Octave Mirbeau

"A veces siento el deseo casi irreprimible de preguntárselo directamente. «Vamos, Joseph, dígamelo: ¿verdad que fue usted quien violó y asesinó a la pequeña Claire? ¿Fue usted, sí o no, viejo cochino?».
El crimen se supone que se cometió un sábado, y yo recuerdo que ese mismo día Joseph fue al bosque de Raillon a buscar tierra de plantío. Estuvo todo el día fuera y volvió al anochecer con su carga… ¿Era exactamente el sábado del crimen el mismo día que Joseph fue al bosque de Raillon? Esto es lo que intento poner en claro… Estoy segura de que el día a que yo me refiero —extraña coincidencia— Joseph parecía muy agitado y en su mirada había cierta turbación. Aquella noche no le di importancia a estos detalles, pero ahora la adquieren, decisiva, en mi mente. ¿Tenía Joseph aquella noche los gestos y las miradas que yo le atribuyo ahora? ¿O todo es fruto de mi sugestión, y ésta quiere hacerme ver como verosímil algo que convertiría a la «perla» de Joseph en un asesino?
Esta incertidumbre me irrita, al mismo tiempo que confirma mis aprensiones. En cualquier caso, me veo impotente para reconstruir el drama ocurrido en el bosque. ¡Si al menos la investigación judicial hubiera descubierto las huellas de un coche entre los matorros o a su alrededor! Pero no hay nada de eso… Lo único que se ha podido concretar es la muerte y la violación de la niña.
Lo que más me desconcierta es la cautela del asesino en no dejar la menor prueba de su crimen, esa diabólica habilidad con que cometió su fechoría. Es como una intuición, pero en todo veo la presencia de Joseph, debido a su forma de ser, pues una y otra vez pienso que si él fuese el autor del horrendo asesinato, estoy segura de que habría actuado así.
Esta noche tenía los nervios alterados y, no pudiendo soportar su presencia en la cocina, le he preguntado:
Joseph; ¿qué día fue usted a buscar la tierra de plantío al bosque de Raillon? ¿Lo recuerda?
No se ha alterado lo más mínimo. Ha dejado sobre la mesa el periódico que estaba leyendo, me ha mirado fijamente, y he visto en sus ojos una expresión propia de un espíritu curtido contra toda clase de sorpresas."

Octave Mirbeau
Diario de una camarera



"Creo que nunca le dije una sola frase tierna…Y no sentíamos la necesidad, ni yo de decírsela, ni ella de oirla."

Octave Mirbeau


"Cuando se despertaba, era terrible, pues la invadía una inexplicable locura de destrucción."

Octave Mirbeau



"¿El amor? ¡En el fondo no hay nada más triste! Porque, después de todo, ¿Qué queda, al final del amor? ¡Nada!"

Octave Mirbeau



"El amor me había vuelto valiente."

Octave Mirbeau





"El arte, no es volver a hacer lo que otros hicieron… es hacer lo que uno ha visto con sus ojos, sentido con sus sentidos, comprendido con su cerebro."

Octave Mirbeau


"El hacer el amor es para mí un acto normal, natural y necesario…, que deja de serlo si se hace inconscientemente."

Octave Mirbeau



"El hombre es un compendio de sorpresas, contradicciones, incoherencias y locura."

