Laura Méndez de Cuenca

Adiós

Adiós: es necesario que deje yo tu nido;
las aves de tu huerto, tus rosas en botón.
Adiós: es necesario que el viento del olvido
arrastre entre sus alas el lúgubre gemido
que lanza, al separarse mi pobre corazón.

Ya ves tú que es preciso; ya ves tú que la suerte
separa nuestras almas con fúnebre capuz;
ya ves que es infinita la pena de no verte;
vivir siempre llorando la angustia de perderte,
con la alma enamorada delante de una cruz.

Después de tantas dichas y plácido embeleso,
es fuerza que me aleje de tu bendito hogar.
Tú sabes cuánto sufro y que al pensar en eso
mi corazón se rompe de amor en el exceso,
y en mi dolor supremo no puedo ni llorar.

Y yo que vi en mis sueños el ángel del destino
mostrándome una estrella de amor en el zafir;
volviendo todas blancas las sombras de mi sino;
de nardos y violetas regando mi camino,
y abriendo a mi existencia la luz del porvenir.

Soñaba que en tus brazos de dicha estremecida,
mis labios recogían tus lágrimas de amor;
de nardos y violetas regando mi camino
y abriendo a mi existencia la luz del porvenir.

Soñaba que en tus brazos, de dicha estremecida,
mis labios recogían tus lágrimas de amor;
que tuya era mi alma, que tuya era mi vida,
dulcísimo imposible tu eterna despedida,
quimérico fantasma la sombra del dolor.

Soñé que en el santuario donde te adora el alma,
era tu boca un nido de amores para mí,
y en el altar augusto de nuestra santa calma
cambiaba sonriendo mi ensangrentada palma
por pájaros y flores y besos para ti.

¡Qué hermoso era el delirio de mi alma soñadora!
¡Qué bello el panorama alzado en mi ilusión!
Un mundo de delicias gozar hora tras hora
y entre crespones blancos y ráfagas de aurora
la cuna de nuestro hijo como una bendición.

Las flores de la dicha ya ruedan deshojadas.
Está ya hecha pedazos la copa del placer.
En pos de la ventura buscaron tus miradas
del libro de mi vida las hojas ignoradas
y alzóse ante tus ojos la sombra del ayer.

La noche de la duda se extiende en lontananza;
La losa de un sepulcro se ha abierto entre los dos.
Ya es hora de que entierres bajo ella tu esperanza;
que adores en la muerte la dicha que se alcanza,
en nombre de este poema de la desgracia. Adiós.

