Abay Qunanbayuli

"¿Cuál es la belleza de la vida si no se va en profundidad?"

Abay Qunanbayuli


"El hombre no será hombre sin descubrir los misterios visibles y ocultos del universo, sin explicarse todo a sí mismo… La piedad, la bondad y la capacidad de acoger a un extraño como a un hermano, deseándole las bendiciones que desearías para ti mismo; todo eso sale del corazón. También el amor es un deseo del corazón…"

Abay Qunanbayuli




"El hombre no viene al mundo ya siendo inteligente. Se pone así, escuchando a la gente, viendo sus hechos, trabajando con sudor en la frente. Poco a poco empieza a diferenciar lo bueno de lo malo, y si su destino es pasar por mucho, pues, sabrá mucho."

Abay Qunanbayuli



Estío

Las dichosas flores se marchitan
y añoran al sol nómada. Un sesgo
multicolor incita a los elocuentes ojos.
La tierra se precipita en un largo camino,
soberbio e inadvertido y suspira álgida por
el tiempo desvanecido.

Abay Ibrahim Qunanbayuli



Libro de las Palabras


Primera Palabra:
“El mudo al sordo”

Si vivía bien o mal, pero se ha hecho mucho: en luchas y disputas, cortes y pleitos, sufrimientos y ansiedades he llegado a la vejez, exhausto y harto, descubrí la fragilidad y la inutilidad de mis actos, me convencí de la naturaleza humillante de mi ser. ¿Qué hacer ahora, cómo vivir el resto de mi vida? Es desconcertante que no pueda encontrar la respuesta a mi pregunta.

¿Gobernar al pueblo? No, el pueblo es ingobernable. Que esta carga la lleve alguien que quiera encontrar una enfermedad incurable o un jo.


Cuarta Palabra:
“Pícaros mediocres”

Las personas atentas lo han notado durante mucho tiempo – la risa boba es igual a la borrachez. La borrachez provoca malas conductas, intentar hablar con un borracho causa dolor de cabeza. Entregándose a la risa boba el hombre pierde la conciencia, abandona sus quehaceres, comete errores imperdonables, por los que deberá pagar si no en esta vida, sí en la otra.

El hombre propenso a reflexionar siempre está pensativo y sereno, ya sea en asuntos cotidianos o ante la muerte. La serenidad en obra y pensamiento es la base del bienestar. ¿Significa esto que debemos rendirnos constantemente al desaliento? ¿Acaso se puede vivir siempre con el alma en pena, sin conocer la alegría y la risa? No, no estoy para nada a favor de vivir en permanente desaliento sin ningún motivo. Pero debes pensar en tu descuido, entristecerte por esto y tratar de deshacerte del descuido, y ponerte a trabajar. No será la diversión vana lo que cure el alma, sino el trabajo útil y razonable.

Solo los de débil espíritu pueden encerrarse en sí mismos, permitiéndose pensamientos amargos, sin encontrar consuelo.

Si te ríes de la estupidez de un tonto, ríete, pero no con alegría, sino con ira. No serán muchas las ocasiones que tengas para reirte así. La risa con rabia es una risa amarga.

Ríete con entusiasmo, regocijándote sinceramente cuando veas a una persona que haya alcanzado el bienestar, haya realizado buenas obras dignas de imitación. El buen ejemplo enseña a actuar con moderación, a detenerse a tiempo, a no llegar a la embriaguez.

Pero no toda risa merece elogio. Hay, entre otras, una risa tal que no proviene del pecho, de manera dada por Dios, sino que suena a falsa y hueca, solo para causar buen efecto.

El hombre nace llorando y muere sumido en la aflicción. En el intervalo entre estos dos acontecimientos, sin haber conocido la verdadera felicidad, ni haber apreciado completamente el valor y la singularidad de su vida, la desperdicia en discusiones humillantes y disputas indignas. Se da cuenta cuando la vida ya se acaba. Y solo entonces empieza a comprender que no hay ningún tesoro del mundo capaz de prolongar la vida por al menos un día.

