Juan Mihovilovich

“Alguien que no descubro repasa mis palabras interiores.”

Juan Mihovilovich


“Desde el umbral de una ancianidad inevitable, miro mi biografía personal  con un rostro de serena reflexión.”

Juan Mihovilovich



Ensueño

Todos recurrimos al ensueño.
Como si tuviéramos ojos alados vemos lo que nadie
puede contarnos.
Así, la infancia discurre su lúgubre magia
al despertar.
Pero, insistimos en esa brisa impalpable,
en esa resurrección imposible
que trae discontinuas ilusiones.
Por ese recóndito enigma descifrado a medias
brota a menudo el canto de una golondrina.
Quisiéramos aferrar su lejanía.
Dudar del sueño y de la vida.
Descubrimos solícitos de nuestros de temores
para que nadie nos indique acusativo.
Pero, el ensueño es tan exiguo
como el soplido de un niño.
Similar a una mariposa extinguida,
extraviada en nuestro dormitorio.

Juan Mihovilovich


"He ido quedando aprisionado por  palabras que no entiendo, por gestos que se vienen insinuando desde un lugar lastimero y lúgubre donde todas las cosas acierta a ser lo que no son."

Juan Mihovilovich



Fotografías

Como un código de imágenes eternas
permanecen adheridos los momentos.
Se tocan superficies trizadas
sobre un espejo que no irradia el mismo rostro.
Erguidos en otro sueño
respiramos un aire detenido.
Llenos de adioses
nos vemos en perpetua despedida.
Sonrojados en la penumbra de un árbol inclinado.
Saltando la edad que otro número borró.
Recibiendo el beso de alguien que olvidamos.
Estrechados en una habitación que no existió nunca.
Sobresaltados por el asombro de una interrupción.
Empujándonos hacia un abismo empinado.
Acariciando la mano de un cuerpo irretratado.
Oyendo melodías que la memoria no registra.
Balbuceando palabras que el labio dificulta.
Reflejando el odio que nadie nos creó
y la alegría que en el papel no se ha perdido.

Juan Mihovilovich



"La publicidad es un modo de ejercer la dominación mental de las personas."

Juan Mihovilovich



"Les sugería que fueran a buscar callampas en los faldeos del cerro, que se internaran más allá de las zarzamoras y eligieran al azar un número no inferior a diez, queridas primas, mientras él quedaba al cuidado de Mercedita, que se hallaba sentada sobre sus talones y llenaba un balde calipso con tierra erosionada, lo daba vueltas y volvía a llenarlo, al tiempo que con un pedazo de tiza rayaba una docena de piedras diferentes, que César Enrique situara alrededor de las rodillas para que no se saliera del círculo trazado y se dedicara a su juego predilecto, y a esos intervalos repetidos que consistían en mirarlo con tranquila curiosidad como si le preguntara ninguna cosa, pero buceando en su interior, al fondo de sus ojos ansiosos, de aquella mirada que César Enrique se esforzaba en ocultar distrayendo su visión a la altura de las nubes, la paseaba por el delgado hilo que las curvas formaban en la carretera en una porfiada seguidilla, la retrotraía a gastados recuerdos inconexos y así ella no viera lo que él deseaba, lo que estaba necesitando, desde que les dijo a las primitas que se perdieran en su búsqueda inútil, porque de una u otra forma sus sentidos lo llevaban inexorablemente a contemplar tu pequeña boquita Mercedes, tu sonrisa quieta de rostro adulto, y lo atraía un halo embrujado que daba incontables vueltas en torno de su cuerpo, que asfixiaba su respiración y él, César Enrique, pretendía llenar el balde con hierbas y arena en gestos maquinales, y ella absorta en un mundo fantástico como si intuyera que su salvación provenía de su constante ocupación manual, pero César Enrique emitía un comentario sin sentido para que no sospechara qué se fraguaba tras su persistente observación, y como una casual manera amistosa le arregló el cabello y anudó los cordones del cuello de su blusa anaranjada con desiguales motitas celestes, y pasó sus dedos por la garganta infantil como espantando un anillo de presión inexistente, para tomarla de la nuca y besarla en su boca diminuta, y ella con los ojos bien abiertos esperando que César Enrique la dejara continuar su juego, que pudiera dar vueltas el balde en su vestido plisado para volver a llenarlo con guijarros y pétalos de flores que dejaba caer de uno en uno, y él le hablaba con ternura de insinuación desconocida, porque un hechizo verdadero nacía del silencio abismante de Mercedita, que parecía tenerlo al borde de la ingenua desesperación y se inclinaba a la altura de su frente pretextando una mariposa invisible y poder acariciar su tostada piel inmadura, y luego se levantaba acicateada por el murmullo del viento ululante a través del ramaje de los pinos y por las voces apenas audibles de los demás niños, que descubrían una madriguera en los faldeos del cerro y hurgaban con un palo a la espera de la aparición insospechada, y hasta allá corría Mercedita y hasta allá la seguía César Enrique, porque un beso fugaz no era suficiente, y los latidos del pecho lo llevaban con insistencia a querer aplastar esos labios inmóviles sin otra pretensión posible, porque le urgía la satisfacción de un apetito irreconocible y extraño que lo llevaba a colocarse en sus proximidades, desde donde pudiera olfatear esa emanación de virginal impubertad, que lograba obnubilar su conciencia infantil, desechando los naturales juegos inocentes, hasta que llegado el día de la separación obligada Mercedita desapareció como tragada por el desconocimiento, y los ojos de César Enrique la buscaron incesantes por los sitios conocidos, en las infaltables orillas del río Andalién, en las alturas del pino mayor que crecía a un extremo del jardín y a donde subían los dos a recostarse en su cúpula verdosa casi al borde del aire azulado, y allí habían moldeado una especie de endeble cuna para hacer descansar sus silencios de nubes que pasaban sin cesar, y la buscó en las cuatro esquinas del patio trasero y brincó por la tapia una vez más sin que descubriera su apostura sentada en la puerta de la casa ni viera las gallinas castellanas en el gallinero o los patos chapoteando en el barro, porque le llegó una inquietud de desalojo, imágenes de vacío que invadieron sus preguntas, y César Enrique se quedó apoyado en el tambor que almacenaba el agua del pozo repasando tristemente el día de la procesión en que recuperó la palabra, y los primeros ojos que vio fueron los de Mercedes, que intentó correr entre las piernas de la muchedumbre para oír en medio de gritos y plegarias cómo César Enrique preguntaba, dónde estaba Mercedes Alcántara, que quiero que oiga su nombre de mis labios, pero el milagro era patrimonio general y todos ansiaban tocar, aunque sólo fuera un cabello del niño encantado que rompiera el hechizo del diablo, y no ha existido tal milagro, repetía don César golpeando con la punta del zapato las paredes de la casa, porque nunca ha habido hechizo alguno, y este hijo ha sido un castigo inmerecido, una irreverencia sin sentido, y yo sé que hablaba en las noches otoñales aprovechando la caída de las hojas de los árboles para ocultar sus palabras, y ahora César Enrique podía mover un dedo y los acólitos inesperados miraban hacia donde indicaba, y si estaba dirigido al sur partían en esa dirección, y si señalaba el suelo se arrodillaban con la cabeza gacha y suspiraban buscando una clave entre las piedras, hasta que don César decidió que un milagro se oculta y se olvida, y así envió a su primogénito al internado del colegio de Los Padres Salesianos, pensando que con aquella determinación quedaba abolida la estupidez ciudadana."