Octave Mirbeau



"En el momento de meterse en la cama, todos sus proyectos, todos sus arrepentimientos, todos sus remordimientos se habían evaporado. Se sorprendió de encontrarse la conciencia serena, el corazón consolado, hasta alegre casi. Se sonrió en el semblante asustado del obispo, y se sintió satisfecho de haberle causado miedo... Además, ¿ qué mal había cometido ?... ¿ No era un hombre despues de todo ?... ¿ No había obedecido a un impulso natural de sus sentidos ?... Los otros curas no se privaban de aquella diversión : testigo de ello, aquel crápula de arcipreste, que concluiría en presidio algun día, y el gran vicario, que, a pesar de sus maneras puritanas, recibía en su casa un montón de viejas devotas histéricas... Y no hablaba de los otros, que instalaban sus concubinas en sus presbiterios bajo el nombre de sobrinas, primas o criadas... ¿ Habia deseado una mujer, había querido tomarla ?... À por qué no se había dirigido a la sombra cómplice de los confesionarios, donde el aliento de los curas se mezcla al aliento de las penitentes, donde, de los labios aproximados, se escapan preguntas que enervan y confesiones que abrazan ?... Verdaderamente era demasiado bestia al exagerar así siempre las cosas, desnaturalizarlas, engañarse, perder la cabeza por un sí o un no !... Y la campesina se presentó ante él, tal como se le había aparecido en el crepúsculo, con sus miembros robustos y su olor poderoso de juventud ; no solamente no intentó esta vez apartar la imagen aparecida, sino que al contrario, esforzóse en retenerla, en fijarla, en hacerla de cualquier manera tangible, en completarla y en recordar también la turbación exquisita y furiosa con que fuera tan extrañamente sacudido."

Octave Mirbeau
El alma rusa



"En la vida, nadie ama a nadie, nadie socorre a nadie, nadie comprende a nadie!… Cada uno está solo, completamente solo, entre los millones de seres que le rodean… ¡ Cuando se pide a alguno un poco de su piedad, de su caridad, de su valor, éste duerme!… Puede uno llorar, rómperse la cabeza contra las paredes, morir… ellos duermen, duermen todos… y ese Dios bondadoso, ¿ que hace entre esos durmientes?… ¡ acaso ronca también en su nube!… Y responde a todos los miserables que tienden hacia El sus suplicantes manos : "¡ Dejadme dormir, canallas! ¡ Mañana!"

Octave Mirbeau


"Estoy convencido de que el asesinato es la mayor preocupación humana, y que todos nuestros actos derivan de él."

Octave Mirbeau



"Hablábamos la otra noche de las pequeñas manifestaciones a que se entregan los estudiantes de Bélgica a causa del proyecto de ley escolar. A decir del que nos contaba los diversos episodios, era algo imponente y el gobierno se vería obligado a reflexionar y, tal vez, a retroceder. En Gante, sobre todo, la manifestación tomaba un carácter admirable. Las bandadas de estudiantes recorrían las calles llevando una bandera con esta heroica inscripción: "¡Librepensadores, la libertad de conciencia está amenazada, de pie todos!" En otra bandera, esta altiva y corneliana declaración en forma de alejandrino: "¡Queremos ser instruidos y no cretinizados!" ¡Valientes muchachos! Y mientras el narrador acumulaba los detalles conmovedores de estas bellas jornadas y se entusiasmaba con las nobles reivindicaciones de los estudiantes belgas, yo, por una asociación de ideas cuya filiación no tengo necesidad de explicar, pensaba en la mordaz y justa sátira que en los "Odeurs de París" Louis Veuillot consagra a Henry Murger, a la pobreza de su literatura, al desorden de su vida, y recordé esta anécdota que la termina.
Murger agonizaba. Avisado por unos vecinos, se presentó un sacerdote en casa del cancionero de Mussette, con la pretensión de confesarle. Murger, que había oído, intentó incorporarse sobre su lecho de muerte, y con voz firme por un supremo esfuerzo de vanidad de "cabotin", dijo a los amigos que lloraban a la cabecera: "Decidle que he leído a Voltaire".
Y Veuillot agrega tristemente: "¡Pobre joven, tú no has leído más que a Abont!" Un amable poeta belga, que estaba entre nosotros, interrumpió las reflexiones que me iban sugiriendo las manifestaciones estudiantiles, diciéndonos: -Gante tiene entre nosotros la especialidad de los motines extraños. Tal vez recordaréis los que hace tres años se produjeron en Bélgica. La causa, a decir verdad, era un poco cómica. El pueblo belga reclamaba el sufragio universal.
También él querría ser soberano, dictar voluntades, hablar como un amo. Este deseo le había asaltado de repente, no se sabe por qué. Tenía ya un rey constitucional y, sin duda, consideraba que esto no era bastante para su felicidad. Quería otros reyes, reyes vestidos de paisano, y los quería elegidos por él mismo."

