China Miéville

"En cuanto el Flautista se llevase la flauta a los labios, incluso al apretarlos antes de soplar, o en el momento en el que comenzase a tararear, uno de ellos sería reclutado por la fuerza, uno de ellos se vería arrastrado al otro lado. Sus ojos brillarían y comenzaría a luchar contra sus propios aliados, sus oídos preñados de los tentadores sonidos que prometían comida, sexo y libertad.
Anansi escucharía el movimiento de moscas gordas y lentas que se acercaban torpemente a su boca y el pulular de patas que se le aproximaban suspirando de amor para aparearse en encumbradas telas de araña. Eso mismo había oído en Bagdad, cuando el Flautista lo zurró sin piedad.
Loplop sabía que él percibiría el chasquido de los filamentos fibrosos que se produce al arrancar las raíces de la hierba y que jugosos gusanos irían a tientas, cegados por la luz, hasta su pico. Notaría una corriente de aire al dejarse caer en picado sobre la ciudad y las llamadas insinuantes de los más hermosos pájaros del paraíso.
Y el Rey Rata volvería a escuchar cómo se abrían de par en par las puertas de las despensas del infierno.
Ninguno de los tres deseaba morir. Se trataba de una misión que irremediablemente comportaba la destrucción de uno de ellos. El potente instinto de supervivencia animal parecía preludiar su disposición para llegar a arriesgar un tercio del conjunto. Sin embargo, en esta lucha, nadie se iba a sacrificar en sensiblera ofrenda.
Saúl era vagamente consciente de que él personificaba un componente crucial en esta discusión, de que, en última instancia, él sería el arma que desplegarían. La idea aún no conseguía asustarlo, pues no había empezado a planteársela en serio.
Algunos días, Loplop y Anansi desaparecían y Saúl se quedaba con el Rey Rata.
Cada vez que caminaba, escalaba o comía, se sentía más fuerte. Miraba hacia Londres, abajo, mientras escalaba por el lateral de una torre de gas y pensaba con regocijo, ¿cómo he subido hasta aquí? Los viajes en los que atravesaban Londres se volvieron cada vez más raros, más esporádicos. Saúl estaba frustrado. Se movía con más rapidez y hacía mucho menos ruido. Deseaba seguir vagando, marcar su territorio, literalmente, porque, a veces, como le había encontrado el gusto a mear aquel pis suyo de fuerte olor, lo hacía contra las paredes y, entonces, le daba la sensación de haberse apropiado de aquel rincón. Le estaba cambiando el pis, al igual que la voz.
El Rey Rata siempre estaba presente cuando Saúl se despertaba. Tras la alegría inicial por una nueva existencia en ángulo recto respecto al mundo de las personas que había dejado atrás, Saúl se había desilusionado por la velocidad a la que sus días se confundían. La vida de rata era monótona.
Había momentos aislados que todavía le hacían estremecerse de emoción, pero no tenían consistencia."

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El Rey Rata


"Las palabras no siempre significan lo que nosotros queremos."

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"No existe nada igual en ningún sitio -dijo -. En ningún sitio. No se trata de los sonidos. No es en los sonidos donde vive el significado."

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Embassytown





"No soy un izquierdista tratando de contrabandear mi malvado mensaje por los nefastos medios de novelas de fantasía. Soy un geek de ciencia ficción y fantasía. Me encantan estas cosas. Y cuando escribo mis novelas, no las escribo para hacer un planteo político. Los escribo porque adoro apasionadamente a los monstruos, las historias raras de terror, las situaciones extrañas y el surrealismo, y lo que quiero hacer es comunicar eso. Pero, como vengo a esto con una perspectiva política, el mundo que estoy creando está incrustado con muchas de las preocupaciones que tengo. [...] Estoy tratando de decir que he inventado este mundo que creo que es realmente genial y tengo estas historias realmente grandes que contar en ella y una de las maneras que encuentro para hacer que sea interesante es pensar en ello políticamente. Si quieres hacer eso también, eso es fantástico. Pero si no, ¿no es un monstruo genial?"

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"Playa Maquinaria, pensó y contempló la tierra y gravilla rojas que la rodeaban.
A cierta distancia de ella se encontraban las formas que había tomado por bloques, cosas enormes del tamaño de habitaciones que interrumpían la línea del litoral. Eran motores. Gruesos, enormes y cubiertos de herrumbre y líquenes, aparatos de propósito desconocido, olvidados mucho tiempo atrás y cuyos pistones habían sido invadidos por la edad y la sal.
Había también rocas más pequeñas y Bellis vio que se trataba de fragmentos de las máquinas de mayor tamaño, pernos y junturas de tuberías; o piezas más delicadas y complejas, indicadores y piezas de cristal y compactos motores de vapor. Los guijarros eran engranajes, dientes, ruedas, clavos y tornillos.
Bellis bajó la mirada hacia sus manos. Estaban llenas de diminutos trinquetes y ruedas y muelles osificados, como las tripas de relojes inconcebiblemente minúsculos. Cada partícula, endurecida y calentada por el sol, tenía el tamaño de un grano de arena, era más pequeña que una miga de pan. Bellis dejó que se le escurrieran entre los dedos y vio que los dedos se le habían teñido del oscuro color sangre de la playa: el color de la herrumbre.
La playa era una falsificación, una escultura casual que imitaba a la naturaleza con los materiales de un depósito de chatarra. Cada átomo provenía de alguna máquina hecha pedazos.
¿De dónde proviene todo esto? ¿Qué edad tiene? ¿Qué ocurrió aquí?, pensó Bellis. Estaba demasiado estupefacta para sentir otra cosa que el asombro más exhausto que uno pueda imaginar. ¿Qué desastre, qué violencia? Se imaginó el lecho marino alrededor de la playa: un arrecife de industria en descomposición, los contenidos de las fábricas de una ciudad entera abandonados a su suerte, deshaciéndose poco a poco en sus partes y luego en fragmentos más pequeños, arrojados por la marea a este extremo de la isla y convirtiéndose en aquella costa inaudita.
Recogió otro puñado de arena maquinal, dejó que se escurriera. Podía oler el metal."

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La cicatriz


"Sentí que la vista se liberaba como la sacudida de un plano de Hitchcock, alguna artimaña con la grúa y la profundidad de campo de forma que la calle se estiró y cambió el enfoque. Todo cuanto había estado desviendo saltó de repente al primer plano.
Me llegaron el olor y el sonido: los gritos de Besźel; el sonido de los relojes de las torres; el traqueteo del viejo metal y la percusión de los tranvías; el olor de las chimeneas; los viejos aromas; llegaron todos como en una marea, con las especias y los gritos en ilitano de Ul Qoma, el martilleo de un helicóptero de la militsya, el rugido de los coches alemanes. Los colores de la luz de Ul Qoma y de las mercancías de plástico de las vitrinas ya no difuminaban el ocre y la piedra de su ciudad vecina, de mi hogar."

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"Todo el mundo lucha con más ahínco si entra en combate por decisión propia."

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