Steven Millhauser

"A menudo me siento como una combinación no muy plausible de los dos: un ilusionista que realiza trucos de magia y un periodista que recolecta hechos. Pero el acto de un mago o las palabras de un periodista, en sí mismos, son de escaso interés si no están al servicio de algo mucho más profundo. El arte no es un entretenimiento y no es una enseñanza. El arte nos lleva al centro de las cosas. Pero ahora siento que es momento de que agarre mi varita y mi sombrero de falso fondo y salga caminando despacito del escenario."

Steven Millhauser


“Es difícil definir la naturaleza de lo extraño en mi obra. Pero diría que frecuentemente uso la técnica de distorsión. La distorsión requiere alguna versión de un mundo aceptado –lo que la gente llama el mundo real– que se intenta presentar de una nueva manera. Por lo tanto, se podría argumentar que la distorsión necesariamente da cuenta del mundo. Que yo vea el mundo como extraño o familiar no es el punto. El punto es el deseo de revelar algo que queda enterrado debajo de las formas convencionales de la percepción, y que solamente se puede captar por un abrupto desvío en una dirección contraria. El tipo de escritura que me gusta no convierte al mundo en algo extraño, sino que restaura al mundo la extrañeza que siempre estuvo allí.”

Steven Millhauser



"La escritura carece de sentido a menos que provenga de la pasión y la urgencia. No me preocupa ninguna otra cosa que no sea desarrollar los elementos de una historia en su dirección necesaria. La frialdad es a menudo una técnica deliberada, al servicio de algo más fogoso y peligroso."

Steven Millhauser



"Los orígenes de mis historias me resultan completamente misteriosos. Usualmente comienzan como una imagen que captura mi imaginación y no me deja en paz. Observo la manera en que varias posibilidades cobran forma y sólo comienzo cuando tengo la ilusión de cierta dirección. Para responder de otro modo: planificación y sorpresa en medidas iguales."

Steven Millhauser



"Martin atendía a todos esos comentarios con cierta indiferencia, pues en el año que llevaba en el Vanderlyn había aprendido a desconfiar de los rumores que circundaban a los huéspedes del hotel; además, su natural discreción y actitud respetuosa le impedían disfrutar de las alusiones burlonas al cuerpo de las mujeres. Incluso experimentaba una suerte de simpatía por la señora Hamilton, el objeto de tantos comentarios maliciosos. Sí, era cierto que era quisquillosa y difícil, y algo maniática, y claro, le gustaba pavonearse con el personal del hotel, pero también era verdad que el pescado se le había servido tibio, como el chef lo había admitido luego; que las doncellas, como bien sabía él mismo, eran a menudo descuidadas con el polvo, que era posible mejorar los servicios del Vanderlyn de muchas y muy variadas formas. Y también era cierto que la señora Hamilton jamás había hablado con rudeza a Martin, que lo había exceptuado de su desprecio generalizado y lo había tratado con una suerte de altiva cortesía que, sin ser amistosa, revelaba cierta conformidad de su parte. En una o dos ocasiones llegó a defenderla enfrente de Charley Stratemeyer, quien decía que no era más que una zorra de clase alta, que caminaba como si hubiera tenido un atizador en el corsé: lo que verdaderamente necesitaba era un puñetazo bien asestado que le volara de una vez su aristocrática dentadura y se la hiciera tragar por su bien nutrido gaznate. Martin, que había reparado en la tendencia de su apacible amigo a referirse en forma violenta y despectiva a las mujeres, dejó pasar el comentario, pero en su mente se situó ante la señora Hamilton como para protegerla de algún derechazo dirigido a su rostro.
Un día ocurrió que la dama cayó víctima de un resfriado. Y si antes era desagradable, ahora se volvió imposible: presionaba el timbre cada cinco minutos para exigir jarras de agua helada, toallas más suaves, pastillas para la garganta, remedios para la tos. Los botones estaban en estado de alerta; Martin se ofreció a subir a su cuarto en cada ocasión, aun cuando no era su turno. La señora Hamilton llevaba ese día un vestido largo y estaba medio sentada y medio echada en el sofá, en la penumbra del recibidor oscurecido por las persianas echadas y las cortinas corridas, con las piernas extendidas entre cojines y cubiertas por una pequeña manta, un brazo apoyado con languidez en el respaldo del sofá, la cabeza reclinada, los ojos a medio cerrar y en la otra mano un pañuelito perfumado con el que se frotaba delicadamente la nariz."

