Andrew Miller

"Aprendió a evitar el canal. El agua era demasiado pausada y turbia: sentía aprensión con respecto a lo que pudiera surgir de ella. No requeriría mucho tiempo averiguarlo. Una bolsa de plástico arrugada en forma de rostro. Un trozo de madera confundido con una mano.
Comía dondequiera que encontrara un lugar cercano adecuado para ello. Un lugar portugués en The Grove, un café turco en Notting Hill, un cuscús en un restaurante en Golborne Road. Comía, pagaba y hablaba con algún camarero. Cada tarde acudía a un quiosco para echar un vistazo a las primeras páginas de los periódicos. En el tiempo anterior –era como el pensamiento de su vida antes de la iglesia en N-, “el tiempo anterior”, había llegado a leer dos, y algunas veces, tres periódicos al día, valorando el sentido de lo que estaba pasando en el mundo y lo que sabía que podría suceder. Al regresar a las noticias se dio cuenta de que no le persuadían como solían hacerlo, no porque imaginara que podrían ser fruto de la invención, sino porque el mundo que describían ya no podía asociarlo con la imagen que él mismo tenía en su cabeza, un lugar sobre el que era difícil decir algo racional. Ahora miraba sólo para ver si había alguna historia sobre África, acerca de las consecuencias de la muerte y la desgracia. Si había alguna, trataba de encontrar alguna mención del burgomaestre, pero se sentía más aliviado que decepcionado cuando no encontraba nada. No se sentía preparado todavía para algo como la Silvestre Ruzindana. Aún debería recorrer un largo camino para estarlo.
Se convirtió en una de esas personas que acude al cine a mitad del día. Tenía en mente una película, alguna que incluyera unas pocas canciones y un final trivial. La película proyectada era Desayuno en Tiffany´s, así que fue a verla y se sentó entre los pensionistas y desempleados, conteniéndose hasta que Audrey Hepburn rasgó las cuerdas de su pequeña guitarra y empezó a cantar la melodía Moon River con una voz delicada, hermosa y penetrante. Corrió a trompicones a casa, cautivado por el ensueño, sorprendido de sí mismo. Tuvo más suerte con Notting Hill. Una comedia americana que le recordaba a Happy Days. La vio tres veces seguidas durante tres tardes consecutivas. No había nada en la película que fuera digno de atención o se prestara a ser admirado."

Andrew Miller
Los optimistas



"El pobre capitán Reynolds estaba en los brazos del señor Drake junto a un montón de marinos muertos. Le faltaba la pierna izquierda y el señor Drake dijo que creía que se había caído por la borda porque no la encontraba por ninguna parte. El capitán preguntó dónde estaba el señor Munro. Le dije que estaba ocupado abajo. Entonces el capitán sonrió y dijo que se alegraba de ver al señor Dyer porque estaba seguro de que él sabía lo que hacía. Dijo: «¿Sobreviviré?», y Dyer contestó que sí porque el miembro se había desprendido limpiamente y la herida estaba bien. El capitán le dio las gracias, y cuando nos disponíamos a bajarlo una bala de cañón enemiga golpeó el palo de mesana, esparciendo astillas por todo el alcázar, una de las cuales se me clavó en el ojo.
Después de eso poco puedo contarle. Al principio pensé que me habían matado y sin embargo logré bajar al igual que el capitán Reynolds, quien, tal como Dyer había vaticinado, sobrevivió a la batalla y se retiró como oficial de cuarentenas. En cuanto a la batalla en sí, bueno, señor ya sabe usted cómo acabó aquello, y las consecuencias que tuvo para el pobre almirante Byng. El enemigo interrumpió la acción y se retiró para reformar su línea, lejos del alcance de nuestros cañones. Eran más rápidos que nosotros y el almirante no hizo señales para que los siguiéramos. La verdad es que nuestros barcos estaban gravemente vapuleados, y aunque con un Anson o un Hawke sin duda habríamos seguido adelante, en aquel momento nos alegramos de disponer de una tregua. Sin duda nadie puede acusar a los marineros ingleses de no tener agallas para luchar. Son infinitamente valientes. No creo que piensen siquiera en la posibilidad de morir. Sólo viven el momento, sin que el futuro signifique nada para ellos."

Andrew Miller
El insensible


"Yuji se desliza por debajo del agua, adoptando una posición fetal. Porque su pecho es débil, no puede prolongar la respiración durante mucho tiempo. Escucha el mundo que se reproduce a través del agua, hasta el apagado sonido que emite su corazón. Un poeta, incluso uno que no ha escrito nada en dos años (al que la poesía ha abandonado tan abruptamente como cuando sobrevino) tiene el deber de imaginar lo que la imaginación elude. Pero lo mejor que él pude hacer antes de que quedarse sin aire en sus pulmones es algo confuso y turbulento, un halo de luz que se difumina en medio de la oscuridad general, como una moneda que se hunde hasta la sima de un estanque, o la luna en medio de nubes marrones, o una cabeza, un rostro blanco como una máscara, mirando a través del humo…
Sale a la superficie. Respira alborozadamente.
Tras el baño, más sake. El abuelo ha traído con él una de esas botellas que recibe cada año desde que se retirara de su negocio de asociados en Iwate. Miyo y Haruyo traen unas bandejas de comida –consomé, col rubia al vapor, tofu frito, pepinillos y arroz. A las once y media los platos estaban vacíos y todos, con la excepción de la madre, que no va a ningún lugar, y de Haruyo, que no va a ninguna parte con ella, se prepararon para partir hacia el santuario.
De los hombres, sólo llevaba kimono el abuelo. El padre y el doctor llevaban los mismos trajes, abrigos y sombreros de fieltro. Yuji llevaba una chaqueta de lana y un abrigo que, desde la distancia, parecía estar hecho de piel de camello, como Monsieur Feneon. Miyo, delgada como un joven bambú, llevaba su habitual kimono de rayas azules y grises, una chaqueta negra, un chal gris, colores adecuados a su estación, que no ofendieran a los guardianes, fueran o no oficiales, austeros, entre los que Haruyo por cuenta propia le advirtió que se quitara la sombra de lápiz labial que se había puesto así como la peineta que sostenía su pelo, la concha de piedras lunares que la madre le había regalado el pasado verano por su catorceavo cumpleaños. Nadie se habría dado cuenta de tal minucia, si el padre no hubiera tomado la palabra."

Andrew Miller
Una mañana como un pájaro











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