Juan Mihovilovich
La última condena


"Los estereotipos que son impuestos y no obedecen a la esencia del grupo humano, serán estereotipos pasajeros, como lo son aquellos impuestos para obtener beneficios a costa de los demás, según se dijo antes. Pero, si los estereotipos importan características naturales, que sirven para identificar a determinados grupos o personas dentro de una sociedad determinada, puede servir, no solo para la igualdad de género, sino también para que las personas o grupos puedan luchar por los intereses que son comunes, tanto a ellos en lo particular, como  a toda la sociedad: más derechos, ser conscientes de sus obligaciones, transformar las normas de convivencia que atentan contra la igualdad social, económica, sexual, racial o de cualquier forma de discriminación arbitraria.

En esa perspectiva los estereotipos que son identificables con una cultura determinada (étnicos o feministas, por ejemplo) que están unidos por una condición específica, pueden ayudar a mejorar sus lugares en la sociedad, a ser reconocidos y considerados en su dignidad como seres humanos. En este autorreconocimiento grupal, sin embargo, es preciso querer entender que la primera necesidad es sentirse parte de su propia condición humana; ser humano es tener capacidad de discernir y respetar a los demás y ser capaz de auto respetarse. Es la única forma en que el amor personal, el amor por uno mismo, pueda trasladarse a los demás."

Juan Mihovilovich



Muerte

Se desciende a la muerte desde la muerte misma.
Como un chispazo en pleno día bajamos por nosotros.
Las manos se aferran a un paraguas que no existe.
Ni siquiera intentamos la desesperación de un ahogado.
El infinito asoma sus espejos intangibles.
Se reproducen miles de segundos que un bolsillo olvidó.
Suntuosos silencios arrojan sus misterios exactos.
Vemos –de pronto- un pez dormido en un canasto.
La inerte carne de las carnicerías.
Las plumas de un ave humedecidas en un basurero.
Pieles distendidas como trozos de existencia.
El olor de un perro sube por nuestro antebrazo.
Y la garganta escuda la prontitud de una lágrima.
Luego, la muerte aparece como un carrusel
sobre el que hemos rotado sigilosos
y del que –inevitablemente-
terminamos por caer.

Juan Mihovilovich


“No le niego al hombre su capacidad de imaginar otros mundos, pero no creo posible escribir como un mero acto de entretención.”

Juan Mihovilovich



"Sentí que la lectura era importante para comprender lo que había a mi alrededor."

Juan Mihovilovich


Soledad

La soledad no tiene escudos.
No asoma ni acude: permanece.
La soledad es un puente entre la nada y el infinito.
Entre lo fúnebre y lo oscuro.
Es una mueca interior que nunca se rebela.
Está por sobre el deseo de vivir
arriba de la muerte.
Es una pesadilla que no se sueña.
Una mentira que se cree.
La soledad baja hasta nosotros desde antes.
Y sube siempre hasta un después.
La soledad soy yo y estos rostros solitarios,
que acuciosos miran su eterna soledad
como aferrados a un espacio que nunca tuvieron.

Juan Mihovilovich















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