Vivir con astucia, engaño, mendicidad es el destino de los pícaros mediocres. Ten fe en Dios, confía en tus propias capacidades y fuerzas. Trabaja con honestidad y abnegación, y verás que hasta la tierra más yerma te dará frutos.


Séptima Palabra:
“Ignorantes y llorones”

Un niño viene a este mundo, heredando dos principios. El primero requiere comida, bebida y sueño. Estas son necesidades del cuerpo, sin las cuales el cuerpo no puede servir como refugio para el alma, ni crecer, ni desarrollarse. El segundo principio es el afán de conocimiento. El bebé se siente atraído por las cosas brillantes, se las lleva a la boca, las prueba y se las pone contra la mejilla. Se sobresalta cuando oye el sonido de una flauta o un caramillo. Creciendo un poco, corre al ladrido de un perro, a las voces de otros animales, a la risa y al llanto de las personas, pierde la paz, preguntando por todo lo que ven sus ojos y oyen sus oídos: “¿Qué es esto? ¿Para qué es esto? ¿Por qué hace esto?”: esta es la necesidad del alma, el deseo de ver, escuchar y aprender de todo.

El hombre no será hombre sin descubrir los misterios visibles y ocultos del universo, sin explicarse todo a sí mismo. Y en tal caso, el ser del alma de aquel hombre no difiere del ser de otra criatura.

Desde el principio Dios le dio al hombre el alma para distinguirlo del animal. Entonces, ¿por qué, cuando nos hacemos adultos e inteligentes, ya ni buscamos ni encontramos satisfacción alguna en la curiosidad, que en la infancia nos hacía olvidarnos de comer y dormir? ¿Por qué no elegimos el camino de quienes que buscan conocimientos?

Deberíamos ampliar constantemente nuestro ámbito de intereses y multiplicar el conocimiento que alimenta nuestra alma. Deberíamos entender que los placeres del alma son incomparablemente superiores a los del cuerpo, y subordinar las necesidades carnales a los dictados del alma. Pero no lo hemos hecho. Gimoteando y graznando, no hemos avanzado más allá del basurero de las afueras del pueblo. El alma nos guiaba sólo en la infancia. Habiendo madurado y fortalecido, no le permitimos que nos guíe, sometemos el alma al cuerpo, contemplamos el mundo con nuestros ojos, y no con nuestra razón, desconfiando de los impulsos del alma. Satisfechos con lo que vemos por afuera, no intentamos profundizar en los misterios ocultos, creyendo que no perdemos nada por desconocerlo. Respondemos a los comentarios y consejos de personas sabias: “Vive con tu propia cabeza, y yo viviré con la mía”, “Que vale más ser pobre con cabeza propia que rico con cabeza ajena”. No somos capaces de apreciar su superioridad sobre nosotros, ni de entender el significado de lo que dijeron.

Vivimos sin chispa en el pecho, sin fe en el alma. ¿En qué nos diferenciamos de un animal, si solo somos capaces de ver lo que ven nuestros ojos? En la infancia éramos mejores. Entonces éramos niños humanos, tratábamos de aprender lo más posible. Ahora somos peor que el ganado. El animal no sabe nada, y no se esfuerza por nada. No sabemos nada, pero estamos dispuestos a discutir hasta quedarnos roncos: defendiendo nuestro oscurantismo, intentando camuflar nuestra ignorancia como sabiduría.

