Adolf Muschg

"De repente el jardín iluminó el interior de la casa, era la imagen de una primavera radiante. Las azaleas y las camelias florecían sin ostentación. El puente de piedra, al final del cual se había sentado A., los brazos enroscados en las rodillas, atravesaba un estanque sin agua: cantos rodados festoneados de musgo. Los pinos alzaban sus ramas con conciencia estética. Para eso los habían podado durante tres días los jardineros, subidos a unas altas escaleras. Cuando A. visitó al autor en la planta alta del pabellón, donde se había armado la cama, escucharon los dos durante horas el sonido de las tijeras, cuyo manejo exigía tanta precisión como un instrumento quirúrgico. Eran, al fin y al cabo, las técnicas de la poda las que hacían parecer tan espacioso ese jardín. En nada imperaba el derroche, nada en lo que se fijara la vista resultaba superfluo. Cada penacho de agujas de pino, cada vuelo de pájaro, dibujaban la huella exacta de una nada casi absoluta elevándose a una altura sin límites. Así podría haber sido la película.
De repente reapareció la señora Y.; sus ojos delataban que había llorado.
No podía esperarse de la actriz que se desnudara, dijo, una chica tan joven.
La hemos contratado como actriz, no como chica joven. ¿O no se había leído el guion?
¿Y qué pasaba con el contrato? Había un contrato con la agencia, ¿no?
Era el productor suizo el que hablaba así, alguien tenía que hacerlo.
Un desnudo y una debutante eran dos cosas que no se llevaban muy bien juntas. Eso era algo para una actriz con experiencia. Y para otra clase de actriz.
—Una actriz de esa clase no nos la habríamos podido permitir —observó el productor, secamente.
Pero tampoco a él se le ocurrió recordarle a la alterada señora Y. su responsabilidad en ese contratiempo. Cuando se contrata a una actriz para un determinado papel, en todas partes se espera que sea capaz de interpretarlo. En Japón podía ser diferente. ¿Cómo reprenderle a la señora Y. el hecho de que ella sola tuviera que erigirse en defensora de la realidad japonesa frente a veinte extranjeros desprevenidos? ¿Quién puede calificar de opacos unos hechos sólo porque, en su calidad de extranjero, no sabe calar en ellos, o tal vez ni siquiera los ve?
La actriz en el papel de Yoko seguía sentada, inmóvil, en su alfombra. En el suave crepúsculo que había inundado el pabellón después de que se apagaran los reflectores, había vuelto a enseñar su más pura carita de ángel.
Hasta ese momento, Deshima había sido una película con decorados japoneses; quizás ahora, que la dejamos en un punto muerto, se convierta, por primera vez, para bien o para mal, en una película japonesa."

Adolf Muschg
Desnudarse era lo que ella no quería




"¿Qué?, preguntó Tung. A Mu no pareció molestarle ni su segunda ni su tercera pregunta. Entonces se entabló un animado diálogo en chino del que yo sólo comprendí que Tung había dejado a un lado cualquier actitud de sumisión. La señora Djin, el intérprete local y Kong, quien en ningún momento pareció hablar desde su posición de poder, se incorporaron a la discusión. Al parecer era poco menos que imposible describir el nuevo cargo en chino, por no hablar de su equivalente alemán. Cuando en una ocasión Tung lo tradujo por "fiscal" Mu dijo rápidamente que no. Así pues, no era fiscal. Al cabo de un rato, el intérprete local, tras repetir varias veces la denominación china propuso "prefecto". Los chinos asintieron, pero a nosotros aquel título no nos decía nada. A Paul le recordaba tan sólo la historia bíblica en la que un tal Cirenio aparecía como prefecto de Siria, algo oficial, por tanto, un cargo que facultaba para realizar censos de la población. Al oír la palabra "censo" que Martin pronunció un tanto precipitadamente, Mu levantó ambas manos y dijo en alemán:
-Con censura no tiene nada que ver.
Prefecto entonces. Gaby aventuró la suposición de que quizá se tratara de algo parecido a un ombudsman, encargado de "defender las nuevas libertades del pueblo chino frente a la superioridad". Samuel apostó por un juez de instrucción. Los chinos parecían molestos por la confusión que habían originado las funciones adscritas al cargo de "prefecto" y quizá también por nuestra petición de aclaración. El señor Rong miraba su plato con el ceño fruncido, tan sólo el señor Mu seguía sonriendo. A partir de entonces le llamamos prefecto a pesar de que el texto de la Constitución británica que Jules tuvo la ocurrencia de pedir al día siguiente proponía el término "procurador", eran designaciones profesionales poco expresivas y el derivado "procuración", inducía al error y confusión: "despacho, gestión, ejecución (de una cosa por otra persona), poder, autorización, mediación, tercería"... tampoco. Basándonos en la descripción de las funciones dedujimos que se trataba de un fiscal, de una autoridad acusatoria e investigadora, precisamente de lo que Mu no había querido oír hablar."

Adolf Muschg
Baiyun o la sociedad de la amistad





















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