Laura Méndez de Cuenca



"Dale que dale aparejando acémilas y ensillando caballerías, Desiderio, el mentecato que había tomado por esposa a la usurera, vio transcurrir los días de varios años, contemplando la salida del sol, bañándose en las rosadas tintas de la aurora o en el ropaje gris de la tarde, al ponerse el astro. Indiferente a los cuadros bellos de la naturaleza, atendía solamente a cercenar en el pesebre el forraje, pues al dedillo sabía que como diese a las mulas la mitad siquiera de la pastura cobrada en el mostrador, o no mojase la paja, o se le pasara mezclar aserrín con la cebada, tendría que habérselas con su costilla.
Cierto es que Desiderio se había hecho más bestia que las bestias que alimentaba. Cediendo a los instintos sensuales había consentido en voluntaria degeneración y permanencia indiferente a todo, excepto al cariño de su hijo, único fruto de aquella monstruosa unión.
Desiderio era manso en presencia de su mujer; no osando levantar los ojos cuando la Severiana amanecía de mal talante, prefería escabullirse por los rincones. De que a ella le diera por refunfuñar, ya andaba el mandria del marido con pisadas de gato. Cerraba las puertas con tiento y hablaba quedo para no provocar a
la fiera, temeroso de que el “niño”, el hijo de los dos, se despertara con la gritería de la riña.
El “niño” era ya un mocetón fornido, a quien decían Máximo; lo amaban los dos con vehemencia y se disputaban sus caricias, causándose mutuamente celos. Máximo era una cadena de flores enlazando dos fieras salvajes.
Digan lo que quieran los sabios y discutan cuanto gusten y manden echándose por la cabeza sus tratados de fisiología y psicología, de biología y sociología, por razones inexplicables a la ciencia, era Máximo tan cabal de alma como de cuerpo. Ustedes lo creerán o no, pero, sea dicho con perdón de la ciencia, en la que delego la tarea de descubrir los porqués, haciendo la vista gorda a la maliciosa sonrisa que adivino en los labios del lector, he de declarar sin rodeos que Máximo era un santo. En generosidad y abnegación no había quien le arrebatara la palma; y si del Colegio de Puebla, donde sus padres lo pusieron a educar, sacó amplios conocimientos y modales atildados, no perdió por ello ni la sencillez rústica ni el aire franco de quien crece apartado de los centros sociales.
Acabada la escuela, Máximo tornó al hogar, si así puede llamarse al cubil de dos fieras, y desde entonces la usurera se convirtió en idólatra de su hijo. Para Severiana, él lo llenaba todo: ideal, amor, deber, religión, patria.
Porque Máximo había nacido en México, la Mercadela fusiló, desde su ventana, a más de un francés fugitivo, cuando la Guerra de Intervención, pues quería
que la patria de su hijo estuviese limpia de invasores.
Porque Máximo escapara de las fiebres primaverales que diezman a los niños en las tierras del trópico, aquella bestia humana había doblado las rodillas, con
verdadera humildad, y pedido a la Virgen salud para el pequeño, ofreciendo, como muestra de gratitud, el mejor collar de perlas que tenía. Para que Máximo disfrutara de holgura y de todo aquello que se puede comprar con dinero, la usurera había corrido de sol a sol por las aldeas cercanas, vendiendo chácharas, prestando a rédito, despojando de lo suyo a todo bicho viviente, sin que la ruindad de estos hechos le dejase la más angosta sombra en la conciencia."

Laura Méndez de Cuenca
La venta del chivo prieto



¡Figúrate qué hermosas las horas de esa vida!
¡Qué dulce y bello el viaje por una tierra así!
Y yo soñaba en eso, mi santa prometida,
y al delirar en eso con la alma estremecida,
pensaba yo en ser bueno, por ti, no más por ti.

Laura Méndez de Cuenca



"Los maestros y sobre todo los inspectores son responsables de la desintegración de la escuela por la deficiencia pedagógica de que adolecen, pues cada cual enseña como su amor propio le da a entender y entre los inspectores existe total desacuerdo metodológico. Los más afectos a hacer papel e imponerse sobre el resto de sus compañeros escriben artículos y hasta tratados de pedagogía pero todo se reduce a teorías más o menos especulativas, sin que por saberse de memoria a éste o el otro autor sepan ellos poner en práctica ni una sola de las reglas de enseñanza de que abundan sus textos..."

Laura Méndez de Cuenca



Nieblas

En el alma la queja comprimida
y henchidos corazón y pensamiento
del congojoso tedio de la vida.

Así te espero, humano sufrimiento:
¡Ay! ¡ni cedes, ni menguas ni te paras!
¡Alerta siempre y sin cesar hambriento!

Pues ni en flaqueza femenil reparas,
no vaciles, que altiva y arrogante
despreciaré los golpes que preparas.

Yo firme y tú tenaz, sigue adelante.
No temas, no, que el suplicante lloro
surcos de fuego deje en mi semblante.

Ni gracia pido ni piedad imploro:
ahogo a solas del dolor los gritos,
como a solas mis lágrimas devoro.

Sé que de la pasión los apetitos
al espíritu austero y sosegado
conturban con anhelos infinitos.

Que nada es la razón si a nuestro lado
surge con insistencia incontrastable
la tentadora imagen del pecado.

Nada es la voluntad inquebrantable,
pues se aprisiona la grandeza humana
entre carne corrupta y deleznable.

Por imposible perfección se afana
el hombre iluso; y de bregar cansado,
al borde del abismo se amilana.

Deja su fe en las ruinas del pasado,
y por la duda el corazón herido,
busca la puerta del sepulcro ansiado.

mas antes de caer en el olvido
va apurando la hiel de un dolor nuevo
sin probar un placer desconocido.

Como brota del árbol el renuevo
en las tibias mañanas tropicales
al dulce beso del amante Febo,

así las esperanzas a raudales
germinan en el alma soñadora
al llegar de la vida a los umbrales.

