William McIlvanney

"Correr es algo extraño. El ruido que oyes son tus pies que golpean la acera. Las luces de los coches te castigan los ojos al pasar. Brazos que suben y bajan delante de ti, desiguales, ajenos, separados, sin encontrarse. Parecen las manos de muchas personas que se están ahogando.
Y no sirve de nada fijarse en estas cosas, como cuando un coche se ha estrellado, el conductor está muerto y la radio sigue tocando para él.
—¿Dónde es el incendio, hijo? —pregunta una voz con gorra.
Correr es peligroso. Es como un cartel que anuncia terror, como un letrero luminoso que dice «culpa». Caminar es más seguro. Podrías andar de paseo, como una máscara. Pasear.
Los paseantes son normales.
Lo más extraño es que no hubo aviso. Te pusiste el mismo traje, escogiste cuidadosamente la corbata, te equivocaste al cambiar de bus. Media hora antes estabas riendo. Después, tus manos eran una emboscada. Te traicionaron. Tus manos, que levantan tazas, sostienen monedas y se agitan para saludar, de pronto se rebelaron, se convirtieron en furia descontrolada.
La consecuencia es para siempre.
Y el sentido de todo ha cambiado. O no significa nada o significa demasiadas cosas, todas ellas misteriosas. Tu cuerpo es un lugar desconocido. Tus manos son horribles. Por dentro eres todo escondites, recovecos oscuros. ¿De qué madrigueras interiores salieron esas criaturas que te utilizaron? No salieron de ninguna parte que conocieras.
(…)
La soledad es lo que has hecho de ti mismo. La frialdad es justa. A partir de ahora estarás solo. Es lo que te mereces. Afuera, la ciudad te odia. Tal vez siempre te excluyó. Siempre ha sido tan segura de sí misma, tan llena de gente que no abre las puertas con timidez, que camina erguida y orgullosa. Es una ciudad dura. Ahora su dureza está en tu contra. Es una multitud de caras airadas vueltas hacia ti, es una multitud de furias dirigidas contra ti. No tienes ninguna posibilidad.
No hay nada que hacer. Siéntate y sé lo que eres. Acepta el justo odio de toda la gente. En ningún sitio de esta ciudad puede haber alguien que comprenda lo que has hecho, que te compadezca, que te eche una mano. Nadie, nadie, nadie."

William McIlvanney
Laidlaw




"El discurso no habría sido ampuloso, como todos los que se producían en casa de sus padres. Habrían sido unas palabras parcas y crípticas, en un código que ellos sabrían interpretar, como: «No tema, padre. Madre, sigo siendo yo.»
No obstante, tenía que reconocer que su orgullo, si todavía le quedaba, se encontraba en una posición atípica. Sus padres podían sacar el suyo a relucir como una medalla al mérito propio, sin embargo él, aunque sentía que todavía lo tenía, ignoraba dónde. El carácter categórico de la experiencia de sus padres les había investido de una especie de heroísmo primitivo, pero su caso era diferente, y seguía siéndolo. La postura de sus padres en la vida estaba claramente delimitada, como la guerra de trincheras, mientras que la suya era equívoca como el espionaje, un laberinto de agentes dobles.
¿En qué se confiaba hoy en día? No era posible confiar genéricamente en el futuro histórico en el que sus padres creían. Ya era presente en parte y no se ajustaba a lo que de él se había predicho. La mejoría de las condiciones materiales no había originado solidaridad sino fragmentación. Los advenedizos de clase obrera eran tan egoístas como cualquiera, si no más. No se podía confiar el triunfo del socialismo al simple hecho de votar laborista. La primera e inocente fe de sus padres en la pureza del socialismo no resistió el trasplante a los tiempos que siguieron al ejercicio del poder socialista, por discontinuo que fuera. Una vez en el poder, el socialismo no se reconocía a sí mismo, el oportunismo lo enloqueció, olvidó que nunca había sido política a secas sino política que se nutría de la fe fundada sobre la experiencia. Una vez perdida la fe tan justamente ganada a costa de la vida de generaciones socialistas, el socialismo quedaba reducido a palabras, y las palabras eran infinitamente flexibles. No se podía confiar en la generación moderna de los que antes formaran las fuentes en las que el socialismo había reafirmado su fe. Todos firmaban acuerdos privados con el materialismo de la sociedad en que vivían, pero sin cláusulas que protegieran a los menos afortunados de sus filas."

William McIlvanney
El grande


¨Era un hombre potencialmente violento que odiaba la violencia, un defensor de la fidelidad que era infiel, un hombre activo que anhelaba comprensión. (…) No sabía hacer otra cosa que habitar en las paradojas.¨

William McIlvanney
Laidlaw


"La ley y la justicia son dos cosas muy diferentes: las leyes no pasan de ser un sistema que hemos implantado porque la justicia es inalcanzable."

William McIlvanney



“Mis mejores escritos son los que no se han publicado.”

William McIlvanney









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