Fernando Nachón

Cristales I

La primavera se extiende,
los poemas ya no son hojas de otoño,
ahora florecen en señal de amor.
Es cierto, las flores son terribles cuando se odia,
pero cuando se ama todo parece un cristal,
hasta que llega una mujer que nos deja plantados con olores y
deseos de amar. Se rompe el cristal y se comienza a aprender
a odiar.
Mujeres que han estrellado mis cristales internos,
dejadme ser como vosotras, alegres, flores a prueba
de rayos,
endemoniadas bellezas que temen marchitarse,
a mi hijo también lo romperán en pedazos,
no hay descanso para su envidia del pene,
las he visto gozar más al ser infieles y tontas
que al recibir las atenciones de un guerrero.
(De ahora en adelante no les ofreceré más cristales, puesto
que los convertiré en espadas).

Fernando Nachón



Desprendimientos

No me puedo desprender del sexo para escribir,
sería castrarme.
No me puedo desprender de ser hombre,
sería como cortármela.
No me puedo desprender de mi odio,
sería como arrancármela.
No me puedo desprender del amor,
sería regalarla a los chacales.
No me puedo desprender de los celos,
la humildad me volvería potente.
pero sólo por unos segundos,
siempre hay un asesino atrás de la puerta.
No me puedo desprender de la persecución,
sería como nacer muerto.

Fernando Nachón



Lenguaje

He terminado respirando incógnitas.
La ventisca se pasea por sobre la duda.
Y el lenguaje se hace vientre en los sueños.

¿Quien eres tú? Abstracción que se mide con el llanto;
¿por qué violas la vida? Como una sotana caminas mintiendo el día.

No hace ni un minuto y eras presente,
no hace ni una mujer y eras futuro.
Ahora eres pluma y me miras en el pensamiento
    Ahora te has ido.
        Ahora vuelves para volverme.
(Te toco con el oido muerto en sordera)

Dime: ¿Cómo voy a morir?
¿Cómo te van a usar para acabarme?
¿Como te tengo que amar para salvarme?

Flecha venenosa que intoxicas al tiempo.
Enfermo espectro que acabaste con la ceguera,
vuelve a tu cueva.
Déjame mudo, rómpeme en luz.

Quiero volver al agua.

Fernando Nachón




"-Mira, vete "hermanito", la verdad es que no sé ni por qué te llamé, creo que con la resaca los personajes se me salen de cuadro, sácate de aquí y háblale al primero que encuentres en esta mansión y dile que su decimotercer Lord Byron esta sufriendo de inanición principal; anda Zacarinas, vete rápido que este recabrón lujo de la existencia me está matando; -aun no he dicho que Nuestro Autor vive en México Distrito Federal, en la colonia más rica de todas, que es dueño de noventa y seis casas, tres minas de carbón en Brasil una plantación de algodón en Chilpancingo y tres yates comprados y por comprar-; anda ve y dile a Nicolaievch Andropov, que necesito Valium para conciliar esta feroz mortaja que se llama realidad. Me siento de la chingada, y, hasta creo que se me deshonra el terreno y me hundo y me hundo en tu estúpida sonrisa y en tus fulgurantes ojos de cohete, que viene de bajada perdiendo brillo; ¡ándale cabrón! Que ya me siento Carlos Fuentes hablándoles de Tú a sus criados, ándale con un carajinski... -pero Zacarinas no se movía, se quedó congelado mirando el tiempo, y parece que el tiempo era el vacío y que, ese vacío, lo encontró entre los ojos de Nuestro Autor, que empezó a hacer gestos, pero se quedó ahí, perverso e inmutable; se quedó ahí, impávido y estúpidamente literario, estúpidamente absorto con un permiso que nadie le daba.
(…)
Nuestro Autor regresó a seguir nadando sobre sus sábanas, y se cobijó a mil mares sobre esa pasión llamada abstracción o por aquella otra llamada traición. "La traición es una abstracción", pensó, "Aaaaaahh pensar...", pensó. Nuestro Autor nació en el hospital más caro de México, en la sala de partos más cara del mundo y en medio de enfermeras rubitas y de ojos azules. Nuestro Autor es un Niño Bien, porque parece que todo lo hace bien; Nuestro Autor cae pesado en su nostalgia, y todo porque la palabra nostalgia le ha gustado tanto como un caramelo. Nuestro Autor desea escribir libros gordos, como los que aspiran al Premio Nobel, pero Nuestro Autor es honesto con los lectores y el diccionario; Nuestro Autor no puede crear mundos porque él es un mundo y Nuestro Autor no puede ser Nuestro Autor porque sería una irreflexión teórica el hecho de que así fuera, pero Nuestro Autor tiene una máquina de escribir y ésta lo tiene a él.
Se levantó como si dejase escamas sobre las azules sábanas, se desprestigió a si mismo como si metiera la cabeza y los ojos en un papel, se alisó los dedos como si fuera a escribir sobre el agua, y tecleó en la máquina lo siguiente:
-Por medio de la presente hago constar que recibí en el puerto de Acapulco a diecisiete señoritas revisadas y escanciadas...
Pero no firmaría ese recibo provisional hasta mañana que fuese a Acapulco. Había pensado ir con el Freddie, pero el Freddie estaba hecho una lata de sardinas descompuesta.
-Me vestiré, -se dijo, y metió la mano derecha a una camisa azul rey y la pierna derecha en un pantalón vaquero Pierre Cardin; se miró al espejo como un rito, y el rito se cumplió cuando se quitó lagañas y marasmos adquiridos durante el sueño. Se puso unos zapatos de piel de cocodrilo y, entre que pensaba si el desayuno le serviría de algo alcanzó a gritar: -¡Nicolaievich!
Un hombre delgado, pelirrojo, de uno setenta de estatura con uniforme blanco y negro, enfilado hacia el drama por culpa de unos lentes rectangulares, que parecían dos vagones unidos, se presentó ante sus ojos.
-¿Me llamó el señor? -preguntó nuestro personaje sacado de la peor película de ciencia ficción rusa.
-¿Por qué los criados siempre tienen que responder lo mismo?
-Porque usted así nos lo indicó, señor.
-Bien indicado, Nico."

Fernando Nachón
Los niños bien


Puedo ordenar mi propia captura, ser mi criminal y escribir un poema nunca leído.¨

Fernando Nachón



Tragos

No es que sea hijo de los tragos,
en realidad soy hijo de la garganta,
hijo de una luz que no ha nacido.
Extraño alumbramiento.

Es que Dios no pasó por mi garganta,
como un pueblo ando,
de ésos por los que no pasó Dios.
Pobre Dios, de cuantas cosas lo he culpado.

Si yo conociera la garganta de Dios
yo podría ser su trago.
Lo embriagaría y lo convencería de la existencia del Diablo.
Se pelearía consigo mismo,
perderíamos la noche
y ya no tendríamos lugar donde llorar
ni oscuridad donde dejar pasar los tragos
que nos hagan creer que hemos nacido.

Fernando Nachón















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