Octave Mirbeau
El rebaño


"Jamás había abierto un libro ; jamás me había detenido un instante ante esos signos de interrogación que son las cosas y los seres. No sabía nada. Y he aquí que, de pronto, la curiosidad de saber, el deseo de arrancar a la vida alguno de sus misterios me atormentaba. Quería conocer la razón humana de las religiones que embrutecen, de los gobiernos que oprimen, de las sociedades que matan ; sentía que no acabase esta guerra para poder entonces consagrarme a esos trabajos ardientes, a esos magníficos y admirables apostolados. Iba mi pensamiento hacia quizá imposibles filosofías del amor, hacia locuras de inextinguible fraternidad. Veía a todos los hombres inclinados bajo pesos aplastantes, parecidos al armado San Miguel, con los ojos llorosos, tosiendo y escupiendo sangre, y sin comprender la necesidad de las leyes superiores de la naturaleza. Una ternura infinita me subía a la garganta en comprimidos sollozos. Observé que nunca se enternece uno tanto por los demás como cuando se es desgracíado. ¿ No era de mí mismo de quien me apiadaba ? En aquella noche tan fría, tan cerca del enemigo que aparecería quizá entre las brumas de la madrugada, amando tanto a la humanidad, no era a mí solo a quien amaba y a quien hubiera querido substraer al sufrimiento ? Las tristezas del pasado, los proyectos del porvenir, aquella pasión súbita por el estudio, aquella obstinación que me llevaba a representarme más tarde, en mi cuarto de la calle Oudinot, en medio de mis libros y papeles, con los ojos encendidos por la fiebre del trabajo, ¿ no eran para separarme de las amenazas de aquellos instantes, para apartarme de las imágenes terribles — imágenes de Muerte — que sin cesar se me aparecían lívidas en medio del horror de las tinieblas?
La noche se deslizaba impenetrable. Bajo el cielo, que los cubría con un aspecto avaro y odioso, se extendían los campos, como un mar vastísimo de sombra muy lejana. Vagas blancuras de largos rastros de bruma flotaban por encima, en la altura, en lo lejano invisible, y allí donde había grupos de árboles, que parecían más negros aquella noche. Yo no me moví en mucho tiempo del lugar donde estaba sentado ; el frío entorpecía mis miembros y me cortaba los labios. Me levanté penosamente y escudriñé el bosque. Mis propios pasos sobre el suelo me asustaron ; me pareció que alguien iba siempre detrás de mí. Avanzaba con cautela, de puntillas, como si hubiera temido despertar a la tierra de su sueño ; escuchaba y trataba de ver en la obscuridad, porque no había perdido la esperanza, a pesar de todo, de que viniesen a relevarme. Ni un ruido, ni un soplo, ni un aliento, ni una sombra percibía en aquella obscuridad silenciosa. Dos veces, sin embargo, creí oir claramente un ruido de pasos, y el corazón me latió con violencía... Pero el ruido pareció alejarse, disminuirse poco a poco, cesar ; y reinó de nuevo el silencio más pesado, más terrible y más desesperado... La rama de un árbol me azotó el rostro y retrocedí con miedo. Otra vez, una elevación del terreno me produjo el efecto de un hombre que, inclinando el cuerpo, se me acercaba ; entonces cargué el fusil. La visión de un arado abandonado, cuyas manceras se dirigían al Cielo como los cuernos amenazadores de un monstruo, me cortó la respiración y me hizo caer en tierra... Tenía miedo de la sombra, del silencio, de cualquier objeto que sobrepasara la línea del horizonte y que mi imaginación exaltada animaba con un movimiento siniestro de vida."