Viene la juventud como la aurora,
con su cortejo de galanas flores
que el viento mece y que la luz colora.

Y cual turba de pájaros cantores,
los sueños en confusa algarabía,
despliegan su plumaje de colores.

En concurso la suelta fantasía
con el inquieto afán de lo ignorado
forja el amor que el ánimo extasía.

Ya se asoma, ya llega, ya ha pasado;
ya consumió las castas inocencias,
ya evaporó el perfume delicado.

Ya ni se inquieta el alma por ausencias,
ni en los labios enjutos y ateridos
palpitan amorosas confidencias.

Ya no se agita el pecho por latidos
del corazón: y al organismo activa
la congoja febril de los sentidos.

¡Oh ilusión! mariposa fugitiva
que surges a la luz de una mirada,
más cariñosa cuanto más furtiva.

pronto tiendes tu vuelo a la ignorada
región en que el espíritu confuso
el vértigo presiente de la nada.

Siempre el misterio a la razón se opuso:
el audaz pensamiento el freno tasca
y exámine sucumbe el hombre iluso.

Por fin, del mundo en la áspera borrasca
sólo quedan el árbol de la vida
agrio tronco y escuálida hojarasca.

Voluble amor, desecha la guarida
en que arrullo promesas de ternura,
y busca en otro corazón cabida.

¿Qué deja al hombre al fin? Tedio, amargura,
recuerdos de una sombra pasajera,
quién sabe si de pena o de ventura.

Tal vez necesidad de una quimera,
tal vez necesidad de una esperanza,
del dulce alivio de una fe cualquiera.

Mientras tanto en incierta lontananza
el indeciso término del viaje
¡Ay! la razón a comprender no alcanza.

¿Y esto es vivir?…En el revuelto oleaje
del mundo, yo no sé ni en lo que creo.
Ven, ¡oh dolor! Mi espíritu salvaje
te espera, como al buitre, Prometeo.

Laura Méndez de Cuenca


Resignación

Adiós, paloma blanca, que huyendo de la nieve
te vas a otras regiones y dejas tu árbol fiel;
mañana que termine mi vida oscura y breve
ya sólo tus recuerdos palpitarán sobre él.
Es fuerza que te alejes… del cántico y del nido
tú sabes bien la historia, paloma que te vas…
el nido es el recuerdo y el cántico el olvido
¡el árbol es el “siempre” y el ave es el “jamás”.
Y ¡adiós! mientras que puedes oír bajo este cielo
el último ¡ay! del himno cantado por los dos…
te vas y ya levantas el ímpetu y el vuelo,
te vas y ya me dejas, paloma, ¡adiós, adiós!

Laura Méndez de Cuenca




Siemprevivas

Ya no más en los bosques de palmeras
de tu tierra natal,
las notas de tu canto peregrino
los pájaros oirán.
Cuando la luna misteriosa y triste
hasta el fondo del mar,
a bañarse descienda entre delfines
y bancos de coral,
cual otras veces sus glaciales rayos
a tu alcoba entrarán
a acariciar tu frente pensadora
y allí no te hallarás:
muda la alcoba, abandonado y solo
el lecho virginal;
los seres que te amaron, sollozando
en duelo y orfandad;
todo callado, fúnebre y sombrío
para nunca tornar,
que alzaste el vuelo de la tierra impura
diciéndonos está.
Las flores que tus manos cariñosas
en la tierra feraz
cultivaron, son gala todavía
del huerto tropical,
pero ya ni perfuman tus cabellos
ni engalanan tu hogar:
Otras manos piadosas las recogen,
las atan con afán,
y a tu sepulcro, en lágrimas bañadas
las van a colocar.
¡Oh, musa del amor y la poesía,
¿en dónde, en dónde estás?!
¿Llegan a ti las quejas que prorrumpe
la pobre humanidad?
¿Por un afecto inalcanzable y puro
tu espíritu quizá
ligado se halla a la terrena vida
para siempre jamás?
Laureles de la fama y de la gloria,
si no valeís, pasad:
La amada ausente que en nosotros vive,
¡no os necesita ya!

Laura Méndez de Cuenca






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