Christine Nöstlinger

"A la niña Berti Bartolotti no le hacía gracia oír eso y, cuando se encontraba con su prima Luisa, le sacaba la lengua y le hacía «Beeee». También recordó que por aquel
entonces le gritaba siempre al pequeño Hansi, el hijo de los vecinos, «¡cagueta, cagueta!».
La señora Bartolotti pensó: ¿Por qué haría yo eso? No hay duda de que yo no era una niña mala, una apestosa. Probablemente, en aquellos tiempos yo estaba muy orgullosa de no hacerme ya la caca encima. Y en ese instante, la señora Bartolotti suspiró, al darse cuenta de que el asunto de las burlas no eran tan sencillo y que iba a ser muy difícil explicárselo bien a Konrad.
Mientras, en el cuarto de los niños de la casa de Kitti Rusika, Konrad, sentado a la mesa, estaba merendando. Había cacao, tarta de frutas, fiambres y zumo de manzana. Sobre la mesa colgaba un gran farol veneciano a rayas. Además de Konrad y de Kitti, había otros cuatro niños: Florian, Antón, Gitti y Michi. Florian y Gitti estaban en la tercera clase, en la 3-A. Antón y Michi iban con Kitti a la segunda clase. Florian le sacaba la cabeza, de alto, a Konrad y estaba sentado junto a él. Hasta entonces no le había dicho a Konrad ni una sola vez «Bartolotti, tónti», es más, hasta entonces no le había dicho absolutamente nada. Konrad se alegraba de ello. Gitti y Michi eran simpáticas; sentían gran curiosidad y continuamente querían saber por qué Konrad no había ido a vivir con su madre hasta ahora, y por qué si el farmacéutico era su padre no estaba casado con la señora Bartolotti. Konrad no sabía lo que debía responder y le alegraba mucho que Kitti interrumpiera constantemente las preguntas y gritara:
—¡Dejadle en paz de una vez!
Antón no era simpático con Konrad. Le hacía muecas y, por debajo de la mesa, le daba patadas en las espinillas. Antón estaba siendo tan antipático con Konrad, precisamente porque Kitti se mostraba muy simpática con él. Antón amaba a Kitti.
Estaba celoso. Pero, naturalmente, eso lo ignoraba Konrad. No tenía ni idea de lo que eran «celos».
Antón, al ir a servirse un trozo de tarta de la bandeja que había en el centro de la mesa, empujó con el codo la taza de chocolate de Konrad. La taza se volcó, el chocolate se derramó sobre el mantel rosa, hasta el borde de la mesa, y goteó sobre la moqueta blanca."

Christine Nöstlinger
Konrad o el niño que salió de una lata de conservas



“La literatura infantil no es una pastilla pedagógica envuelta en papel de letras, sino literatura, es decir mundo transformado en lenguaje.”

Christine Nöstlinger



"Tete, Pups y Wuzi caminaron en fila india por el estrecho pasillo.
–Aquí huele a moho -susurró Wuzi.
–A manteca rancia -musitó Tete.
–A casa de gato -cuchicheó Wuzi.
–A polvos antipolillas -murmuró Tete.
Pups se echó a reír.
–¿Se puede saber por qué andáis cuchicheando? -preguntó–. ¿Acaso tenéis miedo de despertar al fantasma de la vieja Knitzdeibl?"

Christine Nöstlinger
Olfato de detective


"Variados Otto observó a Heidegunde, sorprendido, y luego miró hacia la puerta, y allí, por la vereda de enfrente, iba la abuela de Piruleta, llevaba una barra de pan y una bolsa con panecillos redondos de miga. Había ido deprisa a la panadería, antes de que cerraran. No llevaba abrigo y la lluvia goteaba del pañuelo de la cabeza y caminaba tan rápido como se lo permitían sus pies hinchados. Piruleta miró a la abuela y le dio pena.
Heidegunde miró también hacia fuera y se asombró al ver a la abuela.
[...]
Había música de los Beatles y la hermana de Heidegunde y la tía Federica dirigían los juegos de los niños: carrera de sacos y la carrera del huevo y el juego de los disparates. Había habido premios para el primero, para el segundo y para el tercero.
Con una fiesta de cumpleaños así soñaba Piruleta. Cuando estaba en cama y no podía dormir, se imaginaba su fiesta con todos los detalles. Lo tenía todo bien pensado. En el vestíbulo, las guirnaldas; en la sala, la mesa con las cosas para comer y las bebidas, y su habitación para bailar, y el dormitorio de la madre y la abuela para los juegos.
Una vez que su hermana tampoco se dormía, le contó Piruleta sus sueños como él los imaginaba."

Christine Nöstlinger
Piruleta



"Ya era medianoche cuando acabaron de escribir las cuatrocientas tarjetas.
La mujer de Bruno se marchó, cansada, a casa. Tianna, Federica y el gato Gato se fueron a dormir. Bruno todavía
tenía algo que hacer.
Metió todas las tarjetas en la cesta de la compra y fue repartiéndolas de casa en casa.
Igual que antes, cuando todavía era cartero.
Echó las tarjetas en los buzones de aquellas casas en las que pensaba: «Aquí vive una persona inteligente» (quien ha
trabajado cuarenta años de cartero es capaz de juzgar estas cosas).
A la mañana siguiente, Federica estaba muy nerviosa. El gato también andaba intranquilo, Y a la tía se le escaparon varios puntos de las agujas.
Esperaron impacientes durante todo el día.
—Esperemos que venga alguien -decía Federica cada dos minutos.
—Seguro que viene alguien -decía el gato cada dos minutos.
Y Tianna replicaba cada dos minutos:
—Gato, en el caso de que venga alguien, cierra la boca. A la gente no le gusta que un gato hable.
Por la tarde llamaron a la puerta.
Era un hombre bajito y delgado, que llevaba una de las cuatrocientas tarjetas en la mano.
—Soy el profesor Profi -se presentó, y entró en la casa, dándole la tarjeta a Federica.
Entre las letras de la frase del libro rojo había unas rayas hechas a lápiz:
E L/VI A JE/ DUR A/UN A/HO RA,
Federica comprendió enseguida lo que quería decir el profesor. Tianna, también, pues gritó:
—¡Claro! ¡Cómo pude haberlo olvidado!
El profesor Profi hizo una pequeña reverencia.
—Tengo un poco de prisa, estimadas señoras -dijo.
Fue a la ventana abierta y se quitó el sombrero. Tenía el cabello de color rojo fuego.
—Ha sido un placer -dijo, se subió al alféizar de la ventana y salió volando.
—Creo -dijo Tianna- que era mi primo. Desapareció un día hace cincuenta años. Pero entonces se llamaba de otra manera."

Christine Nöstlinger
Federica la pelirroja





















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