Ednodio Quintero

"Lo mejor de mi vida, y quizá lo peor, sucede en mi mente. Lo que allí se genera, ideas, sueños, anhelos o imágines lancinantes del deseo, rebasa -con mucho- las evidencias avasallantes de lo real."

Ednodio Quintero



"Mi infancia terminó ahí: el primer día de clases me robaron mi (bolígrafo) Paper Mate. Eso fue una experiencia muy traumática. La adolescencia fue atormentada pero sobreviví."

Ednodio Quintero



"No debería preocuparme por lo que ahora acontece. Pues cada instante niega el anterior, y la ilusión de continuidad es lo que llamamos tiempo. Que luego se convierte en sueños o recuerdos."

Ednodio Quintero



"Sigo la recomendación de Elias Canetti: ‘Escribe hasta que los ojos se te cierren para siempre’. Hace ya dos años que vengo escribiendo algo parecido a unas memorias envenenadas por la ficción."

Ednodio José Quintero Montilla




"Soñé que me estaba muriendo. No estaba agonizando ni sufría ningún dolor. Pero un médico había sentenciado que me quedaban apenas unas horas de vida. Y yo me había acostado en el suelo, en un futón, muy tranquilo, como si acabara de volver de una excursión, a esperar la llegada de la Pelona o de la Dama Distinguida como la llamaba Henry James. No recordaba que el médico de marras me hubiera examinado, pero al parecer su pronóstico era irrebatible e infalible. Una persona entraba de vez en cuando a mi habitación o se asomaba un momento a la puerta, como si estuviera pendiente de mí y me vigilara. Me di cuenta que era mi madre, que afuera en la cocina conversaba con alguien. Supuse que se trataba de Alicia, que había venido a despedirme.
El hecho de que de un momento a otro ya no estuviera yo en este mundo no me causaba ninguna preocupación en especial, tampoco me entristecía, más bien sentía cierto alivio. Y aunque no puedo recordar que estuviera feliz, creo que me sentía contento y satisfecho. Seguramente, si me quedo dormido, ya no despertaré ?pensé como si se tratara de algo trivial. Mi madre entró y me ofreció algo de comer, y le dije que no tenía hambre ni tampoco sed.
Poco a poco me fue invadiendo una sensación de paz y serenidad como si flotara en un colchón relleno de nubes. Y me dejé llevar por una ola tibia que me mecía con suavidad como si todavía, a mis escasos siete meses, estuviera en la cuna de madera que había labrado mi abuelo Rufino, un regalo para el primogénito de su hijo Felipe, mi papá, usando los restos de las tablas con las cuales había elaborado su propio ataúd. Era una cuna preciosa, de cedro de la montaña.
De pronto tuve la certeza de que no iba a morir, al menos no en aquella oportunidad. El médico se había equivocado en su diagnóstico, y yo no sufría ninguna enfermedad letal. Lo supe con seguridad, no como una intuición o un deseo. Todos, incluyendo a éste que está aquí, se habían creído la historieta de mi inminente deserción. Y me tocaba a mí hacer lo que fuera necesario para desmentir aquel malsano rumor. Entonces me levanté de mi lecho, sereno como un rey que se despierta de una reparadora siesta en su jardín. Y le anuncié a mi madre y a Alicia ?sí, era ella la que había venido a despedirme? la noticia. La recibieron con alegría contenida, sin aspavientos, tal vez pensando que se trataba de un milagro o quizá (y esto se me ocurrió después) de una de esas recuperaciones momentáneas de los moribundos llamadas “alegría de tísico” a la que sigue el inevitable final."

Ednodio Quintero
Un sueño en Sangenjaya










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