Octave Mirbeau
La guerra


"La literatura sigue todavía sollozando por dos o tres estúpidos sentimientos artificiales y convencionales, siempre los mismos, empantanada en sus errores metafísicos, embrutecida por la falsa poesía del panteísmo idiota y bárbaro. He llegado a la convicción de que no hay nada más vacío, nada más estúpido, nada más perfectamente abyecto que la literatura."

Octave Mirbeau



"La obra de arte no se explica y no se puede explicar. La obra de arte se siente y uno la siente, nada más."

Octave Mirbeau


"La podredumbre es la eterna resurrección de la vida."

Octave Mirbeau



"Las mujeres llevan una fuerza inexorable de destrucción."

Octave Mirbeau



"Lo que vemos a nuestro alrededor, es nosotros mismos, puesto que lo exterior de la naturaleza no es más que el aspecto plástico, proyección de nuestra inteligencia y de nuestra sensibilidad."

Octave Mirbeau


"Lo triste no es morir… Es vivir cuando no se es feliz."

Octave Mirbeau


"Los corderos van al matadero. No se dicen nada ni esperan nada. Pero al menos no votan por el matarife que los sacrificará ni por el burgués que se los comerá. Más bestia que las bestias, más cordero que los corderos, el elector designa a su matarife y elige a su burgués. Ha hecho revoluciones para conquistar ese derecho."

Octave Mirbeau
La huelga de los electores




"Me detengo debajo de un farol. La mujer también se detiene, pero fuera del radio de luz; puedo, con todo, examinarla. No es guapa, ¡oh, no ! ni tentadora ; más bien hace alejar la idea del pecado. Porque el pecado es la alegría, la seda, el perfume, cabelleras teñidas y la carne adornada como para un altar, lavada como un cáliz, pintada como un ídolo. Como es, asimismo, tristeza rica, asco opulento, mentira suntuosa, barreduras montadas en oro y pedrería. Y aquella desgraciada nada de esto podía ofrecerme. Vieja de miseria más que de edad, marchitada por el hambre o por las pesadas borracheras en los sótanos de las tabernas, deformada por la espantosa labor de su trágico oficio, obligada, bajo la amenaza del navajazo, a andar, andar siempre, de noche, en busca del deseo que escudriña, zarandeada por el miserable que la despoja o por el policía que la explota, del cuartucho de alquiler a la cárcel, verdaderamente, la pobre daba lástima verla. Una manteleta de lana negra cobre su pecho ; unas faldas enlodadas tapan sus piernas ; un inmenso sombrero, con unas plumas que se deshacen con la lluvia toca su cabeza ; y sobre su vientre pliega sus manos, unas manos amoratadas por el frío — ¡ oh ! nada obscenas, — unas manos torpes y huesudas, apenas resguardadas por unos viejos mitones de color indefinido. A no ser por la hora, el lugar y el tono de su invitación, la habría tomado por una sirvienta desocupada y no por una trota-aceras. No cabe duda que desconfiaba de su fealdad, que tenía conciencia de las pocas voluptuosidades que podía ofrecer su cuerpo, porque procuraba sustraerlo a mis miradas, interponiendo tinieblas y más tinieblas entre su cara y mis ojos, y más pareciendo pedir limosna que ofrecer el placer, su voz tímida, temblona, casi avergonzada, iba repitiendo:
— ¡Señor!... ¡ Señor !...venga usted conmigo, señor... haré todo lo que usted quiera... venga usted conmigo, señor.
Como no le respondiera, no por asco o desdén, sino porque en aquel momento estaba mirando, compasivamente, un collar de coral que le rodeaba el cuello con una línea roja, siniestramente, ella agregó, en voz baja, con un tono de dolorosa imploración:
— Señor!... Si usted prefiere... tengo en casa una chiquilla... tiene trece años, señor... Es muy linda... y conoce a los hombres como si fuese una mujer... Señor!... señor!... se lo ruego... Venga conmigo, señor!...
Le pregunto: —¡Donde vives? Y vivamente, señalándome una calle, enfrente, que daba a la avenida, como una boca de abismo, responde:
— Ahí cerca... mira, allí... a dos pasos... Quedará usted contento, no pase cuidado.
La mujer atraviesa la calle, corriendo, para no dar a mi reflexión el tiempo de cambiar, para que no se hiele lo que ella cree mi deseo. Yo la sigo... ¡ah! pobre diablo!... A cada paso que da, vuelve la cabeza, para asegurarse de que no me he escapado, saltando sobre los baches, enorme y redonda, como un sapo monstruoso. Unos hombres que salen de una taberna la insultan al pasar por su lado. Nos internamos en la calle, ella delante, yo detrás, hundiéndonos cada vez más en las sombras."

Octave Mirbeau
Prostitución y miseria



“Me repugna el derramamiento de sangre, el sufrimiento y la muerte. Amo la vida, toda vida es para mí sagrada. Esta es la causa por la que encuentro en el ideal del anarquismo lo que ninguna forma de gobierno puede dar: amor, belleza y paz entre los hombres.”

Octave Mirbeau



"Nací con el don fatal de sentir las cosas de manera intensa, de sentirme dolido, hasta el rídiculo."

Octave Mirbeau



"No busqué, en ese amor, nada más que el amor carnal, violento y nuevo que me procuraba."

Octave Mirbeau



"No ser comprendido por un perro, ¿No es acaso la última palabra del desamparo moral?"

Octave Mirbeau



"Parecía que aún veía al caballero aquel... un bello señor, bien ataviado...corbata blanca... pechera deslumbrante... bastón con puño de oro... Y Jean Chiffons levantaba los hombros sin envidia ni odio.
Lo que más le disgustaba era tener que tomar el camino de la plaza de Anvers... Estaba muy lejos y ¡se sentía tan cansado!... pero tenía «su casa» en un banco de allí. Después de todo, no se dormía mal y tenía la seguridad de no ser molestado... porque los agentes habían concluido por apiadarse de él y lo dejaban dormir...
— ¡Diantre!... — dijo — he ahí una mala jornada... desde hace tres semanas no la había tenido igual... Tienen razón los que dicen que este comercio no va bien... y que la culpa es de los ingleses... ¡Consagrados ingleses!
Se puso en marcha sin perder la esperanza de encontrar en su camino a algún caballero, o a un borracho generoso que le diera dos sueldos... dos verdaderos sueldos con los cuales podría comprar pan a la mañana siguiente.
— ¡Dos sueldos!... dos verdaderos sueldos... eso no es pedir un Perú... —se decía marchando lentamente... porque, además de estar cansado, tenía una hernia que le hacía sufrir más que de costumbre.
Hacía como unos quince minutos que andaba desesperanzado ya de encontrar el caballero providencial, cuando percibió, bajo sus pies, alguna cosa blanda...
De momento pensó que podía ser una inmundicia... Luego que podía ser una cosa buena para comer... ¿Es tan taro encontrar algo? La casualidad no estima mucho a los pobres, y les reserva muy pocas veces sorpresas afortunadas... No obstante, recordaba que una noche, en la calle Blanca, había encontrado una pierna de carnero, muy fresca, una magnífica y enorme pierna, caída sin duda del carruaje del matarife... Pero lo que tenía ahora bajo sus pies no era con seguridad una pierna... debía ser una chuleta."

Octave Mirbeau
La cartera



"—Por lo demás —prosiguió—, el asesinato se cultiva suficientemente por sí mismo. Hablando propiamente, no es el resultado de tal o cual pasión, ni la forma patológica de la degeneración. Es un instinto vital que está en nosotros, que está en todos los seres organizados y los domina, como el instinto genésico. Ello es tan cierto que, la mayor parte del tiempo, esos dos instintos se combinan tan bien el uno con el otro, se confunden tan totalmente uno en el otro, que en cierto modo no forman más que un solo y único instinto, y no se sabe cuál de los dos nos impulsa a dar la vida y cuál a tomarla, cuál es el asesinato y cuál es el amor. He recibido las confidencias de un honorable asesino que mataba a las mujeres no para robarlas sino para violarlas. Su deporte consistía en que el espasmo de placer del uno concordara exactamente con el espasmo de muerte de la otra: «¡En aquellos momentos, me decía, yo me figuraba que era un Dios creando el mundo!"

Octave Mirbeau
El jardín de los suplicios



"Por muchos siglos que dure el mundo y que se desarrollen y sucedan las sociedades, iguales unas a otras, un hecho único domina todas las historias: la protección de los grandes y el aplastamiento de los pequeños."

Octave Mirbeau



"Reducirás tus conocimientos sobre el funcionamiento de la humanidad al estricto necesario:

1° el hombre es una bestia mala y estúpida;
2° la justicia es una infamia;
3° el amor es una porquería;
4° Dios es una quimera… Amarás la naturaleza; incluso la adorarás […].

Lamentablemente vives en una sociedad, bajo amenazas de leyes opresivas, entre instituciones abominables que son la inversión de la naturaleza y de la razón primitivas. Eso te crea múltiples obligaciones […] y todas ellas engendran vicios, crímenes, vergüenzas, salvajismo, que se te enseña respetar bajo el nombre de virtudes y deberes. […] Por eso, es mejor disminuir el mal disminuyendo el número de obligaciones sociales y particulares, alejándote lo más posible de los hombres y acercándote a las bestias, las plantas, las flores; viviendo como ellas de la vida espléndida que extraen de la fuente misma de la naturaleza, es decir de la belleza."

Octave Mirbeau



"Si las almas puestas al desnudo exhalan tan fuerte hedor a podredumbre, no es por mi culpa."

Octave Mirbeau


"Todo lo que sabía de él —al menos todo lo que sospechaba de él— es que era una de esas buenas personas
como tantas encuentra uno en la vida, una de esas buenas
personas de las que no hay mucho que decir, si no es que
son buenas personas. Y ahora no diría nada de él si su
viuda no hubiera venido a verme, ayer. Yo no la conocía.
Era una mujercita seca y angulosa, con dos crenchas grises
y una boca tan fina que, cuando la cerraba, a primera
vista no se distinguía la línea de los labios.
—¡Ay, señor mío —me dijo—, ha sido una gran desgracia para mí, puede creerme!
Su voz blanca, sin timbre, sin acento, me dejó asombrado.
—Cuando se ha vivido tanto tiempo con una persona—prosiguió—, una separación tan brusca… ¡cuesta mucho acostumbrarse!
—La creo, señora, y la compadezco infinitamente.
Le rogué que tomara asiento. Abrió su chal, y vi un gran paquete, envuelto en papel de color ciruela, que llevaba bajo el brazo.
—Es un manuscrito —dijo, depositándolo sobre la falda.
Sin duda no debió de notar la expresión de terror que se pintó en mi rostro al oír la palabra manuscrito, pues
prosiguió:
—Lo he encontrado en un cajón, esta mañana… Él también escribía… Estaba redactando sus memorias…
Lo habría esperado todo de él, salvo esto… Desde luego, no tenía el aspecto de alguien que escribiera libros…
Porque, en fin, usted le conoció bien, usted era su mejor
amigo, y debe saber que no era muy listo, el pobre…
Me incliné con un gesto vago, que tanto podía ser un gesto de asentimiento como un gesto de protesta."

Octave Mirbeau
Memoria de Georges el amargado



"Una cosa que me asombra prodigiosamente, es que, en el momento científico en que estoy escribiendo, tras las innumerables experiencias y los escándalos periodísticos, pueda todavía existir en nuestra querida Francia un elector, un solo elector, ese animal irracional, inorgánico, alucinante, que consienta abandonar sus negocios, sus ilusiones o sus placeres, para votar a favor de alguien o de algo."

Octave Mirbeau



"Y ¿Quién en este mundo se preocuparía por el silencioso insecto que soy? Yo soy, en el mundo que me rodea con su inmensidad, una insignificante brizna."

Octave Mirbeau























No hay comentarios: