Carlos de Oliveira

"A cada bandazo, Álvaro Silvestre, caía sobre la mujer, que sentía el desagradable peso sobre sí, mientras acurrucada en un rincón trataba de esquivarlo, mirando al áureo hombre bajo la pertinaz llovizna.
Primero, la fuente del recuerdo brotó débilmente, en el distante arcano de la infancia; seguidamente, el agua mansa enturbiada por el largo camino del tiempo y lo detritos concitados desde los márgenes y en el instante presente la oscura y desesperada tiniebla.
El infortunio se adueñó del lar de Alva: el dinero, la tierra, los muebles fueron asolados por el torbellino. Las arañas de los techos fueron quebradas, dejando tras de sí una mortecina luz; los bellos y añejos cobres de pesada y olorosa madera, las cortinas, las elegantes sillas forradas de damasco, los armarios tallados, los finos aparadores de cristal, desaparecieron por completo. También se desvanecieron los cuadros colgados en las paredes, los argénteos cubiertos y arrancó las joyas que la dueña de la casa llevaba al cuello, los anillos de los dedos, las escopetas, galgos, caballos y otras reliquias de antiguos tiempos como una daga engarzada en diamantes. Al cumplir los dieciocho años, su padre, un noble Pessoa, Alva y Sancho, emparentado con los bélicos Elvas y el obispo misionero de Cochim, había convenido su casamiento con uno de los Silvestres do Montouro, a la sazón labradores y comerciantes: sangre por dinero (ésa era la franqueza de un hombre sin otra alternativa posible); así era y el padre de Álvaro Silvestre estuvo de acuerdo al comprar de esa forma su noble abolengo."

Carlos de Oliveira
Una abeja en la lluvia



Entre dos memorias

Entre dos memorias;
ya separadas como estratos,
pero recordándose una a la otra;
subimos por el frío:
paredes altas de agua condensándose
en el aire aún azul; con la transparencia
sin sonido suavizándolo;
preguntamos vagamente:
¿nieve más silencio
igual al fin del azul?
¿o la fórmula del olvido;
por donde pasan lentos hielos;
se contradice de otro modo?
sea como fuere,
ninguna sombra nos prolonga
por este suelo de vidrio;
y el aire boreal se nos refleja en los ojos,
tan limpios, que los extingue.

Carlos de Oliveira



"Lo mejor es retornar al principio. Hace quizás más de un milenio alguien reparó atentamente en una botella llena de agua y descubrió un primer objetivo. La imagen de la realidad era como los rayos del sol que pasan a través del agua (...) Quien capta el compendio fotográfico sabe que la imagen muestra la realidad invertida, pero captando lo esencial de la misma (...) Quien alce la vista del libro contemplará (a través del espejo) un paisaje desértico. Si le apetece, podrá confrontar la fotografía (que se halla en la pared cercana a la ventana) y la realidad externa, a determinadas horas, y bajo un mismo prisma luminiscente.
En un mismo orden o al contrario, la imagen de la arena, la hierba, el cielo, el estanque y las nubes se repite. Y otros contingentes, si los hubiera. Hombres, équidos, vacas, ovejas, aves, por poner un ejemplo. La rudimentaria lente conformada por la botella de agua podrá captarlos a medida que se manifiesten. La imagen no es perfecta (pueden ser omitidos algunos detalles), pero es un punto de partida válido. Los cálculos, los sueños, las tentativas. Hasta la invención formal de las lentes, el mundo nos sorprendía con un mínimo margen de error y más tarde o más temprano fuimos atrapados por sus enigmas (...) Las lentes pueden abarcar un grano de arena o al astro rey, contemplándolos tan cerca que, finalmente, puedan deslindarse los mayores y menores contornos de su arquitectura (...) La magia y la imaginación constriñen con rigor la subversión de la realidad. Los números, en cambio, atestiguan la geometría en torno a la cual reposa el orbe."

Carlos de Oliveira
Finisterra. Paisaje y poblamiento















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