Maaza Mengiste

"⁠Cuando estás convencido de que todo lo que sucede es la voluntad de Dios, ¿qué hay que hacer sino esperar a que Dios tenga misericordia?"

Maaza Mengiste


"Hailu sabía que el corazón humano puede dejar de latir por muchas razones. Se trata de un músculo frágil, apenas del tamaño de un puño, dividido en cuatro cámaras separadas por una pared. Cada cámara posee una válvula y cada válvula un conjunto de solapas que semejan delicadas y quebradizas alas. Se abren y se cierran de forma constante y ordenada, agitando el flujo sanguíneo. El corazón no es más que una mano cerrada herméticamente, contrayéndose y expandiéndose. La actividad constante y el sempiterno empuje preservan implacablemente sus funciones vitales. La presión es la fuerza que insufla la vida.
Hailu comprendía que cualquier cambio en el corazón podría detener su ritmo, inundando las arterias de excesiva sangre y causando por tanto a su anfitrión un violento dolor. Cualquier violenta sacudida puede desterrar el sino natural del latido. El corazón está capacitado para agredir y golpear con denuedo las paredes cóncavas del esternón, presionando los pulmones hasta mutilar el hálito vital de su dueño. Era consciente del poder y de la liviandad de esa cosa que golpeaba su pecho enérgica y velozmente en su vacía sala de estar. El latido era el primer síntoma de la presión ejercida en el corazón y sabía que se había generado un impulso eléctrico y motriz en un pequeño grupo de células situado a un lado del órgano. Pero el ritmo de los latidos sincopados se ve inevitablemente afectado por el devenir de los sentimientos y ningún ser humano, y menos él, era capaz de comprender el impulso, repentino y persistente, de las emociones sobre el corazón. En una ocasión recordaba haber asistido a la muerte de una joven paciente cuyo corazón, según su madre, se había derrumbado y arruinado a sí mismo a causa de los álgidos sentimientos. Un solo latido ausente puede precipitar el caos en la vida de un hombre. Un corazón sano puede permanecer yerto casi por cualquier cosa: la esperanza, la angustia, el miedo, el amor. El corazón de una mujer es más pequeño, incluso más frágil que el de un hombre.
No sería tan sorprendente entonces que la niña hubiera muerto. Hailu simplemente apuntaba a su corazón como causa mortuoria. Sería suficiente para explicarlo todo.
Se había quedado solo en la habitación, mientras los soldados apuraban sus cigarrillos bajo una larga farola en el exterior. Podía ver sus largas sombras proyectadas sobre el desnudo césped, frágil como el mismo sol que finalmente se hundía en el peso y en el abismo de la noche. No era difícil imaginar la manta oscura que tras él cernía toda la estancia del hospital, a pesar incluso de que las luces estuvieran encendidas. Era el silencio, la total ausencia de movimiento, lo que lo persuadió de que tanto él como la niña no eran más que una extensión de la melancolía que se hallaba más allá de la ventana."

Maaza Mengiste
Novela intitulada



"⁠La esperanza nunca puede venir de no hacer nada."

Maaza Mengiste


"⁠La fragilidad de nuestro cuerpo viene del corazón y viaja al cerebro. Lo que el cuerpo siente y piensa determina cómo tropieza y cae."

Maaza Mengiste


"No deberíamos ser otra cosa que lo que somos."

Maaza Mengiste


"¿Qué edad tenía él? –preguntó. ¿Tendrá la misma edad que mi Dawit uno de los que intentan arrastrar al caos a mi joven hijo? –pensó. Sus enfermeras retrocedieron como pájaros asustados. Nunca había pronunciado una sola palabra durante la intervención quirúrgica, quedando tan absorto ante sus pacientes que se había convertido en toda una leyenda. Su enfermera jefe, Almaz, hizo un gesto enérgico de renuencia de modo que nadie le respondiera.
Tiene una bala alojada en su espina dorsal y es necesario extraerla. Su madre está esperando. Está perdiendo mucha sangre, matizó rápidamente Almaz, mirándole con sus ojos severos y profesionales. Tomó una esponja que quedó recubierta de sangre y comprobó los signos vitales del paciente.
El orificio en la zona dorsal del chico era una mezcla de carne y músculo ardiente y perforado. La carrera hacia la bala había sido más elegante que su asustada huida. Hailu se lo imaginó en medio de otros estudiantes de secundaria y universitarios, con las manos elevadas y hablando en alta voz. Su delgado pecho henchido de orgullo y una leve suavidad dibujada en su rostro. Un niño que alcanza la hombría demasiado pronto. ¿Cuántos disparos tuvo que recibir antes de ser devuelto a su casa y a su madre que lo esperaba con ansia? ¿Quién se lo habría traído a la madre tras haber caído? Piedras. Balas. Puños. Estacas. Son tantas las maneras de romper un cuerpo y ninguno de estos niños parecía creer en la fragilidad de sus músculos y de sus huesos. Hailu sesgó la superficie alrededor de la herida y se detuvo para que la enfermera limpiara la sangre que manaba a borbotones.
El zumbido de los coches de la policía proyectó su brillo más allá del hospital. Las sirenas no habían dejado de sonar en todo el día. La policía y los soldados se habían visto literalmente desbordados por frenéticos manifestantes que llenaban las calles y corrían en todas direcciones. ¿Qué pasaría si Dawit estuviera en medio de esa locura y fuera arrastrado por ella a la sala de operaciones? Hailu se centró en el cuerpo inerte que yacía ante él e hizo caso omiso del martilleo de su propio corazón, desterrando los pensamientos acerca de su hijo.
Hailu se sentó en su oficina bajo la pálida luz que se abría paso a través de las cortinas abiertas. Contempló su mano con la palma abierta sobre su regazo y sintió la soledad y el pánico que había estado devorando sus días desde que su esposa Sam acudiera a verle al hospital. Habían sido siete días de extrema confusión. Acababa de operar a un chico con una bala en la espalda. Después de varios años, conocía las rotaciones y cambios de su personal médico, las cirugías programadas para cada semana, la capacidad diaria del hospital Príncipe Mekonnen para acoger a nuevos pacientes, pero no pudo darse cuenta de la situación de deterioro que embargaba a su propia esposa o de las consecuencias de la implacable campaña estudiantil que exigía medidas resolutivas que hicieran frente a las paupérrimas condiciones del país. Una y otra vez preguntaban cuándo dejaría Etiopía de estar anclada en la sombra de la Edad Media. Él carecía de respuestas, no podía hacer otra cosa que sentarse y contemplar impotente su vacía mano, que parecía más pálida y delgada bajo los auspicios del sol vespertino. Sintió miedo por Dawit, su hijo menor, que también quería colaborar en la lucha y que no era mi mucho mayor ni mucho más grande ni más valiente que el joven paralizado al que había atendido en el día de hoy. Su mujer dejaba que afrontara en soledad el yugo de estos días."

Maaza Mengiste
Bajo la mirada del león



"¿Quién queda para gobernar si todos están en la cárcel?"

Maaza Mengiste


"Un gobierno de luchadores no sabrá liderar, solo creará más guerra. ¿Crees que la valentía se mide en resistencia?"

Maaza Mengiste








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