Francisco Miró Quesada

"Cuando el filósofo, después de haber aplicado el método del contra-ejemplo llega a un resultado que le parece verdadero, puede aplicar la lógica para llegar a nuevas verdades. La lógica consiste en hacer deducciones partiendo de premisas determinadas. Por ejemplo, en la aritmética hay proposiciones que son verdaderas. Y, partiendo de ellas, se puede llegar a nuevas proposiciones que son, también, verdaderas. La aritmética clásica tiene solamente cinco axiomas cuya verdad es evidente. Por ejemplo, si N es un número natural, entonces N+1 también será un número natural. Y si N es mayor que M, entonces M es menor que N. Partiendo de estos dos axiomas, más los tres restantes, es posible deducir una cantidad asombrosa de teoremas, algunos muy profundos, que no tienen nada de evidentes. Pero estamos seguros de su verdad porque confiamos en la lógica que hemos utilizado. La verdad de una proposición que ha sido deducida de premisas verdaderas está garantizada. La lógica es un instrumento que permite transmitir verdades."

Francisco Miró Quesada
El hombre, el mundo, el destino


"La corrupción viene desde la colonia."

Francisco Miró Quesada



"La filosofía es muy rara; hay muchos filósofos diferentes. Lo que pasa es que yo prácticamente nací en un periódico. Solo trataba de ser filósofo y, además, era periodista. Por eso pude unir ambas disciplinas."

Francisco Miró Quesada


"La verdad para un filósofo es querer saberlo todo y darse cuenta de que nunca sabrá nada. Para el periodista, si es uno bueno, y ve que hay un crimen o un delito lo denunciará en el periódico… Yo creo que un filósofo busca la verdad de las cosas y un periodista busca la verdad de los hechos."

Francisco Miró Quesada



"Nunca sabremos si el mundo va a progresar o no. Creo que está empeorando con el calentamiento global, que Trump no quiere reconocer. ¿Cómo puede ser tan bestia un presidente?"

Francisco Miró Quesada




Simone de Beauvoir o ¿pueden las mujeres ser grandes filósofas?

Lo maravilloso de Simone de Beauvoir es que tiene la

inteligencia de un hombre y la sensibilidad de una mujer.

Sartre (frase machista de la que después se arrepintió)

 

Poco después de la Segunda Guerra Mundial comienza a sonar el nombre de una mujer en el agitado y brillante mundo intelectual francés. Había escrito una novela interesante: La invitada. A los pocos años, su nombre había recorrido el mundo entero. En todas partes, sobre todo en América Latina, se leían sus obras con fruición creciente. La mayor parte de sus lectores lo hacían por lo que realmente era: una gran escritora y una pensadora profunda. Pero quienes se interesaban por la filosofía y estaban más o menos enterados de lo que estaba tratando de hacer, la leían, además, para ver hasta dónde podría cumplir el plan que se había propuesto. Este plan era tan ambicioso como difícil: contribuir, por medio de la literatura, a difundir ideas filosóficas; pero a difundirlas no de manera desparramada sino como un verdadero sistema. O sea: la literatura como el evangelio de una nueva concepción del mundo.

Esa nueva concepción del mundo era la filosofía existencialista de Sartre. Y el plan era el mismo que el que se había propuesto cumplir el filósofo francés.

Un nuevo tipo de literatura

En 1938, cuando el cielo de Europa se cargaba de negros nubarrones premonitorios de guerra, un joven intelectual, normalien típico (bajito, huraño y con un ojo saltón), publicó una novela que estaba destinada a influir decisivamente en la literatura de nuestro tiempo. La novela era La náusea; su autor se llamaba Jean Paul Sartre. El libro tuvo éxito inmediato, aunque era muy difícil comprender lo que estaba tratando de hacer el nuevo best seller. Desde el punto de vista literario, La náusea era sorprendente. El estilo preciso, casi seco, estaba modulado por metáforas increíbles; y su lectura dejaba una extraña y misteriosa sensación de profundidad en el lector.

Cuando cinco años después, en plena guerra, publica su obra filosófica fundamental: El ser y la nada, los que tienen la paciencia de leerla (pues tiene partes tan o más complicadas que los más esotéricos textos de Hegel) comprenden lo que quiso y logró hacer Sartre al escribir su novela: exponer, en forma literaria, su concepción del mundo. Comprenden, también, que ha nacido un nuevo tipo de literatura.

No es que antes no hubiera habido literatura “aleccionadora”. Pero no hubo sino eso: una especie de catecismo para inculcar en el lector ciertas ideas morales. En La náusea las cosas son muy diferentes. En las frases originalísimas, inesperadas y rigurosas que fluyen de la pluma de Sartre, no hay nada de catequesis. ¡No! Se trata de literatura purísima. Y sin embargo, a través de ella se refleja como una formidable montaña la estructura y el sentido de un sistema filosófico completo. En todo gran literato se revela una concepción del mundo, una ideología, si se quiere, inconsciente. En Sartre este reflejo es consciente. Su literatura expresa y revela su filosofía pero no es sino literatura. ¿Cómo logró realizar esta hazaña Sartre? La respuesta solo la puede dar una sola palabra: genio.

Con un deslumbrado amor, sigue las huellas del maestro

Este genio es el que conoce Simone de Beauvoir en la Escuela Normal de París. Sartre no había publicado nada aún, pero ya era considerado un genio por los privilegiados que pertenecían a su exclusivo círculo. Simone de Beauvoir fue aceptada por el maestro y desde que entró al círculo se enamoró del genio. Actitud muy francesa. Es increíble cómo la mujer francesa aprecia la inteligencia. Muchas francesas (conste que no decimos “todas”) son capaces de enamorarse violentamente de un horrible gnomo si encuentran en él auténtico brillo intelectual. En ciertos círculos franceses, no solo en los intelectuales, los Tarzanes no interesan.

Desde que Simone de Beauvoir se enamora de Sartre, se declara su discípula y decide dedicar su vida a estudiar la obra del maestro para aplicar su método: se propone, ella también, hacer literatura filosófica. Y comienza. Su primera novela, La invitada, tiene un éxito discreto. Pero poco a poco va ganando terreno. Lo gana en doble forma: literaria y filosóficamente. Literariamente, tratando de hacer con brillo y talento lo que Sartre hace con genio. Y lo logra: La sangre de los otros tiene más éxito; éxito superado por Todos los hombres son mortales. En Los mandarines plantea la situación creada en Francia (y en toda Europa) por las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial. Esta situación pone a los intelectuales en un dilema: o el socialismo, con la evidente falta de libertad que hay en los países que lo han adoptado; o el capitalismo, con la evidente falta de justicia social que produce el sistema. Los dos más grandes escritores de la época, Sartre y Camus, con nombres cambiados por supuesto, encarnan el drama. Los mandarines tiene enorme éxito y recibe un importante premio literario.

Pero ya Simone de Beauvoir no necesita premios literarios para cimentar su prestigio. Algunos años antes ha publicado su obra filosófica fundamental: El segundo sexo.

José Francisco Miró-Quesada Cantuarias














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