Octava Palabra:
“El honor para ellos vale menos que el ganado”

¿Habrá alguien que escuche nuestros consejos o haga caso de nuestras enseñanzas? ¿Tal vez un corregidor o algún juez? Si tuvieran la intención de aprender, ¿se presentarían realmente para estos cargos? Estas personas se consideran lo suficientemente inteligentes y se esfuerzan por obtener el poder para enseñar y educar a los demás como si hubieran alcanzado la perfección absoluta, y lo único que se les queda por hacer es instruir a los demás. ¡Cómo van a escucharnos! Y, aunque quisieran hacerlo, ¿tendrían tiempo para ello? Sus mentes están ocupadas por otros desvelos: como hacer para complacer a la autoridad, no enfadar al ladrón, no soliviantar al pueblo, evitar pérdidas y obtener buenas ganancias. También a quién hay que hacerle un favor y a quien rescatar. No hay tiempo para todo…

¿Y los ricos? Esos no necesitan nada. Aunque sea por un día, pero son ricos y les parece que poseen los tesoros de la mitad del mundo, y si algo les falta lo pueden comprar con su ganado. Sus miradas son altas y sus pensamientos son aún más altos. El honor, la conciencia, la sinceridad para ellos valen menos que el ganado. Están seguros de que si tienen ganado pueden sobornar al mismísimo Dios. El ganado les sustituye todo – la patria, el pueblo, la religión, los parientes, el saber. ¿Acaso van a escuchar los consejos ajenos? Escucharían, pero no tienen tiempo. Porque hay que dar de beber y comer al ganado, venderlo por un buen precio, protegerlo de los ladrones y los lobos, resguardarlo del frío y encontrar una persona que se ocupe de todo eso. Hasta que arregle todo y alcance un elogio. ¡Pero y a él le falta tiempo!

Tampoco el malvado, el ladrón y el pillo están dispuestos a escuchar a nadie.

Quedan los pobres, más sumisos que las ovejas, preocupados por su subsistencia. ¿Para qué van a necesitar consejos, conocimientos, enseñanzas, si ni siquiera los ricos los necesitan? “Dejadnos en paz, hablad con aquellos que tienen más entendimiento”, dicen ellos, como si la pobreza y el conocimiento estuvieran reñidos. Pero no les importa nada ni nadie. Solo quieren tener lo que tienen otros para ser felices.


Duodécima Palabra:
“El ignorante en el turbante”

Cuando alguien les enseña a otros la palabra de Dios, lo haga mejor o peor, a nadie se le ocurre prohibir sus predicaciones, porque no hay nada reprensible en su deseo de hacer el bien. Que siga con sus preceptos, aunque no sea demasiado instruido. Pero debe recordar dos condiciones indispensables.

En primer lugar, debe establecerse en su fe, y en segundo lugar, que no se conforme con lo que sabe, sino que siga perfeccionando sus conocimientos. Quien abandona los estudios se priva de la bendición divina y de nada servirán las predicaciones. ¿Qué sentido tiene que se cubra con el turbante, guarde ayuno y rece con aires de santo varón, si en realidad no sabe cuántas veces hay que repetir el rezo o dónde se puede interrumpir?

Quien es descuidado, no es exigente consigo mismo y no sabe compadecer, no puede ser considerado un buen creyente, ya que sin cuidado y atención no es posible mantener el“imán” o fe verdadera en el alma.

Ven ardiente con un corazón ininterrumpido. Y que me salve Alá de esta insoportable carga.

¿Tal vez, aumentar los rebaños? No, no vale la pena. Que los hijos críen su ganado, si quieren. No voy a amargarme el resto de mis días cuidando el ganado para la alegría de sinvergüenzas, ladrones y mendigos.

¿Dedicarme a la ciencia? ¿Pero cómo alcanzarla, si no hay nadie con quien intercambiar unas palabras sabias? ¿A quién entregar todo el conocimiento acumulado, y a quién preguntar lo que no sé? ¿De qué sirve sentarse en una estepa desierta, extendiendo lienzos, con una regla graduada en la mano? El conocimiento se convierte amargo, trayendo la vejez prematura, si no tienes a tu lado a alguien con quien compartir alegría y tristeza.

