Juan Antonio Mateos

"Al terminar la gloriosa jornada de las Cumbres de Acultzingo, el general Zaragoza emprendió su movimiento retrógrado, buscando un sitio a propósito para batir con éxito al ejército francés.
Varias veces se había detenido en su tránsito, y recorrido los accidentes del terreno buscando las probabilidades del triunfo; pero desconfiado y receloso, continuaba en su peregrinación, trayendo a una jornada de distancia al enemigo, que no cesaba de escaramucear con las guerrillas.
El 3 de Mayo de ese año histórico de 862, llegó con su ejército al frente de la Puebla, dejando a retaguardia de los franceses una brigada de caballería.
La ciudad se puso en alarma; un sopor de muerte pesó sobre aquella atmósfera siempre pura, y el silencio de la expectativa tenía embargados a los habitantes y al mismo ejército.
Los batallones desfilaron sombríos por las calles abandonadas, y al son compasado de los parches, entraban en sus cuarteles.
El general Zaragoza, seguido del Cuartel Maestre y su Estado Mayor, subió a practicar un reconocimiento a los cerros del Loreto y Guadalupe.
El bravo general, montado en un soberbio caballo, y puesto arrogantemente sobre la gigante cúspide de aquella montaña, era una estatua ecuestre que simbolizaba el hecho más glorioso de nuestra historia contemporánea.
Zaragoza ignoraba que las herraduras de su corcel descansaban sobre ese pedestal que a las pocas horas debía levantarle la fortuna, y desde donde le contemplarían cien y cien generaciones en el recuerdo de las glorias patrias.
Tender su vista de águila, contemplar la llanura, las montañas próximas y la ciudad, abarcar las distancias y concebir simultáneamente su plan de campaña, fue obra de un momento, porque volviéndose a los generales que lo contemplaban en silencio, dijo con firme voz y ronco acento: "Aquí", y tendió su mano señalando el campo de batalla.
Aquella palabra era un reto al destino, un aplazamiento a la victoria.
El relámpago del genio había surcado por su cerebro.
El aliento de Dios había pasado por su inteligencia.
En el espejismo misterioso de su alma, vio al ángel de la victoria: aquella visión era el apocalipsis del heroísmo en la irradiación de su espíritu batallador."

Juan Antonio Mateos
El sol de mayo



"Cuautla de Amilpas es una de las ciudades más encantadoras de la Tierra Caliente.
Parece una gaviota posándose en un nido de hojas y de flores, mitigando el fuego del sol sobre aquella frescura, y durmiendo la siesta a la orilla de las cascadas y bajo el cielo purísimo donde irradia la luz con visos deslumbradores.
El viento posa sus alas en los bosques de platanares y de naranjos, que sacuden su esencia en aquella atmósfera impregnada de perfume.
En aquella zona abrasante todo es languidez: las mariposas apenas levantan el vuelo, y permanecen soñolientas sobre los pétalos de las flores, los pájaros que han saludado con sus cantos la venida del sol, se ocultan en las ramas de los árboles buscando la sombra y el beso del aire que apenas estremece las hojas en una pausada convulsión.
El aleteo de los insectos se oye por intervalos, penetrante y sonoro como la repercusión de la platina.
En esas horas en que la atmósfera parece de plomo, y la naturaleza enmudece como si se sintiera agobiada por el calor latente de la zona, el hombre no se percibe sino por el movimiento de las hamacas que se columpian suavemente, como las telas de los insectos en los troncos de los rosales.
Las casas son unos nidos, enmedio de aquella profusión riquísima de árboles y de flores.
Allí las noches son encantadoras: cuando el sol se oculta comienza la vida, el aire está tibio, y libre de los vapores, comienza a sacudir sus alas, y a recorrer los campos, y a despertar las rosas desmayadas, y a estremecer los árboles, y a verter el aroma que yace guardado en el cáliz de las azucenas.
En aquel paraíso todo respira melancolía y amor; el alma sale del abismo y se asoma a los ojos para ver el cielo.
¡El cielo! allí las estrellas toman una dimensión asombrosa, y parecen multiplicarse en una lluvia de oro que no llega a caer sobre la tierra.
Las exhalaciones son continuas y atraviesan el cielo en todas direcciones, como luceros desprendidos que caen en el abismo del espacio.
¡El espíritu de Dios está sobre el firmamento en la plenitud magnífica de su majestad!"

