Santiago Martín Bermúdez

"(Gesto de tormento de los congelados. En eso, entra Clara, inflamada. Se los queda mirando, como si en rigor los viera estáticos y gesticulantes.)
Clara.- ¡Alto ahí, señores míos!
(Y ante este "alto", el grupo de los cuatro se anima, precisamente, y reacciona ante la presencia de Clara como ante una intromisión inesperada.)
Bartolomé.- ¡Doña Clara! ¿Cómo os atrevéis...?
Clara.- La puerta estaba abierta, y después de todo ésta iba a ser mi casa. Iba a ser mi casa, dije. Que ya no lo será. Y la culpa es de ese menguado y... de esa mala bruja.
(Señala a María, que sigue vestida de hombre. Exclamaciones, aunque los dos capitanes perciben el repentino paso al femenino.)
Clara.- (A Bartolomé.) En cuanto a vos, señor perjuro, podéis contar con que os devuelvo vuestra palabra, que no me quedaría con palabra de mentecato ni de falsario, así tuviera que ingresar en un convento.
Bartolomé.- ¡Doña Clara, yo...!
Clara.- ¡Vos, a callar, que sois débil de carácter y de mollera, moldeable como el barro, e inestable como una pluma, pues así son todos los hombres y lo serán siempre. (A María.) En cuanto a vos, dejadme veros en vuestro natural, por si de capón sacamos capona.
(Se lanza en pos de María, que intenta esquivarla o huir. Tras un par de vueltas alrededor de una mesa, y ante el estupor de todos, la alcanza y le arrea dos espléndidos guantazos.
Cae María pero no ceja ahí la despechada. Le arranca una indisimulada colonia del pelo, y a tirones descubre la media melena que María ha conservado pese a su travestimento.)
Clara.- (Mordaz.) ¡No era primo, que era prima!
(Asombro que los capitanes, que exclaman: "!oooh"!". María, por el suelo, intenta recomponerse. Bartolomé, abochornado, no sabe dónde meterse.)
Clara.- (Altanera.) ¡Y ahora, señores, pido licencia...!
(Se alza la falda por lo sucio del suelo, y sale sin tiesa, digna y resarcida.)
Aranda.- ¡Brava mujer! también yo pido a vuestras mercedes licencia...
(Presuroso, sale detrás de Clara.)"

Santiago Martín Bermúdez
Las gradas de San Felipe





"Madame.- ¡Es el Arcángel!
Todos.- Es el Arcángel, es el Arcángel...
El Arcángel.- ¡Cesen las disputas!
(Desciende hasta el nivel de los demás personajes. Se despoja de las correas.)
Este proceso tiene que terminar de una vez, no pueden mantener la causa indefinidamente. Sepan que traigo un laudo de obligado cumplimiento para todas las partes. (Grita.) ¡Correas! (Desde lo alto descienden unas correas como las que permitieron el descenso del Arcángel y que todavía cuelgan por ahí.) ¡M. Louis Aragon! ¡M. André Malraux! Ha terminado su período de purgatorio. Ahora ascenderán a los cielos y harán un máster de perfeccionamiento. Les informo de que la posteridad está expurgando sus obras. ¡Y la posteridad es inapelable! Ustedes ascienden al cielo, pero sus obras tendrán que responder en aquellos puntos en que no fueron lo bastante democráticas, lo bastante innovadoras o lo bastante contemporáneas de la posteridad posterior a ustedes. (Antes de que nadie eleve una protesta.) ¡Silencio! Este Arcángel, este enviado, no admite protestas. M. Aragon y Malraux, vengan aquí.
(Aragon y Malraux, todavía muy confusos, se aproximan al Arcángel.)
El Arcángel.- Por favor, que alguien les ayude a colocarse las correas.
(Madame y Beaumanoir acuden y les colocan las correas.)
Malraux.- Perdón, mi Arcángel... ¿Debemos entender que Aragon y yo subimos al cielo y que permanece aquí M. Drieu la Rochelle?
El Arcángel.- Bueno... Por el momento, sí, así es...
Aragon.- A ver, a ver... No he entendido bien. ¿Pierre se queda aquí abajo?
El Arcángel.- Tiene que seguir en el purgatorio.
Aragon.- ¿En el purgatorio?
Drieu.- ¡Sí, queridos colegas! Ya lo habéis oído. Yo permanezco en el purgatorio. ¿Qué es lo que os sorprende? Una vez más vence la coalición burguesa-comunista. A los fascistas se nos destina el infierno, el cielo está demasiado lleno de judíos. ¡Esta es mi victoria sobre vosotros!
El Arcángel.- ¡Silencio! ¡Va a empeorar su ya delicada situación!
Aragon.- (Mirada de inteligencia con Malraux.) ¡André!
Malraux.- Creo que interpretas mis sentimientos, Louis. Ya está bien, estamos hartos. Todos nos piden autocríticas, nos piden que nos arrodillemos, que digamos que nos hemos equivocado actuando; se entiende que ellos, mientras, acertaron en su quietud, en su comodidad, sentados en sus sillones de orejas.
Aragon.- Mi Arcángel, lamento decirle que M. Malraux y yo nos negamos a subir al cielo sin Pierre Drieu la Rochelle."

Santiago Martín Bermúdez
El vals de los condenados



"Si después de llenar el mundo con nuestras tropas y nuestra fe, si después de haber ido a demasiadas partes, demasiado lejos y con demasiado poco equipo; si después de tanto, no le queda a nuestro imperio más que tus rosarios, tus disciplinas y tu Inquisición, habremos caído en un barranco del que no habrá de sacarnos nadie en siglos."

Santiago Martín Bermúdez
La más fingida ocasión y Quijotes encontrados








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