A pichona.) Te ves bien ahí arriba.
(La niña corre a su lado.)
Noé.- Mi ballena no ha hecho nada.
Insurrecto.- Su ballena está a salvo.
(Pichona lo abraza.)
Insurrecto.- Acompañará el avance de nuestras tropas y se abrirá sólo para nuestros soldados.
Noé.- La ballena es de todos.
Insurrecto.- De todos no, sólo de los nuestros. Intendencia dispondrá de lo que necesiten. Alegre esa cara. Se acabaron las carreras de un sitio a otro para alcanzar zonas sin amo. Ya no estará el tingladillo a merced de un obús perdido. ¡Un momio! ¡La Gibosa bajo la protección gratuita del Glorioso Ejército! Vivirán como reyes a cambio del esparcimiento de la milicia. Y de sus oficiales.
(Guiña el ojo a la niña.)
Insurrecto.- Su Gibosa elevará la moral de la tropa. Y su ausencia desmoralizará al enemigo. "Nadie puede vivir sin ballenas". ¿No es eso lo que usted dice?"

Javier Maqua
Triste animal




"Yo.- Y te estabas preparando un baño. "Hay alguien dentro. Suena un grifo", se les oía decir. Y rinrrín, rinrrín. Se me salía el corazón por la boca. Y tú, a lo tuyo, cada vez más chulo. Y ellos: "Es en el cuarto de baño. ¿Se habrá resbalado?" Y el otro: "Hay que hacer algo. Puede haber hecho una locura. Las venas. Quizá se haya cortado las venas". ¡Cuánto se preocupaban por ti!
Él.- ¡Estaba dispuesto a cualquier cosa!
Yo.- Sólo querían salvarte, chato. Por eso tiraron la puerta. Para salvar la vida a mi Ortega. Eres un desagradecido.
Él.- ¡Para llevarte con él! ¡Para apartarte para siempre de mi lado!
Yo.- Y te encontraron tan fresco, en pelota picada y en brazos de una muñeca. Qué bochorno. Cuando lo contaba, el público se desternillaba.
Él.- Maldita la gracia.
Yo.- (A ustedes.) El ventrílocuo ese había cogido tanta carrerilla para tirar la puerta que, del impulso, vino a caer a los pies de mi Ortega. Qué escena. Mi Ortega, como Dios le echó al mundo, tan guapo, con un cuerpo tan bien hecho, y esa pobre infeliz a sus pies. (A él.) Parecías la estatua de Zeus tronante: "Largo de aquí o les acuso de allanamiento de morada!"
Él.- ¡Venía por ti!
Yo.- El pobre me miró desde el suelo con carita de cordero degollado.
Él.- Vi cómo te miraba. Con ojos de lascivia.
Yo.- (A ustedes.) Y en la puerta, imagínense ustedes las caras del portero y el Presidente de la Comunidad. Un poema.
Él.- ¡Y tú contaste "aquello"! ¡En público! ¡Todo!
Yo.- Fue una bomba. Salió en todos los periódicos: "Ventrílocuo, sorprendido en la cama, con su muñeca". Todo el mundo ha leído novelas policíacas o cuentos de Edgar Allan Poe. A veces los ventrílocuos se vuelven locos. Se creen que su muñeco tiene vida y cosas así. Y chiquichiqui, pierden la cabeza y acaban en sitios como éste. Esas historias encantan a la gente.
Él.- Cínica. No cuentas toda la verdad.
(Está para el arrastre. Tose. Rojo como un tomate. Le va a dar algo.)
Yo.- Escupe, escupe esas hormigas.
Él.- Queríais fugaros.
Yo.- Escupe. Tienes las frases llenas de hormigas. Se te han colado entre las palabras como si rodearan el cadáver de un bicho.
Él.- No me quedaba otro remedio que hacerme el loco. Para que no te apartaran de mí. Para tenerte siempre a mi lado.
Yo.- Sacúdete las palabras. Cálmate."

Javier Maqua
Doble garganta













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