Juan Antonio Mateos Lozada citado como Juan A. Mateos
Los insurgentes



"Desde la horrible hecatombe de Uruapan, la revolución se había levantado poderosa. Herida en su corazón por la muerte de sus valientes hijos, aceptó por completo un duelo a muerte, sin misericordia... ¡era necesario jugar el todo por el todo!
La crisis europea soplaba el fuego revolucionario, y ya nadie desconfiaba de un éxito, cuyos primeros vislumbres llegaban de donde cuatro años antes surgía la tormenta intervencionista.
El ensayo monárquico había abortado, sólo los intereses altamente comprometidos sostenían una situación que se derrumbaba al soplo omnipotente de una nación en sus esfuerzos heroicos por salvar su independencia.
La crisis era terrible, las tinieblas se habían disipado, y todas las esperanzas se desvanecieron como los celajes de la tarde al viento de la noche.
El coloso americano había tirado su guante sobre la arena del mundo y desafiado a la Europa entera.
La Francia había recogido ese guante, para... es necesario decirlo de una vez, para ponerlo humilde y rendida sobre el bufete del Capitolio.
En las aguas del Bravo, en ese torrente tumultuoso que marca los límites de la república, se dio el primer espectáculo, en que la suerte del imperio quedó resuelta en el porvenir definitivamente.
Una cañonera francesa fue atacada por los americanos desde las orillas de Brownsville.
El pabellón francés, flotando sobre aquella miserable barca, tenía tras sí treinta y tres millones de hombres dispuestos a hacerse matar por la honra de su bandera.
Así lo ha visto el mundo entero, así lo esperaba la generación contemporánea.
¡Fragilidad humana!
La señora del viejo Continente, la que decide sobre su carpeta de los destinos de Europa, pasó por alto el ultraje al pabellón de Montebello, Inkerman y Sebastopol
Algo de terrible encontraba el orgulloso Bonaparte para que en sus labios se detuviese el grito de guerra, ese grito asolador que hace estremecer a un hemisferio.
La doctrina Monroe se enseñoreaba en el mundo de Colón.
La Francia, el imperio, la complicidad europea, todo desaparecía, todo, cayendo el telón sobre aquel espectáculo sangriento.
El Canadá, y ese grupo de islas que se llaman las Antillas, ven desde entonces escrito sobre el libro de su porvenir la palabra independencia.
Los agentes del decaído imperio que tenían acceso en los altos círculos de la política, habían avisado al archiduque que el gobierno de la Unión mantenía una correspondencia activa con el gabinete de las Tullerías, referente a los asuntos de México.
Maximiliano estaba terriblemente inquieto y solicitaba el auxilio de su hermano José II, que lo veía naufragar en la más espantosa de las catástrofes.
El emperador de Austria no podía hacer nada por su desgraciado hermano; porque la guerra con Prusia en la cuestión del Lombardo, Veneto, estaba al estallar, y ya el Cuadrilátero estaba en jaque por los inventores del fusil de aguja.
El mariscal Bazaine había enfriado sus relaciones con Maximiliano, comenzando a poner en juego una política oscura, que tendía a desprestigiar al imperio y a echarle encima la revolución que se hacía formidable por momentos.
El mariscal, sin contar con el emperador, hacía canjes de prisioneros y conservaba relaciones con los republicanos.
Algunos acusan a Bazaine de haber querido sustituir a Maximiliano, pretendiendo que la Francia siguiera por su cuenta el negocio de la conquista. Esto no es creíble, porque Bazaine estaba al tanto de lo que pasaba, y ese plan que se le atribuye era de todo punto irrealizable."

Juan Antonio Mateos
El cerro de las campanas






















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