Steven Millhauser
Martin Dressler



"Me tienta decir que escribir es superior a leer en el sentido de que es mejor actuar que ser un sujeto de una actuación. Pero si preguntas específicamente sobre la experiencia de asombro, acá se pone difícil la respuesta. Siempre hay algo incompleto, y por ende imperfecto, en el acto de escribir, que por su naturaleza está siempre en movimiento, nunca en descanso. Se convierte en algo completo solamente cuando llega a un fin, cuando se aniquila a sí mismo. Una novela o un cuento que uno lee es completo: te entregas completamente a un mundo creado, te rindes a una cosa paradójica que se mueve por el tiempo mientras que simultáneamente está completado, estático, cerrado sobre sí mismo. Ambas experiencias en realidad son enormemente complejas. Ambas constituyen diferentes formas de asombro y no puedo imaginarme renunciar a ninguna de las dos."

Steven Millhauser


"Pensamientos en sol y sombra. Mientras el príncipe caminaba por el parque umbrío, pisando los círculos y rombos de sol que hacían brillar sus oscuros zapatos de terciopelo bordados con flores de oro de cuatro hojas, evocaba la imagen de la princesa apartándose súbitamente de la ventana con la mano en la garganta y un rubor en la mejilla. La persistencia de la imagen lo perturbaba y lo avergonzaba. Sentía que al ver esa imagen cometía una gran maldad contra su esposa, de cuya virtud nunca había dudado, y contra sí mismo, pues amaba la franqueza y odiaba los secretos, los disimulos y los ocultamientos. El príncipe sabía que si alguien osara siquiera insinuar que la princesa le era infiel, él no dudaría en hacer cortar la lengua del difamador; en la violencia de sus pensamientos reconocía el tumulto en su interior. Estaba orgulloso de la franqueza que existía entre él y la princesa, a quien revelaba sus pensamientos más íntimos; al ocultar esta obsesión, de la cual se avergonzaba, parecía haber caído desde una gran altura. Caminando a solas por la avenida del parque, por rombos de luz y retazos de sombra, el príncipe se reprendía amargamente por haber traicionado su elevada idea de sí mismo. De pronto le pareció que su barbado amigo de la túnica engarzada de amatistas era mucho más digno que él del afecto de su esposa. Así el príncipe, en el mismo acto de la recriminación, alimentaba sus celos secretos.
La torre. Desde el alba hasta el atardecer ella permanece en la torre. Llegamos a ver lo que parece ser su rostro en la ventana, pero es probable que sólo veamos relumbrones de sol o sombras de aves pasajeras en las altas vidrieras. En todo otro sentido ella es invisible, pues nuestros solemnes poetas la encierran en palabras de elevada y formal alabanza: su cabello es más radiante que el sol, sus senos más blancos que el plumón de cisne o la nieve recién caída. La vimos una vez, cabalgando por la plaza del mercado en un día festivo, montando su caballo blanco con negros penachos de avestruz, y nos asombró el destello del cabello renegrido bajo la cogulla azul. Pero en los largos días de verano, cuando los tejados brillan al sol como si estuvieran por derretirse, su cabello del color del cuervo poco a poco es reemplazado por el cabello rubio de los poetas, hasta que la visión de la princesa montada en el caballo blanco sólo parece un sueño diurno. En lo alto de la torre, desde el alba hasta el anochecer, ella se pasea con su pesadumbre, ¿y quién puede saber siquiera si su pena le pertenece?"

Steven Millhauser
Pequeños reinos



"Si es cierto que mis historias parecen representar la imaginación, sin duda no es parte de un plan. Me aferro a la esperanza de que mis historias expresen una batalla o lucha entre lo real y lo imaginario, aunque los escritores, son malos intérpretes notables de su propio trabajo."

Steven Millhauser























No hay comentarios: