Cyprian Kamil Norwid

A la muerte de la poesía

¡Ella murió! ¿Hay defunción más triste?
¿Cómo enterrar a tan bella persona?
Murió de una grave enfermedad
Que se llama dinero y correcciones.
¿Te acuerdas de aquel día
en que estuve junto a su cama pensativo,
y tenía una gran lágrima en el ojo, porque quería saber
si lo que se apaga es el espíritu o el cuerpo?
Ella, en cambio, -me refiero a la Poesía- levantó
Su brazo pálido hacia la ventana, me hizo una señal
Para que bajara la luz, porque hace mentir a las sonrisas,
Como si la primavera se burlara delante de sus ojos.
No sé si percibí una herida o un lunar
Bajo la sombra del pecho izquierdo, cuando se estremeció...
¡Oh, estuve triste como nunca lo había estado
Cuando estoy en un cementerio y arranco una flor!
Ella murió (la Poesía), la grande,
La mediadora de las dos esferas irreconciliables,
Océano de lujuria y gotita de escarcha,
Esa emperatriz, esa obrera
Única y común a la vez,
Relámpago y paloma...
Ya vienen a enterrarte, como a una artesana,
A cubrirte de arena.
Desde entonces, en la amplia iglesia del silencio,
Cuando paso por la arena del empedrado,
Yo no piso su tumba, sino la obra de aquéllos
Que allanaron el cementerio con tierra.
Hasta que los destructores del pensamiento se pongan a pensar
clamaré para que caiga un trueno que golpee con su descarga,
viendo que el fuego es para los sin-fuego,
Aunque duerman sobre silicatos y se despierten en el cielo.

Cyprian Kamil Norwid



Fatalidad

El feroz infortunio fija su aviesa
mirada en el gris y mortal hombre
y aguarda a que el tiempo revierta
su sino.

Pero el hombre, que es una artista
que mide cada ángulo de sus articulaciones,
vuelve su mirada hacia la línea estética
en la que la desgracia, cubierta de polvo,
ha desaparecido. 

Cyprian Kamil Norwid



La ternura

La ternura es como un grito lleno de guerra
y como la corriente murmurante
de los manantiales
y como una marcha fúnebre.

Y como la trenza de rizos de oro
sobre la que el viudo posa
el reloj de plata.

Cyprian Kamil Norwid



Oda a los contemporáneos

I

Y me despedí del país, y de aquellas orillas conocidas.
Empujé con el pie desde la orilla
como lo hace un remero en su barca.
¿Cómo? Aparta la espuma
perezosa, líquida, ligera....
¡Oh, país, donde cada hecho acontece demasiado pronto
y cada libro, demasiado tarde!

II

Empujé con el pie aquella orilla que, humildemente,
se agachó bajo mi tacón
y me gritó con elegancia que era mártir,
pero me maldecía en voz baja.

III

¡Oh! Vosotros que cantáis de manera sangrienta e incendiaria,
¿cuándo... entenderéis el juicio?
Sois felices porque vivís la historia, pero ninguno sabe
que habéis crecido en un diluvio de sangre,
puros y matemáticos, como un error.

IV

Es ésta una canción oscura. Vosotros, en cambio... ¡sois tan claros!
La pena es que nunca sabéis
por qué. La razón-hombre dice: «¡Duérmete!».
«¡Duérmete!» dice, después del baile, a una mujer desvanecida.

Cyprian Kamil Norwid














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