¿O tal vez, dedicarme al servicio de Dios? No creo que pueda. Esta actividad requiere completa paz y tranquilidad. ¡Ni en mi alma ni en mi vida sé de paz, ni hablo ya de la devoción de la gente por estos lares!

¿Tal vez, educar a los niños? Tampoco me siento capaz de hacerlo. Lo haría, pero no sé cómo y qué enseñarlos. ¿Qué caso, con qué fin, para qué personas educarlos? ¿Cómo instruir, dónde dirigir, si ni yo mismo veo dónde los niños podrán aplicar sus conocimientos? Y aquí no encontré el uso para mí.

Y he decidido, por fin, que el papel y la tinta serán, a partir de ahora, mi consuelo, escribiré mis pensamientos. Si alguien encuentra unas palabras de provecho, que las copie o las memorice. Si mis palabras resultarán innecesarias para la gente, me las quedaré para mí.

Y ahora no tengo otras preocupaciones.


Decimocuarta Palabra:
“¿Acaso es un hombre?”

¿Tiene el hombre algo más valioso que su corazón? Al llamar a alguien un hombre con corazón, la gente entiende que se trata de un batyr – un héroe valioso. No se imaginan claramente otras cualidades del corazón. La piedad, la bondad y la capacidad de acoger a un extraño como a un hermano, deseándole las bendiciones que desearías para sí mismo; todo eso sale del corazón. También el amor es un deseo del corazón. La lengua, obedeciendo al corazón, jamás mentirá. Solo los hipócritas se olvidan del corazón. Aquellos a quienes la gente llama “un hombre de gran corazón”, a menudo resultan no ser dignos de tal elogio.

Si no respetan el honor ni son fieles a una promesa, si no sienten aversión hacía el mal, si no son capaces de guiar a los descarriados en vez de seguir a la multitud como un perro miserable, si no tienen la capacidad de defender con valentía una causa justa en tiempos difíciles, sin desviarse de la verdad en tiempos fáciles, es que en el pecho de aquellos, considerados batyrs (héroes), no late un corazón humano, sino un corazón de lobo.

El kazajo también es un niño humano. Muchos de ellos se desvían de la senda de la verdad suprema no por falta de razón, sino porque les falta en su corazón coraje y firmeza para escuchar y seguir los consejos de alguien más inteligente. Muchos afirman haber cometido el mal por ignorancia, pero no les creo. Tienen conocimientos, pero su abulia y pereza les llevan a menospreciarlos. Una vez errados, son pocos los que consiguen corregirse.

Aquellos a los que la gente llama dzhiguit – un caballero, y los considera fuertes, valientes y hábiles, a menudo se instigan a cosas oscuras y desagradables. Su imitación ciega y audacia absurda conducen a desgracias.

Si un hombre entregado a cometer malas acciones y la fanfarronería incontrolada, es incapaz de detenerse e imponerse un castigo, y no trata de purificarse ante Dios o ante sí mismo, ¿cómo podría llamarse el dzhiguit?

Es justo hacer una pregunta: ¿acaso es un hombre?


Decimoquinta Palabra :
“¿Para qué vives?

Entre las personas inteligentes y estúpidas, en mi opinión, hay una diferencia significativa.

Habiendo nacido en el mundo, una persona no puede vivir sin estar atraído por cosas interesantes. Días de pasatiempos y búsquedas permanecen en su memoria como los más brillantes de su vida.

Una persona racional está interesada en hechos dignos y serios, logra obstinadamente su objetivo, e incluso los recuerdos de las dificultades sufridas en el camino, resultan gratos al oído y al corazón de sus oyentes. No encontrarás una sombra de arrepentimiento de aquellos años vividos.

Una persona frívola malgasta su tiempo en entretenimientos vacíos, sin valor y sentido. Cuando se da cuenta, descubre que los mejores años han volado en vano y que el arrepentimiento posterior no le brinda consuelo. En sus años mozos, se comporta como si la juventud fuera interminable, no tiene dudas de que delante de él habrán más y mayores placeres y alegrías. Pero muy pronto, habiendo perdido su fuerza y agilidad anteriores, resulta que ya no sirve para nada.

