Anna Maria Ortese

CASA AJENA 

Engañarnos
no debías, vida, Casa Ajena.
Qué tristeza nacer extranjeros.

Anna Maria Ortese




"Después de esto, no supe ni vi ya nada en concreto. Lo Savio me llevó de puerta en puerta por toda la planta baja y el primer piso, y después de nuevo a la planta baja, donde habíamos olvidado alguna familia. Del luctuoso acontecimiento nadie hablaba, y me di cuenta de que allá abajo no pervivía capacidad alguna de emocionarse. Había oscuridad y nada más. Silencio, breves evocaciones de otra vida, una vida más apacible, nada más. Ni siquiera Lo Savio hablaba. Empujaba una puerta con desenvoltura: «¿Se puede?», alguien respondía: Trasìte, o bien no respondía nada; entonces ella entraba, mirando a su alrededor con sus ojillos penetrantes. Inmediatamente, ocho, diez, quince personas salían de las tinieblas, alguien se levantaba de una cama, como un muerto que esté fantaseando, alguien mostraba por un instante su cabeza salvaje por encima de un tabique de madera. Mujeres, que de mujer no tenían nada más que una falda y unos cabellos, más parecidos a una capa de polvo que a una cabellera, se acercaban en silencio, con los niños por delante, como si aquella infancia maldita pudiese protegerlas o alentarlas. Los hombres, en cambio, se quedaban más atrás, como avergonzándose. Alguno me miraba los zapatos, las manos, sin atreverse a alzar los ojos hasta mi cara. En muchas familias, como en la De Angelis, había un sujeto que se presentaba como enfermo mental. «¿Usted a qué se dedica?», preguntaba yo, y él, tras dudar un poco, tratando de sonreír: «Enfermo mental». «¡Lo ve!», gritaban con una especie de triunfo las mujeres, «Jesucristo nos quiere poner a prueba. ¡Y a quien nos ayude, que Dios se lo pague!», y nos observaban a Lo Savio y a mí, ansiosas por oír una alusión a los paquetes. Yo miraba sobre todo a los niños y comprendía que pudiesen morir de repente, corriendo, como Scarpetella. Esta infancia no tenía de infantil más que los años. Por lo demás, eran pequeños hombres y mujeres que lo sabían ya todo, tanto el principio como el fin de las cosas; estaban ya minados por los vicios, el ocio, la miseria más insufrible, de cuerpo enfermo y alma trastornada, con sonrisas depravadas o bobas, astutos y desolados a un tiempo. El noventa por ciento, me dijo Lo Savio, son tuberculosos o propensos a contraer la tuberculosis, raquíticos o sifilíticos, como sus padres y sus madres. Presencian normalmente el apareamiento de sus padres y lo repiten como juego. Además, aquí no hay otros juegos, excepción hecha de las pedradas.
—Le quiero mostrar una criatura —dijo.
Me llevó al fondo del corredor, donde un poco de luz verde que se colaba por una rendija daba a entender que en Nápoles había caído la tarde. Había una puerta, por la que no salía un sonido, una voz. Lo Savio llamó apenas, luego entró sin esperar respuesta, como quien está en su propia casa.
Era una amplia habitación limpia y desierta, mitad gruta mitad templo. De no ser por la presencia de una minúscula bombilla, cuya luz situada muy arriba molestaba más que alegraba, aquel local habría hecho pensar en unas antiguas y olvidadas ruinas. Había un olor a humedad más fuerte y lúgubre que en otras partes que provenía de cosas en descomposición. Una mujer aún joven y de aspecto extasiado vino hacia nosotras."

Anna Maria Ortese
El mar no llega a Nápoles



"La escritura es buscar la calma y, a veces, encontrarla. Es el regreso al hogar. Lo mismo sucede con la lectura. La gente que escribe o lee de verdad, es decir, para sí misma, vuelve a casa, se siente bien. Las personas que nunca escriben ni leen, o lo hacen por obligación, por razones prácticas, están siempre fuera de su hogar, aunque tengan muchos. Son pobres, y empobrecen la vida."

Anna Maria Ortese
Feria literaria



"Mujeres, que de mujer no tenían nada más que una falda y unos cabellos, más parecidos a una capa de polvo que a una cabellera, se acercaban en silencio, con los niños por delante, como si aquella infancia maldita pudiera protegerlas o alentarlas."

Anna Maria Ortese


NADIE VENDRÁ

Nadie vendrá nunca a esta tierra
a darnos la razón de las cosas,
aunque fuera una razón de nada;
a despertar a los muertos niños,
a desvelar la ley total de la
Iniquidad.

Anna Maria Ortese



"Neville se dio cuenta, volviéndose súbitamente ante aquel sereno pero no cariñoso mandato, que en todo aquel tiempo, desde el encuentro en la Escalinata, bajo la lluvia, y durante la cena, si quería llamársela así, hasta la orden dirigida por Elmina de ir a buscar una vela, la hija de Albert nunca había pronunciado una sola palabra. Y en el mismo instante en que le impresionaba este pensamiento, el del mutismo absoluto de Alessandrina, lo invadió una emoción más profunda; por cuanto la damita, en el mismo gesto de girar el pomo de la puerta, se había detenido, y sin volverse del todo hacia atrás, por el terror a su madre, no lograba empero ocultar la pena sobrehumana que a veces se adueña de los niños no amados ante una obligación que no se atreven a afrontar, aunque deben hacerlo, y eso los sofoca. En este caso, a la oscura despensa que atravesar tras todas aquellas alusiones al terrible Colorín, se había añadido la rápida salida, por dicha puerta de la despensa apenas entornada, de una gran mariposa negra, que evidentemente se había apostado detrás de la puerta a la espera de asaltar a Alessandrina. De golpe, pasando primero por abajo, ante el rostro de Sasá, y después alzándose, la oscura criatura había ido a estrellarse en silencio contra el muro frontero, pero a la altura del techo, y era un prodigio que doña Elmina no la hubiera recibido en plena cara. Desgraciadamente quedó claro, para Sasá, que era uno de los Seres apostados detrás de la puerta, y concretamente Aquél cuyas orejas se habían alargado hasta el suelo. Por lo cual, la cara que mostró al apasionado amigo de Elmina, y luego al pretendiente de ésta, fue de total —se habría dicho— pánico y desconcierto; y se llevó las manitas a la boca, para sofocar, cosa que logró, un ¡Aaaaaaa!, ¡Aaaaaaa! de desgarrador miedo, que ciertamente le habría hecho daño a su madre, pues la causa, ya innegable, era la Criatura con Orejas, era el atroz Colorín, o su compadre de la pluma, que venían a buscarla; pero después no aguantó y, doblándose lastimeramente en dos, dejó oír un susurro."

Anna Maria Ortese
El colorín afligido



OTRO

¡Y la lluvia ha caído sobre el sombrero
de la luz que está en la esquina del callejón!
¡Como siempre! Pero el callejón mudo resplandece
de extranjera belleza. Otras las casas,
otro el viento, otra el alba que reluce
entre las nubes del mundo. Y el mundo es otro.

Anna Maria Ortese























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