Sergio del Molino

"Creo que los grandes avances democráticos en España han sido obra de gente moderada, lo que hoy llamaríamos tibios, templagaitas, moderaditos, extremocentristas y lo que quieras. Ha sido obra de gente que no se creía mucho el avance democrático, pero tampoco estaba vinculada a la a la reacción. Los liberales de los años treinta del siglo XIX son los que construyen verdaderamente la tradición liberal y no los doceañistas, que eran mucho más radicales y van mucho más allá. Siempre están llegando a acuerdos. Son muy posibilistas. Los grandes avances democráticos en España los ha hecho gente muy gris y muy poco épica. No son Agustina de Aragón, Napoleones y gente de estatuas o entusiasmo. Son gente más a menudo gris, burócratas y demás. Entonces ese es un peso, no es algo que empezó con el 78. Es una constante histórica. La democracia y el progresismo en España han ido avanzando gracias a estos personajes y creo que les debemos, si no un homenaje, por lo menos cierto reconocimiento. Fue gente que hizo una labor muy difícil en momentos complicadísimos y asumiendo y echándose sobre las espaldas una mala prensa que muy poca gente estaba dispuesta a echarse. Tenemos una asignatura pendiente para rescatar a esos personajes a los que debemos en buena medida el país que tenemos hoy en día. Somos muy desagradecidos con ellos."

Sergio del Molino


"De subtítulo profético y paradójico, buscaba un editor y fue rechazado por todos. Cuando me lo dio, aún no había perdido la esperanza. Hay una editorial que quiere sacarlo, me dijo, tal vez el año que viene, aún tengo que pulirlo un poco. Hay escritores que no saben el favor que los editores les hacen al rechazar sus manuscritos. Telos, la vida enseña a vivir llegaba unos años pronto. Poco después, los gurús de la autoayuda invadirían los anaqueles con sus consejos de bricolaje emocional para tristes sin causa de tristeza. Hacía años que se leía Tus zonas erróneas y cosas así, pero aún no era una moda.
No me cuesta nada imaginármelo con su muleta de plató en plató, de congreso en congreso, de firma de libros en firma de libros. Estrechando manos de corazones heridos, hablando durante horas en un programa de radio para solitarios, repartiendo metáforas, predicando parábolas, tocándose la pierna ortopédica como reliquia ejemplar. Su voz comprensiva y didáctica llegaría a los oídos más obtusos. Tras escucharle diez minutos, todos le darían la razón, como se la dábamos los alumnos. Su calma y su paciencia frente a la idiotez eran inagotables. No le importaba repetir diez veces la misma idea usando palabras distintas, hasta que el interlocutor asentía. Sin rendir la sonrisa, testarudo en la amabilidad. Sólo tenía un problema, pero no era perceptible en el libro: su ironía. Llevaba dentro un duende que boicoteaba todos sus propósitos. Se agazapaba socarrón y asomaba al final de cualquier frase. Esa inteligencia tan fina lo desacreditaba como predicador. Los gurús son gente seria, incluso en sus provocaciones.
Pero eso no se veía en Telos, la vida enseña a vivir, que era, hasta donde recuerdo, un compendio algo desordenado de recetas para llevar una vida coherente y ética, aliñado con unas pocas citas filosóficas podadas y accesibles. La vida como propósito, con cada pieza encajada y en armonía con un todo colectivo, que es la sociedad ordenada en la justicia. Aquel libro era su Zaratustra, el texto con el que buscaba rodearse de tigres y panteras. No recuerdo bien su contenido, pero sí la sensación de su lectura y la certeza triste de que allí no estaba Antonio. No había humor ni dobles sentidos ni otras intenciones ajenas a lo didáctico. Me ha pasado con todos sus libros, que me parecen escritos por otro, quizá por eso no tuvieron el menor eco y acabaron entregados a la caridad de un librero."