Aún hay otra tentación que acecha a las personas apasionadamente adictas: el afán de alcanzar el éxito o, al menos, acercarse a él, y eso les intoxica y embriaga. Tal lúpulo oscurece la mente, les impele a cometer errores, de modo que llaman involuntariamente la atención de los demás, y se convierten en objeto de chismes y burlas de la gente.

El razonable en esos momentos críticos no pierde la cabeza, es discreto y no expone sus sentimientos al público.

El estúpido, en cambio, cabalga sobre un caballo a pelo, con ojos al cielo como si estuviera loco, sin darse cuenta de que ha perdido su gorro y que los faldones de su casaca cubren la grupa de su caballo…

Esto es lo que he observado.

Si quieres estar entre personas inteligentes, pregúntate una vez al día, o una vez a la semana o al menos una vez al mes: ¿cómo vives? ¿Has hecho algo útil para tu educación, para la vida en este y en el otro mundo, no vaya ser que luego te corroan los amargos remordimientos?

¿O es que ni tú mismo te das cuenta, ni te acuerdas de cómo y para qué vives?

Abay Qunanbayuli




“¿Los que tienen hambre pueden conservar una mente clara y mostrar diligencia en el aprendizaje? Pobreza y litigios generan violencia y avidez.”

Abay Qunanbayuli



“Mientras creemos y adoramos no debemos decir que podemos obligar a los demás a creer y adorar.”

Abay Qunanbayuli




"No somos demiurgos sino mortales."

Abay Qunanbayuli



¡Qué mundo maravilloso nos ha dado el Creador!
Él nos dio su luz con magnanimidad y generosidad.
Cuando la madre tierra nos albergó en su seno,
nuestro Padre celestial se inclinó sobre nosotros con solicitud.

Abay Qunanbayuli
Primavera


"Quien no es severo ondigo mismo y no es capaz de sentir compasión no puede ser considerado creyente."

Abay Qunanbayuli




"Ríete con entusiasmo, regocijándote sinceramente cuando veas a una persona que haya alcanzado el bienestar, haya realizado buenas obras dignas de imitación. El buen ejemplo enseña a actuar con moderación, a detenerse a tiempo, a no llegar a la embriaguez…"



Rybeskova

La palabra no es lúdica ni carente de sentido.
La palabra es sema y vigilia.
La palabra es horizonte, respuesta y comprensión.
La palabra es huella divina.
La palabra no es oscuro presentimiento ni voz sombría.
La palabra es olvido.
La palabra es alma muda.
La palabra es restauración del vacío.

Abay Qunanbayuli



"Un falso enemigo es como una sombra, cuando el sol resplandece sobre ti, no te liberarás de él, pero cuando las nubes se condensen sobre ti, no se verá por ninguna parte."

Abay Qunanbayuli



"Una persona racional está interesada en hechos dignos y serios, logra obstinadamente su objetivo, e incluso los recuerdos de las dificultades sufridas en el camino, resultan gratos al oído y al corazón de sus oyentes… Una persona frívola malgasta su tiempo en entretenimientos vacíos, sin valor y sentido. Cuando se da cuenta, descubre que los mejores años han volado en vano y que el arrepentimiento posterior no le brinda consuelo…"

Abay Qunanbayuli
Libro de las Palabras




"Uno nace llorando y muere enfadado. Sin saber dónde está la felicidad, la gente destruye su vida, cazando moscas. La gente va persiguiendo uno a otro, se pavonea, acumula riqueza y cuando llega la última hora de su vida está dispuesta a dar todas sus pertenencias por un día de vida. ¿Por qué la revelación llega a la gente tan tarde?…"

Abay Qunanbayuli
















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