Sergio del Molino
La mirada de los peces



"Entre el amor maternal asfixiante y el sexo, el cuerpo es invisible y sufre una verdadera Edad Media, pero griega. En el medievo cristiano la cultura sobrevivió en los monasterios y siguieron copiándose los tratados de Aristóteles y de Plutarco, pero en la Edad Media griega, esa que dicen que va del siglo XII a. C. al VIII a. C., no sólo se abandonaron las ciudades y se destruyeron todos los gobiernos, sino que se olvidaron de escribir. No hay registros escritos entre esos dos siglos, como no hay memoria del cuerpo en su Edad Media púber. Sin besos, la piel se vuelve ágrafa.
Los padres dan besos cuneiformes, de significado indescifrable para los arqueólogos de nosotros mismos que seremos después. Los amantes dejan escrituras mucho más sofisticadas, aunque no siempre alfabéticas. Los primeros besos y las primeras desnudeces son jeroglíficos e ideogramas. Más tarde vienen palabras sueltas, sintagmas sin verbo emborronados por una saliva mal untada. Antes de alcanzar la mayoría de edad ya nos habrán escrito algún párrafo entero con cierto sentido y un puñado de poemas que nos avergonzarán pero no sabremos borrar. A los veinte nos escribirán varios cuentos, hasta que llegue ese amante con vocación de cónyuge, cuyos besos serán de tipómetro y linotipia, componiendo en la piel una novela rusa con portada al óleo de una mujer a punto de tirarse bajo las ruedas de una locomotora.
No recuerdo mi Edad Media púber, pero sí el momento en que la abandoné, que abre un periodo renacentista, es decir: tumultuoso, sangriento y despótico, lleno de borgias o de guerras médicas, pero también de Fidias y Leonardos. Como el Renacimiento, la edad del deseo se recuerda idealizada, con láminas de la Capilla Sixtina, iglesias jesuíticas y romances de Garcilaso de la Vega, obviando que Europa entera se entregó a la guerra y que Hernán Cortés encerró a Moctezuma. Nosotros también enseñamos las Capillas Sixtinas de nuestros álbumes de recuerdos y olvidamos la conquista de México. Hablamos del primer amor como si fuese la Laura de Petrarca y no una prostituta frescachona de Caravaggio.
Tengo la desgracia de vivir junto a la plaza donde abandoné mi Edad Media. La plaza del primer beso, la que me activó la piel dormida desde la última vez que mi madre me embadurnó el pecho con Vicks VapoRub. Como paso a diario por las mismas baldosas, no tomo distancia para desenfocar y echar azúcar en los recuerdos, y si pienso en aquel instante vuelvo a llenarme de babas y a sentir el mismo atragantamiento.
Tenía unos quince años juncales que aparentaban diecisiete, por eso pude coquetear con esa chica de dieciséis que, si yo hubiera sido alguien de quince con aspecto de quince, ni siquiera me habría mirado a la cara. Tampoco ella era la que me gustaba, tan sólo aparecimos el uno frente al visor del otro en aquellas tardes en que aprendíamos a beber en garitos oscuros con futbolín y billar en la parte del fondo. Nos habían unido los bares, pues no íbamos al mismo instituto ni vivíamos en el mismo barrio, pero nos encontrábamos cada viernes a eso de las siete en un antro cuya puerta imitaba la boca de un demonio y tenía una barra acolchada que había conocido días más heroicos e higiénicos. Yo encajaba mejor en el sitio, con mi pelo largo y mis camisetas de Iron Maiden. Ella era una punk con zamarra vaquera y mallas ajustadas, demasiado astrosa para el gusto hortera y lacado de los heavies. Creo que me fijé en ella porque sonreía mucho, y los punkis no sonreían casi nunca, siempre estaban enfadados. Aquel año de 1994 andaban muy pelmas con la revolución de Chiapas. Como cantaba La Polla Records, se sentían los nietos de los obreros que los fascistas nunca pudieron matar. Es decir, como insistía la canción: los nietos de los que perdieron la guerra civil, aclaración tal vez no muy poética pero sí necesaria para quienes no estudiábamos la guerra civil en clase de historia. También era una afirmación osada, pues de todos es sabido que los supervivientes, los que no pudieron matar, son los peores, los más viles y cobardes. Yo no presumiría de ser el nieto de quienes agacharon la cabeza cuando sus amigos enfrentaban el pecho a las balas.
Ella, en vez de andar siempre enfadada y repartir chapas contra la energía nuclear y asistir a conciertos para recaudar fondos para el subcomandante Marcos, sonreía y bebía cerveza con nosotros, sin importarle que la música de aquel antro fuera tan apolítica como pretenciosa, y tal vez por eso empezamos a hablar, quién sabe de qué, y nos gustó hacernos compañía sin mirarnos el pedigrí de nietos de los que perdieron la guerra civil ni presumir de pasamontañas zapatista."

Sergio del Molino
La piel



"He venido al Congreso a hacerme el tonto. El periódico me ha soltado unos días en esta región del sobreentendido para que la cuente desde la ingenuidad del intruso, con los ojos bobalicones de quien nació ayer."

Sergio del Molino


"Hubo un momento en el que toda España quería acostarse con Felipe González."

Sergio del Molino



"Pero ni los cervantistas más finos y persistentes consiguen frenar a quienes, siguiendo el ejemplo de Heinrich Schliemann con las ruinas de Troya, están convencidos de encontrar en los pueblos de La Mancha pruebas arqueológicas y documentales de la verdad del Quijote. A los ojos de un lector medio que comprende los mecanismos de la ficción y de la literatura, todas estas doctrinas y proyectos pueden ser ingenuas o groseras. Nada espanta más a un buen lector que la literalidad. Es lógico que Cervantes, como cualquier otro escritor, se basara en sus conocimientos y experiencias para escribir su novela, pero no pintó al natural. Es posible que jamás pisara algunos de los escenarios del libro y que escribiese sobre ellos de oídas y de segundas, con la licencia que otorga siempre la literatura y que los buenos lectores conceden con gusto. Sin embargo, yerran los cervantistas oficiales al ridiculizar con demasiado énfasis estos empeños (a menudo, financiados por instituciones públicas y patronatos de turismo, deseosos de colocar en sus pueblos placas conmemorativas de episodios de la novela). No entienden que los habitantes de la España vacía necesitan una confirmación continua y actualizada de sus mitos. Los cervantistas se centran en el texto y obvian el contexto de un libro que trasciende con mucho los márgenes de la literatura y que hace tiempo que devino seña de identidad y razón de ser para una parte extensa de la meseta sur ibérica. Hay un sustrato religioso, en tanto que mito fundacional, que la filología moderna, como buena ciencia descreída, desprecia, pero que tiene mucha importancia en la configuración y la autoestima de unas sociedades frágiles que se perciben a sí mismas como insignificantes y marginadas. Francisco Rico, Martín de Riquer y toda la élite del cervantismo hacen muy bien su trabajo, pero me pregunto, con Azorín, si don Cándido merece que le den tantos disgustos. Así como los nietos ateos dejan a su abuela bendecir la mesa y rezar un poco en la cena de Nochebuena, aunque se burlen de ella a escondidas, quizá sería saludable y digno dejar que los manchegos crean que los molinos de Campo de Criptana son los que salen en la novela, que las gentes del Moncayo sigan estremeciéndose con leyendas de brujas y que los turolenses se emocionen con sus amantes. Es condescendiente, pero un poco de condescendencia es preferible a la altanería del nieto que le dice a la abuela que no pierda el tiempo rezando, porque Dios no existe."

Sergio del Molino
La España vacía



"Una de las cuestiones que definen la España vacía es que siempre habían estado fuera. Nunca participaban, nunca se tenían en cuenta. Y ahora ocurre lo contrario. Ahora toda esa periferia se ha vuelto centro y un centro decisorio, de forma muy simbólica. Que haya un movimiento activista como Teruel existe para mí no significa que tenga la representatividad absoluta de la plataforma, que creo que es mucho más plural y mucho más transversal. Incluso dentro del Parlamento hay otros que también podrían arrogarse su representación. Ese intento de monopolizar el discurso me parece que les va a pasar factura con el tiempo. Pero el hecho de que fuera el voto del diputado de Teruel Existe el que propició que existiera un gobierno les da un poder como nunca han tenido en España, aunque sea de una forma simbólica. Evidentemente todos los agravios siguen ahí y toda la marginación y la condición de periferia siguen estando muy vigentes, pero a la vez están en el gobierno. Intento subrayar esas paradojas porque creo que es un rasgo fundamental del mundo en el que vivimos. Hay una tendencia a la victimización por parte de mucha gente. Si pensaran dos veces en su propia condición, se darían cuenta de que tienen mucho más poder del que realmente tienen. Hay gente muy poderosa y que decide mucho el mundo en el que vivimos, que en cambio se tiene a sí misma como víctima."

Sergio del Molino







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